Mucha gente espera días especiales en sus vidas. Cumpleaños, aniversarios, fiestas nacionales, feriados...en fin, son tantas que sería imposible catalogarlas todas. Las esperan con tal paciencia que resulta admirable la forma ferviente en que despiden hora tras hora, con la esperanza de que cada momento los acerca más a aquello que tanto anhelan. Resulta a veces un poco espeluznante la religiosidad con la que las personas esperan ciertas fechas que les resultan "importantes". En cuanto a mi, yo no espero ni mi cumpleaños ni ningún tipo de aniversario. Son solo días comunes cargados de ciertos significados que la sociedad dicta que sean especiales.
Pero hay un día que yo sí espero. Un día que no tengo marcado con resaltador en mi calendario, que no está apuntado acompañado de una ruidosa alarma en mi celular. Un día del que, si bien no sé la fecha exacta ni cuan cerca esté, anhelo desde mis más profundos deseos interiores del corazón. Un día con el que he soñado en mis sueños más secretos de los que solo conoce mi almohada. Un día por el que espero sin tener una fecha de vencimiento, sin una razón aparente para esperarlo. Un día por el que, simplemente, sé que debo esperar.
Yo espero por el día que mis ojos te vean.
Es un poco ambiguo dicho de este modo. La vista percibe tantos objetos, personas y detalles infinitos desde el momento en que nuestros ojos se abren a este mundo. Sin embargo, es el sentir esta apremiante necesidad de tu cercanía, imaginar cada segundo que transcurra a tu lado, memorizar cada detalle de tu imagen el que se traduce en el imperante deseo de contemplarte por un momento...porque, ¿sabes algo? Mi imaginación no es tan poderosa como para regalarme una proyección ni remotamente aproximada de ti. Y jamás sería suficiente una fotografía, un ideal o el recuerdo de una persona idealizada.
Por eso no sucumbo a los placeres de envolverme en las imágenes de tu rostro que mi mente me ofrece, por más que resulten como una inyección de adrenalina en un momento crítico para mi corazón. Por más que la soledad, que me carcome desde el interior de mi ser y que continuamente me restriega en las narices el hecho de que estoy solo aquí, intente seducirme a entregarme a sus garras engañosas y perderme en mis expectativas de encontrarte en un día aleatorio. Y todo esto sucede conmigo aquí, extrañándote y pensando en ti, mientras tú estás donde quiera que estés ahora.
Por eso quiero confiar en mis ojos. En estos ojos que me urgen a verte y recorrer el rincón más profundo de tu alma, aún cuando me pongas alguna barrera que deberé flanquear haciendo uso de la habilidad que he desarrollado en mi odiada y necesaria soledad. Y es que el día que mis ojos te vean será aquel en el que vea la luz de la vida con la claridad necesaria para saber que hay un antes y un después de ti, de esto que compartimos, porque sin ser nada en sí, nos queremos como si fuéramos todo. Porque es el abrigo de saber que estás presente aún en la más lejana cercanía lo que me da fuerzas para esperar cuando siento mis fuerzas abandonarme.
Y es que el día que mis ojos te vean, se caerán por completo las máscaras, las imágenes mentales, los ideales y solo quedarán dos personas reales, tangibles, con miedos y dudas, con sentimientos y emociones. Dos personas que han coincidido de alguna forma desconocida en este sorprendente camino. Aquel día, en el que dejes, quizás, de querer la imagen que proyecto y empieces a querer al hombre que en verdad soy, yo sabré que todas las horas que pase sentado en una habitación, con la única compañía de mi soledad, queriendo, imaginando y anhelando estar a tu lado, valieron todas la pena. Cada segundo habrá sido completamente bien vivido. Porque el día que mis ojos te vean, sabrás que cada palabra que ha salido de mis...dedos, ha sido la verdad más sublime que ha proclamado mi corazón. Que no ha habido poema mejor declamado, ni canción mejor interpretada que aquella que se dice con la verdad del corazón.
Aquel día, no me veré con pena ni lástima, porque aunque el sol no brille o la luna no nos ilumine, yo te aseguro que ninguna nube ocultará los verdaderos colores de mi alma. Porque aquel día no terminaré solo, tiritando en el frío. No me tragaré mi autocompasión en un discurso deprimente ni tratando de convencerme de que "todas las cosas suceden por una razón" o que tan solo fue un momento de impulsividad mal retribuido que ya pasó, ni mucho menos seré la única alma arrepentida que camine por una solitaria calle en una lúgubre noche limeña.
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