Yo soy Sombra, pero eso no
siempre es bueno.
No solo para mí, sino también
para la gente que me importa.
Es aquí donde hago la diferencia
entre mí y el hombre debajo de la máscara, sin embargo, creo que esta vez es más
adecuado evitarla. Y no, no es que haya resuelto mágicamente los enrevesados entresijos
de identidad que me invaden cada vez que decido ocultar mi rostro ni tampoco
que haya superado en tiempo récord las mil y una inseguridades que amenazan con
carcomer mi mente desde el interior. Nada de eso.
Es solo que ahora mismo no es el
mejor momento para ponerme introspectivo.
Un golpe encaja directo en el centro
de la máscara, donde se supone que debería estar mi cara, me hace trastabillar y
recordar la situación que tengo ante mis narices.
- ¡Te jodiste, cagón! – el hombre
que acaba de atacarme celebra su victoria, o al menos, su pequeño avance. – ¡Ya
sé que andas buscando acá!
Retrocedo dos pasos, intentando poner
distancia entre nosotros. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?
Otro golpe amenaza con encajar en
mi cara de nuevo, pero esta vez consigo reaccionar a tiempo y cubrirme con el
brazo izquierdo, que recibe todo el impacto.
Qué suerte que soy diestro.
Sí, definitivamente no hay tiempo
para la introspección. Aún así, voy a intentar hacer una excepción, después de
todo, ¿Qué sería de Sombra sin su típica rutina introspectiva de medianoche?
- ¿De verdad tenemos que hacer
esto, Poma? – hay genuina curiosidad en mi pregunta, después de todo, ya es una
danza que este personaje y yo hemos repetido varias veces en el pasado – No es
que no me guste vernos, pero no sé, podríamos hacerlo tomándonos una chela o
algo.
- ¡Calla, mierda! – recibo por
respuesta, junto con otra andanada de golpes sin sentido que intento evitar.
¿Qué se supone que estoy haciendo
aquí?
Sería un buen momento para que la
voz en mi cabeza de mi guía espiritual muerta se hiciera presente, aunque no sé
si esta noche vaya a tenerla de mi lado.
En realidad, por la introspección
y eso, podría parecer que tengo todo bajo control, ¿verdad? Pues no, nada más
alejado de la realidad. En este tipo de cosas, difícilmente alguna vez tengo
todo bajo control. Incluso cuando se supone que yo estoy al mando.
Lo cual es bastante molesto.
Esta es la parte en la que me
pongo a recordar las circunstancias que me han traído hasta este punto y hago
acto de contrición por cada una de ellas, pero esta vez encuentro poquísimas
ganas de arrepentirme. ¿Será que estoy madurando al fin?
- ¿Qué chucha crees? – el golpetazo
de una silla rompiéndose en mi espalda me devuelve a la puta realidad de mi noche
“tranquila” y de paso me deja tendido en el piso - ¿Qué porque enfriaron al
otro cojudo ya eres tú el que manda acá?
No, claro que no. Jamás habría
pensado eso. Tonto de mí de pensar que el bajo mundo criminal de mi ciudad
actuaría de una forma tan deshonrosa y arribista. Debí tener en cuenta la línea
de sucesión natural que siempre hubo entre jefes criminales.
Además, yo no soy el que manda ni
acá ni en ningún lugar remotamente lejano. Solo soy un chivo expiatorio, pero
claro, eso no venía explícito en la descripción del puesto.
Puesto que, por cierto, fui casi
obligado a aceptar.
Apuesto a que están pensando, ¿de
qué rayos hablas, Sombra? ¿Por qué estás peleándote a altas horas de la noche
con un hombre que bien tiene toda la edad para ser tu padre y por un “puesto de
trabajo” que pareces ni siquiera querer?
Pues bien, permítanme responder
su pregunta con otra pregunta.
- ¡A ver, pe! – brama el sujeto - ¡Préndete ahora, conchatumadre!
- Respeto, viejo – espeto,
mientras intento cubrirme con ambos brazos.
Estoy agachado, debería
levantarme y contraatacar, aunque claro…el cuerpo a cuerpo nunca ha sido mi punto
fuerte. No me he olvidado de la pregunta, es solo que estoy un poco ocupado por
aquí.
Veo un trozo de silla a unos 2
metros de mi posición y no lo dudo un segundo.
Segundo en el que, por cierto, mi
cuerpo recibe varios golpes furiosos.
Decido que no importa, cojo el
trozo de silla y reacciono de la primera manera de la que soy capaz (y de la
que no me sentiré orgulloso por la mañana).
- ¡Hijo de puta!
El sonido del golpe de la madera
contra su entrepierna me causa dolor hasta a mí. El hombre cae sobre sus rodillas,
agarrándose los testículos (creo) con una expresión de dolor infinito. Aprovecho
el momento para conectar otro golpe, esta vez directo a su nuca.
El siguiente sonido es el de su
pesado cuerpo impactando contra el suelo.
Genial, gané. Y solo me tomó casi
20 minutos de golpes y dolor que mañana me pasará factura.
Ahora sí, estoy de vuelta. ¿En
qué estábamos?
¡Ah, sí! La respuesta a la
pregunta con otra pregunta.
¿Qué haces cuando el que fue tu
mejor amigo convertido en sociópata compulsivo amenaza con hacerle daño a la
gente que quieres, se alía con gente muy mala y peligrosa, forzándote a ti a
aliarte también con gente muy mala y peligrosa, para que al final resulte que los
dos grupos de gente mala y peligrosa solo buscaban una oportunidad para borrarlos
a tu amigo y a ti de la ecuación, consiguiendo (lastimosamente) solo desaparecerlo
a él y quedar tú con vida, teniendo que asumir un papel de “conciliador” (jaja)
entre el bajo mundillo criminal de un punto perdido en una ciudad de mierda?
Exacto, eso pensé.
Me acerco a la repisa que hay en
una esquina de la habitación en la que estamos, cuidando de no pisar al pobre
hombre que está tirado a mis pies. Abro uno de los cajones y veo lo que muy
posiblemente sean todos los celulares robados en mi ciudad alguna vez.
Ahora solo tengo que encontrar el
mío. ¿No es genial cuando todo sale como uno quiere?
En fin, volviendo a la pregunta,
sé lo que deben estar pensando… ¿De qué rayos está hablando, señor Sombra?
Resulta que yo tampoco lo sé. A
veces en esta vida, solo pongo el piloto automático y termino arrepintiéndome
luego. Lo único de lo que estoy seguro es de que hay alguien muerto y no soy
yo, lo cual, es bastante sorprendente.
Aunque claro, si contamos la
muerte emocional, es otra la historia.
Soy el jefe, se supone que ahora
la gente hace lo que yo digo, aunque nada más alejado de la realidad. Si le hubiera
dicho a alguien: “necesito recuperar el teléfono de un chico (no me preguntes
quién porque resulta que soy yo, solo que debajo de la máscara) porque contiene
información sensible (y vergonzosa) sobre su casi relación con la que muy
probablemente haya sido la chica-de-sus-sueños-que-no-lo-eligió-a-él-sino-a-un-tipo-más-normal”,
a lo mejor muchos se hubieran terminado riendo de mí.
Digo, hasta yo me reiría de lo tonto
que suena aquello.
Sin embargo, aquí estoy, peleándome
a muerte con el Cuatrotetas, solo para recuperar un teléfono que, en circunstancias
muy distintas, habría estado muy contento de perder.
Y esa es la ironía de mi vida,
supongo. Mientras la chica duerme plácidamente en su habitación (o en la
habitación de él, maldición), yo me dejo la vida solo para que nadie en
estos lares se entere de que siquiera existe. Se supone que soy el jefe y ella
es feliz. Todos conseguimos lo que “queríamos”, ¿por qué me sigo encontrando en
estas situaciones entonces?
Continúo buscando entre la pila
de teléfonos, sin éxito. De cuando en cuando me invaden unas ganas muy malas de
quedarme con alguno, pero decido que soy mejor que eso.
Soy mejor que eso, ¿verdad?
Probablemente no, después de todo,
soy yo el que está usando la noche para robar un teléfono robado y no para
dormir o estar al lado de la persona que quiero.
¿Siquiera merecía acaso la
oportunidad de demostrarle algo?
Lo único que pude hacer fue
prometerme a mi mismo que iba a dejar en paz su recuerdo, porque ya nada tenía
que ver conmigo, que tenía que desaparecer de su vida y tan solo esperar que
pueda ser feliz.
Maldita sea, sabía que la introspección
me iba a terminar haciendo sentir culpable de alguna forma.
¡Hey, ahí esta mi teléfono!
Enciende, por fortuna aún tiene
un poco de batería. Todo está intacto. Ajustes y reviso la última copia de
seguridad, ¡genial! Es la que yo había hecho. Entro a Whatsapp y veo la
conversación, nuestra conversación. Por un momento pienso en escribirle, “Ya
recuperé mi celular, no tienes de qué preocuparte” pero luego reparo en que a
lo mejor ni siquiera está preocupada por eso, tal vez ni siquiera desea recibir
un mensaje mío, menos a horas poco prudentes de la noche. Eso sería extraño… ¿Qué
hace un tipo X enviándote mensajes crípticos pasada la medianoche?
Veo que tiene una foto nueva.
Tengo la fuerza suficiente para
dejar inconsciente a un tipo el doble de grande que yo, pero no para detenerme
antes de ver la foto de aquella chica.
Esa misma chica que aun en las
noches que no he estado dedicándole a mis actividades “extracurriculares”, ha
encontrado una manera de mantenerme despierto.
Pensando, recordando,
lamentándome a veces y, sobre todo, resignándome.
Debajo de la foto, veo el estado.
Son dos emoticonos. Dos pollos.
Lo que más duele es que sé lo que
significa.
Puedo aguantar muchas cosas,
puedo tirarme por ventanas y casi sobrevivir inhalando cantidades industriales
de humo. Puedo resistir muchísimos golpes cayendo sobre mi cuerpo. Pero ya ves,
me presentas un estado de Whatsapp con amor implícito y destruyes mi núcleo
emocional. Supongo que no soy tan fuerte para las cosas que realmente importan.
Sin embargo, no es ni el momento ni el lugar
para apenarme por lo que implica la decisión libre de una persona que no te
elige a ti por las circunstancias ambiguas y peligrosas bajo las que conduces
tu vida. Digo, no tiene sentido alguno quejarme por algo que no va a cambiar.
Es solo que a veces no puedo
evitar la sensación de que pudo ser muchísimo más.
Yo soy Sombra, pero eso no
siempre es bueno.
A veces, solo a veces, es peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario