Sucede mucho que mis fronteras no
estén bien definidas.
Momentos en los que no sé qué
hacer con los sentimientos del hombre debajo de la máscara y estos nublan mi
capacidad de concentrarme en el aquí y ahora.
Lo cual me puede costar la vida.
-¡Maldito imbécil! ¿Quieres
jodernos la vida? – El grito exasperado del hombre que se aferra a mi pierna me
saca de cualquier tribulación interna.
¡Ah, sí! ¿No lo había mencionado?
Me encuentro colgando a casi treinta metros de una viga que puede romperse en
cualquier momento y sí, por si se lo estaban preguntando, sí podría ser peor.
Siempre puede ser peor.
Pero el tema no es ese, pues bien…quizás
te estés preguntando cómo rayos fue que llegué a parar a esta situación. La
respuesta a esa interrogante es condenadamente simple.
Soy estúpido.
O mejor dicho, el hombre debajo
de esta máscara lo es.
Me sucede mucho que pienso en él
y en mí como entidades separadas, como dos polos opuestos que luchan por
controlar una existencia que ninguna de los dos tienen asegurada. Y vivimos
así, en una constante batalla. Sus sentimientos contra mis influencias, su
dolor contra mi capacidad de evitar el daño.
Sus pérdidas contra mis pecados.
Aunque unas sean la consecuencia directa de las otras.
O quizás simplemente es que no
estoy listo para reconocer que la misma persona pueda tener ángulos tan
brutalmente distintos entre sí.
Es decir, ¿quién imaginaría al
chico bueno poeta saltando de techo en techo por las noches, con nada más que 5
cuchillas amarradas a su cintura? Es bastante inverosímil. Cualquiera pensaría
que es una genial historia ficticia sacada de la imaginación inagotable de un
tipo que sueña con personajes que mueren trágicamente solo para satisfacer
cierto anhelo creativo.
No sabes lo que daría para que
fuese así. Para que se tratase tan solo de una ficción mal guionizada.
-¿En qué mier** estás pensando,
chico? ¡Nos vas a matar a ambos! – El barbudo insiste en que salve su vida. Lo
que no sabe es que la mía ya está perdida.
-¿Sabías que gritar más fuerte no
va a hacer que no caigamos, verdad? – Trato de aplicar la lógica y el
razonamiento. Sí, claro…y cuando realmente debería aplicarlos, están de
vacaciones.
¿Por qué sigo haciendo esto?
Me lo he preguntado millones de
veces, billones…infinitas veces. La respuesta sigue siendo la misma. Ahí afuera
siempre hay alguien que puede necesitarlo y en vista de que siempre fue tan
sencillo hacer daño, ¿cómo reparas ese daño?
¿Ayudando a otros por el resto de
tu vida? ¿Evitando esquemas de maldad organizada más grandes y complejos que tú
y tu miserable doble vida?
“Mientras haya algo que puedas hacer y no lo hagas, ¿crees que eso te
hace más digno?”
Su voz resuena en mi cabeza como
un eco lejano que me gustaría alcanzar. Clara, nítida y con todas las
tonalidades respectivas. Como en esos momentos en los que bastaba tan solo con intercambiar
miradas para que conocieras los verdaderos colores de mi alma. Para que
juntases todos mis pedazos y me convencieras de que ahí afuera había algo mejor
esperándome.
¿Por qué, Delia?
-¡Auxilio! ¡Ayuda! – La desesperación
del barbudo comienza a fastidiarme.
Tuve que perderte para comprender
la magnitud de lo que se imponía ante mí. Yo no pude verlo antes, era tan solo
un adolescente irresponsable que hacía cosas por llevar la contra a los demás.
Era tan solo un niño asustado, que necesitaba una vía de escape para todo ese
miedo, para todo ese pánico, para todo ese dolor.
Si tan solo en ese tiempo hubiera
conocido la literatura, quizás todo sería distinto ahora.
“¿Eres tú un luchador o eres de esos que se acobardan cuando las cosas
se ponen difíciles?”
Bueno, soy un tipo que está
colgando a casi treinta metros de una viga que puede romperse en este preciso
instante, así que optaré por la primera.
Soy un luchador. Al menos eso
creo.
Por esta noche me vendría bien
serlo. Aunque muchas otras no sepa ni tenga una aproximación a qué demonios
soy, somos o cualquier conjugación posible del verbo ser.
“No porque quieras parecer misterioso y complicado significa que lo
seas, niño”
Siempre supiste exactamente que
decir y siempre lo decías en el momento indicado. Por eso es que extraño esas
noches en las que una taza de cocoa y un pan con mermelada eran una inyección
de moral suficiente que me permitía encarar los retos nocturnos con un poco más
de optimismo.
-¡Alguien ayúdeme, por favor!
¡Nos estamos cayendo!
-Por favor, deja de gritar. Estoy
intentando pensar.
-¡PENSAR UN CARAJO! ¡TÚ QUERRÁS
MORIRTE, PERO YO NO!
“¿Alguna vez has pensado en acabar con tu vida?
Puedo decirte con total y
absoluta sinceridad, que no. Nunca lo he considerado.
Y aun así, aquí estoy. Pero ya
hablando en serio… ¿me las he visto peores, no?
¡Oh, sí! ¿Recuerdas aquella vez…?
Decido que ya estuvo de pensar y
pasemos mejor a ayudar al barbudo.
-Bueno, se acabó el show. Ahora
nos vamos – trato de ser bromista y solo recibo una expresión aterrada.
Yo no soy fuerte, pero soy un
luchador. Este camino prestado lo vengo recorriendo hace más de 10 años y si
algo me ha enseñado es a aprovechar tus cualidades.
Bueno, ciertas habilidades.
Porque si hablamos del canto, la poesía o la literatura, ya hubiera muerto hace
mucho.
-¡Sujétate de mis piernas!
Me balanceo lo más fuerte que
puedo, mis brazos están a punto de fallarme. ¡Maldita sea la flojera por no
dejarme ir nunca a un gimnasio!
Yo no soy fuerte, pero soy un
luchador.
Aun cuando me puedes golpear con
todo lo que tengas, siempre me voy a levantar.
Me las he visto en peores
situaciones. Incendios, decepciones, rechazos, friendzone, todos combinados o
en combinaciones de dolor radicalmente nuevas.
Siento mi columna doblarse, mis
codos hacen un intento sobrehumano para no romperse. Creo que todas mis
articulaciones acaban de crujir en una ópera estremecedora.
Varias imágenes en mi cabeza como
destellos. Mi amigo tendido durmiendo en una camilla, Beatriz hablándome sobre
como nunca más quiere volver a atenderme pasadas las 12 de la medianoche y en
un estado más que deplorable. Yo, en casa, soltando un grito desgarrador desde
el fondo de mi ser. Aquel mensaje copiado, aquel sentimiento muerto, aquel
amigo perdido.
“No te alejes, por favor”
Maldición, esa no eres tú, Delia.
Solo un poco más…brazos, no me
fallen ahora. Un último esfuerzo, un balanceo y luego, otro más.
Un golpe sordo, el impacto de un
cuerpo contra el piso. El barbudo se pone de pie, rápidamente, atontado,
asustado, me mira directamente. Lo veo a través de la máscara.
No va a ayudarme. Debí haberlo
sabido.
Se aleja corriendo como si
hubiera visto un fantasma y me encuentro ahí, colgando. Con los sentimientos
desbordando mi pecho queriendo aventarse en una caída mortal.
Me dejo caer, y el vértigo me recuerda lo que sentí aquel día mientras contabilizaba los 20 minutos que faltaban para ver una película de la que ni siquiera recuerdo el nombre.
Esto es lo que soy, el hombre que cae, el hombre que se avienta al vacío solo por ser un poco más digno, por ser un poco más merecedor de algo mejor.
Yo soy Sombra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario