Sé que llego tarde, lo siento por
eso.
Es solo que estos últimos días no
he sido yo mismo del todo, ¿sabes? Bueno, supongo que sí lo sabes. Después de
todo, ¿cuándo he sido yo mismo desde que no estás?
Tendrá que ver con el hecho de
que es siempre alrededor de estas fechas, comprendidas entre tu partida y mi
nacimiento (o la celebración del mismo, mejor dicho); que suelo sentirme
melancólico y no es algo que realmente pueda hablar con mucha gente, puesto que
nadie podría entenderlo como tú.
Pero claro, tú estás muerta y yo
muchas veces no entiendo cómo es que sigo vivo.
¿Sabes que es lo irónico de toda
esta situación? Que nos fuiste arrebatada tan pronto que solo ida fue que pude
comprender la magnitud y el impacto de tu presencia en mi vida. Ya sé que esta
es la parte en la que te suelto el rollo de la esperanza que me devolviste y la
fe en poder ser lo que quisiera ser, sin embargo, esta vez no lo haré.
Puesto que eso tú, donde quiera
que estés, ya lo sabes.
Te fuiste, o mejor dicho, me
fuiste arrebatada antes de que cumpliera 15 años y mírame ahora, a unos días de
cumplir 24 y todavía sin comprender qué hacer con tantas preguntas estancadas
en mi mente, con tantas respuestas necesarias para seguir adelante y
comprender el extraño mundo en el que decidimos sumergirnos.
Ahora ya es tarde, casi 9 años
tarde, para ser precisos. Ya conozco de primera mano las consecuencias de mis
decisiones (poco acertadas, en su mayoría) y también conozco y me codeo a plena
voluntad con la soledad que me dejaste. Nunca terminé de aprender tu más
valiosa lección: la de relacionarme con la gente y mostrarles aquello que viste
en mí que yo no pude comprender. Si tan solo pudiese tenerte aquí un día más,
creo que sería la única pregunta que te haría, entre todas las que necesitaría
hacerte.
Por eso, querida amiga y mentora,
te escribo estas líneas para recordar algún tiempo pasado que fue mejor. Porque
ahora solo queda seguir y a pesar de que nunca leerás nada de esto, estoy seguro
que de alguna manera, mis párrafos llegarán a donde sea que se encuentre tu
recuerdo.
Incluso si ese lugar es lo que
queda de mi corazón.
************************************************************************************
Mis manos tantean en la
oscuridad, buscando el interruptor. No logro encontrarlo y estoy comenzando a
desesperarme.
Es raro como para alguien que se
hace llamar Sombra, la penumbra todavía pueda resultarle incómoda. Sin embargo,
ahí estoy, como un niño asustado queriendo despertar de una pesadilla
incomprensible.
Es más, no estoy seguro que todo
lo de esta noche no lo sea.
De repente, se hace la luz y la
familiaridad del lugar en el que me encuentro me devuelve la calma y el control
de mis sentidos.
-¡Ay, eras tú!
Su voz soñolienta me causa
gracia, la observo desperezarse un poco, mientras frota sus ojos con las manos. Un
pantalón casi harapiento y una camiseta corta componen un pijama que pocas
personas darían un centavo por poseer.
-Lo siento, no encontraba la luz –
me excusé.
-No importa, de todas maneras ya
tenía que despertarme, que si me paso de dormilona, luego no me entero de
loncheras ni nada – soltó una de esas sonrisas que me hacían pensar que la vida
podía ser un lugar feliz – Siéntate, te preparo algo.
-La verdad es que tendría que
irme ya, Delia – No mentía, era bastante tarde…o temprano, dependiendo del
punto de vista.
Y claro, yo tenía una vida a la
que regresar. Una vida que no tenía nada que ver con ella, ni con su hijo.
-No me demoro nadita – Daba igual, hablaba de irme y
al mismo tiempo, me sentaba a la mesa - ¿No ha venido Jorge contigo?
-No estuvimos juntos hoy – La
frase me dolió un poco, me habría gustado tener noticias de su hijo, pero no y
tampoco quería mentirle.
Ella se acercó a la cocina y puso
a hervir una olla con agua, mientras cortaba unas rebanadas de pan y las untaba
con mermelada. El olor del sitio me hacía sentir protegido, como si fuera una
mezcla entre su perfume y el calor de su hogar.
De repente, se detuvo en seco y
se giró a mirarme.
-¿Por qué sigues con eso puesto?
Por haberme embriagado de
comodidad, me había olvidado de la única regla que ella había impuesto en su
casa: nada de máscaras.
En mi caso, la regla era bastante
literal.
-Lo siento…me olvidé de sacármela
– Removí el pedazo de plástico de mi rostro y lo contemplé por un momento.
Blanca, inexpresiva y sin emociones, ¿ese era el yo de todas las noches?
Por aquel entonces, esa máscara
no representaba nada más que una póliza de seguro contra cualquiera que pudiese
conocerme.
No era una identidad; aquella se
forjaría a punta de fuego y dolor más adelante, solo que yo todavía no lo
sabía.
-Aquí – colocó una taza de cocoa
caliente frente a mí y un plato con dos rebanadas de pan con mermelada –
Tómatelo rápido antes que se enfríe.
Esta mujer que no era nada mío,
¿por qué se preocupaba tanto por mí? ¿Quién era yo para ella?
-No era necesario…bueno, gracias –
Balbuceé.
-¿Estás bien? ¿No estás muy
cansado?
-Puedo llegar a mi casa, no te
preocupes – La verdad era que me iba a costar un poco puesto que la noche
comenzaba a abrirle el paso a un nuevo día.
-¿Qué has estado haciendo hoy? –
Sabía que no era curiosidad, ella era parte de esto y, aunque no comprendía por
qué, nos ayudaba.
Me ayudaba y aquello ya era
bastante.
-Nada importante, solo unas
entregas. Los pinos, Sauce Alto…lo de siempre – Añadí un extra de aburrimiento
a mi respuesta.
-No, tonto. Te pregunto qué has
estado haciendo hoy…por la mañana, en el cole, en tu casa – Parecía ofendida,
como si mi respuesta la hubiese lastimado.
-¡Ahh! – Fácil, aquello me
resultaba más aburrido todavía, así que no tenía ni que fingirlo – El colegio
sigue siendo raro y en casa la situación sigue igual.
-¿Has hablado con tu mamá?
-¿Para qué iba yo a querer hacer
eso? – Aun con todo lo que tenía que pasar por las noches, seguía siendo tan
solo un adolescente rebelde.
Delia solo movió la cabeza, con
desaprobación. Como siempre, solo aquello bastó para hacerme sentir
avergonzado, ¿cómo lo hacía? ¿Cómo es que tenía esa influencia sobre mí?
-Lo tengo pendiente… - Repliqué.
-Es importante que no desquites
las cosas que te pasan haciendo lo que haces con nadie de tu vida cotidiana –
Presentía un discurso suyo aproximándose – Eres un buen chico, solo tienes que
darte una oportunidad. No te cierres a la gente que te quiere, tu familia, tus
amigos…
-Yo no tengo amigos – No era una
afirmación rebelde. Lamentablemente, era cierto.
-¿Y Jorge?
-Es distinto, nosotros…
-¿Y yo?
Silencio.
Era increíble como un par de
palabras me devolvían a la realidad. A lo mejor no estaba tan solo como quería
y clamaba estar, tal vez solo debía abrir bien los ojos y ver más allá de lo
que tenía frente a mí para darme cuenta que sí podía ser feliz.
Ella soltó una carcajada y fui
devuelto a la realidad otra vez.
-No porque quieras parecer
misterioso y complicado, significa que lo seas, niño.
-No quiero parecer nada, es
simplemente que no sé cómo interactuar con la gente – Empezaba a ser un niño
dándole las quejas a mamá
-Esto – Tomó entre sus manos la
máscara que estaba encima de la mesa – Te da una seguridad que no es tuya.
Tienes que aprender a usarla sin necesidad de ponerte esto en la cara.
-Ya…es fácil de decir.
-¿Y la chica de la que me
hablaste?
-Eso no va a llegar a ninguna
parte
-¿Tú como sabes?
-No lo sé, ¿supongo que porque
soy un chico con una doble vida medio delincuencial? – Me estaba exasperando un
tanto.
-La vida no es tan complicada
como quieres que sea.
Me levanté de la mesa, ni en la
taza ni en el plato quedaba nada. Extendí un brazo sin decir una palabra. Ella
miró una vez más la máscara entre sus manos y me la devolvió.
-Gracias, Delia – Quería añadir
algo más pero temí su reacción – me tengo que ir.
Me disponía a colocarme la
máscara en el rostro nuevamente cuando la vi levantarse también.
Se acercó a mí. Muy cerca, muy
despacio.
-Nadie va a vivir tu vida por ti,
¿entiendes? Si tú no estás dispuesto a hacer lo que haga falta, ¿entonces
quién? ¡Ve! Habla con tu madre, háblales a los chicos de tu colegio, háblale a
la chica que te gusta porque si tú no lo haces, escúchame bien, nadie lo va a
hacer. ¿Qué quieres luego? ¿Quejarte porque las cosas que querías que sucedan,
no sucedieron? Pues si no sucedieron, será porque no hiciste nada.
Yo estaba temblando un poco, he
de reconocer.
-Yo…bueno…ya, tienes razón.
-¿Alguna vez has besado a alguien?
La pregunta me pilló desprevenido
y con la guardia baja. Recordaba mi último beso porque daba la casualidad que
había sido el primero, pero de aquello hacía años y aunque la gente se reía
cuando contaba la historia y aseguraba que era imposible que los niños se besen
con esa edad, yo estaba bastante seguro de que aquello contaba como un beso.
O besos y aunque de niños de 6
años se tratara.
Aun así, decidí mentir.
-¿Tengo cara de que alguien me
haya besado alguna vez?
-Tienes cara de que necesitas un
beso en este momento, niño.
Lo que pasó después es de esas
cosas para las que nunca estás preparado pero tuve la certeza de que fue uno de
los pocos momentos en los que pude ser libre sin llevar una máscara puesta. Yo
no lo supe en ese momento pero poco iba a importar si me enamoraba o no de ti
puesto que nuestros destinos ya estaban marcados por las decisiones que
habíamos tomado.
Lo único que entendí años después
fue que aquel beso fue el primer regalo que me diste, la llave a una libertad
que creía inaccesible y negada para mí pero que me demostraste que estaba tan a
mi alcance como el poder sentir con intensidad.
Fue tu primer regalo pero no el
último.
Solo que el siguiente te costaría
la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario