miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Final, Epílogo

Primero de noviembre del 2014

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine aquí, ¿no?

Y sí, ya sé lo que me dirías. “Sí sigues siendo así de ingrato, no vas a tener a nadie en tu funeral”. Bueno, de cualquier modo tampoco creo que sea el más asistido o, siquiera acaso, el más recordado.

Pero hoy no estoy aquí para hablar sobre mí o sobre el fatalismo en el que parece estar sumida mi vida. La razón por la que estoy aquí, es porque hoy estaríamos de fiesta, ¿verdad? Hoy celebraríamos tu cumpleaños número cuarenta.

Claro, sí es que no hubieras muerto hace ya casi seis años, Delia.

Siempre pienso en ti, ¿lo sabes, verdad? Eres como una especie de conciencia escondida dentro de mi mente que siempre está susurrándome lo que debería hacer en los momentos en los que uso esta máscara.

Han pasado cosas muy locas últimamente, pero no podía dejar de venir aquí a dejarte unas cuántas flores, robadas del nicho de al lado. Sabes que no soy de esas personas que tiene mucha gente con la que se puede desahogar, especialmente de temas como este. Por eso siempre trataba de venir con regular frecuencia, pero entre una y otra cosa, lamento no haber podido estar aquí hace un buen tiempo ya.

Lo primero es lo primero. Te fallé de nuevo y lo siento mucho.

Jorge está muerto.

Aquella noche se hicieron realidad todas mis pesadillas, en todos los niveles. Creo que no había vuelto a experimentar tanto dolor emocional o físico desde la noche del incendio. Tengo recuerdos difusos, como flashbacks que me regresan a ese momento. Aún recuerdo la bala atravesando su cabeza de lado a lado y luego, la total y completa oscuridad.

No me preguntes como es que estoy vivo, ni yo lo sé. Solo recuerdo que cuando desperté, lo primero que hice fue pensar que estaba en el cielo, luego vino el shock y después tuve que irme a casa, golpeado, cojo y con una costilla luxada, pero tenía que regresar. “Tu casa siempre será tu lugar”, me dijiste una vez y, como en muchas cosas, tenías razón.

Sé que nada de esto te importaría más que el haberte decepcionado aún en el más allá, ¿verdad? Te prometí que él estaría bien, te juré que haría hasta lo imposible para que las cosas fueran como alguna vez lo fueron en un tiempo mejor. En cambio nos sumergimos en una espiral descendente que no hizo más que consumir los mejores años de nuestra vida.

Y, por supuesto, de paso se llevó la tuya.

Te preguntarás por qué estoy aquí si es solo para contarte que fallé. Lo cierto es que me encuentro bastante desorientado en estos días. Todo se terminó y no me refiero solo a tu hijo y su desquiciado juego macabro con mi vida. Hablo de todo lo que involucraba esta etapa. La “tranquilidad” de lo incógnito, las treguas entre lados, las alianzas. Sabes que nunca fui de involucrarme demasiado en todo este asunto, pero ahora no tengo otra opción.

Después de todo, fui yo quien desencadenó este apocalipsis.

En una vida en la que podrías usar a todos los aliados posibles, te contaré que tampoco seguí tu consejo. He encontrado la forma de alejarme de cada uno de ellos. Debo ser el hombre más solitariamente estúpido de esta ciudad.

“¿Por qué siempre insistes en alejarte de la gente a la que le importas?”

En mi cabeza, tu voz suena de una forma tan jodidamente real que es como si estuvieras ahí parada conmigo. Creo que de cierta forma, se trata de mí haciéndome responsable por la gente con la que me involucro, a veces no se me ocurre mejor manera de “protegerlos” que alejándolos.

Estúpido, ¿no?

Y sino los alejo simplemente para protegerlos, pues sale el otro lado que aún con la máscara puesta, no puedo evitar.

Siempre acabo desarrollando sentimientos que, de alguna manera, nublan mi razonamiento. Lo cual me hace recordar aquella vez que estábamos sentados en la mesa de tu comedor y me preguntaste si había besado a alguien alguna vez.

