domingo, 29 de julio de 2018

Hagamos de nuevo el truco aquel en el que me golpeas y no me duele


Yo soy Sombra, pero eso no siempre es bueno. 

No solo para mí, sino también para la gente que me importa. 

Es aquí donde hago la diferencia entre mí y el hombre debajo de la máscara, sin embargo, creo que esta vez es más adecuado evitarla. Y no, no es que haya resuelto mágicamente los enrevesados entresijos de identidad que me invaden cada vez que decido ocultar mi rostro ni tampoco que haya superado en tiempo récord las mil y una inseguridades que amenazan con carcomer mi mente desde el interior. Nada de eso.

Es solo que ahora mismo no es el mejor momento para ponerme introspectivo. 

Un golpe encaja directo en el centro de la máscara, donde se supone que debería estar mi cara, me hace trastabillar y recordar la situación que tengo ante mis narices. 

- ¡Te jodiste, cagón! – el hombre que acaba de atacarme celebra su victoria, o al menos, su pequeño avance. – ¡Ya sé que andas buscando acá!

Retrocedo dos pasos, intentando poner distancia entre nosotros. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? 

Otro golpe amenaza con encajar en mi cara de nuevo, pero esta vez consigo reaccionar a tiempo y cubrirme con el brazo izquierdo, que recibe todo el impacto. 

Qué suerte que soy diestro.

Sí, definitivamente no hay tiempo para la introspección. Aún así, voy a intentar hacer una excepción, después de todo, ¿Qué sería de Sombra sin su típica rutina introspectiva de medianoche? 

- ¿De verdad tenemos que hacer esto, Poma? – hay genuina curiosidad en mi pregunta, después de todo, ya es una danza que este personaje y yo hemos repetido varias veces en el pasado – No es que no me guste vernos, pero no sé, podríamos hacerlo tomándonos una chela o algo.

- ¡Calla, mierda! – recibo por respuesta, junto con otra andanada de golpes sin sentido que intento evitar. 

¿Qué se supone que estoy haciendo aquí? 

Sería un buen momento para que la voz en mi cabeza de mi guía espiritual muerta se hiciera presente, aunque no sé si esta noche vaya a tenerla de mi lado. 

En realidad, por la introspección y eso, podría parecer que tengo todo bajo control, ¿verdad? Pues no, nada más alejado de la realidad. En este tipo de cosas, difícilmente alguna vez tengo todo bajo control. Incluso cuando se supone que yo estoy al mando. 

Lo cual es bastante molesto. 

Esta es la parte en la que me pongo a recordar las circunstancias que me han traído hasta este punto y hago acto de contrición por cada una de ellas, pero esta vez encuentro poquísimas ganas de arrepentirme. ¿Será que estoy madurando al fin? 

- ¿Qué chucha crees? – el golpetazo de una silla rompiéndose en mi espalda me devuelve a la puta realidad de mi noche “tranquila” y de paso me deja tendido en el piso - ¿Qué porque enfriaron al otro cojudo ya eres tú el que manda acá? 

No, claro que no. Jamás habría pensado eso. Tonto de mí de pensar que el bajo mundo criminal de mi ciudad actuaría de una forma tan deshonrosa y arribista. Debí tener en cuenta la línea de sucesión natural que siempre hubo entre jefes criminales. 

Además, yo no soy el que manda ni acá ni en ningún lugar remotamente lejano. Solo soy un chivo expiatorio, pero claro, eso no venía explícito en la descripción del puesto. 

Puesto que, por cierto, fui casi obligado a aceptar. 

Apuesto a que están pensando, ¿de qué rayos hablas, Sombra? ¿Por qué estás peleándote a altas horas de la noche con un hombre que bien tiene toda la edad para ser tu padre y por un “puesto de trabajo” que pareces ni siquiera querer? 

Pues bien, permítanme responder su pregunta con otra pregunta. 

- ¡A ver, pe! – brama el sujeto - ¡Préndete ahora, conchatumadre! 

- Respeto, viejo – espeto, mientras intento cubrirme con ambos brazos. 

Estoy agachado, debería levantarme y contraatacar, aunque claro…el cuerpo a cuerpo nunca ha sido mi punto fuerte. No me he olvidado de la pregunta, es solo que estoy un poco ocupado por aquí. 

Veo un trozo de silla a unos 2 metros de mi posición y no lo dudo un segundo. 

Segundo en el que, por cierto, mi cuerpo recibe varios golpes furiosos. 

Decido que no importa, cojo el trozo de silla y reacciono de la primera manera de la que soy capaz (y de la que no me sentiré orgulloso por la mañana). 

- ¡Hijo de puta!

El sonido del golpe de la madera contra su entrepierna me causa dolor hasta a mí. El hombre cae sobre sus rodillas, agarrándose los testículos (creo) con una expresión de dolor infinito. Aprovecho el momento para conectar otro golpe, esta vez directo a su nuca. 

El siguiente sonido es el de su pesado cuerpo impactando contra el suelo. 

Genial, gané. Y solo me tomó casi 20 minutos de golpes y dolor que mañana me pasará factura. 

Ahora sí, estoy de vuelta. ¿En qué estábamos? 

¡Ah, sí! La respuesta a la pregunta con otra pregunta. 

¿Qué haces cuando el que fue tu mejor amigo convertido en sociópata compulsivo amenaza con hacerle daño a la gente que quieres, se alía con gente muy mala y peligrosa, forzándote a ti a aliarte también con gente muy mala y peligrosa, para que al final resulte que los dos grupos de gente mala y peligrosa solo buscaban una oportunidad para borrarlos a tu amigo y a ti de la ecuación, consiguiendo (lastimosamente) solo desaparecerlo a él y quedar tú con vida, teniendo que asumir un papel de “conciliador” (jaja) entre el bajo mundillo criminal de un punto perdido en una ciudad de mierda? 

Exacto, eso pensé. 

Me acerco a la repisa que hay en una esquina de la habitación en la que estamos, cuidando de no pisar al pobre hombre que está tirado a mis pies. Abro uno de los cajones y veo lo que muy posiblemente sean todos los celulares robados en mi ciudad alguna vez. 
Ahora solo tengo que encontrar el mío. ¿No es genial cuando todo sale como uno quiere? 

En fin, volviendo a la pregunta, sé lo que deben estar pensando… ¿De qué rayos está hablando, señor Sombra? 

Resulta que yo tampoco lo sé. A veces en esta vida, solo pongo el piloto automático y termino arrepintiéndome luego. Lo único de lo que estoy seguro es de que hay alguien muerto y no soy yo, lo cual, es bastante sorprendente. 

Aunque claro, si contamos la muerte emocional, es otra la historia. 

Soy el jefe, se supone que ahora la gente hace lo que yo digo, aunque nada más alejado de la realidad. Si le hubiera dicho a alguien: “necesito recuperar el teléfono de un chico (no me preguntes quién porque resulta que soy yo, solo que debajo de la máscara) porque contiene información sensible (y vergonzosa) sobre su casi relación con la que muy probablemente haya sido la chica-de-sus-sueños-que-no-lo-eligió-a-él-sino-a-un-tipo-más-normal”, a lo mejor muchos se hubieran terminado riendo de mí. 

Digo, hasta yo me reiría de lo tonto que suena aquello. 

Sin embargo, aquí estoy, peleándome a muerte con el Cuatrotetas, solo para recuperar un teléfono que, en circunstancias muy distintas, habría estado muy contento de perder. 

Y esa es la ironía de mi vida, supongo. Mientras la chica duerme plácidamente en su habitación (o en la habitación de él, maldición), yo me dejo la vida solo para que nadie en estos lares se entere de que siquiera existe. Se supone que soy el jefe y ella es feliz. Todos conseguimos lo que “queríamos”, ¿por qué me sigo encontrando en estas situaciones entonces? 

Continúo buscando entre la pila de teléfonos, sin éxito. De cuando en cuando me invaden unas ganas muy malas de quedarme con alguno, pero decido que soy mejor que eso. 

Soy mejor que eso, ¿verdad?

Probablemente no, después de todo, soy yo el que está usando la noche para robar un teléfono robado y no para dormir o estar al lado de la persona que quiero.

¿Siquiera merecía acaso la oportunidad de demostrarle algo? 

Lo único que pude hacer fue prometerme a mi mismo que iba a dejar en paz su recuerdo, porque ya nada tenía que ver conmigo, que tenía que desaparecer de su vida y tan solo esperar que pueda ser feliz.

Maldita sea, sabía que la introspección me iba a terminar haciendo sentir culpable de alguna forma. 

¡Hey, ahí esta mi teléfono! 

Enciende, por fortuna aún tiene un poco de batería. Todo está intacto. Ajustes y reviso la última copia de seguridad, ¡genial! Es la que yo había hecho. Entro a Whatsapp y veo la conversación, nuestra conversación. Por un momento pienso en escribirle, “Ya recuperé mi celular, no tienes de qué preocuparte” pero luego reparo en que a lo mejor ni siquiera está preocupada por eso, tal vez ni siquiera desea recibir un mensaje mío, menos a horas poco prudentes de la noche. Eso sería extraño… ¿Qué hace un tipo X enviándote mensajes crípticos pasada la medianoche? 

Veo que tiene una foto nueva. 

Tengo la fuerza suficiente para dejar inconsciente a un tipo el doble de grande que yo, pero no para detenerme antes de ver la foto de aquella chica. 

Esa misma chica que aun en las noches que no he estado dedicándole a mis actividades “extracurriculares”, ha encontrado una manera de mantenerme despierto. 

Pensando, recordando, lamentándome a veces y, sobre todo, resignándome.

Debajo de la foto, veo el estado. Son dos emoticonos. Dos pollos. 

Lo que más duele es que sé lo que significa.

Puedo aguantar muchas cosas, puedo tirarme por ventanas y casi sobrevivir inhalando cantidades industriales de humo. Puedo resistir muchísimos golpes cayendo sobre mi cuerpo. Pero ya ves, me presentas un estado de Whatsapp con amor implícito y destruyes mi núcleo emocional. Supongo que no soy tan fuerte para las cosas que realmente importan. 

Sin embargo, no es ni el momento ni el lugar para apenarme por lo que implica la decisión libre de una persona que no te elige a ti por las circunstancias ambiguas y peligrosas bajo las que conduces tu vida. Digo, no tiene sentido alguno quejarme por algo que no va a cambiar. 

Es solo que a veces no puedo evitar la sensación de que pudo ser muchísimo más. 

Yo soy Sombra, pero eso no siempre es bueno. 

A veces, solo a veces, es peor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario