lunes, 4 de mayo de 2015

Crónicas de Nuevo Año: Entre símbolos e identidades

Tengo que reconocerlo: Extrañaba esto como no tienes idea.

El viento acariciando tus mejillas, la corriente de aire susurrándote al oído palabras que nunca vas a entender, pero que no puedes dejar de escuchar.

El sonido de los latidos de tu corazón que acompañan al del silencio de la noche y resultan en una ópera deliciosamente hermosa.

Es una de las pocas circunstancias bajo las que siento que puedo practicar un poco mi autoanálisis. Claro, si es que estuviera dispuesto a hacerlo.

Y aun así, no deja de ser extraño y perturbador.

Miro hacia abajo, una vereda desolada que acompaña al pavimento. Contemplo el cielo, la luna escondida entre las nubes. A los lados solo veo un tendedero vacío.

¿Cómo algo tan normal se puede convertir en una situación tan rara?

¿Cómo es que llegue aquí?

No es que no me guste la normalidad. Estuvo bien, supongo. Se sintió adecuada por un tiempo. Es solo que cuando conoces la adrenalina de lo desconocido, ya nada vuelve a ser completamente adecuado o normal.

Digo…entre echarme y reflexionar sobre esto en mi cama y hacerlo aquí, sentado al borde de la azotea de alguien más, pues me decanté por la opción más…extravagante.

Pero no estoy aquí para revivir algo que ya está muerto. No me encuentro aquí a la expectativa de algo que justifique todo el esfuerzo que involucro llegar a este lugar. Solo estoy aquí reflexionando un poco acerca de las cosas que han sucedido en un mes, que más parece un quinquenio infinito.

Perdí mi “capacidad” de hablar con las personas del más allá. En concreto, perdí mi capacidad de hablar con Delia. Y no es que no la extrañe. ¡Diablos, sí lo hago! Es solo que se siente como si mi conciencia y mi capacidad de decidir fueran un poco más libres sin que ella esté dentro de mi cabeza a cada momento, susurrándome que hacer.

Te quiero más como recuerdo que como conciencia, Delia. Y espero que estés pasando un buen momento en el más allá… ¿o era el más acá? Mal chiste.

Perdí a mis amigos… ¿o fueron ellos quienes me perdieron a mí? Ya no importa. Creo que fue de lo más honesto que pude ser conmigo mismo, sin forzarme a mantener vínculos que (ya) no me interesaba mantener. Y si bien a veces extraño lo que fue, ya no me tortura el hecho de imaginar “qué hubiera pasado si…”. Es que la vida es tan corta y el mundo tan grande que hay cosas que simplemente no son y así es como está bien.

Por otra parte, ahora tengo un nuevo trabajo en el que descubrí que mis andanzas pasadas no eran tan “secretas” como yo pensé o quise que fueran. Sino más bien que eran un rastro que alguien tenía que seguir. La pregunta es ¿quién sería tan intrépido o intrépida para arriesgarse a hacerlo?

“-¿Has escuchado algo de la historia del enmascarado? – Me preguntó, mientras rebuscaba entre unos papeles.

-¿Enmascarado? Siempre me sales con unas historias, Claudia – Pero no pude evitar prestar atención.

-Sí, un buen samaritano que aparentemente ayudaba a la gente. – Puso especial énfasis en el ‘aparentemente’

-¿Y por qué ‘aparentemente’? ¿Acaso no los ayudaba en realidad?

-Si quieres ayudar a alguien, ¿por qué esconder tu cara? Si tus intenciones son buenas, no tendrías nada que ocultar, ¿no crees?

-Quizás sus intenciones sí eran buenas, pero no las de los demás – Teoricé – Hay razones por las que ciertas personas prefieren mantenerse en el anonimato, ¿no?

-No sé, he estado siguiendo esta historia por un tiempo ya. Este chico misterioso sabe cubrir sus huellas – Sonaba un poco frustrada – Pero ni siquiera un fantasma puede ser invisible siempre – Sonrió al pronunciar esta frase – Aquí, mira.

Me entregó una fotografía. Parecía un hombre agazapado, como a punto de atacar.

En ese momento, un escalofrío me recorrió de la punta de los pies hasta la cabeza. El hombre de la foto usaba una máscara idéntica a la de…

¿Era posible? ¿Una fotografía?

-¿De…de dónde la conseguiste? – Intenté que mi tartamudeo no evidenciara mi asombro. Fallé.

-Tengo mis fuentes – Afirmó, orgullosa.

-¿Y qué pasó con todo eso?

-El hombre simplemente desapareció, hace como 2 meses que nadie sabe nada de él – Confesó, alicaída.

-Tal vez sea mejor así, ¿no crees? Hay historias que son un poco inverosímiles para contarse.

-Igual, no es mi principal, pero siempre que puedo le doy un poco de tiempo al hombre misterioso. Su historia es como mi hobby – Sonrió.

-Sombra… – Murmuré.

-¿Dijiste algo?

-No, no…no fue nada.”

Es interesante como las historias dan giros inesperados que ni siquiera el destino puede prever.

Me quité la máscara y no encontré mi rostro debajo. La pregunta permanece intacta, “¿Quién soy?” No es que vaya a entrar en dilemas existenciales justo en el techo de un extraño, sé que soy una persona, sé mi nombre, sé lo que puedo y no puedo hacer. Es solo que han vuelto esas inseguridades y miedos que pensé que ya había superado y dejado muy atrás.

¿Lo peor de todo? Que ahora parece que ya no los puedo mantener a raya.

“-¿Cuánto le pones a él? Del 1 al 10 – Preguntó el más grande, curioso.

Ella me miró, me analizó. Su mirada me incomodó por unos segundos, en los que tuve que mirar al piso.

-Cinco.

-¿Por qué?

-Es que, o sea, no es por el físico. Es solo que yo noto que eres inseguro, eres tímido en tus maneras, eso se nota. Y una persona siempre busca alguien que le dé seguridad. ¿Dé que le sirve a alguien inseguro juntarse con alguien que no le puede dar eso que no tiene?”

Es solo un ejemplo de lo que están causando ciertas tribulaciones internas en mí proyección exterior. Y es que cuando usas una máscara por demasiado tiempo, te olvidas quien eras debajo de ella.

Supongo que eso es lo que me sucedió a mí.

Sin embargo, si algo tengo que rescatar de lo que dejé atrás en el camino es que me ayudó a darme cuenta que lo que fui, lo que hice antes no define quien soy ahora. Es por eso que estoy aquí, pensando un poco en lo que quiero ser y en lo que soy.

De cualquier forma, es complicado. Nunca me había encontrado en estas circunstancias. Es una “nueva” normalidad para mí.

Literal y mentalmente solo, sin Delia, ni ninguno de mis fallecidos amigos, respondiendo mis pensamientos. Sin una mujer ocupando mis sentimientos, sin una amiga o amigo preocupándose porque vaya a cometer una estupidez en una oscura noche de otoño. Y, sobre todo, sin máscara.

Sí, totalmente diferente en todos los sentidos posibles.

Bueno, diferente no tiene por qué ser negativo, ¿verdad?

Jugué las cartas que el destino me repartió y, aunque no perdí, tampoco gané nada significativo. Tan solo mi libertad.

Y heme aquí, tentando a la suerte. A punto de apostar mi única ganancia.

Si tengo que ser completamente honesto conmigo mismo, ¿estoy esperando que algo suceda? ¿Estoy esperando que algún percance me saqué de este momento de reflexión?

¿Seré capaz de ignorar mi sentido de responsabilidad cuando suceda lo que estoy esperando?

Un par de frenos ahogados doblando la esquina me sacan de mis cuestiones existenciales y me devuelven al plano de lo real. Al punto 0,0.

Contemplo con interés lo que está sucediendo debajo de mí.

Dos sujetos salen de la mototaxi que acaba de detenerse en medio de la pista. No hacen ruido, es más, intentan ser lo más silenciosos posibles. Me da una idea de su estado, es probable que no estén ni ebrios ni drogados.

Están conscientes de lo que hacen o de lo que van a hacer.

El último en bajar mira alrededor suyo, como asegurándose de que nadie lo vea. Luego, se dirige al interior, al asiento de pasajeros y empieza a jalonear algo… ¿o alguien?

Desaliñada y bastante golpeada, pero es una mujer. El hombre la arrastra fuera de la moto de los cabellos y la tira al pavimento. Su compañero solo sonríe recostado sobre una pared.

Sonríe mientras lleva una mano al cierre de su pantalón.

El silencio de la noche me envuelve, me engaña. “No tienes que hacerlo”, me dice.

No miente. La verdad es que no tengo que hacerlo. La verdad es que no tengo que ayudar a esta mujer de unos potenciales violadores, porque ella no lo va a recordar mañana, porque ellos no lo van a terminar de creer por la mañana.

Sin embargo, el problema parece ser que quiero hacerlo.

Rápidamente, sacó de mi bolsillo la pañoleta que metí ahí especialmente por si algo como esto sucedía. La amarro a mi rostro, cubriéndolo hasta la nariz. Luego me pongo un gorro.

Me siento ridículo, pero no extraño la máscara…creo.

¿Alguien me quiere recordar por qué voy a hacer esto? Digo…sería un buen momento para que regreses, Delia.

Pero ya no vas a regresar. Así como esas conversaciones de Whatsapp van a quedar archivadas para siempre. Tal como Claudia nunca más va a volver a conseguir una foto del hombre misterioso.

Nada va a volver a ser como antes. Ni siquiera yo, mientras desciendo silenciosamente por un poste de luz.

Pero al hacer esto, tal vez pueda encontrar algunas de las respuestas que busco. Porque no había sentido tal seguridad en casi un mes de “normalidad” como la que siento mientras mis manos se aferran para no caer.

Tal vez en el peligro esté lo correcto.

Y es raro, puesto que no soy lo que definirías como “peligroso”.

“-Hoy estuve en la comisaría haciendo unos papeles

La sola mención de aquel recinto jaló del gatillo de recuerdos que había en mi cabeza.

-¿En serio? Bueno, si yo te contara de mis experiencias en comisarías… - Dije esto último con cierta nostalgia, casi pena.

-¿Tú? Pero si tú nunca has hecho nada – Sonrió.

-¡Gracias! Es la forma más amable en la que me han dicho aburrido alguna vez – No pude evitar mostrar parcialmente la dentadura.

-No es eso…es solo que no me imagino porque alguien como tú estaría en una comisaría, no creo que haya sido por algo malo.

-¿Tengo tanta cara de estúpido? – Levanté una ceja.

-Yo diría más bien de inofensivo.”

Aquí y ahora, es donde dejo de ser inofensivo, si es que alguna vez lo fui.

Me acercó por detrás a la mototaxi.

Veo a los tipos maniatar a la mujer, mientras intentan quitarle el pantalón.

Siento la ira correr por mis venas.

“Cambié también porque de niña quisieron abusar de mí, entonces los abrazos y todo eso me da asco”

Las palabras suenan en mi cabeza, tan reales que hacen que mire a los lados para asegurarme que no haya nadie ahí. Cada una de mis terminaciones nerviosas está enervada. Siento mis pupilas dilatarse. 

La adrenalina del peligro.

Llevo mis manos instintivamente a mi cintura…y no encuentro nada.

-¡Oye, que haces ahí!

Está bien, esto puede ser malo.

Quedo pasmado frente a los dos tipos que empiezan a acercarse, despacio. Parecen 2 personajes grotescos sacados de un cuento infantil, uno de ellos es calvo y tiene un arete en la oreja izquierda.

-¿Quién carajo eres tú? – Dice el otro, el más alto.

Tiene una cicatriz que le atraviesa todo el pómulo derecho.

Prisión. Lurigancho, más que seguro.

-Yo soy…

No, no lo digas. Ese hombre murió. Se ahogó y nunca lo encontraron.

-…un amigo, pero no tuyo.

Su estrepitosa y asquerosa risa destruye el silencio de la noche.

-¿Y qué vas a hacer, huevonazo? – Lleva una mano a su cintura y saca una navaja.

¿Qué es esto? ¿Miedo? ¿Tengo miedo de este hombre?

“-¿A qué le tienes miedo, chico? – El viejo se para delante de mí, mientras me golpea la espalda con su bastón.

-¿Quién dice que tengo miedo? - trato de sonar desafiante y solo quedo como un adolescente impulsivo

Me pongo en pie, empiezo a pensar que fue un error venir aquí. A encontrar respuestas aquí, o a intentar, al menos.

-En el fondo, eres el mismo chiquillo asustado que trajeron hace años

-No es cierto.

-¡Sabes que sí! Y mientras no lo aceptes, jamás vas a poder ser tú mismo o lo que sea que tengas que ser.

Me golpea otra vez con el bastón, no atino a esquivar ninguno de los golpes. El cansancio amenaza con derrotarme.

-Mírate – Su voz es dura y marca las pausas – Has hecho cosas “buenas” tanto tiempo y ni siquiera así has podido sacar lo bueno de ti. Sigues viviendo derrotado.

-¡No es verdad!

-Sabes que lo es… - Suena decepcionado – Olvidaste que no se trata solo de hacer cosas buenas por la gente sino de inspirarlos a ellos a hacerlas también. Eso es lo que significa ser una esperanza. ¿Cómo puedes serlo tú si ni siquiera sabes quién eres? Si lo que se supone que debía convertirte en un instrumento de fe, solo te sirvió siempre como un escape.

Un golpe más del bastón, este va directo a la cara.

Caigo de rodillas, siento la sangre correr por mi labio inferior. Alzo la mirada y lo veo ahí, parado frente a mí, con su mirada severa.

-¿Qué buscas aquí? – La voz del abuelo sonaba clara y entonada, aún para alguien que parecía haber respirado demasiado en la vida.

-Res...respuestas - Balbuceo - Necesito respuestas

-¿Ya te hiciste las preguntas correctas?

-No lo sé

-Pues antes pregúntate si lo que buscas es igual a lo que quieres encontrar”

El miedo no va a paralizarme, ya no más.

-Déjenla ir – Mi voz suena desafiante.

-¿Y sino qué? – La respuesta del hombre de la cicatriz busca provocarme

-Voy a tener que lastimarlos – No miento.

El de la cicatriz embiste hacia mí blandiendo su navaja. Nunca he sido de los mejores en el cuerpo a cuerpo, pero por lo menos tengo que intentarlo.

Su cabeza impacta en mi vientre, mi brazo bloquea la mano con la que sostiene el objeto punzocortante dirigido a mi garganta. Caemos al pavimento y la navaja termina lejos de sus manos y de las mías.

Me pongo de pie, rápido. “Sí que he perdido forma”, pienso. En ese momento, el otro tipo impacta su puño en mi mandíbula. Vuelve a tratar de conectarme un gancho, pero lo esquivo por tan solo segundos, golpeo sus costillas con mi codo, luego con mi brazo extendido. Miro de reojo al de la cicatriz mientras se pone de pie. El calvo se dirige hacia la navaja, corriendo. Le sigo los pasos, mientras pienso en lo pesado que se siente mi cuerpo.

Justo antes de que recoja la navaja del piso, mi puño impacta contra su sien y cae de bruces. En ese momento, una patada en la espalda me tumba encima del hombre que acaba de caer.

¡Rayos! Esto duele… ¿Cómo demonios hice esto por casi 10 años? Mi coxis se siente fuera de su lugar y los nudillos me matan.

-¿Así que te crees muy pendejo, no?

Tumbado en el piso, lucho por ponerme de pie. Se siente un dolor bastante real. Claro, uno viene a reflexionar sobre su vida y termina siendo golpeado en el intento de ayudar.

La verdad me siento bastante amateur, ¿qué era diferente cuando hacía esto con máscara, chaleco y cuchillas en mis manos?

Creo que empiezo a entenderlo.

El de la cicatriz se arrodilla y empieza a golpearme la cara. Sus golpes son lentos, pero impactan con fuerza en mis pómulos y mandíbula.

¿Qué pasa conmigo? ¿Realmente todo este tiempo dejé que mi percepción de seguridad proviniese de una máscara, de tener con que “defenderme”, de llevar las de ganar?

“No, no es cierto. Eres muy fuerte. Y estaba equivocada…para ser luchador, hay que ser fuerte”

Gracias conciencia, en serio buscas las frases más adecuadas y de las personas más inesperadas para motivarme.

Luego de unos cinco o seis golpes, decido que ya fue suficiente. Está a punto de asestarme uno más, pero mi mano detiene su puño.

-Tú no me conoces – Me asusta lo siniestro de mi voz.

Con esfuerzo, lo empujo y cae al otro lado de la pista. Me pongo de pie, mientras quito la pañoleta de mi rostro y la uso para limpiar la sangre de mis labios y mi nariz. Luego me la amarro nuevamente.

El hombre vuelve a embestir contra mí. Antes de que su cabeza impacte nuevamente contra mi estómago, detengo su cuerpo con mi hombro, luego conecto un gancho a su ingle derecha mientras él me golpea las costillas.

Tomamos distancia. Mi respiración se entrecorta, sus ojos recorren el pavimento buscando la navaja. Supongo que debe estar debajo del cuerpo inconsciente de su amigo tirado casi en medio de nosotros.

-Te voy a matar, imbécil – La ira inyectada en sus ojos me afirma que puede estar diciendo la verdad.

-La muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja

-¡¿Qué mierda hablas?!

-Nada, no importa – Debajo de la pañoleta, estoy sonriendo.

Nos calculamos, nos medimos, nos vamos acercando poco a poco. Lanza un puñetazo al aire que esquivo y lo golpeo en las costillas. Me empuja y se avienta contra mí.

Mientras rodamos en el pavimento pienso que esta es la forma más básica de violencia que puede existir y me pregunto por qué rayos no ha pasado algún carro de serenazgo que pueda darme una mano. Digo, no me vendría mal.

¿Qué es diferente antes y ahora? ¿Qué era diferente con una máscara puesta?

“Sí me he dado cuenta que te pones esa máscara y haces todo eso para llenar un vacío grande y tal vez no es la mejor forma, pero lo sigues haciendo. Quisiera poder llenar ese vacío, que básicamente creo que es falta de cariño…”

Bueno, hablando de cariño. El hombre de la cicatriz y yo seguimos conectándonos puñetes en distintas partes del cuerpo. Nos revolcamos en la pista y lo aparto con una patada. Extiendo mis brazos mientras inhalo una fuerte bocanada de aire y me pongo en pie.

El tipo está comenzando a pararse. “Ya acabemos con esto”, pienso.

Corro hacia él y salto, apuesto a que esto se ve mejor cuando es coreografiado y pasado en una película de acción. Quedó en vilo e impacto ambas piernas en su pecho. Su expresión de dolor no tiene precio.

El hombre sale disparado hacia atrás.

Caigo sobre mi cuerpo pesadamente, ¿Realmente dolía tanto antes o todo esto es nuevo?

Me pongo de pie, nuevamente, trastabillando. Me acercó donde se encuentra el tipo de la cicatriz, balanceándome.

Lo escucho gemir y quejarse, decido que no me interesa. Me arrodillo encima de él. ¿Justicia o castigo? Esa es la única pregunta que importa.

-¿Y luego qué? ¿Te dejo en una comisaría para que te dejen salir al día siguiente? ¿Hasta qué otra desafortunada chica suba a tu maldita moto y la puedas violar?

Veo ira en su mirada, mezclada con miedo.

“Adelante, mátame… ¿Crees que no habrán otros después de mí?”

Las palabras de Velarde resuenan en mi cabeza. Las imágenes de lo que sucedió después de eso me inundan por un momento.

Cojo al tipo de la cicatriz del cuello de su camisa y empiezo a golpearlo en la cara, violentamente. Siento su tabique romperse entre mis nudillos, siento sus labios reventar bajo mis dedos.

“Descubre quien rayos eres y luego, sé un símbolo para esa gente”

Lo suelto, está inconsciente. Me pongo de pie con dificultad y me acercó a la mototaxi.

La mujer está adentro, hecha un ovillo. Escucho sus sollozos ahogados.

-¿Estás bien? – El cansancio en mi voz es completamente perceptible.

No hay respuesta, solo llanto.

-No voy a hacerte daño, pero necesito que salgas de la moto, por favor

Extiendo un brazo hacia ella. Me mira y duda, finalmente, me deja ayudarla a bajar.

-¿Te hicieron daño? – Reformulo la pregunta. Ella niega con la cabeza – ¿Puedes llegar a tu casa desde aquí?

-Ss…sí, gra…gracias – Dirige la mirada hacia el cuerpo ensangrentado del tipo de la cicatriz, luego al calvo tirado en el pavimento - ¿Tú hiciste eso? – El temor en su pregunta es completamente válido.

-Así es – No me siento orgulloso, pero al menos la mujer se encuentra bien. – Será mejor que salgas de aquí antes que se levanten.

Me acerco a la cabina del conductor, retiro las llaves y las meto al bolsillo de mi pantalón. Cuando me doy la vuelta, la mujer ha desaparecido.

Misión cumplida, supongo.

Está bien, fue un buen mes de normalidad, después de todo.

Lo disfruté. Dormir plácidamente por las noches, conversar con las personas con esa libertad de no estar escondiendo nada, mirarlas a los ojos y sentir que eres igual que ellas, igual que los demás. Estuvo bien por un tiempo.

Desamarro la pañoleta de mi rostro otra vez y me limpio la cara con ella.

Ha sido una noche educativa, en cuanto a autoconocimiento y a inseguridades se refiere.

Tal vez nada vuelva a ser como antes, y está bien, ¿sabes? Al fin y al cabo, algo en la mirada de la mujer, esa sensación de “estar a salvo” me recordó que hay más en juego de lo que parece a simple vista.

Tal vez aun en mi propia oscuridad pueda ser un rayo de luz. Solo uno, con eso es suficiente.

Voy a estar bien, voy a descubrir quién rayos soy, más allá de un nombre, más allá de lo que esperan que sea.

Y cuando lo haga, voy a ser un símbolo...o voy a intentarlo, al menos. Porque eso es lo que esta gente se merece, lo que necesitan. Alguien que no solo haga cosas buenas por ellos, sino que los inspire a hacer el bien.

Supongo que tendré que asegurarme de que mi “vestimenta” no deje mucho de mí expuesto. También conseguir implementos y ello. Bueno, va a ser una semana ocupada, hay muchas cosas en qué pensar.

Pienso todo esto mientras camino por el pavimento y una sonrisa se dibuja en mi rostro. En una mano llevo mi pañoleta medio ensangrentada y en la otra, un par de llaves.

Sí, otra noche típica, sin nada fuera de lo común…


No hay comentarios:

Publicar un comentario