“Vamos a comenzar por el final”
Eso fue lo que te escribí alguna
vez. Mientras deliraba con tres rodajas de patatas en la frente.
O tal vez no te lo escribí. Tal vez
solo fue un oasis en medio de la afiebrada demencia de mi débil organismo.
Hasta ahora lo recuerdo, porque
como sabes, yo recuerdo todo y ello muchas veces puede ser una maldición.
Pero no hoy.
En esta semana de homenajes y
reflexiones. No puedo evitar traerte a mi mente. Pues porque en unos días se
cumplirá un año de haberte conocido. A lo mejor tú no lo sabes, no lo
recuerdas. Lo más probable es que ni siquiera leas esto. No tendrías por qué,
tampoco.
Tantas cosas que se quedaron sin
ser dichas. Tantos sentimientos que se desperdiciaron.
¿Qué tienen en común un hombre
que salta a través de una ventana y una persona “cualquiera”?
Exacto, son la misma persona.
(Inserte risas grabadas aquí).
Es por eso que escribo esto, para
recordar aquel día; un día como cualquiera, en el que una casualidad cruzó
nuestros caminos y forjó un vínculo que terminó como concluyen muchas de las
cosas buenas en mi vida.
Con un adiós que no quieres, pero
que es necesario decir.
Pero no estoy aquí hoy para contarte
la historia de la que probablemente recuerdes retazos mal dibujados, producto
de una memoria que ahora está llena de recuerdos hermosos junto a alguien que
te quiere con bien.
No estoy aquí para contarte la
historia de lo que fue.
Hoy voy a contarte la historia de
lo que pudo no haber sido.
************************************************************************************
Corren las doce de la medianoche
y todavía tiemblo de pies a cabeza.
¿Es el frío? ¿Realmente hace
tanto frío?
Probablemente solo estoy
demasiado contento, lo cual es raro.
Y peligroso.
Y peligroso.
Peligroso porque, a veces, cuando
atravieso por momentos de demasiada felicidad, no puedo concentrarme bien en lo
que debo hacer. En el aquí y el ahora.
Como muchos ya saben, eso
siempre puede costarme la vida.
O si es que no la vida, puede costarme
tener que dar muchas explicaciones redundantes al día siguiente. Lo cual
constituye la diferencia entre la versión oficial y la verdad de las cosas que me suceden.
La versión oficial es aquello que le digo a la gente que ha ocurrido y la verdad...bueno, la verdad es lo que estoy a punto de hacer.
Aquí estoy, a punto de arriesgar
mi pellejo una vez más. Dudándolo por tan solo un minuto.
“Tengo una amiga que vive por aquí cerca y me voy a quedar en su casa”,
había dicho ella. Yo solo había atinado a mover la cabeza, puesto que no
soy del tipo de personas muy habladoras ni muy extrovertidas mientras no entro
en confianza. Supe que no podía dejarla sola en el momento en que me di cuenta
que íbamos por la misma dirección.
A partir de ese instante, no
volvió a haber ningún silencio incómodo.
Ahora, en cambio, la historia es
otra. Y sé que necesito concentrarme.
-¿Cuánto te debo, compadre? – Pregunta el más
alto de los sujetos. Lleva una camisa de cuadros azules y unos jeans viejos que
parece haber heredado de algún miembro de su familia.
-Lo de siempre, viejo. Ni más ni
menos – Sonríe el otro tipo y en su sonrisa se muestra brillante un diente de oro. El hombre de la transacción tiene la apariencia de un estafador empedernido.
Los pocos cabellos en su cabeza peinados hacia un costado y una maleta de la que
extrae un pequeño envoltorio que entrega al otro sujeto.
Una transacción rápida.
No me interesa el tipo de los
jeans desteñidos. No estoy aquí por él.
De hecho, ni siquiera sé por qué
estoy aquí.
Mírame, agazapado en el techo de
la casa de sabrá Dios quién. Vestido con un ridículo pantalón negro y una
casaca ploma que abriga mis buenas intenciones, aprovechando en despistarlas
tan solo un momento para que pueda hacer lo que he venido a hacer. Mientras
contemplo cómo llevan a cabo sus negocios, no puedo evitar pensar en la mujer
que acabo de conocer tan solo hace unas horas atrás.
“Concéntrate”
¡Vamos, Delia! Déjame disfrutar
este pequeño momento. No es que siempre conozca chicas que estén dispuestas a
caminar conmigo más de cinco cuadras y lo sabemos, ¿verdad?
Por supuesto, las que tengo que llevar cargadas o a rastras, mientras huyo de la gente mala no cuentan.
Por supuesto, las que tengo que llevar cargadas o a rastras, mientras huyo de la gente mala no cuentan.
“¿Te has puesto a pensar en lo que puede significar si te llegas a
involucrar tanto con alguien? ¿Qué significaría para su vida?”
Apenas acabo de conocerla y además
no eres tú preguntando eso, es mi maldito sentido común usándote para romper
ilusiones que ni siquiera han terminado de cuajar.
Así que por favor, cállate y
déjame trabajar.
El tipo de los jeans viejos se
sube a una mototaxi y desaparece consumido entre la neblina de la noche. El
calvo busca unas cosas en su maleta mientras se aleja en la dirección
contraria.
Sin que se dé cuenta, salto hacia
el poste de luz más cercano. Uso los tres segundos que me siento en el aire
para desenvainar las cuchillas que llevo atadas a la cintura.
Nunca he sido bombero, pero se me
da bien esto de descender a través de objetos tubulares.
Claro, sin contar aquella vez que…bueno,
no importa.
-Hola, Alonso.
Trato de usar mi voz tétrica,
pero el frío parece haber congelado mis cuerdas vocales, pues solo se escucha
un ronquido inexplicable. El hombre parece no haber reparado en mi presencia ya
que continúa su camino.
-¡Hola, Alonso! – Lo tomo
intempestivamente por el cuello y el hombre suelta un grito aterrado – ¿Tan
tarde y despierto?
-¡¿Qué…qué quieres?! – Apenas puede
hablar, decido aligerar un poco la presión de mi brazo en su cuello
Ya sé que deben estar pensando.
Soy una mala persona por agredir al comerciante nocturno que no le hace ningún
mal a nadie.
Error.
-Respuestas – Hago un esfuerzo por sonar amenazador, como si mi brazo
ahorcándolo no fuera suficiente.
-¡Vete a la mierda, huevón! - Grita él con el aire que acaba de recuperar.
-Bueno, también podemos hacerlo a las malas...
Vuelvo a ejercer presión sobre su cuello, Alonso se retuerce entre mis brazos
-¡Vete a la mierda, huevón! - Grita él con el aire que acaba de recuperar.
-Bueno, también podemos hacerlo a las malas...
Vuelvo a ejercer presión sobre su cuello, Alonso se retuerce entre mis brazos
-¡No lo he visto!
¡Nadie sabe dónde está! – Lucha por liberarse, pero solo consigue que aplique
más fuerza.
-Hoy no estoy para juegos,
amiguito - Incluso yo mismo siento la desesperación en mi voz - Quiero saber dónde está Jorge… ¡Ya!
En aquel momento, un contundente
golpe impacta sobre mi costado derecho, forzándome a soltar al calvo.
¡Diablos! Si no estuviera tan
jodidamente adolorido por todo lo que he tenido que pasar este mes…
Me doy la vuelta, poniendo mi
mano a la altura de mis costillas, tratando de reprimir el dolor.
-¡Qué bueno verte, Sombrita!
Frente a mí, una bestia imponente
de un metro y poco más de noventa centímetros se erige, desafiante. Su brazo
derecho está lleno de tatuajes, la mayoría son números. Quienes lo conocen,
afirman que son todos los códigos que le fueron asignados en tantos años que
pasó en prisión.
Con todo y eso, el mohawk que
lleva le queda mucho mejor que a cualquier otro. Alto, fornido y amenazador. Y condenadamente feo.
Pensar que yo que solo vine hasta aquí por
el pelele estafador que no sabe ni asestar un golpe.
-¿Qué pasa? ¿Por qué tan
calladito? – ironiza el monstruo que tengo frente a mí.
En este mundillo de mierda en el
que todos estamos metidos, lo conocen con el sobrenombre de Cuatrotetas. No
necesito saber mucho del mundo para entender el porqué de su alias. Lo que sí
necesito es comprensión de cómo diablos puede no una, sino dos mujeres, meterse
con un tipo así de feo.
Digo, no es que yo sea un Adonis moderno, pero al menos estoy muy seguro de tener algo más
de gracia que este tipo.
Claro que nadie se daría cuenta,
por la máscara que llevo religiosamente puesta en el rostro cada noche.
-¿Así que jodiendo a los
mariquitas, no? – Siempre que nos hemos encontrado, nunca ha terminado bien
para mí - ¿Qué pasa? ¿Sintiéndonos con leche?
Lo contempló fijamente mientras
retrocedo unos pasos. Necesito darme espacio. Necesito pensar.
“¿Has usado Snapchat alguna vez? Es fácil, te crearé una cuenta”
¡No en eso,
maldita sea! ¡No en la mujer del video!
El Cuatrotetas
se abalanza contra mí. Apenas atinó a tirarme hacia un lado, caigo sobre un
montículo de tierra y doy un par de vueltas que terminan por levantar una nube
de polvo.
Apenas logró
ponerme de pie. Antes de erguirme completamente, un par de monstruosas y
brutales manos me toman por la casaca y me levantan en vilo.
-Te tengo un
regalito departe del Capo – Sonríe, exhibiendo los dientes que le faltan.
-Y yo te tengo
un regalito de parte de la fuerza aérea – Respondo, impactando ambos puños
contra sus sienes ante su mirada atónita que no termina de comprender mi "chiste"
El golpe lo
aturde un momento, suficiente para liberarme. Con un movimiento rápido,
extraigo dos cuchillas de mi prototipo de cinturón cuasi batmánico y me
abalanzo sobre el hombre.
Me detiene
ambas manos en el aire y sonríe con malicia.
-¡Mejor suerte
la próxima! – Me dice, lanzándome al otro extremo de la calle con furia.
Mi cuerpo
impacta pesadamente sobre la puerta de una casa. Una luz se prende a lo lejos.
Nadie sale. Sabe la gente ya que a estas horas, es mejor para ellos pretender
estar dormidos.
El gigantesco
sujeto se me aproxima y yo apenas puedo ponerme en pie.
Tengo que
moverme, sigue respirando.
Un perro aúlla
y una jauría le responde con un coro de ladridos descontrolados.
“Tengo dos perros, son mis hijitos”
¡Maldición! Se supone que la
máscara sea para concentrarme, no para recordarme todo lo potencialmente bueno
que puede suceder en mi vida. En mi otra vida.
Una vida a la que no podré
regresar mañana si es que no me pongo de pie.
Tengo. Que. Pararme.
Un vigoroso puño impacta en mi
vientre, justo debajo de mis costillas.
Debajo de la máscara, acabo de
escupir. Estoy seguro de que son mis vísceras o mi sangre.
Caigo sobre mis rodillas. Siento
que no puedo más. Al diablo con escribirle a la chica que por alguna extraña
razón, coincidencia, juego del destino, me dio su número. Al diablo con la
regla de los tres días, ¿verdad?
Otro golpe me impacta,
arrancándome de estos pensamientos. Esta vez contra mi rostro.
Aún con la máscara puesta, esto
duele como los mil demonios.
No es que nunca antes haya
recibido palizas de este tipo, es solo que no lo veo tan como un “hobby” como
debería. A nadie le gusta ser golpeado hasta perder la conciencia, por
supuesto.
Las cosas se ponen borrosas a
partir de ese momento. Una andanada de golpes cae sobre mí y apenas puedo alzar
mis brazos para evitar unos cuantos. La brutalidad de este sujeto es
impresionante.
Uno pensaría que estaría cansado
luego de tanto, pero no. No realmente.
Varios recuerdos me cruzan por la
mente. Despertarme tarde esa mañana y recibir aquella llamada del número
desconocido. “¿Vienes hoy?”, preguntó. Dudé, estuve a punto de decir que no, no
estaba interesado, estaba muy ocupado, estaba muy cansado, muy aburrido, muy
insatisfecho con mi vida.
Y sin embargo, accedí.
Llegué a un lugar al que nunca
antes había ido y ahí estaba ella.
Cuando la vi, no le presté mucha
atención. “Malditos artistas”, recuerdo haber pensado, “Siempre subestimando a los que hacen el trabajo duro”.
No pude haber estado más equivocado.
No pude haber estado más equivocado.
No intercambié palabra alguna con
la chica hasta que ya todo había acabado.
“¿Te vas por ahí?”, me había preguntado, señalando una dirección. En
ese momento me pareció una dirección, no sabía yo que iba a ser un rumbo para mi vida.
Caminamos, conversamos, nos
reímos, ¡Dios! ¡Cuánto nos reímos!
No recuerdo la última vez que me
había reído tanto en compañía de una mujer. Creo que la última habías sido tú,
Delia. Porque bueno, ya sabes que soy un poco estúpido con ellas.
Al despedirse, me había quedado
mirando fijamente. Tal vez esperaba que le dijera algo más, ya sabía que nos
íbamos a ver la semana entrante, pero aun así, ¿sería capaz de no saber de ella
en toda una semana?
“Bueno, ya me voy, gracias por acompañarme”, dijo. Yo solo pensaba lo
linda que se veía en ese vestido morado. Y eso, Delia, que ya sabes que soy pésimo reconociendo colores, pero al menos no dije que era rojo oscuro, eso sí habría sido un
problema.
La puerta que no se abrió. La
prisa que no tenía. El número que todavía no le había pedido.
“Oye… ¿Me das tu teléfono?”.
Su mirada dubitativa. Mi
sufrimiento interior. Pensar en lo que me aguardaba esa misma noche más tarde.
De repente, volví a la realidad.
-¡Eres un pobre huevón! – La lluvia
de puños no se había detenido pero yo parecía estar en un Nirvana más alejado
de cualquier dolor físico.
“Todo sucede por una razón, sea cual sea, lo único que tienes que hacer
es encontrarla”.
Tienes razón, Delia.
No voy a morir sin haberle
escrito a la chica cantante del vestido morado.
¿O era rojo oscuro?
¿O era rojo oscuro?
No importa.
Levanto la cabeza, mi cuerpo
arrodillado como puede en el suelo. Siento el sabor a sangre en mi boca, pero
no puedo escupir. Al menos no sin ensuciar todo el interior de la máscara.
-¿Y ahora qué vas… - No le dejo
terminar la frase.
Me abalanzo sobre él con las
pocas fuerzas que me quedan y rodamos a través del montículo de tierra que se
encuentra a unos metros de nosotros. Unidos por ese abrazo violento.
Golpeándonos apenas podemos. Sé que nunca lo voy a vencer en su juego, así que
tengo que empezar a jugar el mío
-¿Te crees muy fuerte verdad, feo
de mierda? – Le increpo, con la voz a punto de entrecortárseme – ¡No eres más
que un pobre precoz infeliz!
Sus ojos se inyectan con una
furia indescriptible y se abalanza contra mí. Lo esquivo apenas por un segundo
y desenvaino nuevamente las cuchillas amarradas a mi cintura.
-Vamos a bailar…
Con un giro rápido de mis
muñecas, me arrodillo justo cuando asesta un golpe que impacta en el aire.
Rápidamente, clavo ambas cuchillas en sus muslos.
El hombre suelta un grito
desgarrador.
Las saco violentamente y vuelvo a
clavarlas con fuerza.
Otro grito, seguido del sonido que
hace el impacto de su pesado cuerpo contra la tierra. Y una polvareda se
levanta.
-Dile a Jorge… - murmuro mientras
sufro para ponerme en pie – Dile a Jorge que si me quiere, venga él mismo por
mí.
-¡Te voy a matar! ¡Maldito hijo
de perra! – Grita, mientras lanza unos lloriqueos patéticos – ¡La próxima vez
no te va a ir tan bien!
-No va a haber próxima vez – Le escueto
con seriedad – Y si la hay, al menos aprende de mí y usa una máscara. No saques
a pasear esa cara…ni siquiera de noche.
Escalo el pequeño montículo de
tierra mientras escucho a la distancia sus gritos y amenazas. Desde la altura, contemplo
la imagen que he ocasionado. El tipo se revuelca en la tierra, mientras
un charco de sangre va formándose a su alrededor.
Decido que no me importa.
Trepo como puedo el poste de luz.
Más de dos veces estoy a punto de caerme, supongo que la fuerza de voluntad
hace milagros a veces.
Una vez en la azotea, reviso la
mochila que dejé a un lado. Todo está intacto.
Me quito la máscara y escupo a un
lado. Sangre… ¿eso es un diente? No, gracias a Dios.
Me tiró sobre el piso de la
azotea de la casa de aquel desconocido que nunca sabrá lo que ocurrió mientras
dormía.
Al diablo con la regla de los
tres días, le voy a escribir a esta chica hoy mismo. Después de todo, Nunca se sabe cuándo
puedes morir en una hazaña como esta.
Mucho menos si eres Sombra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario