miércoles, 26 de agosto de 2015

Preludio

Uno nunca olvida, simplemente deja de recordar”

Me dijiste estas palabras en alguna de las tantas noches que compartíamos juntos. Tomabas mis manos entre tus manos y me compartías la poca sabiduría que la vida te había dado en poco más de treinta años de vida. Nunca te di las gracias, pero siempre te estaré agradecido.

De aquellas noches silenciosas han pasado años ya. Nada ha vuelto a ser lo mismo y, al mismo tiempo, se siente como si nunca hubiera cambiado. Irónico, ¿verdad? La única herida que nunca cicatriza es la de tu ausencia. Dicen que el tiempo se encarga de curar todas las heridas, pero es mentira, yo lo sé.

Y es tal vez debido a que nunca he dejado de recordarte, que mi vida continua siendo una espiral de momentos confusos y trucos de magia que nadie entiende, como aquel tan famoso de desaparecer de las vidas de los demás. Es debido a que te recuerdo cada uno de los días de mi vida, que quizás, tan solo quizás, sigo buscando una redención que sé de antemano que no llegará, sabiendo que lo que hago, no lo hago por una intención altruista y bienaventurada, sino por igualar el marcador en el que mis números aún están en rojo. Y seguirán en rojo durante un buen tiempo más.

Hoy estoy a una semana de volverme un año más viejo, más adulto, más sabio o como quieras decirle. Es en tiempos como este en el que pienso en ti y recuerdo esa sonrisa que nos iluminaba un pequeño comedor y las ganas de seguir adelante. Recuerdo tus palabras y recuerdo tus silencios. Porque estos últimos eran las ganas de vivir que me faltaban. Pero ni siquiera mi memoria, ni mucho menos mi imaginación puede llegar a configurarte en toda tu sabiduría, ni en toda tu belleza…porque siempre fuiste hermosa, aunque en ese momento yo no lo haya sabido.

Por eso es que escribo esto. Porque no puedo llegar a cumplir un año más de vida, sin recordar, sin rendirle el debido homenaje a tu vida. Porque mi vida nunca hubiera sido lo que es ahora, si no hubiéramos cruzado nuestros caminos. Porque Dios se acordó que necesitaba un ángel pero me envió el cielo hecho persona.

Lo que vendrá, es tan solo mi pequeño granito de arena en el desierto de lo que fueron todas nuestras experiencias compartidas. Siempre te recuerdo, eres la única parte de mi pasado a la que me aferro cuando el presente no es suficiente. Me dijiste una vez que sea libre y que lo dejé ir, pero a ti, querida amiga mía, ni siquiera la más férrea de las voluntades puede dejarte atrás.

Ahora estoy a unos días de volverme más viejo, pero no más diablo. Si estuvieras aquí quizás habríamos compartido una taza de cocoa con un pan con mermelada, de esas tan deliciosas que preparabas porque “las de vaso son un asco” y porque “estamos en toda la edad para desarrollarnos”. No puedo evitar homenajear nuestras vidas sin mirar atrás, sin mirar a nuestro pasado, al mío pero no al tuyo, puesto que ese lo enterraste tan profundo que ni siquiera tú sabías donde quedó. Y para hablar del pasado, tendré que hacer un corte transversal a mi vida, de esos que solo se hacen una vez, la justa y necesaria. De esos que te hacen decirte a ti mismo: “Esto debió haber sido diferente”. De esos que causan que añores un tiempo que no regresará pero que también, te ayuda a darte cuenta de que no importa cuántas veces caigas, siempre puedes volverte a levantar.


                                                                              Lima, 26 de agosto del 2015

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