Tengo que reconocerlo: Extrañaba
esto como no tienes idea.
El viento acariciando tus
mejillas, la corriente de aire susurrándote al oído palabras que nunca vas a
entender, pero que no puedes dejar de escuchar.
El sonido de los latidos de tu
corazón que acompañan al del silencio de la noche y resultan en una ópera
deliciosamente hermosa.
Es una de las pocas
circunstancias bajo las que siento que puedo practicar un poco mi autoanálisis.
Claro, si es que estuviera dispuesto a hacerlo.
Y aun así, no deja de ser extraño
y perturbador.
Miro hacia abajo, una vereda
desolada que acompaña al pavimento. Contemplo el cielo, la luna escondida entre
las nubes. A los lados solo veo un tendedero vacío.
¿Cómo algo tan normal se puede
convertir en una situación tan rara?
¿Cómo es que llegue aquí?
No es que no me guste la
normalidad. Estuvo bien, supongo. Se sintió adecuada por un tiempo. Es solo que
cuando conoces la adrenalina de lo desconocido, ya nada vuelve a ser
completamente adecuado o normal.
Digo…entre echarme y reflexionar
sobre esto en mi cama y hacerlo aquí, sentado al borde de la azotea de alguien
más, pues me decanté por la opción más…extravagante.
Pero no estoy aquí para revivir
algo que ya está muerto. No me encuentro aquí a la expectativa de algo que
justifique todo el esfuerzo que involucro llegar a este lugar. Solo estoy aquí
reflexionando un poco acerca de las cosas que han sucedido en un mes, que más
parece un quinquenio infinito.
Perdí mi “capacidad” de hablar con
las personas del más allá. En concreto, perdí mi capacidad de hablar con Delia.
Y no es que no la extrañe. ¡Diablos, sí lo hago! Es solo que se siente como si
mi conciencia y mi capacidad de decidir fueran un poco más libres sin que ella
esté dentro de mi cabeza a cada momento, susurrándome que hacer.
Te quiero más como recuerdo que
como conciencia, Delia. Y espero que estés pasando un buen momento en el más
allá… ¿o era el más acá? Mal chiste.
Perdí a mis amigos… ¿o fueron
ellos quienes me perdieron a mí? Ya no importa. Creo que fue de lo más honesto
que pude ser conmigo mismo, sin forzarme a mantener vínculos que (ya) no me
interesaba mantener. Y si bien a veces extraño lo que fue, ya no me tortura el
hecho de imaginar “qué hubiera pasado si…”. Es que la vida es tan corta y el
mundo tan grande que hay cosas que simplemente no son y así es como está bien.
Por otra parte, ahora tengo un
nuevo trabajo en el que descubrí que mis andanzas pasadas no eran tan “secretas”
como yo pensé o quise que fueran. Sino más bien que eran un rastro que alguien
tenía que seguir. La pregunta es ¿quién sería tan intrépido o intrépida para
arriesgarse a hacerlo?
“-¿Has escuchado algo de la historia del enmascarado? – Me preguntó,
mientras rebuscaba entre unos papeles.
-¿Enmascarado? Siempre me sales con unas historias, Claudia – Pero no pude
evitar prestar atención.
-Sí, un buen samaritano que aparentemente ayudaba a la gente. – Puso
especial énfasis en el ‘aparentemente’
-¿Y por qué ‘aparentemente’? ¿Acaso no los ayudaba en realidad?
-Si quieres ayudar a alguien, ¿por qué esconder tu cara? Si tus
intenciones son buenas, no tendrías nada que ocultar, ¿no crees?
-Quizás sus intenciones sí eran buenas, pero no las de los demás –
Teoricé – Hay razones por las que ciertas personas prefieren mantenerse en el
anonimato, ¿no?
-No sé, he estado siguiendo esta historia por un tiempo ya. Este chico
misterioso sabe cubrir sus huellas – Sonaba un poco frustrada – Pero ni
siquiera un fantasma puede ser invisible siempre – Sonrió al pronunciar esta
frase – Aquí, mira.
Me entregó una fotografía. Parecía un hombre agazapado, como a punto de
atacar.
En ese momento, un escalofrío me recorrió de la punta de los pies hasta
la cabeza. El hombre de la foto usaba una máscara idéntica a la de…
¿Era posible? ¿Una fotografía?
-¿De…de dónde la conseguiste? – Intenté que mi tartamudeo no
evidenciara mi asombro. Fallé.
-Tengo mis fuentes – Afirmó, orgullosa.
-¿Y qué pasó con todo eso?
-El hombre simplemente desapareció, hace como 2 meses que nadie sabe
nada de él – Confesó, alicaída.
-Tal vez sea mejor así, ¿no crees? Hay historias que son un poco
inverosímiles para contarse.
-Igual, no es mi principal, pero siempre que puedo le doy un poco de
tiempo al hombre misterioso. Su historia es como mi hobby – Sonrió.
-Sombra… – Murmuré.
-¿Dijiste algo?
-No, no…no fue nada.”
Es interesante como las historias
dan giros inesperados que ni siquiera el destino puede prever.
Me quité la máscara y no encontré
mi rostro debajo. La pregunta permanece intacta, “¿Quién soy?” No es que vaya a
entrar en dilemas existenciales justo en el techo de un extraño, sé que soy una
persona, sé mi nombre, sé lo que puedo y no puedo hacer. Es solo que han vuelto
esas inseguridades y miedos que pensé que ya había superado y dejado muy atrás.
¿Lo peor de todo? Que ahora
parece que ya no los puedo mantener a raya.
“-¿Cuánto le pones a él? Del 1 al 10 – Preguntó el más grande, curioso.
Ella me miró, me analizó. Su mirada me incomodó por unos segundos, en
los que tuve que mirar al piso.
-Cinco.
-¿Por qué?
-Es que, o sea, no es por el físico. Es solo que yo noto que eres
inseguro, eres tímido en tus maneras, eso se nota. Y una persona siempre busca alguien
que le dé seguridad. ¿Dé que le sirve a alguien inseguro juntarse con alguien
que no le puede dar eso que no tiene?”
Es solo un ejemplo de lo que
están causando ciertas tribulaciones internas en mí proyección exterior. Y es
que cuando usas una máscara por demasiado tiempo, te olvidas quien eras debajo
de ella.
Supongo que eso es lo que me
sucedió a mí.
Sin embargo, si algo tengo que
rescatar de lo que dejé atrás en el camino es que me ayudó a darme cuenta que
lo que fui, lo que hice antes no define quien soy ahora. Es por eso que estoy
aquí, pensando un poco en lo que quiero ser y en lo que soy.
De cualquier forma, es
complicado. Nunca me había encontrado en estas circunstancias. Es una “nueva”
normalidad para mí.
Literal y mentalmente solo, sin
Delia, ni ninguno de mis fallecidos amigos, respondiendo mis pensamientos. Sin
una mujer ocupando mis sentimientos, sin una amiga o amigo preocupándose porque
vaya a cometer una estupidez en una oscura noche de otoño. Y, sobre todo, sin
máscara.
Sí, totalmente diferente en todos
los sentidos posibles.
Bueno, diferente no tiene por qué
ser negativo, ¿verdad?
Jugué las cartas que el destino
me repartió y, aunque no perdí, tampoco gané nada significativo. Tan solo mi
libertad.
Y heme aquí, tentando a la
suerte. A punto de apostar mi única ganancia.
Si tengo que ser completamente
honesto conmigo mismo, ¿estoy esperando que algo suceda? ¿Estoy esperando que
algún percance me saqué de este momento de reflexión?
¿Seré capaz de ignorar mi sentido
de responsabilidad cuando suceda lo que estoy esperando?
Un par de frenos ahogados
doblando la esquina me sacan de mis cuestiones existenciales y me devuelven al
plano de lo real. Al punto 0,0.
Contemplo con interés lo que está
sucediendo debajo de mí.
Dos sujetos salen de la mototaxi
que acaba de detenerse en medio de la pista. No hacen ruido, es más, intentan
ser lo más silenciosos posibles. Me da una idea de su estado, es probable que
no estén ni ebrios ni drogados.
Están conscientes de lo que hacen
o de lo que van a hacer.
El último en bajar mira alrededor
suyo, como asegurándose de que nadie lo vea. Luego, se dirige al interior, al
asiento de pasajeros y empieza a jalonear algo… ¿o alguien?
Desaliñada y bastante golpeada,
pero es una mujer. El hombre la arrastra fuera de la moto de los cabellos y la
tira al pavimento. Su compañero solo sonríe recostado sobre una pared.
Sonríe mientras lleva una mano al
cierre de su pantalón.
El silencio de la noche me
envuelve, me engaña. “No tienes que hacerlo”, me dice.
No miente. La verdad es que no
tengo que hacerlo. La verdad es que no tengo que ayudar a esta mujer de unos
potenciales violadores, porque ella no lo va a recordar mañana, porque ellos no
lo van a terminar de creer por la mañana.
Sin embargo, el problema parece
ser que quiero hacerlo.
Rápidamente, sacó de mi bolsillo
la pañoleta que metí ahí especialmente por si algo como esto sucedía. La amarro a mi rostro, cubriéndolo hasta la nariz. Luego me pongo un gorro.
Me siento ridículo, pero no
extraño la máscara…creo.
¿Alguien me quiere recordar por
qué voy a hacer esto? Digo…sería un buen momento para que regreses, Delia.
Pero ya no vas a regresar. Así
como esas conversaciones de Whatsapp van a quedar archivadas para siempre. Tal
como Claudia nunca más va a volver a conseguir una foto del hombre misterioso.
Nada va a volver a ser como
antes. Ni siquiera yo, mientras desciendo silenciosamente por un poste de luz.
Pero al hacer esto, tal vez pueda
encontrar algunas de las respuestas que busco. Porque no había sentido tal
seguridad en casi un mes de “normalidad” como la que siento mientras mis manos
se aferran para no caer.
Tal vez en el peligro esté lo
correcto.
Y es raro, puesto que no soy lo
que definirías como “peligroso”.
“-Hoy estuve en la comisaría haciendo unos papeles
La sola mención de aquel recinto jaló del gatillo de recuerdos que
había en mi cabeza.
-¿En serio? Bueno, si yo te contara de mis experiencias en comisarías…
- Dije esto último con cierta nostalgia, casi pena.
-¿Tú? Pero si tú nunca has hecho nada – Sonrió.
-¡Gracias! Es la forma más amable en la que me han dicho aburrido
alguna vez – No pude evitar mostrar parcialmente la dentadura.
-No es eso…es solo que no me imagino porque alguien como tú estaría en
una comisaría, no creo que haya sido por algo malo.
-¿Tengo tanta cara de estúpido? – Levanté una ceja.
-Yo diría más bien de inofensivo.”
Aquí y ahora, es donde dejo de
ser inofensivo, si es que alguna vez lo fui.
Me acercó por detrás a la
mototaxi.
Veo a los tipos maniatar a la
mujer, mientras intentan quitarle el pantalón.
Siento la ira correr por mis
venas.
“Cambié también porque de niña quisieron abusar de mí, entonces los
abrazos y todo eso me da asco”
Las palabras suenan en mi cabeza,
tan reales que hacen que mire a los lados para asegurarme que no haya nadie ahí.
Cada una de mis terminaciones nerviosas está enervada. Siento mis pupilas
dilatarse.
La adrenalina del peligro.
La adrenalina del peligro.
Llevo mis manos instintivamente a
mi cintura…y no encuentro nada.
-¡Oye, que haces ahí!
Está bien, esto puede ser malo.
Quedo pasmado frente a los dos
tipos que empiezan a acercarse, despacio. Parecen 2 personajes grotescos
sacados de un cuento infantil, uno de ellos es calvo y tiene un arete en la
oreja izquierda.
-¿Quién carajo eres tú? – Dice el
otro, el más alto.
Tiene una cicatriz que le
atraviesa todo el pómulo derecho.
Prisión. Lurigancho, más que
seguro.
-Yo soy…
No, no lo digas. Ese hombre
murió. Se ahogó y nunca lo encontraron.
-…un amigo, pero no tuyo.
Su estrepitosa y asquerosa risa
destruye el silencio de la noche.
-¿Y qué vas a hacer, huevonazo? –
Lleva una mano a su cintura y saca una navaja.
¿Qué es esto? ¿Miedo? ¿Tengo
miedo de este hombre?
“-¿A qué le tienes miedo, chico? – El viejo se para delante de mí,
mientras me golpea la espalda con su bastón.
-¿Quién dice que tengo miedo? - trato de sonar desafiante y solo quedo como un adolescente impulsivo
Me pongo en pie, empiezo a pensar que fue un error venir aquí. A encontrar
respuestas aquí, o a intentar, al menos.
-En el fondo, eres el mismo chiquillo asustado que trajeron hace años
-No es cierto.
-¡Sabes que sí! Y mientras no lo aceptes, jamás vas a poder ser tú mismo o lo
que sea que tengas que ser.
Me golpea otra vez con el bastón, no atino a esquivar ninguno de los
golpes. El cansancio amenaza con derrotarme.
-Mírate – Su voz es dura y marca las pausas – Has hecho cosas “buenas”
tanto tiempo y ni siquiera así has podido sacar lo bueno de ti. Sigues viviendo
derrotado.
-¡No es verdad!
-Sabes que lo es… - Suena decepcionado – Olvidaste que no se trata solo
de hacer cosas buenas por la gente sino de inspirarlos a ellos a hacerlas
también. Eso es lo que significa ser una esperanza. ¿Cómo
puedes serlo tú si ni siquiera sabes quién eres? Si lo que se supone que debía
convertirte en un instrumento de fe, solo te sirvió siempre como un escape.
Un golpe más del bastón, este va directo a la cara.
Caigo de rodillas, siento la sangre correr por mi labio inferior. Alzo
la mirada y lo veo ahí, parado frente a mí, con su mirada severa.
-¿Qué buscas aquí? – La voz del abuelo sonaba clara y entonada, aún
para alguien que parecía haber respirado demasiado en la vida.
-Res...respuestas - Balbuceo - Necesito respuestas
-¿Ya te hiciste las preguntas correctas?
-No lo sé
-Pues antes pregúntate si lo que buscas es igual a lo que quieres
encontrar”
El miedo no va a paralizarme, ya
no más.
-Déjenla ir – Mi voz suena
desafiante.
-¿Y sino qué? – La respuesta del
hombre de la cicatriz busca provocarme
-Voy a tener que lastimarlos – No
miento.
El de la cicatriz embiste hacia mí
blandiendo su navaja. Nunca he sido de los mejores en el cuerpo a cuerpo, pero
por lo menos tengo que intentarlo.
Su cabeza impacta en mi vientre,
mi brazo bloquea la mano con la que sostiene el objeto punzocortante dirigido a
mi garganta. Caemos al pavimento y la navaja termina lejos de sus manos y de
las mías.
Me pongo de pie, rápido. “Sí que
he perdido forma”, pienso. En ese momento, el otro tipo impacta su puño en mi
mandíbula. Vuelve a tratar de conectarme un gancho, pero lo esquivo por tan
solo segundos, golpeo sus costillas con mi codo, luego con mi brazo extendido.
Miro de reojo al de la cicatriz mientras se pone de pie. El calvo se dirige
hacia la navaja, corriendo. Le sigo los pasos, mientras pienso en lo pesado que
se siente mi cuerpo.
Justo antes de que recoja la
navaja del piso, mi puño impacta contra su sien y cae de bruces. En ese
momento, una patada en la espalda me tumba encima del hombre que acaba de caer.
¡Rayos! Esto duele… ¿Cómo
demonios hice esto por casi 10 años? Mi coxis se siente fuera de su lugar y los
nudillos me matan.
-¿Así que te crees muy pendejo,
no?
Tumbado en el piso, lucho por
ponerme de pie. Se siente un dolor bastante real. Claro, uno viene a
reflexionar sobre su vida y termina siendo golpeado en el intento de ayudar.
La verdad me siento bastante
amateur, ¿qué era diferente cuando hacía esto con máscara, chaleco y cuchillas
en mis manos?
Creo que empiezo a entenderlo.
El de la cicatriz se arrodilla y
empieza a golpearme la cara. Sus golpes son lentos, pero impactan con fuerza en
mis pómulos y mandíbula.
¿Qué pasa conmigo? ¿Realmente
todo este tiempo dejé que mi percepción de seguridad proviniese de una máscara,
de tener con que “defenderme”, de llevar las de ganar?
“No, no es cierto. Eres muy fuerte. Y estaba equivocada…para ser
luchador, hay que ser fuerte”
Gracias conciencia, en serio
buscas las frases más adecuadas y de las personas más inesperadas para motivarme.
Luego de unos cinco o seis
golpes, decido que ya fue suficiente. Está a punto de asestarme uno más, pero
mi mano detiene su puño.
-Tú no me conoces – Me asusta lo
siniestro de mi voz.
Con esfuerzo, lo empujo y cae al
otro lado de la pista. Me pongo de pie, mientras quito la pañoleta de mi rostro
y la uso para limpiar la sangre de mis labios y mi nariz. Luego me la amarro
nuevamente.
El hombre vuelve a embestir
contra mí. Antes de que su cabeza impacte nuevamente contra mi estómago,
detengo su cuerpo con mi hombro, luego conecto un gancho a su ingle derecha
mientras él me golpea las costillas.
Tomamos distancia. Mi respiración
se entrecorta, sus ojos recorren el pavimento buscando la navaja. Supongo que
debe estar debajo del cuerpo inconsciente de su amigo tirado casi en medio de
nosotros.
-Te voy a matar, imbécil – La ira
inyectada en sus ojos me afirma que puede estar diciendo la verdad.
-La muerte está tan segura de su
victoria que nos da una vida de ventaja
-¡¿Qué mierda hablas?!
-Nada, no importa – Debajo de la
pañoleta, estoy sonriendo.
Nos calculamos, nos medimos, nos
vamos acercando poco a poco. Lanza un puñetazo al aire que esquivo y lo golpeo en
las costillas. Me empuja y se avienta contra mí.
Mientras rodamos en el pavimento
pienso que esta es la forma más básica de violencia que puede existir y me
pregunto por qué rayos no ha pasado algún carro de serenazgo que pueda darme
una mano. Digo, no me vendría mal.
¿Qué es diferente antes y ahora? ¿Qué
era diferente con una máscara puesta?
“Sí me he dado cuenta que te pones esa máscara y haces todo eso para
llenar un vacío grande y tal vez no es la mejor forma, pero lo sigues haciendo.
Quisiera poder llenar ese vacío, que básicamente creo que es falta de cariño…”
Bueno, hablando de cariño. El
hombre de la cicatriz y yo seguimos conectándonos puñetes en distintas partes
del cuerpo. Nos revolcamos en la pista y lo aparto con una patada. Extiendo mis
brazos mientras inhalo una fuerte bocanada de aire y me pongo en pie.
El tipo está comenzando a
pararse. “Ya acabemos con esto”, pienso.
Corro hacia él y salto, apuesto a
que esto se ve mejor cuando es coreografiado y pasado en una película de
acción. Quedó en vilo e impacto ambas piernas en su pecho. Su expresión de
dolor no tiene precio.
El hombre sale disparado hacia
atrás.
Caigo sobre mi cuerpo
pesadamente, ¿Realmente dolía tanto antes o todo esto es nuevo?
Me pongo de pie, nuevamente,
trastabillando. Me acercó donde se encuentra el tipo de la cicatriz,
balanceándome.
Lo escucho gemir y quejarse,
decido que no me interesa. Me arrodillo encima de él. ¿Justicia o castigo? Esa
es la única pregunta que importa.
-¿Y luego qué? ¿Te dejo en una
comisaría para que te dejen salir al día siguiente? ¿Hasta qué otra
desafortunada chica suba a tu maldita moto y la puedas violar?
Veo ira en su mirada, mezclada
con miedo.
“Adelante, mátame… ¿Crees que no habrán otros después de mí?”
Las palabras de Velarde resuenan
en mi cabeza. Las imágenes de lo que sucedió después de eso me inundan por un
momento.
Cojo al tipo de la cicatriz del
cuello de su camisa y empiezo a golpearlo en la cara, violentamente. Siento su
tabique romperse entre mis nudillos, siento sus labios reventar bajo mis dedos.
“Descubre quien rayos eres y luego, sé un símbolo para esa gente”
Lo suelto, está inconsciente. Me
pongo de pie con dificultad y me acercó a la mototaxi.
La mujer está adentro, hecha un
ovillo. Escucho sus sollozos ahogados.
-¿Estás bien? – El cansancio en
mi voz es completamente perceptible.
No hay respuesta, solo llanto.
-No voy a hacerte daño, pero
necesito que salgas de la moto, por favor
Extiendo un brazo hacia ella. Me
mira y duda, finalmente, me deja ayudarla a bajar.
-¿Te hicieron daño? – Reformulo la
pregunta. Ella niega con la cabeza – ¿Puedes llegar a tu casa desde aquí?
-Ss…sí, gra…gracias – Dirige la
mirada hacia el cuerpo ensangrentado del tipo de la cicatriz, luego al calvo
tirado en el pavimento - ¿Tú hiciste eso? – El temor en su pregunta es
completamente válido.
-Así es – No me siento orgulloso,
pero al menos la mujer se encuentra bien. – Será mejor que salgas de aquí antes
que se levanten.
Me acerco a la cabina del conductor,
retiro las llaves y las meto al bolsillo de mi pantalón. Cuando me doy la
vuelta, la mujer ha desaparecido.
Misión cumplida, supongo.
Está bien, fue un buen mes de
normalidad, después de todo.
Lo disfruté. Dormir plácidamente
por las noches, conversar con las personas con esa libertad de no estar
escondiendo nada, mirarlas a los ojos y sentir que eres igual que ellas, igual
que los demás. Estuvo bien por un tiempo.
Desamarro la pañoleta de mi
rostro otra vez y me limpio la cara con ella.
Ha sido una noche educativa, en
cuanto a autoconocimiento y a inseguridades se refiere.
Tal vez nada vuelva a ser como
antes, y está bien, ¿sabes? Al fin y al cabo, algo en la mirada de la mujer,
esa sensación de “estar a salvo” me recordó que hay más en juego de lo que
parece a simple vista.
Tal vez aun en mi propia
oscuridad pueda ser un rayo de luz. Solo uno, con eso es suficiente.
Voy a estar bien, voy a descubrir
quién rayos soy, más allá de un nombre, más allá de lo que esperan que sea.
Y cuando lo haga, voy a ser un
símbolo...o voy a intentarlo, al menos. Porque eso es lo que esta gente se merece, lo que necesitan. Alguien
que no solo haga cosas buenas por ellos, sino que los inspire a hacer el bien.
Supongo que tendré que asegurarme de que mi “vestimenta” no deje
mucho de mí expuesto. También conseguir implementos y ello. Bueno, va a ser una
semana ocupada, hay muchas cosas en qué pensar.
Pienso todo esto mientras camino
por el pavimento y una sonrisa se dibuja en mi rostro. En una mano llevo mi
pañoleta medio ensangrentada y en la otra, un par de llaves.
Sí, otra noche típica, sin nada
fuera de lo común…
No hay comentarios:
Publicar un comentario