Primero de noviembre del 2014
Ha pasado mucho tiempo desde la
última vez que vine aquí, ¿no?
Y sí, ya sé lo que me dirías. “Sí sigues siendo así de ingrato, no vas a
tener a nadie en tu funeral”. Bueno, de cualquier modo tampoco creo que sea
el más asistido o, siquiera acaso, el más recordado.
Pero hoy no estoy aquí para
hablar sobre mí o sobre el fatalismo en el que parece estar sumida mi vida. La
razón por la que estoy aquí, es porque hoy estaríamos de fiesta, ¿verdad? Hoy
celebraríamos tu cumpleaños número cuarenta.
Claro, sí es que no hubieras
muerto hace ya casi seis años, Delia.
Siempre pienso en ti, ¿lo sabes,
verdad? Eres como una especie de conciencia escondida dentro de mi mente que
siempre está susurrándome lo que debería hacer en los momentos en los que uso
esta máscara.
Han pasado cosas muy locas
últimamente, pero no podía dejar de venir aquí a dejarte unas cuántas flores,
robadas del nicho de al lado. Sabes que no soy de esas personas que tiene mucha gente con la que se puede desahogar, especialmente de temas como este.
Por eso siempre trataba de venir con regular frecuencia, pero entre una y otra
cosa, lamento no haber podido estar aquí hace un buen tiempo ya.
Lo primero es lo primero. Te
fallé de nuevo y lo siento mucho.
Jorge está muerto.
Aquella noche se hicieron
realidad todas mis pesadillas, en todos los niveles. Creo que no había vuelto a
experimentar tanto dolor emocional o físico desde la noche del incendio. Tengo
recuerdos difusos, como flashbacks que me regresan a ese momento. Aún recuerdo
la bala atravesando su cabeza de lado a lado y luego, la total y completa
oscuridad.
No me preguntes como es que estoy
vivo, ni yo lo sé. Solo recuerdo que cuando desperté, lo primero que hice fue
pensar que estaba en el cielo, luego vino el shock y después tuve que irme a
casa, golpeado, cojo y con una costilla luxada, pero tenía que regresar. “Tu casa siempre será tu lugar”, me
dijiste una vez y, como en muchas cosas, tenías razón.
Sé que nada de esto te importaría
más que el haberte decepcionado aún en el más allá, ¿verdad? Te prometí que él
estaría bien, te juré que haría hasta lo imposible para que las cosas fueran
como alguna vez lo fueron en un tiempo mejor. En cambio nos sumergimos en una
espiral descendente que no hizo más que consumir los mejores años de nuestra
vida.
Y, por supuesto, de paso se llevó
la tuya.
Te preguntarás por qué estoy aquí
si es solo para contarte que fallé. Lo cierto es que me encuentro bastante
desorientado en estos días. Todo se terminó y no me refiero solo a tu hijo y su
desquiciado juego macabro con mi vida. Hablo de todo lo que involucraba esta
etapa. La “tranquilidad” de lo incógnito, las treguas entre lados, las
alianzas. Sabes que nunca fui de involucrarme demasiado en todo este asunto,
pero ahora no tengo otra opción.
Después de todo, fui yo quien desencadenó
este apocalipsis.
En una vida en la que podrías
usar a todos los aliados posibles, te contaré que tampoco seguí tu consejo. He
encontrado la forma de alejarme de cada uno de ellos. Debo ser el hombre más solitariamente
estúpido de esta ciudad.
“¿Por qué siempre insistes en alejarte de la gente a la que le importas?”
En mi cabeza, tu voz suena de una
forma tan jodidamente real que es como si estuvieras ahí parada conmigo. Creo
que de cierta forma, se trata de mí haciéndome responsable por la gente con la
que me involucro, a veces no se me ocurre mejor manera de “protegerlos” que
alejándolos.
Estúpido, ¿no?
Y sino los alejo simplemente para
protegerlos, pues sale el otro lado que aún con la máscara puesta, no puedo
evitar.
Siempre acabo desarrollando
sentimientos que, de alguna manera, nublan mi razonamiento. Lo cual me hace
recordar aquella vez que estábamos sentados en la mesa de tu comedor y me
preguntaste si había besado a alguien alguna vez.
“-¿Tengo cara de que alguien me haya besado alguna vez?
-Tienes cara de que necesitas un beso en este momento, niño.”
¿Fue en ese momento que me
enamoré de ti? ¿O quizás fue cuando presionaste tus dulces labios rosados
contra los míos? ¡Qué podría saber yo! Apenas tenía 14 años y nunca había
tenido siquiera una novia, y eso que ya nos encontrábamos frente a una
generación que despertaba tempranamente a todas esas cosas.
“Esto te ha quitado los mejores años de tu vida, pero al fin y al cabo,
sigue siendo TU vida”
Siempre supiste exactamente que
decirme, por eso me duele tanto haberte fallado. Solo frente a tu lápida puedo
reconocer que nunca vi el amor o los sentimientos de la misma forma después de
ese desgraciado incendio. Tampoco es que la perspectiva de involucrarme con la
madre de mi mejor amigo me hubiera atraído demasiado, pero algo cambió en mí
desde ese día.
Un mecanismo autodefensivo que me
hacía alejarme de las personas por las que desarrollo sentimientos, solo para
no verlas salir lastimadas por mi culpa.
Ya sé lo que me dirías, Delia. Me
dirías que la llamé y que le agradezca por haber salvado mi vida. Que le pida
disculpas por haber sido un tonto egoísta que solo pensó en su propio bienestar
cuando, quizás, se encontraba frente a alguien que lo que más necesitaba en ese
momento era un amigo.
¿Y por qué vengo a hablarte de
estas cosas el día de tu cumpleaños? Vine a hablarte sobre Jorge, tu hijo. Vine
a pedirte perdón por no haber cumplido mi palabra. Pero supongo que cuando
habló de la gente a la que le he fallado, no puedo evitar seguir sumando
nombres a la lista, ¿cierto?
“Siempre has sido demasiado terco como para reconocer que no es que la
gente tenga miedo de ti, sino que temen POR ti”
Tenías razón, como en todo lo que
me dijiste. ¿Te cuento algo? Esta semana ha sido difícil. Entre vagar por los
techos que no son míos y recordar aquellos días en los que sentía que había
encontrado una esperanza, la nostalgia amenazaba con carcomerme desde adentro.
He hecho lo posible por evitarlo, pero siempre es difícil.
Más cuando veo al perro, pero eso
es otro tema.
Salté por una ventana. ¿Cuántos
tontos conociste en tu vida que salten por una ventana solo porque alguien les
recordó la vida que quieren tener? Te reirías de mí si estuvieras aquí. “¡Es que eres un romántico, hijo!”, me
dirías.
Soy un hombre con máscara que
visita a una mujer muerta en un cementerio que ya está cerrado. Claro, la
definición por excelencia de un romántico, ¿verdad?
Hay tantas cosas que quisiera
contarte y tú solo me dirías una cosa a todas ellas.
“Si te importa tanto esta chica, ¡llámala! Ninguna historia se escribe
con supuestos”
Siempre hablándome con sabiduría,
aún desde el más allá. Esa eres tú.
Los dedos me tiemblan mientras
busco el número en mi teléfono. “Fue
buena idea traerlo conmigo”, me digo a mí mismo. Me detengo frente a su
número e intento respirar. Estoy agitado, como si hubiera terminado de correr
una maratón, llegando en último lugar.
Pienso en las cosas que dije,
escribí e hice. Quizás estuvieron mal, quizás fui egoísta frente a alguien que
me ofreció su ayuda desinteresadamente. ¿Qué debería decir? “Hola, ¿Qué tal? Oye, fui un idiota, lo
siento mucho”
-¡¿Por qué siempre tiene que ser
tan difícil?! – mi grito retumba entre todas las tumbas y arrojó a un lado la
máscara que acabo de quitar de mi cara tan solo un momento atrás.
No importa, puedo hacer esto. Yo
salté por una ventana, no hay forma en la que no pueda hacer esto. Voy a marcar
el botón. ¡Rayos, Delia! ¿Por qué siempre tienes razón con estas cosas?
Suena el tono de espera.
Vuelve a sonar.
Lo escucho una vez más.
Y, al otro lado de la línea,
cortan.
“¡Estúpido! ¿Para eso? ¡JA! ¡Lo sabía!”, la voz de mi yo interior
se burla de mí por dentro.
Quizás no tenías tanta razón después de todo, Delia. Quizás algunas cosas son de la forma en la que deben de ser.
“¡Oh, rayos! Tampoco es que vaya a vivir tanto”, mi yo interior se
pone de mi lado esta vez.
Busco su nombre entre los
contactos nuevamente, ahí está. Presiono el botón de llamada. Suena el tono de
espera en un segundo que a mí se me hace una eternidad.
Al otro lado de la línea escucho
una voz que se me hace conocida. Tal vez de otra vida.
-Aló – Su voz se oye distante,
como la de esas llamadas que ni esperas ni tampoco quieres recibir.
-Hola – Trato de infundirle
seguridad a mi voz, que no se noten todas las tribulaciones interiores que tuve
que vencer para llamar.
-¿Qué pasó? – La pregunta suena
más a “¿Qué quieres?”
“Pasó que tuve un encuentro conmigo mismo en el cementerio desde donde
te estoy llamando y me di cuenta que me importas más de lo que mi egoísmo me
permite darme cuenta, que sería solo tu amigo por mantener esa esperanza
con la que salía a encarar mis noches más peligrosas. Que siento haber tratado
de cortar esta amistad que me ha mantenido con vida durante el último mes, que
siento haber escrito tantas estupideces inmaduras y casi despechadas como si
fuera un adolescente dolido. Que siento no haber estado a la altura de la
situación. Que te extraño, que te pienso y que, de alguna manera loca y extraña
del Universo, no me preguntes cómo o por qué, siento que te necesito”
-Nada, solo quería hablar contigo
– Un ligero temblor estremeció mi garganta - ¿Estás ocupada?
-Sí – Fue una respuesta automática.
-Bueno, entonces ¿te puedo llamar
en un momento en el que estés desocupada?
-Sí, yo te aviso
-Está bien, pero… ¿de verdad? – En
el último momento la duda me traicionó.
Pero al otro lado de la línea, ya
no había nadie.
Ya sé, Delia. Sé lo que debes
estar pensando.
“Todo pasa por una razón”
Y quizás está bien así, ¿sabes? Quizás
no fue que lo que dije, escribí o hice estuvo mal. Tal vez solo fue de esas
veces en las que la vida pone a alguien en tu camino, tal y como hizo contigo,
por una razón.
Para infundirte esperanza, para
creer en ti. Aún en ese momento en el que todas tus circunstancias son
adversas. Tú fuiste esa persona para mí en su momento, me cambiaste la forma de
ver las cosas, y a pesar de que mi adolescencia se fue de techo en techo, no me
arrepiento de nada.
Y ahora ella fue lo que tuvo que
ser en su momento, quizás Dios se acordó de que necesito un ángel de la guarda.
O quizás solo fuimos dos extraños que coinciden en determinado momento, por una
razón, y luego siguen su camino, guardando recuerdos.
“Uno nunca olvida, simplemente deja de recordar”
Me enseñaste que lo principal no
es atormentarte por los recuerdos, sino simplemente saber evitar que te vendan
la promesa falsa de un pasado mejor. Ahora lo sé, ahora lo entiendo.
Esto es lo que yo soy, es lo que
me toca. Te agradezco a ti, le agradezco a ella. Porque creyeron en mí, porque
infundieron en mi corazón una esperanza que me salvó la vida.
Ahora me toca creer a mí.
Me toca ser mi propia esperanza.
Me acerco al sitio donde cayó la
máscara que arrojé hace tan solo un momento, la recojo y la contemplo con
cierta nostalgia.
¿No ha sido tan malo, verdad?
No, pero puede ser mejor.
Este soy yo, la historia de mi
vida. No es ni tan emocionante con la máscara puesta, ni tan aburrida sin ella
encima.
Es tiempo de pensar en grande.
Es tiempo de ser Sombra.