“-¿Tengo cara de que alguien me haya besado alguna vez?
-Tienes cara de que necesitas un beso en este momento, niño.”

¿Fue en ese momento que me enamoré de ti? ¿O quizás fue cuando presionaste tus dulces labios rosados contra los míos? ¡Qué podría saber yo! Apenas tenía 14 años y nunca había tenido siquiera una novia, y eso que ya nos encontrábamos frente a una generación que despertaba tempranamente a todas esas cosas.

“Esto te ha quitado los mejores años de tu vida, pero al fin y al cabo, sigue siendo TU vida”

Siempre supiste exactamente que decirme, por eso me duele tanto haberte fallado. Solo frente a tu lápida puedo reconocer que nunca vi el amor o los sentimientos de la misma forma después de ese desgraciado incendio. Tampoco es que la perspectiva de involucrarme con la madre de mi mejor amigo me hubiera atraído demasiado, pero algo cambió en mí desde ese día.

Un mecanismo autodefensivo que me hacía alejarme de las personas por las que desarrollo sentimientos, solo para no verlas salir lastimadas por mi culpa.

Ya sé lo que me dirías, Delia. Me dirías que la llamé y que le agradezca por haber salvado mi vida. Que le pida disculpas por haber sido un tonto egoísta que solo pensó en su propio bienestar cuando, quizás, se encontraba frente a alguien que lo que más necesitaba en ese momento era un amigo.

¿Y por qué vengo a hablarte de estas cosas el día de tu cumpleaños? Vine a hablarte sobre Jorge, tu hijo. Vine a pedirte perdón por no haber cumplido mi palabra. Pero supongo que cuando habló de la gente a la que le he fallado, no puedo evitar seguir sumando nombres a la lista, ¿cierto?

“Siempre has sido demasiado terco como para reconocer que no es que la gente tenga miedo de ti, sino que temen POR ti”

Tenías razón, como en todo lo que me dijiste. ¿Te cuento algo? Esta semana ha sido difícil. Entre vagar por los techos que no son míos y recordar aquellos días en los que sentía que había encontrado una esperanza, la nostalgia amenazaba con carcomerme desde adentro. He hecho lo posible por evitarlo, pero siempre es difícil.

Más cuando veo al perro, pero eso es otro tema.

Salté por una ventana. ¿Cuántos tontos conociste en tu vida que salten por una ventana solo porque alguien les recordó la vida que quieren tener? Te reirías de mí si estuvieras aquí. “¡Es que eres un romántico, hijo!”, me dirías.

Soy un hombre con máscara que visita a una mujer muerta en un cementerio que ya está cerrado. Claro, la definición por excelencia de un romántico, ¿verdad?

Hay tantas cosas que quisiera contarte y tú solo me dirías una cosa a todas ellas.

“Si te importa tanto esta chica, ¡llámala! Ninguna historia se escribe con supuestos”

Siempre hablándome con sabiduría, aún desde el más allá. Esa eres tú.

Los dedos me tiemblan mientras busco el número en mi teléfono. “Fue buena idea traerlo conmigo”, me digo a mí mismo. Me detengo frente a su número e intento respirar. Estoy agitado, como si hubiera terminado de correr una maratón, llegando en último lugar.

Pienso en las cosas que dije, escribí e hice. Quizás estuvieron mal, quizás fui egoísta frente a alguien que me ofreció su ayuda desinteresadamente. ¿Qué debería decir? “Hola, ¿Qué tal? Oye, fui un idiota, lo siento mucho”

-¡¿Por qué siempre tiene que ser tan difícil?! – mi grito retumba entre todas las tumbas y arrojó a un lado la máscara que acabo de quitar de mi cara tan solo un momento atrás.

No importa, puedo hacer esto. Yo salté por una ventana, no hay forma en la que no pueda hacer esto. Voy a marcar el botón. ¡Rayos, Delia! ¿Por qué siempre tienes razón con estas cosas?

Suena el tono de espera.

Vuelve a sonar.

Lo escucho una vez más.

Y, al otro lado de la línea, cortan.

“¡Estúpido! ¿Para eso? ¡JA! ¡Lo sabía!”, la voz de mi yo interior se burla de mí por dentro.

Quizás no tenías tanta razón después de todo, Delia. Quizás algunas cosas son de la forma en la que deben de ser.

“¡Oh, rayos! Tampoco es que vaya a vivir tanto”, mi yo interior se pone de mi lado esta vez.

Busco su nombre entre los contactos nuevamente, ahí está. Presiono el botón de llamada. Suena el tono de espera en un segundo que a mí se me hace una eternidad.

Al otro lado de la línea escucho una voz que se me hace conocida. Tal vez de otra vida.

-Aló – Su voz se oye distante, como la de esas llamadas que ni esperas ni tampoco quieres recibir.

-Hola – Trato de infundirle seguridad a mi voz, que no se noten todas las tribulaciones interiores que tuve que vencer para llamar.

-¿Qué pasó? – La pregunta suena más a “¿Qué quieres?”

“Pasó que tuve un encuentro conmigo mismo en el cementerio desde donde te estoy llamando y me di cuenta que me importas más de lo que mi egoísmo me permite darme cuenta, que sería solo tu amigo por mantener esa esperanza con la que salía a encarar mis noches más peligrosas. Que siento haber tratado de cortar esta amistad que me ha mantenido con vida durante el último mes, que siento haber escrito tantas estupideces inmaduras y casi despechadas como si fuera un adolescente dolido. Que siento no haber estado a la altura de la situación. Que te extraño, que te pienso y que, de alguna manera loca y extraña del Universo, no me preguntes cómo o por qué, siento que te necesito”

-Nada, solo quería hablar contigo – Un ligero temblor estremeció mi garganta - ¿Estás ocupada?

-Sí – Fue una respuesta automática.

-Bueno, entonces ¿te puedo llamar en un momento en el que estés desocupada?

-Sí, yo te aviso

-Está bien, pero… ¿de verdad? – En el último momento la duda me traicionó.

Pero al otro lado de la línea, ya no había nadie.

Ya sé, Delia. Sé lo que debes estar pensando.

“Todo pasa por una razón”

Y quizás está bien así, ¿sabes? Quizás no fue que lo que dije, escribí o hice estuvo mal. Tal vez solo fue de esas veces en las que la vida pone a alguien en tu camino, tal y como hizo contigo, por una razón.

Para infundirte esperanza, para creer en ti. Aún en ese momento en el que todas tus circunstancias son adversas. Tú fuiste esa persona para mí en su momento, me cambiaste la forma de ver las cosas, y a pesar de que mi adolescencia se fue de techo en techo, no me arrepiento de nada.

Y ahora ella fue lo que tuvo que ser en su momento, quizás Dios se acordó de que necesito un ángel de la guarda. O quizás solo fuimos dos extraños que coinciden en determinado momento, por una razón, y luego siguen su camino, guardando recuerdos.

“Uno nunca olvida, simplemente deja de recordar”

Me enseñaste que lo principal no es atormentarte por los recuerdos, sino simplemente saber evitar que te vendan la promesa falsa de un pasado mejor. Ahora lo sé, ahora lo entiendo.

Esto es lo que yo soy, es lo que me toca. Te agradezco a ti, le agradezco a ella. Porque creyeron en mí, porque infundieron en mi corazón una esperanza que me salvó la vida.

Ahora me toca creer a mí.

Me toca ser mi propia esperanza.

Me acerco al sitio donde cayó la máscara que arrojé hace tan solo un momento, la recojo y la contemplo con cierta nostalgia.

¿No ha sido tan malo, verdad?

No, pero puede ser mejor.

Este soy yo, la historia de mi vida. No es ni tan emocionante con la máscara puesta, ni tan aburrida sin ella encima.

Es tiempo de pensar en grande.


Es tiempo de ser Sombra. 

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