Solo atiné a levantar la cabeza
para no atorarme con mi propia sangre, que sentía que estaba empezando a
llenarme los pulmones, y clavé en él la mirada más profunda de la que fui capaz
dentro del conocimiento que empezaba a perder.
Me devolvió una mirada serena, de
quien se sabe victorioso. De quien sabe que ha terminado con un pendiente de
diez años atrás.
En aquel momento, no sentí miedo. En cambio me inundó una paz que fue más fuerte que el dolor de mis extremidades
lastimadas, más fuerte que la desesperanza con la que había encarado aquella
noche. Más potente que la fuerza con la que mi cuerpo había atravesado una
ventana cerrada y caído al vacío tan solo un momento atrás. Por un instante,
pensé que había recuperado toda la fortaleza física, sin embargo me dí cuenta de
que solo era un estado espiritual cuando intenté liberarme de los brazos que me
aprisionaban y no pude mover ni un solo músculo.
Alcé la mirada de nuevo y vi
sus ojos, posados con una curiosidad mórbida sobre el despojo que me quedaba por cuerpo. Me
examinaba con atención, como queriendo averiguar por qué no había
podido romper mi espíritu tal y como había hecho con mi vida.
Me sentí desconectado de la
realidad por un instante y me trasladé a otro momento. Me vi abrazando a la chica con la que había estado apenas unas horas atrás, recordé el calor de su
cuerpo contra el mío y pude sentir que un halo de tranquilidad levantaba mi
espíritu y me elevaba a un nirvana que no podía estar más lejos de mi realidad de aquel instante..
Entonces, cual destello de luz
en medio de la oscuridad que amenazaba con consumirme por completo, recordé la
promesa.
“-Tienes que prometerme que vas a estar bien, por favor – dijo ella con
una voz que más que una orden parecía una súplica desesperada.
-No puedo prometer algo así, no sé qué vaya a pasar hoy y aún
si lo supiese, yo no tengo ningún control sobre eso – mi objeción estaba bien
fundada. Aun así, me dolía tener que ponerla en esas circunstancias. – No puedo
prometerte algo así sin que sea una mentira.
-Prométemelo – había tal certeza en el tono de su voz que hasta a mí se
me hizo sobrenatural - Además yo sé que
nada te va a pasar, lo presiento.
La observé durante un momento, queriendo estar seguro de lo que me había dicho.
La observé durante un momento, queriendo estar seguro de lo que me había dicho.
-Está bien - Me rendí a su optimismo - No sé cómo o por qué, pero te lo prometo. Te prometo que
todo va a estar bien. Que yo voy a estar bien”
Pensé en ella, en mi promesa, en
el abrazo furtivo que nos dimos, en la repetición de aquel abrazo y por último
en el momento de la despedida en el que me arrojó los brazos al cuello con la
tristeza de quien se sabe despidiéndose de un cadáver. “Cuídate mucho, por favor”, había dicho y luego la contemplé alejarse en un
taxi, mientras en su rostro se dibujaba una expresión de fe entremezclada con
el horror del destino sellado por una mala decisión.
Una mala decisión que estaba a
punto de costarme la vida.
Lentamente, comencé a recordar las circunstancias bajo las que había llegado a este punto del camino.
Él se dio la vuelta muy despacio, y
de espaldas a mí, pronunció las palabras que sellarían mi destino
-Mátenlo...
Finalmente, tal vez, todo estaba a punto de acabar.
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