Despierto por la mañana, me estiro un poco sobre la cama, me
revuelvo e intento arrancar de mi cuerpo la sábana única con la que intento
abrigarme incluso las malas intenciones. A veces tengo un brazo dormido que
demora en despertar, el pánico se apodera de mí durante los 2 minutos en los
que pienso que no recuperaré la movilidad de mi extremidad, pero no, ya está
operativo al 100% de nuevo.
Tanteo sobre la cama todavía medio dormido, ahí está mi
teléfono. Lo acerco a mi cara y el brillo de la pantalla me termina de
completar el mal humor de haber despertado en la mejor parte del sueño, ¿por
qué siempre olvido bajar el brillo a 0 si siempre me prometo hacerlo la noche
anterior?
No importa, ya estoy leyendo todas las notificaciones en mi
pantalla. Veo la hora de mis mensajes: las 3am, las 4am, las 5am en Barcelona.
Como mi mente todavía no está al 100% de su capacidad (lo cual hace que me
pregunte si alguna vez lo habrá estado), reviso la aplicación de reloj
internacional para asegurarme de la hora en Lima, Perú.
Madrugada, todos duermen al otro lado del charco. Escribo
mis respuestas en formas variadas: mensajes de texto con letras cambiadas,
audios de Whatsapp con voz de ultratumba, videos cubriendo mi rostro, ya sabes,
lo típico de apenas estar despertando.
Mediodía en Barcelona así que tengo que estar listo. En
menos de una hora todos comenzarán a despertar en Lima. Apresuro el paso con lo
que sea que esté haciendo, tengo que terminar antes de que la avalancha de
amigos empiece a reportarse otra vez. A partir de la 1pm comienzan a llegar los
mensajes, yo ya llevo la mitad del día a cuestas y ellos apenas están
comenzando a pasar por el mismo tedioso ritual matutino que yo hace 6 horas. 7
en verano… ¿O era al revés?
A veces mientras viajo en tren y leo aquellos mensajes con
horas de diferencia me da la impresión de que mi estación destino me llevará a
casa de nuevo, que no me bajaré frente al mar, que no veré las olas retumbando
las caminatas tranquilas de la gente abrigada ante el frío devastador y que en
cambio, estaré en casa, cruzaré aquel parque que tantos momentos me ha guardado
y divisaré mi puerta, desde antes de cruzar la calle.
Pequeñas felicidades en la vida.
Pero hoy no es ese día. Bajo del tren, ahí está la gente de
nuevo, y las olas. Una valla me separa de la arena y el mar. Camino a casa, la
nueva casa, una de las casas. En la calle la mayoría de gente habla otro
idioma, muchos sonríen, las personas aquí son un poco más amables y menos
ensimismadas. Tal vez por eso es que me siento extraño, porque en mi mente
estoy cruzando mi parque de siempre.
Cae la noche y no hay despedidas, simplemente me quedo
dormido en el momento menos pensado. Es un acuerdo tácito entre amigos, ustedes
duermen y yo espero hasta el día siguiente manteniendo nuestros recuerdos
intactos en mi mente.
Porque cuando hacemos el truco aquel de traspasar las
barreras del espacio-tiempo con nuestras conversaciones en diferentes husos
horarios y en territorios a kilómetros de distancia, me siento menos solo.
Y así está bien, créeme. No podría ser mejor.
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