11 de marzo del 2015
Hoy fue uno de esos días.
Y al mismo tiempo, no lo fue.
En un mundo paralelo, entro a mi
cuarto sintiendo la ira correr por mis venas, quemándome el corazón y
achicharrándome las buenas intenciones, rebusco entre algunas cosas
violentamente y la encuentro…ahí, donde siempre ha esperado mi regreso. Los
ojos vacíos y carentes de expresión alguna me miran con frialdad, retándome con
una súplica silenciosa.
“Hazlo…solo una vez más”
La tomo entre mis manos, la contemplo
por unos segundos y me decido a fundirme de nuevo con aquel que me mira desde un
rincón de la oscuridad de mi alma. Aguardando, paciente, a que el transcurrir
del día a día me derrote, me patee en el suelo y se burle de mí.
Él lo sabe porque me conoce,
hemos hecho esta danza por tanto tiempo que conoce mis debilidades, mis
flaquezas y sabe en qué momento, mi única alternativa será recurrir a él. Ese
momento en el que mis tribulaciones serán más fuertes que mi voluntad de
mantenerme alejado de un camino que no es el mío, pero que me resulta un
préstamo peligroso.
Sombra.
Salgo de mi habitación, cuidando
de no hacer mucho ruido, no vaya a ser que mis miedos se vayan a despertar. Me
escabullo entre la ventana y salgo a buscar una razón para seguir moviéndome,
tratando de recordar que es hacia adelante que debo ir. Buscando la buena
acción que ponga mis números un poco menos en contra mía de lo que ya están, de
lo que siempre estarán.
Y por dentro me pregunto qué
pensarías de mí si vieras en lo que se ha convertido mi vida ahora, Delia.
Porque nunca puedo evitar reflexionar acerca de cuan diferente sería todo si tú
estuvieras aquí, tal vez sabrías que decirme o quizás solo me lanzarías una de
esas miradas que removían hasta el más fuerte de los cimientos sobre los que se
asienta mi vida.
Pero tú no estás aquí y me
encuentro solo.
Sin embargo, ese es un mundo
paralelo y aquel no soy yo.
Hoy llegué con esas ganas de
mandar todo al diablo. Con esa energía negativa que te consume como un fósforo
prisionero que ve acabar su existencia consumida por el fuego ante sus propios
ojos. Con esa rabia e impotencia de no poder cambiar tus circunstancias, porque
una fuerza superior a ti parece repartirte las peores cartas a cada turno y te
encuentras frente a un juego que, de antemano, sabes que no podrás ganar.
Hoy fue uno de esos días en los
que todo lo que puede salir mal, sale mal; uno de esos días en los que el
destino se burla de ti, mientras te pregunta “¿Creíste que ya era suficiente?
Pues no”
Pero un solo hecho puede cambiar
el rumbo de las cosas.
Una palabra dicha en el momento
preciso. Una conversación iniciada en el instante justo. Puede hacerte dar
cuenta.
Puede salvarte la vida.
Porque la energía cambia,
evoluciona y fluctúa. Y dentro de ese proceso, siempre habrá un catalizador que
agilizará o que hará más llevadera la situación.
Pues bueno…te extraño,
catalizador. Y por eso es que tomo lapicero y papel, te escribo una nota
mental, la envío a la dirección que no conozco…que te agradezco, que lo
aprecio, que te admiro.
No me preguntes porque lo
escribo, solo sé que vale la pena hacerlo.
Porque en noches como esta, me
salvaste la vida. Sin magia, sin prisa. Solo con la verdad, solo con un toque
justo de serenidad.
Tú no lo sabes, yo no lo
entiendo.
Esta noche dormiré tranquilo y se
dibujará una sonrisa en mi rostro. Mañana será otro día, uno en el que la lucha
continúe. Sea como sea, que sepas que no me siento solo y tú tampoco lo estás.
Y así está bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario