jueves, 30 de noviembre de 2017

La vecina del quinto

La vecina del quinto sospecha de lo que hago.

Sé que me escucha, atenta, durante las noches. No sé si atenta a que no me mate por accidente o atenta por la curiosidad morbosa de quien no tiene nada más que hacer con su vida. Quisiera creer que aquella mujer, que nunca me ha visto ni me verá, se preocupa por mí. Claro, me encantaría poder convencerme de eso pues significaría que hay otra persona en mi vida dispuesta a atravesar por aquello que algunas otras no pudieron comprender.

Sé que ella me escucha, detrás de la ventana y entre sus accesos de tos crónica, a lo mejor se pregunta qué hago cuando todos duermen. Tal vez se cuestiona por los motivos que me llevan a usar el tragaluz y no las escaleras, como la gente común y corriente. Quizás no esté segura de que sea un vecino del edificio, a lo mejor piensa que soy un ladrón, un hombre malo que llega por las noches a hacer daño.

La vecina del quinto, quizás, no se equivoca.

Por las mañanas, el violento sonido de su tos convulsa me despierta, me avisa. Por las noches, son sus quejidos los que me sacan del trance de mi cotidianeidad, los que me recuerdan que ni siquiera viajando miles de kilómetros puedes escapar de quien eres en realidad.

O de quien quieres ser.

De cuando en cuando la veo acercarse a la ventana, con la esperanza de verme. A veces me pregunto si tiene algo que decirme, si intentará disuadirme o si se identificará con todas las tribulaciones internas y acopios de fuerza que hago para adentrarme en los rincones olvidados de las noches frías en la ciudad.

Tal vez no, pero ya daría yo la poca vida que me queda porque fuese así. Es porque tal vez la vecina del quinto me representa a toda esa gente que alguna vez ha estado ahí, esperando con el corazón en las manos, detrás de una ventana, preguntándose a sí misma si será aquella noche la última.

Quizás por eso la vecina del quinto y yo tenemos una relación que ninguno de los dos conoce pero sin la que ninguno de los dos podría hacer bien lo que mejor sabe hacer, aunque ella solo espere la muerte y yo solo muera en la espera.

En ocasiones, cuando la debilidad es más fuerte que mi instinto, quisiera huir, clamar por ayuda, regresar a otro momento en la vida pero cada vez hay menos personas en quienes pueda confiar. Tal vez sea mi paranoia o a lo mejor es que todavía vivo con la esperanza de que mis muertos vuelvan a habitar mi mente.

Y es en momentos como ese, en el que me gustaría conocer a la vecina del quinto, confesarle como el miedo me consume por dentro mientras la soledad mira complacida desde un rincón, contarle de cómo el valor ya no es suficiente y pedirle que me haga un lugar en su vida puesto que la mía ya no alcanza para seguir adelante.

Pero eso no va a suceder, yo voy a seguir usando el tragaluz por las noches, buscando una equivocada razón para seguir adelante y ella, seguirá esperando, curiosa, a ver si será esa la noche en la que un mal cálculo deshará mis planes.

Sin que ninguno de los dos sea consciente de lo sintonizados que están nuestros corazones con la frecuencia del dolor, volveremos a interpretar nuestros papeles una vez más. 

A lo mejor por la mañana, cuando evite ver mi rostro en el espejo, recordaré a la vecina del quinto, pensaré en todo lo que representa para mí y así, tal vez sea un poco más fácil regresar a la realidad.


Aunque después vuelva a dejarla atrás.

martes, 14 de noviembre de 2017

Espacio-Tiempo

Despierto por la mañana, me estiro un poco sobre la cama, me revuelvo e intento arrancar de mi cuerpo la sábana única con la que intento abrigarme incluso las malas intenciones. A veces tengo un brazo dormido que demora en despertar, el pánico se apodera de mí durante los 2 minutos en los que pienso que no recuperaré la movilidad de mi extremidad, pero no, ya está operativo al 100% de nuevo. 

Tanteo sobre la cama todavía medio dormido, ahí está mi teléfono. Lo acerco a mi cara y el brillo de la pantalla me termina de completar el mal humor de haber despertado en la mejor parte del sueño, ¿por qué siempre olvido bajar el brillo a 0 si siempre me prometo hacerlo la noche anterior?

No importa, ya estoy leyendo todas las notificaciones en mi pantalla. Veo la hora de mis mensajes: las 3am, las 4am, las 5am en Barcelona. Como mi mente todavía no está al 100% de su capacidad (lo cual hace que me pregunte si alguna vez lo habrá estado), reviso la aplicación de reloj internacional para asegurarme de la hora en Lima, Perú.

Madrugada, todos duermen al otro lado del charco. Escribo mis respuestas en formas variadas: mensajes de texto con letras cambiadas, audios de Whatsapp con voz de ultratumba, videos cubriendo mi rostro, ya sabes, lo típico de apenas estar despertando.

Mediodía en Barcelona así que tengo que estar listo. En menos de una hora todos comenzarán a despertar en Lima. Apresuro el paso con lo que sea que esté haciendo, tengo que terminar antes de que la avalancha de amigos empiece a reportarse otra vez. A partir de la 1pm comienzan a llegar los mensajes, yo ya llevo la mitad del día a cuestas y ellos apenas están comenzando a pasar por el mismo tedioso ritual matutino que yo hace 6 horas. 7 en verano… ¿O era al revés?

A veces mientras viajo en tren y leo aquellos mensajes con horas de diferencia me da la impresión de que mi estación destino me llevará a casa de nuevo, que no me bajaré frente al mar, que no veré las olas retumbando las caminatas tranquilas de la gente abrigada ante el frío devastador y que en cambio, estaré en casa, cruzaré aquel parque que tantos momentos me ha guardado y divisaré mi puerta, desde antes de cruzar la calle.

Pequeñas felicidades en la vida.

Pero hoy no es ese día. Bajo del tren, ahí está la gente de nuevo, y las olas. Una valla me separa de la arena y el mar. Camino a casa, la nueva casa, una de las casas. En la calle la mayoría de gente habla otro idioma, muchos sonríen, las personas aquí son un poco más amables y menos ensimismadas. Tal vez por eso es que me siento extraño, porque en mi mente estoy cruzando mi parque de siempre.

Cae la noche y no hay despedidas, simplemente me quedo dormido en el momento menos pensado. Es un acuerdo tácito entre amigos, ustedes duermen y yo espero hasta el día siguiente manteniendo nuestros recuerdos intactos en mi mente. 

Porque cuando hacemos el truco aquel de traspasar las barreras del espacio-tiempo con nuestras conversaciones en diferentes husos horarios y en territorios a kilómetros de distancia, me siento menos solo.


Y así está bien, créeme. No podría ser mejor.

jueves, 10 de agosto de 2017

A ti, que no estás

Sé que llego tarde, lo siento por eso.

Es solo que estos últimos días no he sido yo mismo del todo, ¿sabes? Bueno, supongo que sí lo sabes. Después de todo, ¿cuándo he sido yo mismo desde que no estás?

Tendrá que ver con el hecho de que es siempre alrededor de estas fechas, comprendidas entre tu partida y mi nacimiento (o la celebración del mismo, mejor dicho); que suelo sentirme melancólico y no es algo que realmente pueda hablar con mucha gente, puesto que nadie podría entenderlo como tú.

Pero claro, tú estás muerta y yo muchas veces no entiendo cómo es que sigo vivo.

¿Sabes que es lo irónico de toda esta situación? Que nos fuiste arrebatada tan pronto que solo ida fue que pude comprender la magnitud y el impacto de tu presencia en mi vida. Ya sé que esta es la parte en la que te suelto el rollo de la esperanza que me devolviste y la fe en poder ser lo que quisiera ser, sin embargo, esta vez no lo haré.

Puesto que eso tú, donde quiera que estés, ya lo sabes.

Te fuiste, o mejor dicho, me fuiste arrebatada antes de que cumpliera 15 años y mírame ahora, a unos días de cumplir 24 y todavía sin comprender qué hacer con tantas preguntas estancadas en mi mente, con tantas respuestas necesarias para seguir adelante y comprender el extraño mundo en el que decidimos sumergirnos.

Ahora ya es tarde, casi 9 años tarde, para ser precisos. Ya conozco de primera mano las consecuencias de mis decisiones (poco acertadas, en su mayoría) y también conozco y me codeo a plena voluntad con la soledad que me dejaste. Nunca terminé de aprender tu más valiosa lección: la de relacionarme con la gente y mostrarles aquello que viste en mí que yo no pude comprender. Si tan solo pudiese tenerte aquí un día más, creo que sería la única pregunta que te haría, entre todas las que necesitaría hacerte.

Por eso, querida amiga y mentora, te escribo estas líneas para recordar algún tiempo pasado que fue mejor. Porque ahora solo queda seguir y a pesar de que nunca leerás nada de esto, estoy seguro que de alguna manera, mis párrafos llegarán a donde sea que se encuentre tu recuerdo.

Incluso si ese lugar es lo que queda de mi corazón.

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Mis manos tantean en la oscuridad, buscando el interruptor. No logro encontrarlo y estoy comenzando a desesperarme.

Es raro como para alguien que se hace llamar Sombra, la penumbra todavía pueda resultarle incómoda. Sin embargo, ahí estoy, como un niño asustado queriendo despertar de una pesadilla incomprensible.

Es más, no estoy seguro que todo lo de esta noche no lo sea.

De repente, se hace la luz y la familiaridad del lugar en el que me encuentro me devuelve la calma y el control de mis sentidos.

-¡Ay, eras tú!

Su voz soñolienta me causa gracia, la observo desperezarse un poco, mientras frota sus ojos con las manos. Un pantalón casi harapiento y una camiseta corta componen un pijama que pocas personas darían un centavo por poseer.

-Lo siento, no encontraba la luz – me excusé.

-No importa, de todas maneras ya tenía que despertarme, que si me paso de dormilona, luego no me entero de loncheras ni nada – soltó una de esas sonrisas que me hacían pensar que la vida podía ser un lugar feliz – Siéntate, te preparo algo.

-La verdad es que tendría que irme ya, Delia – No mentía, era bastante tarde…o temprano, dependiendo del punto de vista.

Y claro, yo tenía una vida a la que regresar. Una vida que no tenía nada que ver con ella, ni con su hijo.

-No me demoro nadita – Daba igual, hablaba de irme y al mismo tiempo, me sentaba a la mesa - ¿No ha venido Jorge contigo?

-No estuvimos juntos hoy – La frase me dolió un poco, me habría gustado tener noticias de su hijo, pero no y tampoco quería mentirle.

Ella se acercó a la cocina y puso a hervir una olla con agua, mientras cortaba unas rebanadas de pan y las untaba con mermelada. El olor del sitio me hacía sentir protegido, como si fuera una mezcla entre su perfume y el calor de su hogar.

De repente, se detuvo en seco y se giró a mirarme.

-¿Por qué sigues con eso puesto?

Por haberme embriagado de comodidad, me había olvidado de la única regla que ella había impuesto en su casa: nada de máscaras.

En mi caso, la regla era bastante literal.

-Lo siento…me olvidé de sacármela – Removí el pedazo de plástico de mi rostro y lo contemplé por un momento. Blanca, inexpresiva y sin emociones, ¿ese era el yo de todas las noches?

Por aquel entonces, esa máscara no representaba nada más que una póliza de seguro contra cualquiera que pudiese conocerme.

No era una identidad; aquella se forjaría a punta de fuego y dolor más adelante, solo que yo todavía no lo sabía.

-Aquí – colocó una taza de cocoa caliente frente a mí y un plato con dos rebanadas de pan con mermelada – Tómatelo rápido antes que se enfríe.

Esta mujer que no era nada mío, ¿por qué se preocupaba tanto por mí? ¿Quién era yo para ella?

-No era necesario…bueno, gracias – Balbuceé.

-¿Estás bien? ¿No estás muy cansado?

-Puedo llegar a mi casa, no te preocupes – La verdad era que me iba a costar un poco puesto que la noche comenzaba a abrirle el paso a un nuevo día.

-¿Qué has estado haciendo hoy? – Sabía que no era curiosidad, ella era parte de esto y, aunque no comprendía por qué, nos ayudaba.

Me ayudaba y aquello ya era bastante.

-Nada importante, solo unas entregas. Los pinos, Sauce Alto…lo de siempre – Añadí un extra de aburrimiento a mi respuesta.

-No, tonto. Te pregunto qué has estado haciendo hoy…por la mañana, en el cole, en tu casa – Parecía ofendida, como si mi respuesta la hubiese lastimado.

-¡Ahh! – Fácil, aquello me resultaba más aburrido todavía, así que no tenía ni que fingirlo – El colegio sigue siendo raro y en casa la situación sigue igual.

-¿Has hablado con tu mamá?

-¿Para qué iba yo a querer hacer eso? – Aun con todo lo que tenía que pasar por las noches, seguía siendo tan solo un adolescente rebelde.

Delia solo movió la cabeza, con desaprobación. Como siempre, solo aquello bastó para hacerme sentir avergonzado, ¿cómo lo hacía? ¿Cómo es que tenía esa influencia sobre mí?

-Lo tengo pendiente… - Repliqué.

-Es importante que no desquites las cosas que te pasan haciendo lo que haces con nadie de tu vida cotidiana – Presentía un discurso suyo aproximándose – Eres un buen chico, solo tienes que darte una oportunidad. No te cierres a la gente que te quiere, tu familia, tus amigos…

-Yo no tengo amigos – No era una afirmación rebelde. Lamentablemente, era cierto.

-¿Y Jorge?

-Es distinto, nosotros…

-¿Y yo?

Silencio.

Era increíble como un par de palabras me devolvían a la realidad. A lo mejor no estaba tan solo como quería y clamaba estar, tal vez solo debía abrir bien los ojos y ver más allá de lo que tenía frente a mí para darme cuenta que sí podía ser feliz.

Ella soltó una carcajada y fui devuelto a la realidad otra vez.

-No porque quieras parecer misterioso y complicado, significa que lo seas, niño.

-No quiero parecer nada, es simplemente que no sé cómo interactuar con la gente – Empezaba a ser un niño dándole las quejas a mamá

-Esto – Tomó entre sus manos la máscara que estaba encima de la mesa – Te da una seguridad que no es tuya. Tienes que aprender a usarla sin necesidad de ponerte esto en la cara.

-Ya…es fácil de decir.

-¿Y la chica de la que me hablaste?

-Eso no va a llegar a ninguna parte

-¿Tú como sabes?

-No lo sé, ¿supongo que porque soy un chico con una doble vida medio delincuencial? – Me estaba exasperando un tanto.

-La vida no es tan complicada como quieres que sea.

Me levanté de la mesa, ni en la taza ni en el plato quedaba nada. Extendí un brazo sin decir una palabra. Ella miró una vez más la máscara entre sus manos y me la devolvió.

-Gracias, Delia – Quería añadir algo más pero temí su reacción – me tengo que ir.

Me disponía a colocarme la máscara en el rostro nuevamente cuando la vi levantarse también.

Se acercó a mí. Muy cerca, muy despacio.

-Nadie va a vivir tu vida por ti, ¿entiendes? Si tú no estás dispuesto a hacer lo que haga falta, ¿entonces quién? ¡Ve! Habla con tu madre, háblales a los chicos de tu colegio, háblale a la chica que te gusta porque si tú no lo haces, escúchame bien, nadie lo va a hacer. ¿Qué quieres luego? ¿Quejarte porque las cosas que querías que sucedan, no sucedieron? Pues si no sucedieron, será porque no hiciste nada.

Yo estaba temblando un poco, he de reconocer.

-Yo…bueno…ya, tienes razón.

-¿Alguna vez has besado a alguien?

La pregunta me pilló desprevenido y con la guardia baja. Recordaba mi último beso porque daba la casualidad que había sido el primero, pero de aquello hacía años y aunque la gente se reía cuando contaba la historia y aseguraba que era imposible que los niños se besen con esa edad, yo estaba bastante seguro de que aquello contaba como un beso.

O besos y aunque de niños de 6 años se tratara.

Aun así, decidí mentir.

-¿Tengo cara de que alguien me haya besado alguna vez?

-Tienes cara de que necesitas un beso en este momento, niño.

Lo que pasó después es de esas cosas para las que nunca estás preparado pero tuve la certeza de que fue uno de los pocos momentos en los que pude ser libre sin llevar una máscara puesta. Yo no lo supe en ese momento pero poco iba a importar si me enamoraba o no de ti puesto que nuestros destinos ya estaban marcados por las decisiones que habíamos tomado.

Lo único que entendí años después fue que aquel beso fue el primer regalo que me diste, la llave a una libertad que creía inaccesible y negada para mí pero que me demostraste que estaba tan a mi alcance como el poder sentir con intensidad.

Fue tu primer regalo pero no el último.


Solo que el siguiente te costaría la vida.

martes, 18 de julio de 2017

A la mañana siguiente...

No fue el excruciante dolor en mis piernas el que me despertó. Mucho menos las espasmos esporádicos que sacudían mi cuerpo de rato en rato. No fueron los sueños delirantes en los que llegaba a cumplir con una cita que había prometido tan solo la noche anterior. No fueron sus ojos marrones ni las comisuras de sus labios que me debilitaban sobremanera al imaginarme besándolos.

“Arriba, ¡ya!”

Por supuesto que no fue nada de eso, ¿cómo podría haberlo sido?

“Estás perdiendo el tiempo, ¡levanta!”

Haciendo un esfuerzo, conseguí que mis extremidades respondiesen a las órdenes de mi cerebro. El dolor, maldición, era espeluznante. Y claro, yo no esperaba nada menos después de haber pasado por aquella experiencia tan…traumática.

“¿Dónde se supone que estoy?”, recuerdo haber pensado tras conseguir ponerme en pie.

“¿POR QUÉ ESTÁS AQUÍ TODAVÍA? ¡VETE!”

Por supuesto que aquella voz interior no podía ser de nadie más que tuya, Delia. ¿Qué te trae por aquí, vieja amiga? ¿Habrán sido de nuevo mis ganas de involucrarme en complejos esquemas que nada tenían que ver conmigo?

¿O será simplemente que a mi mente le gusta proyectar su dolor de maneras poco convencionales como, no sé,... reviviendo a los muertos?

A pesar de que el sol brillaba con intensidad, yo podía ver con claridad, en parte gracias a que llevaba la máscara cubriéndome el rostro por completo. No reconocía para nada el sitio en el que me encontraba. Tenía la pinta de ser un sitio bastante solitario puesto que tampoco veía a nadie cerca.

Fue ahí que caí en la cuenta de que, a excepción de unas contadas ocasiones, no había amanecido con la máscara puesta antes y después de todo, mi álter ego era una creación exclusiva de la noche. Durante el día perdía un poco de su encanto natural. Removí la máscara de mi rostro y los rayos del sol me impactaron cual abrazo no deseado.

Recobrado una vez de mi momentánea ceguera, la pregunta permanecía en el aire: ¿Dónde rayos se supone que estaba?

Intenté recordar un poco de los eventos que habían transcurrido la noche anterior. Sí, la rata muerta en la bolsa, un clásico. Infaltable premonición de que algo malo estaba por ocurrir. Los mensajes por Facebook con aquellas dos, la preocupación y el miedo. Recordé claramente el miedo, porque fue la fuerza que un primer momento me impidió levantarme del asiento frente a la computadora. También recordé haberme dado cuenta de que tenía un problema si prefería dejar a dos maravillosas personas preocupándose el mundo por mí mientras yo prefería arriesgar mi pellejo por personas que quizás nunca llegarían a conocerme.

Pero bueno, esa lección me la dejaste tú, ¿verdad, Delia?

Recordé haber llegado a la casucha y haber sido más sigiloso que de costumbre, no sabía a qué o quién me enfrentaba, recordé la emboscada y luego haber despertado atado a la silla. Aquello era nuevo. El tipo de cosas que no sucedían con Jorge.

¿Verdad, Delia?

-Sombra, ¡cuánto gusto! – la voz de aquel hombre sonaba bastante caballerosa y amable, por lo que decidí que podía intentar tener una conversación decente con él

-Ehh… ¿la soga es completamente necesaria?

-Queremos evitar dificultades, como podrás comprender – dijo eso último señalando el cinto que solía llevar amarrado a la cintura y que ahora estaba sobre una vieja mesa, en la que relucían mis 5 navajas Stainless.

Recordé el resto de nuestra conversación, nunca había sido amenazado de muerte con tan buenos modales. ¿Ves, Delia? Y tú decías que todo estaba perdido en este mundillo de mierda.

También recordé las varillas imantadas amarradas a los cables y como las incrustó en mis piernas.

Con mucha amabilidad y respeto, claro.

Recordé la electricidad y como pensé que mi cerebro iba a implosionar dentro de mi cráneo. Me pregunté a mí mismo si me reconocería alguien debajo de la máscara si mi rostro quedaba lo suficientemente desfigurado.

Y sí, ya sé lo que puedes estar pensando, Delia. Ahora viene la parte en la que me libero magistralmente y acabo con todos y salvo la noche. Porque yo soy el “héroe”, ¿verdad? Porque soy el bueno de la historia o algo parecido o porque le prometí a ella que estaría en su debut en la conducción, apoyándola como el amigo que no deseaba pero que sabía que estaba condenado a ser.

Condena impuesta, quiero aclarar, no por ella, sino por mi estilo de vida nocturno y “desenfrenado”.

Pues no, Delia. No hubo movimientos sigilosos ni premeditados ni una demostración de mis fuerzas mucho menos. Lo único que hubo fue mis pensamientos fatalistas debatiendo si me incinerarían o si me enterrarían en un cajón de algún color desagradable.

Y claro, cantidades industriales de electricidad recorriéndome la columna vertebral, además del dolor.

En algún momento de la noche terminé por desmayarme, Delia y ¿sabes? Volví a soñar con Jorge. Me suele pasar mucho desde que murió, de hecho. Es extraño, se siente como si estuviera atrapado en un bucle del que no puedo escapar, corriendo a través de un callejón que nunca se acaba por más rápido que intente alejarme y después, la absoluta nada.

Para luego terminar con él y yo sentados frente a frente en una especie de interrogatorio en donde tengo que escuchar toda la repetitiva historia de cómo soy yo el culpable de que tú ya no estés con nosotros.

Claro, porque mi subconsciente parece no querer recordar el hecho de que fue Jorge quien nos traicionó, ni que fue él quien les “cantó” el lugar donde estábamos, ni que fue él quien me hizo la vida jodidamente imposible por casi 5 años.

Te maldigo, memoria selectiva.

En fin, todo aquello nos lleva a este momento, Delia y, por cierto, ¿dónde carajo se supone que estoy? Vaya buen momento para vestir de negro mientras me putrefacto bajo el sol.

“¿Quién crees que va a hacer todo lo que hay que hacer?”

Creo que la pregunta es por qué siempre tengo que ser yo, Delia.

Es decir, mírame, estoy aquí en medio de la absoluta nada, cuando debería y quisiera estar en otro lado. No lo sé, a lo mejor con ella, cumpliendo mi promesa, siendo fiel a mi palabra.

¿Cuántos momentos, cuánta cercanía, cuántos recuerdos me he perdido por estar haciendo esto en lugar de estar a su lado? Tal vez incluso podría haber movido un poco más la balanza en favor mío si hubiera estado lo necesario y no aquí, jugando a ser el bueno.

Estoy cansado, Delia. Cansado de tener que sacrificar la vida del hombre que soy debajo de la máscara, cansado de perderme los mejores momentos de mis días e intercambiarlos por el dolor y el vacío que me supone esta soledad. ¿Es esta la vida que querías para mí? Me dijiste alguna vez que llegaría a ser un gran hombre alguna vez, lo único que veo ahora mismo es un despojo de existencia que no termina de ser suficiente.

¿Por qué no me siento como el bueno de la historia, Delia?

A lo lejos, el sonido de un motor me devuelve a la realidad. Con dificultad, intento agitar las manos y gritar al conductor para que me vea. Una vez detenido el vehículo, uso las últimas fuerzas que me quedan para atravesar aquel descampado que se me hace más largo que el mismo Sahara.

-¿Qué te ha pasado, chiquillo?

-Perdón, maestro pero creo…creo que me han “pepeado” – perfecto, cada vez mis excusas se superan una a otra.

El hombre me lanza una mirada compasiva, aunque no estoy seguro si crédula. Me abre la puerta del copiloto y me sonríe.

-Sube, te llevo al hospital.

A lo mejor no me siento como el bueno porque no soy el bueno, Delia.


Tan solo soy Sombra. 

sábado, 1 de julio de 2017

Las ganas que nunca me faltan

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve por aquí.

Sí, ya sé que eso tú no lo sabes. ¡Vamos! De hecho, no sabes nada de mí. O probablemente sabes de mí tanto como yo sé de ti, lo cual es reducible a nada más uno.

Álgebra elemental.

Así que permíteme presentarte un poco de lo que no soy, de lo que creo que soy y de lo que estoy seguro que me gustaría ser. Para hacerlo, tendré que comenzar como toda buena historia: con un planteamiento que podría pasar por interesante, seguido de un nudo estúpido y un desenlace de mierda. Sí, lo sé, se me sale el guionista interno, a veces no lo puedo evitar.

Volviendo al punto, comencemos, como siempre, por el principio.

No, no soy el amo de la experiencia ni del conocimiento en temas en los que todo el mundo que tenga nuestra edad parece estar interesado. Soy solo la suma de unas casualidades bastante desagradables (en su mayoría) que al menos dejaron la imborrable huella de ser una historia que contar en el futuro.

Graciosa, emocional, vulnerable.

El adjetivo lo eliges tú, lo anecdótico lo pongo yo.

Me han llamado honesto, me han llamado puro y auténtico. Yo me rio, poco, pero lo hago y en silencio, claro. ¿Quién soy yo para negar la opinión de la gente? Claro, una opinión basada en una perspectiva sesgada y positiva. Lo cual no significa que me pondré a narrarte la cadena de hechos que me llevan a afirmar que no encajo del todo en dicho grupo de adjetivos calificativos. Podría hacerlo, podría contártela, pero ya no tendría sentido. ¿Para qué desenterrar los viejos cadáveres que hay en mi sótano?

Mírate, tan linda tú en toda tu inocencia, pensando que esa frase está escrita en sentido figurado.

En fin, no hablemos de mis límites ambiguos y difuminados respecto a lo que es o no, correcto. Ese probablemente será tema de otra conversación… ¿o debería llamarlo monólogo? Después de todo, las posibilidades de que alguna vez llegues a parar a este texto son infinitesimales y, aun así, me encuentro en una noche cualquiera, a una hora poco prudente, escribiendo y regresando a mis orígenes, porque yo soy ese tipo de persona. Hago cosas inexplicables en momentos inadecuados y por personas que apenas conozco, pero con las que siento un vínculo que por más que quisiera describir, no podría.

¿Y entonces qué? ¿Esa es toda la historia? Pues no, no realmente. Ahora retomo la parte en la que escribo sobre lo que creo ser. A estas alturas de la vida, ya debes haber visto el tipo de chico que soy. Si tengo que ser muy sincero conmigo y contigo, la verdad es que no tengo ni la más remota idea de en qué paradigma recae mi forma de ser. Estoy cansado de encontrar un modelo en el que forzarme a existir así que tan solo dejaré que mi existencia se amolde tal y como lo desee. ¿Qué por qué nunca hablo con nadie? ¿Qué por qué siempre parezco tan ensimismado y retraído y tímido para luego dejar salir una libertad inesperada en mi forma de ser? Probablemente tenga que ver con la sensación de sentirme en casa, ese sentimiento de pertenecer a un grupo.

Además, créeme, sé un par de cosas sobre pertenecer a grupos “complicados”

Y junto con todo esto viene aquella parte que no termina de agradarme pero que, sin embargo, tengo que reconocer. No suelo integrarme de una manera funcional a los grupos en los que tengo la suerte de estar, ¿por qué? Bueno, tiene que ver con mi inseguridad y desconfianza. Sí, ya sé lo que puedes estar pensando, “¡Hey! ¿Por qué escribes estas cosas en un lugar donde el mundo podrá leerlas?” Pues número uno, no será lo más loco ni extraño que la gente leerá por aquí y número dos, he decidido que al menos por ahora, me importa muy poco lo que la gente opine.

La inseguridad y el pensar en cada decisión que he tomado hasta ahora son una constante en mi vida, alimentándose mutuamente la una de la otra en una relación casi parasitaria que resulta en un bucle que algún día tendré que detener. ¿Por qué? Bueno, tiene que ver con los errores del pasado y lo mucho que “disfruto” martirizándome con ellos, negándome la posibilidad de ser feliz o de pensar en que merezco algo mejor en la vida. ¿Eso es lo suficientemente honesto o te muestro las heridas abiertas que arrastro hasta ahora?

Mejor no, mantengamos esto con una calificación PG-13.

Tengo sueños, ¿sabes? Sueño con el día en qué pueda despertar y no desear esconderme tras una máscara, sueño con el momento en el que no tenga que minimizar mi capacidad ni esconder mis aspiraciones y deseos solo para que la gente no pregunte de más. Imagino y saboreo el día en que pueda ser completamente sincero con una persona que me acepte tal y como soy. ¡Oye! No creo que sea nada que nadie nunca haya deseado, pero sí, me gustaría alcanzar ese estado en el que la única opinión importante es la que tengas tú sobre los demás.

Recuerdo haberte escuchado decir que las personas se conforman con muy poco. Lo cual me hizo pensar en las decisiones que he tomado en la vida, ¿ya te dije que yo pienso casi todo, ¿verdad? ¡Porque de veras que lo hago! Una amiga mía que ya no camina entre nosotros diría que es porque soy Virgo, pero bueno, eso no es lo importante. Yo también creo que las personas tienden al conformismo, digo, me he visto a mí mismo cayendo en sus garras así que no podría discutírtelo, aunque quisiera. Me hablaste de un chico, porque sí, la historia siempre se repite. Chico conoce chica, chico pierde a chica, chico hace una proeza por chica… ¡Ah, no! Espera, esta es la vida real, ¿cierto? Carajo, a veces tiendo a confundirme con lo que funciona cuando escribo un guion. No, claro que no, en la vida real por lo general no es así como son las cosas. Probablemente hayas terminado lastimada y pensando que él tiene todo el derecho a ser feliz y a enamorarse de alguien más mientras que tú estás destinada a morir pensando únicamente en él. ¿Te cuento algo interesante? He estado a ambos lados del ring y no, como dice una vieja canción, “de amor ya no se muere”. Nunca se murió, en realidad. Pero aquello tú no lo sabes, ¿cómo podrías saberlo? Cuando el amor llama a nuestra puerta, somos tan inocentes en dejarlo entrar, pero tan egoístas para permitirle salir. Y más aún cuando se trata de abrirnos a una nueva persona.

No, no me refiero a entregar algo que no recuperarás por la mañana, junto con toneladas de dignidad.

Podría extenderme más con esto, pero no lo haré, después de todo, nunca en la más remota de las existencias paralelas que vienen con toda la teoría de los universos leerás tú esto. Aunque sería gracioso si lo hicieses, porque aquello me haría sentir como un libro abierto en todo el sentido de la palabra. Mírame… No, mírame realmente. Mira más allá de mi apariencia, mira más allá de mi físico, de mis cicatrices, de mi inseguridad y de mi temor a lo que vaya a pensar la gente de mí. Mírame y acércate, no tengas miedo, porque ningún miedo podrá ser mayor del que yo mismo siento a veces de mí. Lo único de lo que puedo estar seguro es que no volveré a permitir jamás que mi miedo vuelva a lastimar a las personas que me importan. Acércate, porque debajo de esta apariencia no tan “llamativa”, debajo de esta máscara de seriedad y experiencia y debajo del nerviosismo que me genera tener a una mujer agradable y llena de vida, hay un corazón que se muere de ganas de volver a latir con la intensidad que me robaron mis antiguas noches de verano, soledad y sombras.

Hoy, esta noche, me doy cuenta de que después de muchísimo tiempo, tengo ganas de volver a querer y tengo ganas de empezar por mí y terminar en ti. Así que sí, soy solo un chico que tiene un blog X en una dirección de internet X y que lo único que puede ofrecer en este momento es su trabajo desinteresado, su honestidad en gran parte y sus palabras hechas texto y emoción.


Porque, Dios, que la emoción sea lo último que nos falte y la seguridad lo que más nos sobre. Y así no tengamos que vivir toda la vida arrepintiéndonos de no haberle dado la oportunidad a esa pieza que nos quedó pendiente por bailar.