Es curioso cómo cambian los
momentos en un lapso determinado de tiempo.
Una semana hacia atrás a partir
de hoy, experimentaba una de las resurrecciones más sorprendentes desde la que
tuvo Jesucristo hace más de 2000 años. Bastante surrealista y descaradamente inexplicable
(porque me guardé las razones de mi mejoría para mí solo). Mi mágico “regreso a
la vida” dejó anonadados a todos los asistentes a una reunión que nunca hubiera
sucedido sino por las ganas desaforadas de un grupo de chicos jóvenes e
inquietos que solo buscaban divertirse…y claro, “cag**** un rato” porque de eso
se trata esta etapa, ¿no?
De divertirse y no tomarse las
cosas tan en serio…ya sabes, cero compromisos, cero daños, cero gente
lastimada. Y funciona, es un buen estilo de vida. Es despreocupado, te ahorra
dolores innecesarios y te permite disfrutar momentos sin ningún tipo de ataduras,
bebiendo y coreando letras de canciones que ni tú entiendes, mientras tu mano
gira a una chica y la otra sostiene un vaso lleno de ideas que ni sabías que
eran tuyas. Y sientes que nada puede salir mal porque tú tienes el control.
Claro…solo que no lo tienes en
realidad y estás a un paso de que algo mucho más grande y mucho más
familiarmente misterioso te consuma.
Yo no lo supe una semana hacia atrás
a partir de hoy, no fue en ese momento. Tampoco lo supe mientras ella colocaba
cuidadosamente una bolsa de hielo sobre mi cabeza, tratando de bajar una fiebre
de la que nunca recordaré la verdadera causa. Mucho menos lo supe cuando mi
cuerpo, cual campo de batalla, libraba una guerra en dos frentes distintos,
estando destinado a perder en ambos. Mis glóbulos blancos se inmolaban en la
lucha contra una infección cualquiera que eligió el peor momento para llegar,
porque te podría narrar la cadena de acontecimientos que me llevaron hasta esa
situación, pero me la ahorraré, y todo mientras mi corazón se sacrificaba
hidalgamente ante un sentimiento que, quizás, hubiera sido mejor olvidar.
Yo no lo supe ni en ese momento,
ni en ninguno de los que siguieron en el transcurso de esta semana. Si tengo
que ser completamente honesto (y créanme, lo seré), hasta ahora no estoy seguro
de saberlo…digo, se siente como si lo supiera; se ve como si lo supiera e,
incluso, duele como si lo supiera, pero falta algo, aunque ¡qué puedo saber yo!
Quizás solo sea lo mucho que voy a extrañar su cuerpo junto al mío robándome un
poco de la respiración mientras cuido un sueño que no trata sobre mí y en el
que ni siquiera soy extra, en un día en el que no me añoran a mí, en un momento
en el que estoy pero no me sientes ahí, mientras te hago dormir. Pídeme un par
de horas prestadas y luego déjame observarte solo un momento más…porque si hubiera
sabido ahí lo que sé aquí y ahora, habría preferido quedarme viviendo en mi
insomnio, luchando contra mi sueño por defender el tuyo…pero, eso no importa
ahora, ¿verdad? No es de fuertes y solo evidencia mi debilidad…quizás solo debí
haber cerrado los ojos y volteado mi cuerpo hacia la pared. En ese momento se
hubiera sentido menos fría.
Una semana hacia atrás a partir
de hoy, me rendí a una lucha interior que venía peleando con valentía en mi
propia contra. Sabiendo de primera mano cómo terminaría, conociendo el número
exacto de bajas y el saldo final de heridos. Nada de eso importó en el instante
en el que una puerta se abrió y dentro de mi convalecencia, te vi. No sé si era
un halo de luz divina o algún irresponsable que dejó la luz prendida, pero me
apagaste todos los circuitos que estaban alerta…y en mi cabeza, alguien gritó.
“¡Te vas a ir al carajo!”
Pero yo ya estaba en el asiento
de adelante y sin el cinturón puesto.
Y me moviste algo adentro, me
removiste unos escombros que me había dado tanta flojera quitar de encima de mi
corazón y lo obligaste a latir y a sentir un poco, pero cuidando de no dar
mucho…no vaya a ser que el cazador termine cazado. Me miraste, y en tu mirada
había ternura y un corazón camuflado que no sabía si asomarse o huir. Se me
tumbaron todas las barreras, recordé uno de los primeros días en los que te
conocí y me pregunté “¿Cómo?” pero ya no importaba, porque cada vez que tienes
las respuestas, te cambian todas las preguntas.
¡Qué curioso! Pensé que ciertas
cosas no cambiaban tan deprisa, pero estaba equivocado.
Dentro de la espiral de recuerdos
difusos que guardo de esta semana, identifico la confusión, el temor, las dudas
y, sobretodo, el dolor. Ese ya lo conocía, es un viejo amigo que siempre
regresa a recordarme que se puede ser un poquito más miserable si es que
decides sentir nuevamente… ¡tonto, yo! Ya debería saber lo que pasa cuando
juegas con FUEEEEEGO.
Sin embargo, de algo me ha
servido esta última semana y ha sido para llevar mi autoconocimiento a un nuevo
nivel. Un nivel en el que ni el más profundo y noble de los sentimientos puede
plantarse y hacer una diferencia frente a la más equivocada de las ideas…que
pasa por verídica. No intentes venderme una seguridad que no existe, no trates
de engañarme con ideales nobles y sueños y retos futuros que necesitas encarar,
ni tampoco hacer pasar tus propias carencias por catalizadores de soledad. No
lo intentes, porque todo eso yo ya lo he hecho y no me ha funcionado. Sino no
estaría aquí escribiendo unas líneas que me juré a mí mismo no escribir y que,
si mal no recuerdo, te dije que no escribiría. Porque tú y yo y el cobrador de
aquel vehículo que perseguí por ti cargamos con una mochila emocional y no,
contrario a lo que crees o te estás forzando a creer, no tienes que cargarla
sola. No tienes que perder tu centro por ser apasionada, no tienes que
descuidar las cosas que realmente son importantes para ti, ni mucho menos
tienes que cuidarte la espalda, no vaya a ser que el enamoramiento te tome
desprevenida. No tienes que hacer nada de esto, pero ya lo hiciste. Y en tu propio
campo de batalla, también me inmolé.
Me inmolé y comprobé algo que yo
ya sabía. Que los chicos “lindos, tiernos y amorosos” somos como el Paracetamol.
Genéricos, baratos y fáciles de conseguir. ¡Oh, mira! Ahí va uno…y ahí tienes
otro. Y mira…ese va a subir a aquel carro, justo adelante y sin ponerse el
cinturón. Porque lo único a prueba de balas en nosotros, es la soledad y nadie,
repito, N-A-D-I-E puede enamorarse del chico LTA (Lindo, tierno y amoroso). No
lo digo yo, lo dice Darwin y su pinche “Selección Natural”. Porque apuesto a
que ellas están buscando alguien fuerte, alguien que despierte pasiones
naturalmente, alguien que pueda camuflar sus sentimientos de culpa, alguien que
resista el dolor sin inmutarse, alguien que les mueva el piso y no para
trapeárselo un poco después del desastre de una noche con unas copas de más en
un intento de luna de miel en la que si me acerco 2 centímetros más a tu boca,
seré hombre muerto. Yo ya no sé qué busquen y ¿la verdad? Me importa un comino,
porque sé que no me buscan a mí, ni a ti, compatriota LTA. Así que no te
molestes en correr detrás de un vehículo de transporte público mientras cojeas
y tienes un tendón estirado…porque eso no le tocará nada dentro, y no porque
seas un ideal sacado de una comedia romántica, sino porque en la vida real,
esos ideales son meras ilusiones que revientan como globos con demasiado aire. Tu
aire, ese mismo aire que respiraba mientras me aferraba a mis últimos vestigios
de cordura y lucha desenfrenada para no estampar mis labios contra los tuyos.
Una lucha que quedó minimizada en cuanto entré al mismo saco de pretendientes que los demás.
Ya no escribo para justificarme
ante ti, ni ante nadie y es por eso que llevo casi 2000 palabras escritas. Porque
en el momento que dejé de escribir “para ti”, dejé de escuchar tu voz en mi
cabeza preguntando “¿Vas a escribir sobre mí en tu blog?”. Ya no escribo para
callar las bocas de aquellos que dicen “la vida sigue, no te hagas paltas”.
Tampoco escribo para cambiar alguna circunstancia, porque hace mucho tiempo que
descubrí que la escritura tiene el poder de tocarte las fibras del sentimiento…pero
a veces ni siquiera eso es suficiente. Porque una semana hacia atrás a partir
de hoy, hubo de todo y aun así, todo no fue suficiente. Porque toda tu lucha,
todas tus ganas, todas tus apuestas arriesgadas se pueden ir al carajo frente
al “sabio” consejo de un taxista (¡Te maldigo, Arjona!) que a lo mejor carga
dos divorcios a cuestas y varias demandas por alimentos, pero que se dedicó a
filosofar en lugar de manejar responsablemente. Y no me digas que una persona
que escucha la sabiduría de un taxista, la interioriza y la hace suya, está totalmente
segura de sí misma, de lo que quiere y de lo que no.
Pero no te preocupes, fue el sol
con cincuenta centavos mejor invertido de toda mi corta vida. Por una consulta
psicológica hubiera tenido que pagar más de treinta soles distribuidos en
varias sesiones inútiles de contar problemas que a nadie le interesan, tan solo
para que me diagnostiquen como un tipo LTA. Pues bueno, me ahorre dinero y tiempo
que nadie quería perder al poder identificarme en menos de cuarenta minutos.
Soy un Paracetamol.
Soy un Paracetamol.
No he venido aquí a cambiar las ideas
de nadie. Una semana hacia atrás a partir de hoy hubiera pensado que era
posible, que tan solo una minúscula oportunidad podía ser suficiente. Digo…a
veces en la primaria, de una triste y solitaria semillita obtenemos una rama
imponente de frijoles, ¿cierto?
O quizás ya era un mal augurio
que mi pinche semilla siempre terminase ahogada en un algodón aprisionador que
lo envolvía en su abrazo, que le compartía un afecto mesurado y que al final,
la obligaba a renunciar a todo lo que pudo ser y todo lo que pudo dar.
¿Lo entiendes ahora? Yo, semilla.
Tú, algodón.
Y yo siempre voy a ser la
semilla, es lo que soy. Es lo que yo he escogido. Ya no me arrepiento que estas
hayan sido las cartas que me tocaron, ya no necesito pasar por una transición
de chico rudo con complejo de casanova porque no se puede ser más patético ni
más desesperado. Y tranquila, no es tu culpa. Si tengo que culpar a alguien,
culpo a Ryan Gosling en “The Notebook” y al desgraciado momento en el que
decidí contradecir a mi biología masculina y adoptarlo como un modelo a seguir.
Porque sea que construyas una casa, o que escribas 365 cartas una por día, o
que cuides el sueño de aquella persona sacrificando el tuyo o que corras detrás
de un vehículo de transporte público solo para terminar diagnosticado y
rechazado, nada de eso importa, porque solo son momentos y los momentos
cambian. ¿Ya lo ves? Yo quise quedarme viviendo en un momento, atrapando una
esencia que no era mía sino tuya e inmortalizando cada pequeño instante. Supongo
que no fue suficiente, ¿verdad?
¿Te digo algo? Nunca será ideal.
Nunca alguien podrá estar completamente seguro de lo que siente. Nunca podrás estar
100% convencido de que no vas a hacerle perder el tiempo a alguien. Este texto
podría ser considerado como una pérdida total y absoluta de tiempo y, aun así,
no lo es (Puesto que yo no pago las cuentas, pero ese es otro tema). Creo que
mientras haya una chance, tan solo una pequeña de que, por esas casualidades de
la vida, dos personas se encuentren y compartan algo que no etiquetaremos,
debería significar algo. Y cuando me refiero a “algo”, quiero decir, algo que
valga la pena porque “así se quiere, así se vive, así si vale la pena existir,
porque así, sí te puedes ir al carajo, Zeus y meterte ese rayo por donde más te
convenga”. Porque no son los que ganan, sino los que arriesgan. Porque en una
guerra se recuerda más al que cayó, dándolo todo por un ideal que al que
sobrevivió…a no ser que seas Harry Potter, pero ese es otro tema también.
Y entonces, ¿en qué quedamos? En
nada, no te preocupes. Yo haré gala de los 21 años de edad que adornan mi vida
mientras me comporto de la manera más madura y a la altura posible pensando en
que sí, que una mujer como tú merece ser la primera oportunidad de alguien.
Alguien que quizás sabrá valorar mejor esa oportunidad, y que a lo mejor estará
esperándola. Alguien que despertará en ti todas aquellas cosas que yo no pude,
alguien cuya lindura no será tan inocente, cuya ternura no será tan empalagosa
y cuyo amor será quizás más apasionado. Dicen que en la vida hay mejores que
tú, así como tú eres siempre mejor que alguien. No estoy seguro de cuan cierto
sea esto, la verdad ya me da igual ser mejor que alguien. Lo único que me
alegra un poco el corazón es haber despertado al menos un pequeño “feeling” en
ti, que hayas podido confiar en mí y que hayas podido sentirte segura de que si
debes compartir una sábana con alguien, deba ser conmigo.
Una semana hacia atrás a partir de
hoy, pasaría una de las noches más lindas, tiernas y amorosas en mucho tiempo.
Yo no lo supe en ese momento, ¿cómo podría saberlo? Sumido en la más dulce
ignorancia, simplemente pude pasar mi mano por tu cintura y luchar contra mi
cansancio mientras respiraba tu aire e iba derribando una a una las barreras
que me había autoimpuesto para evitar que este tipo de cosas me sucedan de
nuevo. Pero me equivoqué, no debí haber derribado mis barreras y tal vez, sí haberme dedicado un poco más a derribar las tuyas. Ya no importa ahora, tú
debes estar regresando de un viaje imaginario y yo estoy aquí haciéndome la
misma pregunta que tú me hiciste en aquel momento “¿Por qué no eres un chico
normal?”.
Y bueno, ya quedó demostrado que
no lo soy. Porque una semana hacia atrás a partir de hoy, no me cansaba de
sentir esa extraña química mientras bailábamos o mientras rodeabas tus brazos
alrededor de mi cintura o mientras arrancabas la carne de mis brazos. Y hoy,
tan solo hoy, cuando duerma o intente dormir y fracase, pensaré que en una
noche como esta, pude tener tantas cosas, pero que al final, me resigné a
dejarlas ir.
Y en el firmamento, un taxista
sonreirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario