viernes, 28 de agosto de 2015

De cómo un solo evento distinto puede alterar el curso de las cosas

“Vamos a comenzar por el final”

Eso fue lo que te escribí alguna vez. Mientras deliraba con tres rodajas de patatas en la frente.

O tal vez no te lo escribí. Tal vez solo fue un oasis en medio de la afiebrada demencia de mi débil organismo.

Hasta ahora lo recuerdo, porque como sabes, yo recuerdo todo y ello muchas veces puede ser una maldición.

Pero no hoy.

En esta semana de homenajes y reflexiones. No puedo evitar traerte a mi mente. Pues porque en unos días se cumplirá un año de haberte conocido. A lo mejor tú no lo sabes, no lo recuerdas. Lo más probable es que ni siquiera leas esto. No tendrías por qué, tampoco.

Tantas cosas que se quedaron sin ser dichas. Tantos sentimientos que se desperdiciaron.

¿Qué tienen en común un hombre que salta a través de una ventana y una persona “cualquiera”?

Exacto, son la misma persona. (Inserte risas grabadas aquí).

Es por eso que escribo esto, para recordar aquel día; un día como cualquiera, en el que una casualidad cruzó nuestros caminos y forjó un vínculo que terminó como concluyen muchas de las cosas buenas en mi vida.

Con un adiós que no quieres, pero que es necesario decir.

Pero no estoy aquí hoy para contarte la historia de la que probablemente recuerdes retazos mal dibujados, producto de una memoria que ahora está llena de recuerdos hermosos junto a alguien que te quiere con bien.

No estoy aquí para contarte la historia de lo que fue.

Hoy voy a contarte la historia de lo que pudo no haber sido.

************************************************************************************
Corren las doce de la medianoche y todavía tiemblo de pies a cabeza.

¿Es el frío? ¿Realmente hace tanto frío?

Probablemente solo estoy demasiado contento, lo cual es raro. 

Y peligroso.

Peligroso porque, a veces, cuando atravieso por momentos de demasiada felicidad, no puedo concentrarme bien en lo que debo hacer. En el aquí y el ahora.

Como muchos ya saben, eso siempre puede costarme la vida.

O si es que no la vida, puede costarme tener que dar muchas explicaciones redundantes al día siguiente. Lo cual constituye la diferencia entre la versión oficial y la verdad de las cosas que me suceden. 

La versión oficial es aquello que le digo a la gente que ha ocurrido y la verdad...bueno, la verdad es lo que estoy a punto de hacer.

Aquí estoy, a punto de arriesgar mi pellejo una vez más. Dudándolo por tan solo un minuto.

“Tengo una amiga que vive por aquí cerca y me voy a quedar en su casa”, había dicho ella. Yo solo había atinado a mover la cabeza, puesto que no soy del tipo de personas muy habladoras ni muy extrovertidas mientras no entro en confianza. Supe que no podía dejarla sola en el momento en que me di cuenta que íbamos por la misma dirección.

A partir de ese instante, no volvió a haber ningún silencio incómodo.

Ahora, en cambio, la historia es otra. Y sé que necesito concentrarme.

-¿Cuánto te debo, compadre? – Pregunta el más alto de los sujetos. Lleva una camisa de cuadros azules y unos jeans viejos que parece haber heredado de algún miembro de su familia.

-Lo de siempre, viejo. Ni más ni menos – Sonríe el otro tipo y en su sonrisa se muestra brillante un diente de oro. El hombre de la transacción tiene la apariencia de un estafador empedernido. Los pocos cabellos en su cabeza peinados hacia un costado y una maleta de la que extrae un pequeño envoltorio que entrega al otro sujeto.

Una transacción rápida.

No me interesa el tipo de los jeans desteñidos. No estoy aquí por él.

De hecho, ni siquiera sé por qué estoy aquí.

Mírame, agazapado en el techo de la casa de sabrá Dios quién. Vestido con un ridículo pantalón negro y una casaca ploma que abriga mis buenas intenciones, aprovechando en despistarlas tan solo un momento para que pueda hacer lo que he venido a hacer. Mientras contemplo cómo llevan a cabo sus negocios, no puedo evitar pensar en la mujer que acabo de conocer tan solo hace unas horas atrás.

“Concéntrate”

¡Vamos, Delia! Déjame disfrutar este pequeño momento. No es que siempre conozca chicas que estén dispuestas a caminar conmigo más de cinco cuadras y lo sabemos, ¿verdad? 

Por supuesto, las que tengo que llevar cargadas o a rastras, mientras huyo de la gente mala no cuentan.

“¿Te has puesto a pensar en lo que puede significar si te llegas a involucrar tanto con alguien? ¿Qué significaría para su vida?”

Apenas acabo de conocerla y además no eres tú preguntando eso, es mi maldito sentido común usándote para romper ilusiones que ni siquiera han terminado de cuajar.

Así que por favor, cállate y déjame trabajar.

El tipo de los jeans viejos se sube a una mototaxi y desaparece consumido entre la neblina de la noche. El calvo busca unas cosas en su maleta mientras se aleja en la dirección contraria.

Sin que se dé cuenta, salto hacia el poste de luz más cercano. Uso los tres segundos que me siento en el aire para desenvainar las cuchillas que llevo atadas a la cintura.

Nunca he sido bombero, pero se me da bien esto de descender a través de objetos tubulares.

Claro, sin contar aquella vez que…bueno, no importa.

-Hola, Alonso.

Trato de usar mi voz tétrica, pero el frío parece haber congelado mis cuerdas vocales, pues solo se escucha un ronquido inexplicable. El hombre parece no haber reparado en mi presencia ya que continúa su camino.

-¡Hola, Alonso! – Lo tomo intempestivamente por el cuello y el hombre suelta un grito aterrado – ¿Tan tarde y despierto?

-¡¿Qué…qué quieres?! – Apenas puede hablar, decido aligerar un poco la presión de mi brazo en su cuello

Ya sé que deben estar pensando. Soy una mala persona por agredir al comerciante nocturno que no le hace ningún mal a nadie.

Error.

-Respuestas – Hago un esfuerzo por sonar amenazador, como si mi brazo ahorcándolo no fuera suficiente.

-¡Vete a la mierda, huevón! - Grita él con el aire que acaba de recuperar.

-Bueno, también podemos hacerlo a las malas...

Vuelvo a ejercer presión sobre su cuello, Alonso se retuerce entre mis brazos

-¡No lo he visto! ¡Nadie sabe dónde está! – Lucha por liberarse, pero solo consigue que aplique más fuerza.

-Hoy no estoy para juegos, amiguito - Incluso yo mismo siento la desesperación en mi voz - Quiero saber dónde está Jorge… ¡Ya!

En aquel momento, un contundente golpe impacta sobre mi costado derecho, forzándome a soltar al calvo.

¡Diablos! Si no estuviera tan jodidamente adolorido por todo lo que he tenido que pasar este mes…

Me doy la vuelta, poniendo mi mano a la altura de mis costillas, tratando de reprimir el dolor.

-¡Qué bueno verte, Sombrita!

Frente a mí, una bestia imponente de un metro y poco más de noventa centímetros se erige, desafiante. Su brazo derecho está lleno de tatuajes, la mayoría son números. Quienes lo conocen, afirman que son todos los códigos que le fueron asignados en tantos años que pasó en prisión.

Con todo y eso, el mohawk que lleva le queda mucho mejor que a cualquier otro. Alto, fornido y amenazador. Y condenadamente feo.

Pensar que yo que solo vine hasta aquí por el pelele estafador que no sabe ni asestar un golpe.

-¿Qué pasa? ¿Por qué tan calladito? – ironiza el monstruo que tengo frente a mí.

En este mundillo de mierda en el que todos estamos metidos, lo conocen con el sobrenombre de Cuatrotetas. No necesito saber mucho del mundo para entender el porqué de su alias. Lo que sí necesito es comprensión de cómo diablos puede no una, sino dos mujeres, meterse con un tipo así de feo.

Digo, no es que yo sea un Adonis moderno, pero al menos estoy muy seguro de tener algo más de gracia que este tipo.

Claro que nadie se daría cuenta, por la máscara que llevo religiosamente puesta en el rostro cada noche.

-¿Así que jodiendo a los mariquitas, no? – Siempre que nos hemos encontrado, nunca ha terminado bien para mí - ¿Qué pasa? ¿Sintiéndonos con leche?

Lo contempló fijamente mientras retrocedo unos pasos. Necesito darme espacio. Necesito pensar.

“¿Has usado Snapchat alguna vez? Es fácil, te crearé una cuenta”

¡No en eso, maldita sea! ¡No en la mujer del video!

El Cuatrotetas se abalanza contra mí. Apenas atinó a tirarme hacia un lado, caigo sobre un montículo de tierra y doy un par de vueltas que terminan por levantar una nube de polvo.

Apenas logró ponerme de pie. Antes de erguirme completamente, un par de monstruosas y brutales manos me toman por la casaca y me levantan en vilo.

-Te tengo un regalito departe del Capo – Sonríe, exhibiendo los dientes que le faltan.

-Y yo te tengo un regalito de parte de la fuerza aérea – Respondo, impactando ambos puños contra sus sienes ante su mirada atónita que no termina de comprender mi "chiste"

El golpe lo aturde un momento, suficiente para liberarme. Con un movimiento rápido, extraigo dos cuchillas de mi prototipo de cinturón cuasi batmánico y me abalanzo sobre el hombre.

Me detiene ambas manos en el aire y sonríe con malicia.

-¡Mejor suerte la próxima! – Me dice, lanzándome al otro extremo de la calle con furia.  

Mi cuerpo impacta pesadamente sobre la puerta de una casa. Una luz se prende a lo lejos. Nadie sale. Sabe la gente ya que a estas horas, es mejor para ellos pretender estar dormidos.

El gigantesco sujeto se me aproxima y yo apenas puedo ponerme en pie.

Tengo que moverme, sigue respirando.

Un perro aúlla y una jauría le responde con un coro de ladridos descontrolados.

“Tengo dos perros, son mis hijitos”

¡Maldición! Se supone que la máscara sea para concentrarme, no para recordarme todo lo potencialmente bueno que puede suceder en mi vida. En mi otra vida.

Una vida a la que no podré regresar mañana si es que no me pongo de pie.

Tengo. Que. Pararme.

Un vigoroso puño impacta en mi vientre, justo debajo de mis costillas.

Debajo de la máscara, acabo de escupir. Estoy seguro de que son mis vísceras o mi sangre.

Caigo sobre mis rodillas. Siento que no puedo más. Al diablo con escribirle a la chica que por alguna extraña razón, coincidencia, juego del destino, me dio su número. Al diablo con la regla de los tres días, ¿verdad?

Otro golpe me impacta, arrancándome de estos pensamientos. Esta vez contra mi rostro.

Aún con la máscara puesta, esto duele como los mil demonios.

No es que nunca antes haya recibido palizas de este tipo, es solo que no lo veo tan como un “hobby” como debería. A nadie le gusta ser golpeado hasta perder la conciencia, por supuesto.

Las cosas se ponen borrosas a partir de ese momento. Una andanada de golpes cae sobre mí y apenas puedo alzar mis brazos para evitar unos cuantos. La brutalidad de este sujeto es impresionante.

Uno pensaría que estaría cansado luego de tanto, pero no. No realmente.

Varios recuerdos me cruzan por la mente. Despertarme tarde esa mañana y recibir aquella llamada del número desconocido. “¿Vienes hoy?”, preguntó. Dudé, estuve a punto de decir que no, no estaba interesado, estaba muy ocupado, estaba muy cansado, muy aburrido, muy insatisfecho con mi vida.

Y sin embargo, accedí.

Llegué a un lugar al que nunca antes había ido y ahí estaba ella.

Cuando la vi, no le presté mucha atención. “Malditos artistas”, recuerdo haber pensado, “Siempre subestimando a los que hacen el trabajo duro”. 

No pude haber estado más equivocado.

No intercambié palabra alguna con la chica hasta que ya todo había acabado.

¿Te vas por ahí?”, me había preguntado, señalando una dirección. En ese momento me pareció una dirección, no sabía yo que iba a ser un rumbo para mi vida.

Caminamos, conversamos, nos reímos, ¡Dios! ¡Cuánto nos reímos!

No recuerdo la última vez que me había reído tanto en compañía de una mujer. Creo que la última habías sido tú, Delia. Porque bueno, ya sabes que soy un poco estúpido con ellas.

Al despedirse, me había quedado mirando fijamente. Tal vez esperaba que le dijera algo más, ya sabía que nos íbamos a ver la semana entrante, pero aun así, ¿sería capaz de no saber de ella en toda una semana?

“Bueno, ya me voy, gracias por acompañarme”, dijo. Yo solo pensaba lo linda que se veía en ese vestido morado. Y eso, Delia, que ya sabes que soy pésimo reconociendo colores, pero al menos no dije que era rojo oscuro, eso sí habría sido un problema.

La puerta que no se abrió. La prisa que no tenía. El número que todavía no le había pedido.

“Oye… ¿Me das tu teléfono?”.

Su mirada dubitativa. Mi sufrimiento interior. Pensar en lo que me aguardaba esa misma noche más tarde.

De repente, volví a la realidad.

-¡Eres un pobre huevón! – La lluvia de puños no se había detenido pero yo parecía estar en un Nirvana más alejado de cualquier dolor físico.

“Todo sucede por una razón, sea cual sea, lo único que tienes que hacer es encontrarla”.

Tienes razón, Delia.

No voy a morir sin haberle escrito a la chica cantante del vestido morado.

¿O era rojo oscuro?

No importa.

Levanto la cabeza, mi cuerpo arrodillado como puede en el suelo. Siento el sabor a sangre en mi boca, pero no puedo escupir. Al menos no sin ensuciar todo el interior de la máscara.

-¿Y ahora qué vas… - No le dejo terminar la frase.

Me abalanzo sobre él con las pocas fuerzas que me quedan y rodamos a través del montículo de tierra que se encuentra a unos metros de nosotros. Unidos por ese abrazo violento. Golpeándonos apenas podemos. Sé que nunca lo voy a vencer en su juego, así que tengo que empezar a jugar el mío

-¿Te crees muy fuerte verdad, feo de mierda? – Le increpo, con la voz a punto de entrecortárseme – ¡No eres más que un pobre precoz infeliz!

Sus ojos se inyectan con una furia indescriptible y se abalanza contra mí. Lo esquivo apenas por un segundo y desenvaino nuevamente las cuchillas amarradas a mi cintura.

-Vamos a bailar…

Con un giro rápido de mis muñecas, me arrodillo justo cuando asesta un golpe que impacta en el aire. Rápidamente, clavo ambas cuchillas en sus muslos.

El hombre suelta un grito desgarrador.

Las saco violentamente y vuelvo a clavarlas con fuerza.

Otro grito, seguido del sonido que hace el impacto de su pesado cuerpo contra la tierra. Y una polvareda se levanta.

-Dile a Jorge… - murmuro mientras sufro para ponerme en pie – Dile a Jorge que si me quiere, venga él mismo por mí.

-¡Te voy a matar! ¡Maldito hijo de perra! – Grita, mientras lanza unos lloriqueos patéticos – ¡La próxima vez no te va a ir tan bien!

-No va a haber próxima vez – Le escueto con seriedad – Y si la hay, al menos aprende de mí y usa una máscara. No saques a pasear esa cara…ni siquiera de noche.

Escalo el pequeño montículo de tierra mientras escucho a la distancia sus gritos y amenazas. Desde la altura, contemplo la imagen que he ocasionado. El tipo se revuelca en la tierra, mientras un charco de sangre va formándose a su alrededor.

Decido que no me importa.

Trepo como puedo el poste de luz. Más de dos veces estoy a punto de caerme, supongo que la fuerza de voluntad hace milagros a veces.

Una vez en la azotea, reviso la mochila que dejé a un lado. Todo está intacto.

Me quito la máscara y escupo a un lado. Sangre… ¿eso es un diente? No, gracias a Dios.

Me tiró sobre el piso de la azotea de la casa de aquel desconocido que nunca sabrá lo que ocurrió mientras dormía.

Al diablo con la regla de los tres días, le voy a escribir a esta chica hoy mismo. Después de todo, Nunca se sabe cuándo puedes morir en una hazaña como esta. 


Mucho menos si eres Sombra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario