sábado, 28 de marzo de 2015

Para no olvidar

“El camino del héroe es un camino solitario”

Mi abuelo solía decir eso mucho.

Es raro, porque nunca me he considerado un héroe como tal. Para eso tenemos a los bomberos, a los buenos policías, a los ciudadanos de a pie que día a día hacen de este, un lugar mejor. Ellos son héroes.

Con familias, con sueños, con metas y objetivos por alcanzar. Personas que se muestran tal cual son ante el resto, sabiendo que hacen una diferencia con sus pequeñas buenas acciones.

Siendo así, ¿cómo podría yo ser un héroe?

Y sin embargo, he elegido un camino solitario.

Irónico, ¿no?

Han sucedido tantas cosas y han sucedido en apenas una semana, que me sigue pareciendo increíble como los momentos cambian y varían sin ninguna contemplación, sin preguntarnos si estábamos listos, siquiera si podríamos con todo. Es raro porque justo al cumplirse una semana de una serie de eventos, se cumple un mes de una serie de otros. Los tiempos cuadran, solo que no nos dimos cuenta que no estábamos listos ni para uno ni para otro.

Yo no estaba listo.

Para darme cuenta de esto, tuve que morir, resucitar, reflexionar y decidir.

Morí y vi mis miedos hacerse realidad, me enfrenté al fracaso, al olvido y a la resignación y creo que las vencí, puesto que estoy escribiendo esto, ¿cierto?

Resucité, reviví y me reconfiguré en un ser que desprecio, pero que necesito. En un ser que ha tomado tantas cosas de mí y sin mi permiso, que muchos se preguntan por qué se lo permito. Para que yo pudiera vivir la vida que me corresponde, él tenía que morir. Pero para que aquellos que me han demostrado lo valiosa que es la vida puedan vivir tranquilos, tenía que hacerlo yo.

Reflexioné y me vi cara a cara con mi conciencia y mis fantasmas del pasado. Ella me dijo que no lo hiciera y fue la única vez en la que tuve que verla y decirle “Esta vez no puedo escucharte”

¿Por qué insistes en alejarte de las personas a las que les importas?”

¿Complicado? No lo creo, puesto que escriba lo que escriba, diga lo que diga o haga lo que haga, nada va a cambiar lo que ya está hecho. Las cosas que fueron dichas y escritas, ya han quedado plasmadas en los corazones.

¿Cómo luchas entonces contra todos esos sentimientos, contra todos esos buenos recuerdos? ¿Te pones una máscara y los entierras en el fondo de tu ser, deseando que esta noche puedas ser un poco más fuerte que la anterior y no tengas que añorar una vida que pudo ser tuya pero que rechazaste?

El camino del héroe es un camino solitario, quizás mi abuelo tenía razón. Quizás un héroe deba estar solo, al fin y al cabo, son aquellos enemigos, esas personas crueles y malvadas las que apuntarán, no al héroe, sino a sus seres queridos. Siempre es así, porque el daño se multiplica en niveles exponencialmente altos. ¿Es justo entonces que otras personas tengan que pagar las consecuencias de las acciones que uno eligió?

No, como tampoco es justo que tengan que cargar el peso de la responsabilidad que no es suya, pero prestada. Que solo causa dolor.

Es interesante esto del dolor, puesto que te hace reflexionar acerca de tus límites. Y también te hace considerar cuando es recomendable cruzarlos.

El problema parece ser que a veces, ni siquiera cruzando tus propios límites, es suficiente.

Hoy tomé una decisión incorrecta. Lo sabía desde el momento en que se concibió en mi mente, sabía que no era la mejor decisión, puesto que no se me presentaban las mejores alternativas.

Acción errada que te lleva a decisión incorrecta. Así es como funciona.

No voy a morir, ya he pasado por eso. Fea experiencia, no la recomiendo. Por lo que tendré el resto de mi vida para preguntarme “¿Qué hubiera pasado si…?”.

No soy un héroe, pero he elegido el camino solitario. Y no quisiera ser malinterpretado aquí. Lo he elegido no porque no existan personas dispuestas a recorrer mi camino conmigo, me ha quedado bastante claro que hay muchas que pondrían un hombro solo por verme sonreír.

Lo escogí porque no puedo, ni consciente ni inconscientemente, someter a nadie al continuo dolor, preocupación y pánico que implica mi vida a este momento. He visto las consecuencias de primera mano, he visto el terror de pensar que el final llegó. No en mis ojos, eso es peor. He tenido que enfrentarme al hecho de saber que de no estar aquí, el dolor se llevaría a las personas que quiero.

Y eso me lleva a elegir cortar mis vínculos. Porque la persona que debe estar a mi lado es un ideal, una utopía de fuerza y confianza. Tal y como un agujero negro. Lo conocemos teóricamente, pero nunca hemos visto uno en la vida.

Lamentablemente, dicha persona no ha sido creada.

Yo no soy una máscara, no soy un sobrenombre, no soy un héroe ni un justiciero que busca enmendar y reparar sus pecados pasados.

Soy solo un hombre que intenta hacer de este lugar un mejor sitio. ¿Es esto algo mejor? Probablemente, no. Lo más seguro es que no, pero tengo que aceptarlo, porque a veces es mejor aceptar lo que tenemos y no lo que merecemos, sino podríamos pasarnos toda la vida esperando algo que nunca llegará.

Un viejo “amigo” que ahora ya no está me dijo alguna vez que las personas como yo no tenemos esperanza, que no debíamos creer a las personas que nos decían cosas “bonitas y positivas” sobre nosotros, porque en el fondo somos malas personas, que han hecho daño y que están condenadas por su pasado.

Ahora sé que mi pasado no define quien soy hoy, y eso me hace libre de decidir.

Lastimosamente, mis opciones para decidir nunca han sido las mejores.

Nunca quise hacer parte de este mundo a nadie, pero las circunstancias me obligaban desesperadamente a buscar un poco llenar el vacío que tengo en mi interior, a través de la confianza, a través de una palabra de apoyo, a través de un poco del cariño que me pudo faltar.

Cuando me daba cuenta de la magnitud de lo que generaba, del dolor al que estaba exponiendo a la gente que me importaba, ya era tarde.

Claro…a veces exponerse y mostrarse vulnerable puede acabar con tu vida, ¿cierto? Es por eso que ese poder debe quedarse en tus manos, para que seas tú y solo tú el que decida cómo termina. Y ni siquiera así será suficiente, porque a veces el final no satisface a todo el mundo.

No importa ya, no volveré a cometer el mismo… ¿error? ¿Puedo llamar error a aquellos vínculos que me dieron esperanza, alegría y una razón para seguir en determinado momento? No, no es justo. Por eso escribo esto, para cuando sienta las fuerzas faltarme, recordarme a mí mismo que esta fue mi decisión y que debo vivir con ella y asumir las consecuencias.

Esta es mi cruz, este es mi “don”. Este es ese “algo mejor” que me toca y si no lo es…pues me corresponde a mí convertirlo en ello.

Hoy me miraré al espejo, tratando de comprender un poco el dolor y el vacío del hombre que me devolverá la mirada a través de él.

Luego, me sacaré la máscara de chico normal “con tribulaciones, miedos, angustias, deseos de año nuevo que espera cumplir y todas esas cosas”, me despojaré un poco de los sentimientos, aunque esto me arranque la carne de los huesos. Y justo antes de volver a interpretar el papel que me ha tocado en esta tragedia, pensaré en ti, en ustedes, en nosotros, en todos. En los que ya no están, en los que estuvieron y abandonaron el barco, en los que obligué, amable y no tan amablemente, a bajarse. Supongo que el capitán siempre se hunde con su nave, ¿no?

“Sí de alguna manera astral o del más allá puedes escucharme, te quiero. Sé que siempre lo repito, pero nunca es tarde…quizás algún día nos podamos volver a encontrar”

Luego, seré él otra vez.

El “héroe” que eligió su camino solitario. El único responsable. Aquel que puede ser el malo de la historia. Aquel que sigue buscando su final. Ese hombre que te cuidará y pensará en ti mientras se apodera de los tejados ajenos, mientras le da la espalda a la normalidad, a la felicidad y a cuanta esperanza haya podido existir en un día como hoy, al que se le debe guardar respeto.


Sombra.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Yo (no) soy Sombra

Sucede que a veces no puedo evitar esa sensación de que haga lo que haga, nunca será suficiente.  

Siempre he vivido la situación desde una sola perspectiva, siempre he sido el hombre que engaña a la noche y le roba un poco de esperanza para regresar a escondidas por las mañanas. Al principio era divertido, la adrenalina de lo desconocido, el impulso de ir hacia donde otros no han ido y la libertad de lo que no está permitido.

Pero por sobre todo, el secreto que guardar.

Recuerdo aquel tiempo en el que esto era un secreto oscuro, un secreto que era mejor guardar recelosamente, puesto que si se revelaba, dejaría libres numerosas pestes, cual caja de Pandora. Por eso comencé a usar una máscara sobre mi rostro. Porque estaba convencido de que nadie estaba listo para una revelación de semejante magnitud.

Que él y yo éramos la misma persona…o que no éramos ninguna, al fin y al cabo.

Porque una se configuraba como la perfecta negación de la otra.

Luego comenzaron a aparecer personas importantes en mi vida, pero solo podía permitirles involucrarse hasta cierto punto. A partir de ahí comenzaban las preguntas ¿Por qué siempre estás tan cansado? ¿De dónde salen esas enormes ojeras? ¿Qué hiciste anoche? ¿Por qué tienes la cara golpeada?

Nunca he sido bueno poniendo excusas, aun cuando por la vida que he llevado, debería ser un maestro de las mentiras.

Hasta hoy tengo en la memoria la noche aquella en la que la primera persona ajena al mundo en el que me muevo supo quién era en realidad. No puedo olvidar su expresión de pánico, angustia y desconcierto. Su mirada perdida y su pecho agitado. Su tono de voz alarmado al preguntar por qué seguía haciendo cosas como esta.

Su expresión decepcionada al saber que seguiría haciéndolas.

Y así, la lista fue creciendo en número. Las reacciones fueron diversas, algunas personas prefirieron alejarse por sí mismas, otras nunca descubrieron como es que me perdieron de sus vidas. Algunas entendieron que era por su propio bienestar. O quizás simplemente era que no podía aguantar el hecho de que revelar algo como esto acabe con todo lo demás.

Es curioso, una vez que la gente sabe quién soy en realidad, parece preocuparse súbitamente más por lo que me suceda. No los juzgo, lo que hago es peligroso. Pero no sé…a veces me gustaría sentir que es el hombre debajo de la máscara el que importa un poco más que toda esta vida que, en su momento, estúpidamente escogí.

Yo soy Sombra y, al mismo tiempo, no lo soy. Soy simplemente un chico asustado que se pone una máscara para escapar de la cotidianeidad de su vida, para esconder miedos que por sí solos me atormentarían, para enfrentar rechazos que me derrumbarían.

Una máscara condena mi vida y es también la que une mis piezas y me configura en un ser que puede trascender.

Pero que también puede perderlo todo.

Antes hacía esto convencido de que lo arriesgaba todo porque no tenía nada que perder. Ahora, en cambio, ya no estoy tan seguro.

Y es que resulta tan tonto pensar que puedes perder algo que nunca fue tuyo, pero aun así, temo y me duele dejar a las personas que me importan temiendo lo peor por mí.

Trato de no pensar en ello mientras doy un salto, o mientras estoy frente a frente con alguien que ha estado a punto de hacer daño gratuitamente, pero no puedo evitarlo.

Ni siquiera una máscara puede evitar que a veces las fuerzas me falten.

Esta noche salgo de nuevo, una vez más. Estoy cansado, mi cuerpo está lastimado y mi corazón se siente olvidado. Esta noche me pondré una máscara para tratar de sentir que las fuerzas que tengo serán suficientes para luchar.

Pero a la distancia, sé que habrá corazones latiendo con preocupación por el tipo extraño que sale a apoderarse de los techos ajenos.

Y así, sintoniza tus latidos con la frecuencia del dolor. Luego, escucha.

En el firmamento, alguien tal vez elevará una oración por mi seguridad, mientras que otra persona derramará quizás una solitaria lágrima esperando a aquel hombre, el hombre que cae por ser merecedor de algo mejor.


El hombre que mañana no será Sombra. 

Crónicas de Nuevo Año - La Reunión

-¡Qué bueno que llegó, señor Sombra!

Modales. Hasta ahora encuentro incómodamente extraño que gente como esta tenga cierta clase de respeto, hasta temor, por alguien como yo.

Un tipo que entra en una reunión a la que no fue invitado, vestido lo más informal posible y usando una máscara que le cubre el rostro.

Sí, ironías de la vida.

Ahora, hay ironías de la vida y luego está mi vida, que parece ser una ironía de por sí.

Observo alrededor, cuatro hombres examinándome atentamente, como si quisieran desentrañarme con sus ojos, comprender que puede tener un tipo como yo que lo convierte en necesario, casi imprescindible para unos tipos como ellos.

Tipos que si bien lo quisieran podrían matarme en este preciso instante.

-Bien, alguien dejó un detalle en la puerta de mi contacto hoy – la tranquilidad de mi voz me sorprende. Claro, en el colmo de lo para nada lógico, me pongo nervioso en circunstancias totalmente cotidianas, pero aquí parezco un témpano de hielo controlando mis emociones.

-Era para recordarte que puede pasar – dice uno de ellos, debe tener entre 45 y 50 años, las entradas en su frente lo delatan, pero son los pocos cabellos mal peinados los que me hacen dar cuenta de que lleva en esto más de lo que yo quisiera.

-No es necesario que me lo recuerden, conozco bien el significado de…esa señal en particular.

-Bien, pues entonces ha hecho bien al venir hoy, señor Sombra.

-El señor Sombra era mi padre, yo soy solo Sombra – Estúpido, ni siquiera en tu lecho de muerte vas a dejar de bromear.

Alguien suelta una risita ahogada.

“No presiones a la suerte”

Bueno, ya iba siendo hora, ¿no, Delia?

Silencio sepulcral, hasta que alguien decide ignorar completamente mi comentario y proseguir.

-Creo que ya has conocido a nuestro amigo Velarde, ¿cierto? – la pregunta viene de aquel sentado al centro, al que conocen como “Papo”

-Sí, encantador tipo… ¿les he contado que tiene un fetiche con las baterías de carros? No me pregunten como lo sé, solo lo sé – Sucede que cuando empiezo a ponerme nervioso, no puedo dejar de hablar, ¿lo peor? Que solo digo incongruencias – Fea experiencia, no la recomiendo.

Nuevamente deciden ignorar mi comentario y tan solo limitarse a decir lo que deben.

-Bueno, como sabes, ya habíamos hecho esto con tu amigo Jorge – Su referencia me dolió en el vacío donde se supondría que debería estar mi corazón – Ahora, quiero aclararte que lo que pasó aquella vez no tuvo nada que ver contigo ni contra ti.

-¿Te refieres al hecho de dejarme solo y permitir que fuera golpeado y maniatado incluso después del trato que teníamos? – siento mi voz endurecerse tan solo de recordar esa noche – No, no hay resentimientos, viejo. Descuida…me pasa todo el tiempo.

-¡Sabíamos que querías doblarnos, huevón! – El más pequeño de los presentes se pone de pie, violentamente, golpeando la mesa al soltar su frase - ¡Te querías tirar para atrás como la rata cobarde con máscara que eres!

Lo contemplo con interés, esperando el siguiente movimiento. Llevo una mano a mi cintura, cuidando que no lo vayan a notar. Me pediste que no presione a la suerte, Delia. Bueno, este soy yo, forzándola a cooperar.

“Quiero que pienses siempre en la salida más inteligente. Golpear y hacer daño lo puede hacer cualquiera, ¿Qué puedes hacer diferente tú?”

Maldición, Delia ¿por qué no me dejas disfrutar esto tan solo un momento?

Rechazo este pensamiento apenas lo concibo, se parece demasiado a mi yo adolescente.

-Yo no iba a doblar a nadie, Pirro – le infundo serenidad a mi voz – Cumplí con mi parte del acuerdo, pero no pretendía convertirme en algo que nunca he sido. Lo único que les pedí fue que nadie matase a Jorge. En todo caso no fui yo quien rompió nuestro trato.

-Mírate, Sombra – esta vez es el calvo el que se vuelve a dirigir a mí – Eres joven, sabes lo que haces, lo haces bien, ¿por qué desperdiciar una oportunidad así?

Aun con los inexpresivos ojos de mi máscara, él sabe que lo estoy mirando, interesado. Y prosigue.

-Nadie aquí quiere a Velarde, no queremos tipos que han estado del otro lado, ¿entiendes? Por eso necesitamos alguien que haya estado en esto lo suficiente como para saber qué hacer.

-¿Qué te hace pensar que yo soy ese alguien? – Mi pregunta es válida, puesto que hasta ahora tampoco logro comprender sus razones.

-Las razones no importan, lo que interesa es saber si estás dentro o fuera.

“Siempre va a haber una razón para seguir hacia adelante”

Delia, ahora no, cariño…necesito concentrarme.

-¿Y se supone que tengo que decidir, verdad?

-No – Esta vez es el Silencioso quien se dirige hacia mí, desde el fondo de su asiento – Tú no decides nada aquí. Tú solo cooperas. Ya sabes cómo funcionan estas cosas, chico. Si estás dentro, pues estás dentro y si estás fuera, no estás.

-Ustedes sí que tienen un poder de convencimiento genial, ¿lo sabían? – Me resignó a saber que soy un payaso inoportuno.

-Piénsalo muchacho, ¿qué tienes que perder? Tienes futuro, tienes visión, tienes las agallas. Te estamos ofreciendo algo que muchos morirían por tener – El calvo se vuelve a dirigir a mí – ¿No estás cansado de tu estúpida rutina de todas las noches? Esto es algo mejor, definitivamente.

“Algo mejor”

De repente me encuentro a kilómetros de aquella reunión, esa misma tarde.

-¿No te has puesto a pensar que tú también te mereces algo mejor?

-¿Y eres tú algo mejor?

La pregunta se arrancó de mis labios casi instintivamente, como si tuviera vida propia. No caí en la cuenta de su significado hasta que ya la había dejado flotando en el aire. El silencio que prosiguió no hizo más que confirmarme lo que yo ya sabía.

Ella era algo mejor, solo que tal vez no para mí”

-Por lo menos puedo tomarme un tiempo para pensarlo, ¿no?

-Esto va a suceder pronto, chico – El Silencioso clavó una mirada desafiante sobre mí, como si estuviera retándome – El próximo feriado largo será el último de Velarde y su gente. Nadie quiere esperar más tiempo en vano.

-¿Semana Santa? ¿Es que acaso no tienen algo de respeto? – Encuentro mi queja algo ridícula, teniendo en cuenta que estoy rodeado de asesinos y delincuentes.

Un coro de carcajadas resuena dentro de la habitación. Ni siquiera el Silencioso puede contenerse ante la ingenuidad de mi reclamo.

El Silencioso, todavía guardo recuerdos de aquel hombre. Era quien estaba a cargo de todo, años atrás, cuando apenas este mundo de maldad se abría ante mí, deslumbrándome. Recuerdo haberlo visto un par de veces, cuando todo esto era tan divertido que no necesitaba una máscara para proteger mi dignidad o mi vida. “Ese chico tiene huevos”, le había escuchado decir alguna vez. Aquella noche, fue lo primero que conté en la mesa.

“-Y luego me miró y dijo que tenía huevos – Mis manos enfatizaban mis palabras, buscando sorprender a mi audiencia mientras sentía en mi rostro una idiota sonrisa de oreja a oreja.

Jorge me miraba, anonadado. Su boca estaba entreabierta y sus ojos, expectantes.

-¿Te hace mucha gracia que un delincuente piense eso de ti?

Fue su voz la que me sacó del trance en el que me encontraba.

-Pero… - No pude hacer más que balbucear – Es que él está a cargo de todo, es importante.

-Es un delincuente, ¿eso es lo que tú quieres para ti? – Sus ojos me miraron con severidad.

-No – agaché la cabeza, avergonzado

-¿Y qué es lo que quieres para ti, entonces?

-No lo sé, Delia…no lo sé.”

De alguna extraña forma, podría decirse que el Silencioso sabía quién era debajo de la máscara, solo que no había asociado que aquel chiquillo intrépido y el enmascarado desafiante que tenía hoy frente a él fueran la misma persona.

-Tienes tres días – Fue aquel mismo personaje del pasado el que me apagó los recuerdos – Ya sabes, estás con nosotros o contra nosotros. Pero si eliges esto último, sabes cómo se acaba.

Paseé mis ojos por aquellos personajes por última vez, todos me miraban con burla, convencidos de que no tendría otra opción.

El problema es que conociendo lo terco que puedo resultar, siempre habrá otra opción.

Me dirigí a la puerta, sintiendo la tormenta por llegar.

Siempre me había preguntado cada noche, si es que aquella sería la última. Si es que todo se acabaría de una manera trágica y despiadada. Una bala atravesándome, un cuchillo incrustándoseme, una paliza mortal, un mal salto, un pésimo cálculo, una caída estrepitosa. Tantas formas de morir y solo un sujeto para probarlas todas.

Sin embargo en aquel momento lo supe. No sería ninguna de aquellas con las que había fantaseado por años.


Sería la decisión que tomé ahora la que me costaría la vida. 

Pesadillas lúcidas

La muchacha caminaba por el parque, riendo. Su amiga la alcanzó por detrás, mientras gritaba su nombre. La neblina era espesa y a lo lejos, el mar rugía. Las luces de la ciudad estaban más encendidas que nunca, como si hubieran olvidado que era más de la media noche. Ambas estaban felices, despreocupadas, ¿cuál era el problema con dos jóvenes que simplemente querían divertirse saliendo de una discoteca a las 4 de la madrugada?

Era un sitio extraño aquel, toda la estructura comercial se escondía tras la fachada de un simple parque con vista al mar, y debajo, se alzaba un paraíso de escape para muchas personas. Lo único que la gente buscaba yendo a lugares como ese era diversión, relajo y olvidarse un poco de los problemas habituales.

El extraño estaba sentado en una de las bancas del parque, tan solo una polera con capucha y unos guantes negros lo abrigaban. Se encontraba bastante encogido y las muchachas solo se alejaron un poco, pensando que era algún ebrio dormido. Ya les había ocurrido antes así que quisieron asegurarse de que su noche no terminara mal o quizás con alguna de esas historias que cuentas, pero que desearías que nunca te hubieran sucedido.

Él las vio de reojo, llevaba también una bufanda negra que le cubría el rostro hasta la nariz, solo se veían sus ojos, negros, resaltados en la oscuridad de la noche. Una de las chicas giró la cabeza y se topó con su mirada, nunca había visto algo así: puro odio, maldad, resentimiento. En ese momento, supo que algo debía estar completamente mal.

Chicas desconocidas, hombre desconocido. El azar juega muchas cartas, pero todas llevan siempre al mismo resultado. El extraño se puso de pie lentamente, mientras las chicas apresuraban el paso, ansiosas. Una le susurraba a la otra, luego ambas volteaban y veían al hombre caminando tras de ellas. Al principio no parecía que las estuviera siguiendo, hasta que una de ellas lo vio meter la mano en el bolsillo. No pudo avanzar más cuando observó el cuchillo salir en la mano del hombre.

-¿Qué pasa? ¡Tenemos que irnos, ya!-le dijo su compañera

La otra chica, rubia y de ojos verdes, seguía inmóvil, mirando como la inminente proximidad del extraño la ponía en peligro no solo a ella, sino a su amiga. Trató de gritar, pero comprendió la situación. No había nadie a quien pudiera recurrir en ese mismo instante. Un atisbo de coraje cruzó por su mente “Somos dos, este tipo es uno y solamente tiene un cuchillo”, pensó. Volvió a mirar al sujeto y su mirada profunda cargada de odio, borró cualquier tipo de valentía de su espíritu.

Decidí que era momento de actuar.

El extraño se acercaba cada vez más a las chicas, y mientras una de ellas estaba petrificada por el susto, aún sin que hubiera sucedido algo, la otra ya estaba corriendo calle abajo, lo cual me hizo pensar en que tan fuertes pueden ser los lazos que nos unen cuando nos encontramos en peligro. La chica seguía petrificada por el miedo, el extraño se acerco y le puso las manos en los bolsillos. Ella temblaba, la neblina los envolvía. Parecía como si fuera a hacerlos desaparecer de repente.

-No te va a pasar nada si me ayudas, mi amor-le dijo el extraño a la chica,  mientras una de sus manos acariciaba su mejilla izquierda y la otra, con el cuchillo, recorría los bolsillos de la chaqueta de jean que ella llevaba puesta.

La voz del extraño era melodiosa, pausada y resonaba aún con la bufanda cubriéndole la boca. El rostro inmóvil de la chica se mantenía inexpresivo, mientras una ráfaga de viento desacomodaba sus rubios cabellos de un lado a otro. Una lágrima pequeña e insignificante se deslizaba por su mejilla y el extraño se apresuró a limpiársela. Las sombras de la noche caían sobre ambos personajes, el tiempo pasaba y el hombre ya se había apoderado del celular de la joven.

-¿Ves como no te va a pasar nada? Ahora necesito que me enseñes la cartera-le pidió el extraño. Resultaba raro ver a un ladrón tan amable en plena madrugada. Las apariencias engañan, y en mi caso, es completamente cierto.

-Por favor…no…no tengo nada…por favor, no me lastimes-la voz de ella me impacto un poco. Era delicada, sonaba por encima de las olas del mar que rugían ante la injusticia que se estaba cometiendo, por encima de la del ladrón caballeroso que hurgaba en los bolsillos de ella y por encima de los latidos de su propio corazón agitado y aterrorizado.

Y sí, yo sí los estaba contando. Uno a uno.

La pequeña lágrima se había convertido ahora en un sollozo ahogado que golpeaba el pecho de la joven. El extraño deslizó el cuchillo hasta su cuello con delicadeza, mientras ella temblaba con espasmos cada vez más fuertes. Yo sabía que en cualquier momento se desmayaría, aunque estaba aguantando demasiado.

El extraño sacó unos cuantos billetes de los bolsillos de la chaqueta de jean y luego dio dos pasos hacia atrás, su verdadera intención era retroceder y echarse a correr, pero supongo que tuvo que detenerse al sentirme detrás de él.

- ¡¿Quién diablos eres tú?!-me preguntó, rompiendo el silencio de la noche frágil con su grito.

Debajo de la máscara, solo atiné a sonreír.

-Tu peor pesadilla

viernes, 13 de marzo de 2015

Crónicas de Nuevo Año: Una noche cualquiera.

Sucede mucho que mis fronteras no estén bien definidas.

Momentos en los que no sé qué hacer con los sentimientos del hombre debajo de la máscara y estos nublan mi capacidad de concentrarme en el aquí y ahora.

Lo cual me puede costar la vida.

-¡Maldito imbécil! ¿Quieres jodernos la vida? – El grito exasperado del hombre que se aferra a mi pierna me saca de cualquier tribulación interna.

¡Ah, sí! ¿No lo había mencionado? Me encuentro colgando a casi treinta metros de una viga que puede romperse en cualquier momento y sí, por si se lo estaban preguntando, sí podría ser peor.

Siempre puede ser peor.

Pero el tema no es ese, pues bien…quizás te estés preguntando cómo rayos fue que llegué a parar a esta situación. La respuesta a esa interrogante es condenadamente simple.

Soy estúpido.

O mejor dicho, el hombre debajo de esta máscara lo es.

Me sucede mucho que pienso en él y en mí como entidades separadas, como dos polos opuestos que luchan por controlar una existencia que ninguna de los dos tienen asegurada. Y vivimos así, en una constante batalla. Sus sentimientos contra mis influencias, su dolor contra mi capacidad de evitar el daño.

Sus pérdidas contra mis pecados. Aunque unas sean la consecuencia directa de las otras.

O quizás simplemente es que no estoy listo para reconocer que la misma persona pueda tener ángulos tan brutalmente distintos entre sí.

Es decir, ¿quién imaginaría al chico bueno poeta saltando de techo en techo por las noches, con nada más que 5 cuchillas amarradas a su cintura? Es bastante inverosímil. Cualquiera pensaría que es una genial historia ficticia sacada de la imaginación inagotable de un tipo que sueña con personajes que mueren trágicamente solo para satisfacer cierto anhelo creativo.

No sabes lo que daría para que fuese así. Para que se tratase tan solo de una ficción mal guionizada.

-¿En qué mier** estás pensando, chico? ¡Nos vas a matar a ambos! – El barbudo insiste en que salve su vida. Lo que no sabe es que la mía ya está perdida.

-¿Sabías que gritar más fuerte no va a hacer que no caigamos, verdad? – Trato de aplicar la lógica y el razonamiento. Sí, claro…y cuando realmente debería aplicarlos, están de vacaciones.

¿Por qué sigo haciendo esto?

Me lo he preguntado millones de veces, billones…infinitas veces. La respuesta sigue siendo la misma. Ahí afuera siempre hay alguien que puede necesitarlo y en vista de que siempre fue tan sencillo hacer daño, ¿cómo reparas ese daño?

¿Ayudando a otros por el resto de tu vida? ¿Evitando esquemas de maldad organizada más grandes y complejos que tú y tu miserable doble vida?

“Mientras haya algo que puedas hacer y no lo hagas, ¿crees que eso te hace más digno?”

Su voz resuena en mi cabeza como un eco lejano que me gustaría alcanzar. Clara, nítida y con todas las tonalidades respectivas. Como en esos momentos en los que bastaba tan solo con intercambiar miradas para que conocieras los verdaderos colores de mi alma. Para que juntases todos mis pedazos y me convencieras de que ahí afuera había algo mejor esperándome.

¿Por qué, Delia?

-¡Auxilio! ¡Ayuda! – La desesperación del barbudo comienza a fastidiarme.

Tuve que perderte para comprender la magnitud de lo que se imponía ante mí. Yo no pude verlo antes, era tan solo un adolescente irresponsable que hacía cosas por llevar la contra a los demás. Era tan solo un niño asustado, que necesitaba una vía de escape para todo ese miedo, para todo ese pánico, para todo ese dolor.

Si tan solo en ese tiempo hubiera conocido la literatura, quizás todo sería distinto ahora.

“¿Eres tú un luchador o eres de esos que se acobardan cuando las cosas se ponen difíciles?”

Bueno, soy un tipo que está colgando a casi treinta metros de una viga que puede romperse en este preciso instante, así que optaré por la primera.

Soy un luchador. Al menos eso creo.

Por esta noche me vendría bien serlo. Aunque muchas otras no sepa ni tenga una aproximación a qué demonios soy, somos o cualquier conjugación posible del verbo ser.

“No porque quieras parecer misterioso y complicado significa que lo seas, niño”

Siempre supiste exactamente que decir y siempre lo decías en el momento indicado. Por eso es que extraño esas noches en las que una taza de cocoa y un pan con mermelada eran una inyección de moral suficiente que me permitía encarar los retos nocturnos con un poco más de optimismo.

-¡Alguien ayúdeme, por favor! ¡Nos estamos cayendo!

-Por favor, deja de gritar. Estoy intentando pensar.

-¡PENSAR UN CARAJO! ¡TÚ QUERRÁS MORIRTE, PERO YO NO!

“¿Alguna vez has pensado en acabar con tu vida?

Puedo decirte con total y absoluta sinceridad, que no. Nunca lo he considerado.

Y aun así, aquí estoy. Pero ya hablando en serio… ¿me las he visto peores, no?

¡Oh, sí! ¿Recuerdas aquella vez…?

Decido que ya estuvo de pensar y pasemos mejor a ayudar al barbudo.

-Bueno, se acabó el show. Ahora nos vamos – trato de ser bromista y solo recibo una expresión aterrada.


Yo no soy fuerte, pero soy un luchador. Este camino prestado lo vengo recorriendo hace más de 10 años y si algo me ha enseñado es a aprovechar tus cualidades.

Bueno, ciertas habilidades. Porque si hablamos del canto, la poesía o la literatura, ya hubiera muerto hace mucho.

-¡Sujétate de mis piernas!

Me balanceo lo más fuerte que puedo, mis brazos están a punto de fallarme. ¡Maldita sea la flojera por no dejarme ir nunca a un gimnasio!

Yo no soy fuerte, pero soy un luchador.

Aun cuando me puedes golpear con todo lo que tengas, siempre me voy a levantar.

Me las he visto en peores situaciones. Incendios, decepciones, rechazos, friendzone, todos combinados o en combinaciones de dolor radicalmente nuevas.

Siento mi columna doblarse, mis codos hacen un intento sobrehumano para no romperse. Creo que todas mis articulaciones acaban de crujir en una ópera estremecedora.

Varias imágenes en mi cabeza como destellos. Mi amigo tendido durmiendo en una camilla, Beatriz hablándome sobre como nunca más quiere volver a atenderme pasadas las 12 de la medianoche y en un estado más que deplorable. Yo, en casa, soltando un grito desgarrador desde el fondo de mi ser. Aquel mensaje copiado, aquel sentimiento muerto, aquel amigo perdido.

“No te alejes, por favor”

Maldición, esa no eres tú, Delia.

Solo un poco más…brazos, no me fallen ahora. Un último esfuerzo, un balanceo y luego, otro más.

Un golpe sordo, el impacto de un cuerpo contra el piso. El barbudo se pone de pie, rápidamente, atontado, asustado, me mira directamente. Lo veo a través de la máscara.

No va a ayudarme. Debí haberlo sabido.

Se aleja corriendo como si hubiera visto un fantasma y me encuentro ahí, colgando. Con los sentimientos desbordando mi pecho queriendo aventarse en una caída mortal.

Bueno, ya que…tampoco es que vaya a vivir tanto. 

Me dejo caer, y el vértigo me recuerda lo que sentí aquel día mientras contabilizaba los 20 minutos que faltaban para ver una película de la que ni siquiera recuerdo el nombre. 

Esto es lo que soy, el hombre que cae, el hombre que se avienta al vacío solo por ser un poco más digno, por ser un poco más merecedor de algo mejor. 

Yo soy Sombra.

jueves, 12 de marzo de 2015

Mundos Paralelos

11 de marzo del 2015

Hoy fue uno de esos días.

Y al mismo tiempo, no lo fue.

En un mundo paralelo, entro a mi cuarto sintiendo la ira correr por mis venas, quemándome el corazón y achicharrándome las buenas intenciones, rebusco entre algunas cosas violentamente y la encuentro…ahí, donde siempre ha esperado mi regreso. Los ojos vacíos y carentes de expresión alguna me miran con frialdad, retándome con una súplica silenciosa.

“Hazlo…solo una vez más”

La tomo entre mis manos, la contemplo por unos segundos y me decido a fundirme de nuevo con aquel que me mira desde un rincón de la oscuridad de mi alma. Aguardando, paciente, a que el transcurrir del día a día me derrote, me patee en el suelo y se burle de mí.

Él lo sabe porque me conoce, hemos hecho esta danza por tanto tiempo que conoce mis debilidades, mis flaquezas y sabe en qué momento, mi única alternativa será recurrir a él. Ese momento en el que mis tribulaciones serán más fuertes que mi voluntad de mantenerme alejado de un camino que no es el mío, pero que me resulta un préstamo peligroso.

Sombra.

Salgo de mi habitación, cuidando de no hacer mucho ruido, no vaya a ser que mis miedos se vayan a despertar. Me escabullo entre la ventana y salgo a buscar una razón para seguir moviéndome, tratando de recordar que es hacia adelante que debo ir. Buscando la buena acción que ponga mis números un poco menos en contra mía de lo que ya están, de lo que siempre estarán.

Y por dentro me pregunto qué pensarías de mí si vieras en lo que se ha convertido mi vida ahora, Delia. Porque nunca puedo evitar reflexionar acerca de cuan diferente sería todo si tú estuvieras aquí, tal vez sabrías que decirme o quizás solo me lanzarías una de esas miradas que removían hasta el más fuerte de los cimientos sobre los que se asienta mi vida.

Pero tú no estás aquí y me encuentro solo.

Sin embargo, ese es un mundo paralelo y aquel no soy yo.

Hoy llegué con esas ganas de mandar todo al diablo. Con esa energía negativa que te consume como un fósforo prisionero que ve acabar su existencia consumida por el fuego ante sus propios ojos. Con esa rabia e impotencia de no poder cambiar tus circunstancias, porque una fuerza superior a ti parece repartirte las peores cartas a cada turno y te encuentras frente a un juego que, de antemano, sabes que no podrás ganar.

Hoy fue uno de esos días en los que todo lo que puede salir mal, sale mal; uno de esos días en los que el destino se burla de ti, mientras te pregunta “¿Creíste que ya era suficiente? Pues no”

Pero un solo hecho puede cambiar el rumbo de las cosas.

Una palabra dicha en el momento preciso. Una conversación iniciada en el instante justo. Puede hacerte dar cuenta.

Puede salvarte la vida.

Porque la energía cambia, evoluciona y fluctúa. Y dentro de ese proceso, siempre habrá un catalizador que agilizará o que hará más llevadera la situación.

Pues bueno…te extraño, catalizador. Y por eso es que tomo lapicero y papel, te escribo una nota mental, la envío a la dirección que no conozco…que te agradezco, que lo aprecio, que te admiro.

No me preguntes porque lo escribo, solo sé que vale la pena hacerlo.

Porque en noches como esta, me salvaste la vida. Sin magia, sin prisa. Solo con la verdad, solo con un toque justo de serenidad.

Tú no lo sabes, yo no lo entiendo.

Esta noche dormiré tranquilo y se dibujará una sonrisa en mi rostro. Mañana será otro día, uno en el que la lucha continúe. Sea como sea, que sepas que no me siento solo y tú tampoco lo estás.


Y así está bien.