domingo, 9 de noviembre de 2014

El Final, Parte III

El Final, Parte I: http://milagrodetuexistencia.blogspot.com/2014/10/el-final-parte-i_31.html
El Final, Parte II: http://milagrodetuexistencia.blogspot.com/2014/11/el-final-parte-ii.html

***************************************************************************************************

Un golpe sordo y luego silencio.

En un primer instante, habría jurado que estaba teniendo una experiencia extracorporal, como cuando estás muerto y ves todo sucediendo igual que si fueras un espectador.

Pero no, ese era yo, de alguna manera, vivo y consciente.

Junto con aquellos primeros destellos de conciencia, llegaron los de dolor. Al principio eran débiles, pero luego se hicieron más punzantes. Estaba completamente seguro de que tenía rotas por los menos 2 costillas. Además, sentía una quemazón en el gemelo de mi pierna derecha, lo que me hacía pensar que tenía una bala ahí o, por lo menos, una me había pasado muy de cerca.

Por otra parte, sentía un líquido caliente descender por mis brazos, que no pude identificar más que como sangre, por lo que supuse que el haber atravesado la ventana cerrada me habría costado varios cortes y raspones, sin mencionar que sentía uno que otro vidrio incrustado en mi piel.

Claro, ahí estaba yo con mi estúpida manía de contabilizar mis heridas solo para asegurarme de que todo estuviese “en orden”.

Por un momento pensé que había quedado ciego por los golpes, pero luego me di cuenta que habían cubierto mi cabeza con una capucha, como si de por sí no fuera difícil ver a través de una máscara.

Comencé a escuchar voces en el momento en que mi cuerpo seguía siendo arrastrado hacia quien sabe dónde. Las reconocí como las voces de los mismos hombres que habían estado persiguiéndome tan solo un momento atrás.

¿En realidad había sido “un momento”? Sentía como si hubiera transcurrido muchísimo tiempo desde que perdí el conocimiento. Sin embargo, elegí confiar en mi intuición.

Traté de extraer un poco de lógica dentro de todo lo que había sucedido hasta ese punto, pero nada parecía tener sentido. ¿Tipos disparando? ¿Yo saltando por una ventana? ¿Yo? ¿Hablábamos del mismo hombre que se sentaba a planificar hasta el más pequeño detalle con tal de reducir el número de bajas al mínimo?

Ni siquiera entendía cómo es que seguía con vida. La altura de la que había caído era de unos quince o veinte metros. Si a eso le sumábamos la paliza que había recibido por parte de los sujetos que me llevaban a Dios sabe dónde, pues mis resultados no eran muy alentadores.

Aun así, ahí estaba. Vivo y buscando lógica, como si eso fuera a salvarme de la situación.

De repente, recordé un detalle que trajo toda mi lógica abajo.

“-No sé cómo explicarlo – su voz sonaba un tanto confusa, como quien quiere decir algo y no encuentra las palabras correctas – Es como si cuando prometes algo, tuvieses que cumplirlo. Como si las fuerzas salieran de esa misma promesa. Que el hecho de haberlo prometido, te da la fortaleza necesaria para cumplirlo

La miré, incrédulo. Entendía lo que me decía, pero no entendía como alguien de nuestra edad todavía creyera en ese tipo de cosas.

-Eso no tiene sentido. Esas cosas solo pasan en las películas. Estamos en la vida real, y aquí, la gente sale lastimada. Las cosas malas suceden – con cada frase el tono de mi voz se hacía más duro, como si quisiera obligarla a despertar de un sueño profundo – Eso no es más que un cuento.

Eso último sonó como una puñalada certera. Luego solo hubo un apabullante silencio. Ella me miró con semblante triste, luego se volteó y escondió la cara entre sus manos.

No fue hasta varios segundos después que caí en la cuenta que estaba llorando.

En ese momento, me sentí como el peor monstruo existente en el planeta

-¿Estás llorando? – La pregunta fue más obvia de lo que parecía pero ni así conseguí respuesta – Oye,…lo siento, ¿sí? No fue mi intención. De veras, perdón…”

Fue ahí cuando comprendí como es que seguía con vida. No era porque mi cuerpo fuera una masa resistente a cuanto dolor pudiera existir, ni porque tuviera un ángel guardián que recién esa noche se hubiera acordado de mí. Todo tenía que ver con una promesa.

Una promesa que me había mantenido con vida.

En ese instante, el sonido de una voz oscuramente familiar me sacó de todos mis pensamientos.

-¡Bueno, bueno! Ya iba siendo hora, ¿no? – Dijo con un tono burlón que reconocí al instante – Pensé que nunca llegarían con mi invitado, señores.

-Este huevón se ha corrido hasta por donde no hay salida, compadre – se quejó uno de los tipos que me había llevado hasta ahí – Si no era porque se tiró por una ventana, no lo chapábamos.

-¿Qué? – El tono de voz de Jorge dejaba entrever un asombro completamente verídico.

-Se tiró el huevón – el otro tipo trataba de darle mayor magnitud a sus palabras, como para resaltar lo que yo había hecho – Saltó y se fue de cabeza al piso, ¡bien loco, ah!

De repente y de un tirón, removieron la capucha que tenía en la cabeza. La luz no me incomodó tanto como imaginaba que lo haría. Era una bombilla de luz tenue que amenazaba con extinguirse a la menor señal de pánico.

A través de mi máscara, sentí sus ojos clavados en los míos. Negros, imperturbables. Entonces, soltó una risotada histérica, de esas que me hacían dar cuenta, cada vez más, de que del amigo a quien tanto había querido en otros tiempos, solo quedaba el loco psicópata que tenía frente a mí.

Un halo de sabiduría pareció iluminarlo, como si hubiese terminado de unir todas las piezas del rompecabezas.

-Entonces, te dejaron solo, ¿verdad? – Soltó una risita y prosiguió – El gran golpe del año y solo un tipo para hacerlo realidad, ¡que patético! Creí que tú, en todo tu esplendor de planificador, habrías supuesto un mayor reto, “hermano”

Puso especial énfasis en esta última palabra, conocedor de la ira que se desataba en mí cuando me llamaba de esa forma. Lo habíamos sido, es verdad. Habíamos sido hermanos hace mucho tiempo. No de sangre, pero sí unidos por un vínculo mucho más fuerte.

Un vínculo letal, que terminó de la única manera en que ese tipo de vínculos terminan…con una muerte.

Observó, interesado, que había causado en mí lo que esperaba y, ante mi silencio, continuó con su discurso.

-Ahora, esto que me cuentan. ¿En verdad estabas tan desesperado para saltar por una ventana? ¡Vamos! Sabes que este tipo de pendejadas solo las haces cuando tienes algo nublándote la cabeza – Otro atisbo de sabiduría cruzó su mirada - ¿No has hecho esto por Valeria, cierto?

Mientras hablaba, yo había aprovechado en examinar el lugar donde me encontraba. Nada que pudiera reconocer. Parecía un viejo depósito, había cajas apiladas en una esquina, pero tan llenas de polvo como si nadie las hubiera movido en un buen tiempo. La pintura en las paredes se encontraba desgastada y el olor a humedad era tan fuerte que me atosigaba los pulmones.

Una carcajada ensordecedora me hizo volver a la realidad.

-¡Han visto que tonto puedo ser! – Dijo, dirigiéndose a los tipos que me agarraban por ambos brazos y a los que estaban a un lado – Ya me lo temía, pero no había podido confirmarlo – volvió a reír, con esa risa que a ratos se me hacía demasiado tenebrosa – Nuestro amigo nos ha tenido todo este tiempo engañados, pensando que aún vive y se desvive por su amor adolescente, cuando está claro que ya hay alguien que ocupa sus pensamientos, ¿no?

Este último cuestionamiento lo dirigió directamente hacia mí. Consideré romper mi silencio pero la perspectiva de poner en peligro a alguien que poco o nada tenía que ver con todo esto, me atemorizó.

Sin embargo, mi mutismo empezaba a desesperarlo.

-Bueno, veo que no quieres contarnos nada, ¡Qué falta de confianza! Pensé que estábamos entre amigos, ¿no? – Sonrió – No pasa nada, supongo que ya tendré tiempo para conocerme con la nueva cuñada – su sonrisa se tornó maliciosa – Los amigos de mi amigo también son amigos míos

En ese momento, no me resistí más.

-¡Cállate! – El poco oxígeno que me quedaba se fue con mi exclamación, por lo que tuve que inhalar una gran bocanada de aire para proseguir – Nadie más va a pagar el precio de que tú estés loco, ¿me entiendes? ¡Nadie!

-Suenas bastante convencido, hermano. Solo que me pregunto ¿tú y cuántos más piensan pararme? Te recuerdo que eres tú el que está aquí ahora, casi a punto de encontrarse con mi madre.

Agregó esto último solo porque sabía que me dolería más que cualquier otra cosa. Delia había muerto ya hacía casi siete años antes, pero no había una sola noche que no me responsabilizase a mí mismo por eso.

Y él también lo hacía, por supuesto. A su retorcida y sádica manera, me culpaba por la muerte de su madre y se había propuesto hacer del resto de mi vida, un infierno en la tierra.

“Esto solo va a terminarse de una forma: O me matas tú, o te mato yo. Pero a mí se me hace tan divertido nuestro juego que sé que no lo haré. Y conozco tu estúpida moral, por lo que sé que esto se ha convertido en un baile de nunca acabar”

Y sin embargo, aquí estábamos, a unos minutos del final.

-Ella siempre pensó que eras diferente, que eras mejor que yo, ¿sabes? – una nota de sombría tristeza cruzó por su voz cuando se refirió a Delia – Siempre me decía que tú y yo íbamos a salir de este agujero juntos y seríamos unos buenos hombres en el futuro…y míranos ahora.

-Tú eres quien ha tomado su decisión, Jorge. Nadie la tomó por ti – no reconocí mi propia voz, sonaba apagada, cansada – Yo no he vivido la mejor de las vidas, pero así, he tratado de compensarlo. He hecho todo lo posible.

 -¿Aún piensas que tus sentimientos nobles te van a salvar el pellejo? – me preguntó burlonamente para luego soltar una estrepitosa risotada

Solo atiné a levantar la cabeza para no atorarme en mi propia sangre, que sentía que estaba empezando a llenarme los pulmones, y clavé en él la mirada más profunda de la que fui capaz dentro del conocimiento que empezaba a perder.

Me devolvió una mirada serena, de quien se sabe victorioso. De quien sabe que ha terminado con un pendiente de diez años atrás.

En ese momento, no sentí miedo. Me inundó una paz que fue más fuerte que el dolor de mis extremidades lastimadas, más fuerte que la desesperanza con la que había encarado aquella noche. Más potente que la fuerza con la que mi cuerpo había atravesado una ventana cerrada y caído al vacío tan solo un momento atrás. Por un instante, pensé que había recuperado toda la fortaleza física, sin embargo me di cuenta que solo era un estado espiritual cuando intenté liberarme de los brazos que me aprisionaban y ni siquiera pude mover un músculo.

Alcé la mirada nuevamente y vi sus ojos curiosos posados sobre el despojo que me quedaba por cuerpo. Me examinaba atentamente, como queriendo averiguar las razones de porque no había podido romper mi espíritu tal y como había hecho con mi vida.

Se dio la vuelta lentamente, y de espaldas a mí, pronunció una sola frase

-Mátenlo…maten a Sombra.

Un escalofrío me recorrió toda la columna.

-¿Así es cómo quieres que termine? – le pregunté

-Así es como debe terminar, hermano – ahora era su voz la que sonaba cansada, volteó de nuevo y se acercó a mí – Tú y yo nunca fuimos tan diferentes y lo sabes. Ni siquiera ahora lo somos. Pero hay algo que siempre trataste de negar y es que nosotros no somos buenas personas. ¿No estás cansado de vivir pretendiendo ser alguien quien no eres? ¿Ocultándote tras una máscara?

En ese instante, arrancó la máscara de mi rostro y la lanzó hacia la pila de cajas.

-Mírate, mira dónde has terminado. Si los buenos sentimientos, si las buenas personas ganasen algo, serías tú el que esté en mi posición ahora y yo en la tuya – Parecía haber recobrado la cordura de antaño cuando los techos de las casas de desconocidos eran nuestro lugar ideal para conversar sobre nuestras tribulaciones adolescentes - ¿En verdad crees que porque una mujer te dijo cosas bonitas sobre ti ya tienes esperanza? Tú y yo no tenemos esperanza, nunca la tuvimos.

-¿Aún si esa mujer era tu madre? – pregunté.

Pareció dudarlo por unos segundos.

-Sí y yo… - Quiso continuar, pero un solo sonido rompió en mil pedazos aquel momento de sinceridad.

Una bala atravesó su frente de lado a lado. Los tipos que permanecían expectantes a mis costados ni siquiera atinaron a correr cuando una lluvia de balas cayó sobre el pequeño cuarto en el que nos encontrábamos.

-Si él se va, tú te vas con él – me dijo el más vulgar y me dio un golpe en la sien.

Lo último que recuerdo haber pensado fue: “Rayos, creo que dejé una luz prendida”

Luego todo se volvió oscuridad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario