La vecina del
quinto sospecha de lo que hago.
Sé que me
escucha, atenta, durante las noches. No sé si atenta a que no me mate por
accidente o atenta por la curiosidad morbosa de quien no tiene nada más que
hacer con su vida. Quisiera creer que aquella mujer, que nunca me ha visto ni
me verá, se preocupa por mí. Claro, me encantaría poder convencerme de eso pues
significaría que hay otra persona en mi vida dispuesta a atravesar por aquello
que algunas otras no pudieron comprender.
Sé que ella me
escucha, detrás de la ventana y entre sus accesos de tos crónica, a lo mejor se
pregunta qué hago cuando todos duermen. Tal vez se cuestiona por los motivos
que me llevan a usar el tragaluz y no las escaleras, como la gente común y
corriente. Quizás no esté segura de que sea un vecino del edificio, a lo mejor
piensa que soy un ladrón, un hombre malo que llega por las noches a hacer daño.
La vecina del
quinto, quizás, no se equivoca.
Por las mañanas,
el violento sonido de su tos convulsa me despierta, me avisa. Por las noches,
son sus quejidos los que me sacan del trance de mi cotidianeidad, los que me
recuerdan que ni siquiera viajando miles de kilómetros puedes escapar de quien
eres en realidad.
O de quien
quieres ser.
De cuando en
cuando la veo acercarse a la ventana, con la esperanza de verme. A veces me
pregunto si tiene algo que decirme, si intentará disuadirme o si se
identificará con todas las tribulaciones internas y acopios de fuerza que hago
para adentrarme en los rincones olvidados de las noches frías en la ciudad.
Tal vez no, pero
ya daría yo la poca vida que me queda porque fuese así. Es porque tal vez la
vecina del quinto me representa a toda esa gente que alguna vez ha estado ahí,
esperando con el corazón en las manos, detrás de una ventana, preguntándose a
sí misma si será aquella noche la última.
Quizás por eso
la vecina del quinto y yo tenemos una relación que ninguno de los dos conoce
pero sin la que ninguno de los dos podría hacer bien lo que mejor sabe hacer,
aunque ella solo espere la muerte y yo solo muera en la espera.
En ocasiones,
cuando la debilidad es más fuerte que mi instinto, quisiera huir, clamar por
ayuda, regresar a otro momento en la vida pero cada vez hay menos personas en
quienes pueda confiar. Tal vez sea mi paranoia o a lo mejor es que todavía vivo
con la esperanza de que mis muertos vuelvan a habitar mi mente.
Y es en momentos
como ese, en el que me gustaría conocer a la vecina del quinto, confesarle como
el miedo me consume por dentro mientras la soledad mira complacida desde un
rincón, contarle de cómo el valor ya no es suficiente y pedirle que me haga un
lugar en su vida puesto que la mía ya no alcanza para seguir adelante.
Pero eso no va a
suceder, yo voy a seguir usando el tragaluz por las noches, buscando una equivocada
razón para seguir adelante y ella, seguirá esperando, curiosa, a ver si será
esa la noche en la que un mal cálculo deshará mis planes.
Sin que ninguno
de los dos sea consciente de lo sintonizados que están nuestros corazones con
la frecuencia del dolor, volveremos a interpretar nuestros papeles una vez
más.
A lo mejor por la mañana, cuando evite ver mi rostro en el espejo, recordaré a la vecina del quinto, pensaré en todo lo que representa para mí y así, tal vez sea un poco más fácil regresar a la realidad.
A lo mejor por la mañana, cuando evite ver mi rostro en el espejo, recordaré a la vecina del quinto, pensaré en todo lo que representa para mí y así, tal vez sea un poco más fácil regresar a la realidad.
Aunque después
vuelva a dejarla atrás.
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