Hoy ha sido uno de esos días en
los que las cosas parecen calmarse después de unos momentos difíciles, ya
sabes, momentos en los que piensas “Oye, pero… ¿esto está bien?” y no sabes
realmente que responderte.
En cambio hoy ha sido un día
bastante tranquilo. De esos en los que no te molesta que las horas se vayan
despreocupadas para no volver más. Hoy sentí después de mucho tiempo que fue
uno de esos días en los que no tienes que hacerte ninguna pregunta, sino tan
solo disfrutar un poco. Un detalle, una alegría simple que te arranca una
sonrisa sin más. Y así está bien.
Tal vez sea porque estos días, me
refiero a los comprendidos entre las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, son
días pacíficos, días de recargar energías luego de una gran celebración de cara
a otra gran celebración. Las calles se tranquilizan, se quedan en silencio más
temprano y es en días como estos en los que cuesta más escribir un par de
líneas que resuman lo que voy sintiendo. Supongo que debe ser lo último que va
quedando de la “magia” de la Navidad.
No mentiré, no detesto la
Navidad, pero tampoco es de mis festividades preferidas. De cara a una sociedad
que ha asumido el consumismo como estilo de vida predilecto, a veces es triste
ver cómo se da una importancia desmesurada a los regalos, a la comida, a buscar
la perfección y mostrar una aparente felicidad al mundo que quizás no estuvo
presente en ninguno de los días del año que se va. Por otra parte, rescataría
el hecho que de no ser por Jesucristo, no celebraríamos estas festividades, sin
embargo, hay tan poca gente a la que esto parece importarle o recordarlo
siquiera. En mi corazón, sigo creyendo en lo que creo, pero ya no siento esa
emoción por compartirlo y quizás eso me haga un poco menos creyente de lo que
debería ser.
Pero mis tribulaciones no van por
el lado religioso, ni tampoco por el lado consumista. Ya estoy acostumbrado a
ambos y, de cierta forma, los dos me han decepcionado por igual. Si tengo que
ser honesto, esta ha sido una de las mejores navidades que he pasado en un
tiempo. Mínimo estará en el Top 3 de Navidades que he disfrutado en 22 años de
vida. Sin embargo, ya con el espíritu navideño bajando revoluciones, no puedo
evitar preguntarme, ¿qué se hace con todos esos saludos que no llegaron a ser?
Con todas esas felicitaciones que jamás serán dichas ni escritas ni nada. ¿A dónde
van a parar? Lo pregunto porque me quedé con un par de felicitaciones que me
hubiera gustado dedicar, pero que por algún sentimiento encontrado, no pude
enviar. Porque después de todo, ¿cuánta sinceridad habría en un “Feliz Navidad”
a esas personas que ya no forman parte de tu vida, pero que en su momento,
fueron más que importantes en la misma?
Sinceridad, es un concepto que
manejo mucho en mis escritos, dependiendo del punto de vista del lector. Quiero
decir, podría escribir sobre cómo hace 2 o 3 años ya descubrí como hacer magia
en Navidad, solo para darle un regalo a una persona a quien quise muchísimo. O
cómo el año anterior hubiera querido saludar de otra manera a una persona que
me ayudó tanto durante el poco tiempo que coincidimos. Son ejemplos aislados,
pero igualmente válidos. Ya sé que no habría forma consciente en que saludará a
estas dos personas y al resto que conforman ese grupo de saludos que se
quedaron a mitad de camino, a medio decir, que no pasaron de ser una buena
intención, y sin embargo, algo me mueve a pensar ¿Por qué no? ¿No es, después
de todo, la Navidad un tiempo de unión y esperanza?
¡Feliz Navidad! Aunque con un
poco de retraso pero espero que este 2016 traiga nuevos retos, nuevas ganas de
encarar el día a día y, sobre todo, la posibilidad de recordarnos con afecto
que, a pesar de todo, todavía existimos en la vida de alguien más.
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