miércoles, 18 de marzo de 2015

Pesadillas lúcidas

La muchacha caminaba por el parque, riendo. Su amiga la alcanzó por detrás, mientras gritaba su nombre. La neblina era espesa y a lo lejos, el mar rugía. Las luces de la ciudad estaban más encendidas que nunca, como si hubieran olvidado que era más de la media noche. Ambas estaban felices, despreocupadas, ¿cuál era el problema con dos jóvenes que simplemente querían divertirse saliendo de una discoteca a las 4 de la madrugada?

Era un sitio extraño aquel, toda la estructura comercial se escondía tras la fachada de un simple parque con vista al mar, y debajo, se alzaba un paraíso de escape para muchas personas. Lo único que la gente buscaba yendo a lugares como ese era diversión, relajo y olvidarse un poco de los problemas habituales.

El extraño estaba sentado en una de las bancas del parque, tan solo una polera con capucha y unos guantes negros lo abrigaban. Se encontraba bastante encogido y las muchachas solo se alejaron un poco, pensando que era algún ebrio dormido. Ya les había ocurrido antes así que quisieron asegurarse de que su noche no terminara mal o quizás con alguna de esas historias que cuentas, pero que desearías que nunca te hubieran sucedido.

Él las vio de reojo, llevaba también una bufanda negra que le cubría el rostro hasta la nariz, solo se veían sus ojos, negros, resaltados en la oscuridad de la noche. Una de las chicas giró la cabeza y se topó con su mirada, nunca había visto algo así: puro odio, maldad, resentimiento. En ese momento, supo que algo debía estar completamente mal.

Chicas desconocidas, hombre desconocido. El azar juega muchas cartas, pero todas llevan siempre al mismo resultado. El extraño se puso de pie lentamente, mientras las chicas apresuraban el paso, ansiosas. Una le susurraba a la otra, luego ambas volteaban y veían al hombre caminando tras de ellas. Al principio no parecía que las estuviera siguiendo, hasta que una de ellas lo vio meter la mano en el bolsillo. No pudo avanzar más cuando observó el cuchillo salir en la mano del hombre.

-¿Qué pasa? ¡Tenemos que irnos, ya!-le dijo su compañera

La otra chica, rubia y de ojos verdes, seguía inmóvil, mirando como la inminente proximidad del extraño la ponía en peligro no solo a ella, sino a su amiga. Trató de gritar, pero comprendió la situación. No había nadie a quien pudiera recurrir en ese mismo instante. Un atisbo de coraje cruzó por su mente “Somos dos, este tipo es uno y solamente tiene un cuchillo”, pensó. Volvió a mirar al sujeto y su mirada profunda cargada de odio, borró cualquier tipo de valentía de su espíritu.

Decidí que era momento de actuar.

El extraño se acercaba cada vez más a las chicas, y mientras una de ellas estaba petrificada por el susto, aún sin que hubiera sucedido algo, la otra ya estaba corriendo calle abajo, lo cual me hizo pensar en que tan fuertes pueden ser los lazos que nos unen cuando nos encontramos en peligro. La chica seguía petrificada por el miedo, el extraño se acerco y le puso las manos en los bolsillos. Ella temblaba, la neblina los envolvía. Parecía como si fuera a hacerlos desaparecer de repente.

-No te va a pasar nada si me ayudas, mi amor-le dijo el extraño a la chica,  mientras una de sus manos acariciaba su mejilla izquierda y la otra, con el cuchillo, recorría los bolsillos de la chaqueta de jean que ella llevaba puesta.

La voz del extraño era melodiosa, pausada y resonaba aún con la bufanda cubriéndole la boca. El rostro inmóvil de la chica se mantenía inexpresivo, mientras una ráfaga de viento desacomodaba sus rubios cabellos de un lado a otro. Una lágrima pequeña e insignificante se deslizaba por su mejilla y el extraño se apresuró a limpiársela. Las sombras de la noche caían sobre ambos personajes, el tiempo pasaba y el hombre ya se había apoderado del celular de la joven.

-¿Ves como no te va a pasar nada? Ahora necesito que me enseñes la cartera-le pidió el extraño. Resultaba raro ver a un ladrón tan amable en plena madrugada. Las apariencias engañan, y en mi caso, es completamente cierto.

-Por favor…no…no tengo nada…por favor, no me lastimes-la voz de ella me impacto un poco. Era delicada, sonaba por encima de las olas del mar que rugían ante la injusticia que se estaba cometiendo, por encima de la del ladrón caballeroso que hurgaba en los bolsillos de ella y por encima de los latidos de su propio corazón agitado y aterrorizado.

Y sí, yo sí los estaba contando. Uno a uno.

La pequeña lágrima se había convertido ahora en un sollozo ahogado que golpeaba el pecho de la joven. El extraño deslizó el cuchillo hasta su cuello con delicadeza, mientras ella temblaba con espasmos cada vez más fuertes. Yo sabía que en cualquier momento se desmayaría, aunque estaba aguantando demasiado.

El extraño sacó unos cuantos billetes de los bolsillos de la chaqueta de jean y luego dio dos pasos hacia atrás, su verdadera intención era retroceder y echarse a correr, pero supongo que tuvo que detenerse al sentirme detrás de él.

- ¡¿Quién diablos eres tú?!-me preguntó, rompiendo el silencio de la noche frágil con su grito.

Debajo de la máscara, solo atiné a sonreír.

-Tu peor pesadilla

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