-¡Qué bueno que llegó, señor
Sombra!
Modales. Hasta ahora encuentro
incómodamente extraño que gente como esta tenga cierta clase de respeto, hasta
temor, por alguien como yo.
Un tipo que entra en una reunión
a la que no fue invitado, vestido lo más informal posible y usando una máscara
que le cubre el rostro.
Sí, ironías de la vida.
Ahora, hay ironías de la vida y
luego está mi vida, que parece ser una ironía de por sí.
Observo alrededor, cuatro hombres
examinándome atentamente, como si quisieran desentrañarme con sus ojos,
comprender que puede tener un tipo como yo que lo convierte en necesario, casi
imprescindible para unos tipos como ellos.
Tipos que si bien lo quisieran
podrían matarme en este preciso instante.
-Bien, alguien dejó un detalle en
la puerta de mi contacto hoy – la tranquilidad de mi voz me sorprende. Claro,
en el colmo de lo para nada lógico, me pongo nervioso en circunstancias
totalmente cotidianas, pero aquí parezco un témpano de hielo controlando mis
emociones.
-Era para recordarte que puede
pasar – dice uno de ellos, debe tener entre 45 y 50 años, las entradas en su
frente lo delatan, pero son los pocos cabellos mal peinados los que me hacen
dar cuenta de que lleva en esto más de lo que yo quisiera.
-No es necesario que me lo
recuerden, conozco bien el significado de…esa señal en particular.
-Bien, pues entonces ha hecho
bien al venir hoy, señor Sombra.
-El señor Sombra era mi padre, yo
soy solo Sombra – Estúpido, ni siquiera en tu lecho de muerte vas a dejar de
bromear.
Alguien suelta una risita
ahogada.
“No presiones a la suerte”
Bueno, ya iba siendo hora, ¿no,
Delia?
Silencio sepulcral, hasta que
alguien decide ignorar completamente mi comentario y proseguir.
-Creo que ya has conocido a
nuestro amigo Velarde, ¿cierto? – la pregunta viene de aquel sentado al centro,
al que conocen como “Papo”
-Sí, encantador tipo… ¿les he
contado que tiene un fetiche con las baterías de carros? No me pregunten como
lo sé, solo lo sé – Sucede que cuando empiezo a ponerme nervioso, no puedo
dejar de hablar, ¿lo peor? Que solo digo incongruencias – Fea experiencia, no
la recomiendo.
Nuevamente deciden ignorar mi
comentario y tan solo limitarse a decir lo que deben.
-Bueno, como sabes, ya habíamos
hecho esto con tu amigo Jorge – Su referencia me dolió en el vacío donde se
supondría que debería estar mi corazón – Ahora, quiero aclararte que lo que
pasó aquella vez no tuvo nada que ver contigo ni contra ti.
-¿Te refieres al hecho de dejarme
solo y permitir que fuera golpeado y maniatado incluso después del trato que
teníamos? – siento mi voz endurecerse tan solo de recordar esa noche – No, no
hay resentimientos, viejo. Descuida…me pasa todo el tiempo.
-¡Sabíamos que querías doblarnos,
huevón! – El más pequeño de los presentes se pone de pie, violentamente,
golpeando la mesa al soltar su frase - ¡Te querías tirar para atrás como la
rata cobarde con máscara que eres!
Lo contemplo con interés, esperando
el siguiente movimiento. Llevo una mano a mi cintura, cuidando que no lo vayan
a notar. Me pediste que no presione a la suerte, Delia. Bueno, este soy yo,
forzándola a cooperar.
“Quiero que pienses siempre en la salida más inteligente. Golpear y hacer
daño lo puede hacer cualquiera, ¿Qué puedes hacer diferente tú?”
Maldición, Delia ¿por qué no me
dejas disfrutar esto tan solo un momento?
Rechazo este pensamiento apenas
lo concibo, se parece demasiado a mi yo adolescente.
-Yo no iba a doblar a nadie,
Pirro – le infundo serenidad a mi voz – Cumplí con mi parte del acuerdo, pero
no pretendía convertirme en algo que nunca he sido. Lo único que les pedí fue
que nadie matase a Jorge. En todo caso no fui yo quien rompió nuestro trato.
-Mírate, Sombra – esta vez es el
calvo el que se vuelve a dirigir a mí – Eres joven, sabes lo que haces, lo
haces bien, ¿por qué desperdiciar una oportunidad así?
Aun con los inexpresivos ojos de
mi máscara, él sabe que lo estoy mirando, interesado. Y prosigue.
-Nadie aquí quiere a Velarde, no
queremos tipos que han estado del otro lado, ¿entiendes? Por eso necesitamos
alguien que haya estado en esto lo suficiente como para saber qué hacer.
-¿Qué te hace pensar que yo soy
ese alguien? – Mi pregunta es válida, puesto que hasta ahora tampoco logro
comprender sus razones.
-Las razones no importan, lo que
interesa es saber si estás dentro o fuera.
“Siempre va a haber una razón para seguir hacia adelante”
Delia, ahora no, cariño…necesito
concentrarme.
-¿Y se supone que tengo que
decidir, verdad?
-No – Esta vez es el Silencioso
quien se dirige hacia mí, desde el fondo de su asiento – Tú no decides nada
aquí. Tú solo cooperas. Ya sabes cómo funcionan estas cosas, chico. Si estás
dentro, pues estás dentro y si estás fuera, no estás.
-Ustedes sí que tienen un poder
de convencimiento genial, ¿lo sabían? – Me resignó a saber que soy un payaso
inoportuno.
-Piénsalo muchacho, ¿qué tienes
que perder? Tienes futuro, tienes visión, tienes las agallas. Te estamos
ofreciendo algo que muchos morirían por tener – El calvo se vuelve a dirigir a
mí – ¿No estás cansado de tu estúpida rutina de todas las noches? Esto es algo
mejor, definitivamente.
“Algo mejor”
De repente me encuentro a
kilómetros de aquella reunión, esa misma tarde.
“-¿No te has puesto a pensar que tú también te mereces algo mejor?
-¿Y eres tú algo mejor?
La pregunta se arrancó de mis labios casi instintivamente, como si
tuviera vida propia. No caí en la cuenta de su significado hasta que ya la
había dejado flotando en el aire. El silencio que prosiguió no hizo más que
confirmarme lo que yo ya sabía.
Ella era algo mejor, solo que tal vez no para mí”
-Por lo menos puedo tomarme un
tiempo para pensarlo, ¿no?
-Esto va a suceder pronto, chico –
El Silencioso clavó una mirada desafiante sobre mí, como si estuviera retándome
– El próximo feriado largo será el último de Velarde y su gente. Nadie quiere
esperar más tiempo en vano.
-¿Semana Santa? ¿Es que acaso no
tienen algo de respeto? – Encuentro mi queja algo ridícula, teniendo en cuenta
que estoy rodeado de asesinos y delincuentes.
Un coro de carcajadas resuena
dentro de la habitación. Ni siquiera el Silencioso puede contenerse ante la
ingenuidad de mi reclamo.
El Silencioso, todavía guardo
recuerdos de aquel hombre. Era quien estaba a cargo de todo, años atrás, cuando
apenas este mundo de maldad se abría ante mí, deslumbrándome. Recuerdo haberlo
visto un par de veces, cuando todo esto era tan divertido que no necesitaba una
máscara para proteger mi dignidad o mi vida. “Ese chico tiene huevos”, le había escuchado decir alguna vez.
Aquella noche, fue lo primero que conté en la mesa.
“-Y luego me miró y dijo que tenía huevos – Mis manos enfatizaban mis
palabras, buscando sorprender a mi audiencia mientras sentía en mi rostro una
idiota sonrisa de oreja a oreja.
Jorge me miraba, anonadado. Su boca estaba entreabierta y sus ojos,
expectantes.
-¿Te hace mucha gracia que un delincuente piense eso de ti?
Fue su voz la que me sacó del trance en el que me encontraba.
-Pero… - No pude hacer más que balbucear – Es que él está a cargo de
todo, es importante.
-Es un delincuente, ¿eso es lo que tú quieres para ti? – Sus ojos me
miraron con severidad.
-No – agaché la cabeza, avergonzado
-¿Y qué es lo que quieres para ti, entonces?
-No lo sé, Delia…no lo sé.”
De alguna extraña forma, podría
decirse que el Silencioso sabía quién era debajo de la máscara, solo que no
había asociado que aquel chiquillo intrépido y el enmascarado desafiante que
tenía hoy frente a él fueran la misma persona.
-Tienes tres días – Fue aquel
mismo personaje del pasado el que me apagó los recuerdos – Ya sabes, estás con
nosotros o contra nosotros. Pero si eliges esto último, sabes cómo se acaba.
Paseé mis ojos por aquellos
personajes por última vez, todos me miraban con burla, convencidos de que no
tendría otra opción.
El problema es que conociendo lo
terco que puedo resultar, siempre habrá otra opción.
Me dirigí a la puerta, sintiendo
la tormenta por llegar.
Siempre me había preguntado cada
noche, si es que aquella sería la última. Si es que todo se acabaría de una
manera trágica y despiadada. Una bala atravesándome, un cuchillo
incrustándoseme, una paliza mortal, un mal salto, un pésimo cálculo, una caída
estrepitosa. Tantas formas de morir y solo un sujeto para probarlas todas.
Sin embargo en aquel momento lo
supe. No sería ninguna de aquellas con las que había fantaseado por años.
Sería la decisión que tomé ahora la
que me costaría la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario