martes, 14 de noviembre de 2017

Espacio-Tiempo

Despierto por la mañana, me estiro un poco sobre la cama, me revuelvo e intento arrancar de mi cuerpo la sábana única con la que intento abrigarme incluso las malas intenciones. A veces tengo un brazo dormido que demora en despertar, el pánico se apodera de mí durante los 2 minutos en los que pienso que no recuperaré la movilidad de mi extremidad, pero no, ya está operativo al 100% de nuevo. 

Tanteo sobre la cama todavía medio dormido, ahí está mi teléfono. Lo acerco a mi cara y el brillo de la pantalla me termina de completar el mal humor de haber despertado en la mejor parte del sueño, ¿por qué siempre olvido bajar el brillo a 0 si siempre me prometo hacerlo la noche anterior?

No importa, ya estoy leyendo todas las notificaciones en mi pantalla. Veo la hora de mis mensajes: las 3am, las 4am, las 5am en Barcelona. Como mi mente todavía no está al 100% de su capacidad (lo cual hace que me pregunte si alguna vez lo habrá estado), reviso la aplicación de reloj internacional para asegurarme de la hora en Lima, Perú.

Madrugada, todos duermen al otro lado del charco. Escribo mis respuestas en formas variadas: mensajes de texto con letras cambiadas, audios de Whatsapp con voz de ultratumba, videos cubriendo mi rostro, ya sabes, lo típico de apenas estar despertando.

Mediodía en Barcelona así que tengo que estar listo. En menos de una hora todos comenzarán a despertar en Lima. Apresuro el paso con lo que sea que esté haciendo, tengo que terminar antes de que la avalancha de amigos empiece a reportarse otra vez. A partir de la 1pm comienzan a llegar los mensajes, yo ya llevo la mitad del día a cuestas y ellos apenas están comenzando a pasar por el mismo tedioso ritual matutino que yo hace 6 horas. 7 en verano… ¿O era al revés?

A veces mientras viajo en tren y leo aquellos mensajes con horas de diferencia me da la impresión de que mi estación destino me llevará a casa de nuevo, que no me bajaré frente al mar, que no veré las olas retumbando las caminatas tranquilas de la gente abrigada ante el frío devastador y que en cambio, estaré en casa, cruzaré aquel parque que tantos momentos me ha guardado y divisaré mi puerta, desde antes de cruzar la calle.

Pequeñas felicidades en la vida.

Pero hoy no es ese día. Bajo del tren, ahí está la gente de nuevo, y las olas. Una valla me separa de la arena y el mar. Camino a casa, la nueva casa, una de las casas. En la calle la mayoría de gente habla otro idioma, muchos sonríen, las personas aquí son un poco más amables y menos ensimismadas. Tal vez por eso es que me siento extraño, porque en mi mente estoy cruzando mi parque de siempre.

Cae la noche y no hay despedidas, simplemente me quedo dormido en el momento menos pensado. Es un acuerdo tácito entre amigos, ustedes duermen y yo espero hasta el día siguiente manteniendo nuestros recuerdos intactos en mi mente. 

Porque cuando hacemos el truco aquel de traspasar las barreras del espacio-tiempo con nuestras conversaciones en diferentes husos horarios y en territorios a kilómetros de distancia, me siento menos solo.


Y así está bien, créeme. No podría ser mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario