Se había jurado a sí mismo no
cometer aquel error de nuevo.
Y sin embargo, ahí estaba. A unos
cuantos minutos de repetir exactamente los pasos que lo llevarían al fracaso
definitivo.
O a la gloria eterna, lo que
sucediera primero.
No era para menos, había pasado
mucho tiempo ya.
Dos años, siete meses, nueve días
y las últimas veinticuatro horas que fueron un suplicio entre decidir qué era
lo que debía hacer.
Pero nadie sabía eso, ni nada en
realidad. Nadie sabía de las noches en vela que pasaba contabilizando las horas
que transcurrían despreocupadas, libres y frenéticas, una atropellando a la
otra. Nadie sabía de las numerosas cartas que había escrito, de cómo había cuidado
detalladamente su caligrafía, de cómo cada “i” tenía un punto que le adornaba
la cabeza cual sombrero setentero de caballero refinado.
Y ahí estaba él, debatiéndose
entre el bien y el mal, la determinación y la cobardía, la seguridad y el miedo
que amenazaba con petrificarlo.
De repente, algo en el flujo
temporal se detuvo. Como si a los minutos les hubiera dejado de importar lo
venidero.
La vio pasar, era ella, no había
duda. Este era el momento que había esperado todo este tiempo.
Quiso moverse, pero sus piernas
pasaron a piloto automático. Sus extremidades dejaron de responder. El pánico
empezó a apoderarse de él, podía sentir las gotas de sudor resbalando
apresuradas por su pecho. Su corazón amenazaba con reventar su caja torácica.
Y no podía moverse.
Empezaba a asustarse, comenzaba a
creer que su cuerpo estaba experimentando un sueño lúcido, pero aquello no
tenía sentido. Recordaba perfectamente cómo había llegado a parar a ese lugar.
Había salido de casa, luego se dirigió al paradero porque sabía que ella
vendría, porque ella tendría que irse a casa también.
¿O había salido de otro lugar?
Las dudas comenzaron a invadirlo,
¿estaba soñando realmente? ¿Eso era posible? Pero ahí estaba ella, a menos de
cinco metros de donde él se encontraba, con toda su belleza y esa radiante
sonrisa.
Dicen que siempre serás perfecto
para algunas personas tal como eres y para él era verdad. Ella era perfecta.
Con las comisuras de sus labios entreabriéndose para dar paso a una sonrisa
franca y generosa, aquellos dientes blancos que le recordaban que debía programar
su cita mensual con el dentista, la nariz que sin ser respingada, bien podía
hacer esos movimientos graciosos cuando resoplaba el aire que a él parecía
faltarle cada vez que ella se le acercaba.
Y esos ojos. ¡Dios! Hubiera
muerto y revivido cuantas veces fueran necesarias por esos ojos. Castaños,
gloriosos, de aquellos que no solo servían para ver, sino para dejar ver.
Para dejar ver la luz de un alma.
Concluyó que aquello no era un
sueño puesto que ni siquiera su grado de imaginación podía replicar de manera
tan sofisticada todos los detalles que la constituían y la hacían
maravillosamente real.
Entonces, no. No estaba soñando.
Sin embargo, seguía sin poder mover ni un solo músculo. ¿Qué rayos estaba
pasando?
No era tan difícil, después de
todo. Solo tenía que acercarse, la saludaría, le diría algo como “¡Vaya, que
coincidencia encontrarte por aquí”, sí claro…como si fuera una coincidencia en
lo absoluto, luego le preguntaría a dónde iba, lo que también ya sabía, y
finalmente se ofrecería a acompañarla.
Era sencillo, solo tenía que
moverse. ¡Rayos! Se preguntó por qué le sucedían estas cosas a él por encima de
todo. Se cuestionó en ese momento si…
-… ¿La vida se ha obsesionado en
meterse contigo? – Aquella voz le pareció extrañamente familiar.
Ni siquiera podía girar la cabeza
a ver quién le había completado la voz del pensamiento. Todo esto se estaba
tornando muy extraño…incluso para un tipo con su suerte.
-No lo intentes, no podrás
moverte hasta que ella se vaya…
¿Entonces esto era obra del
hombre de la voz familiar que estaba detrás de él? ¿Qué estaba pasando? Se
consideraba lo suficientemente interesado en ella como para saber que no tenía
más de dos pretendientes conocidos, él era el tercero solo que…ella aún no lo
sabía.
Y aquellos tipos eran idiotas…o
bueno, él podía haber sido el idiota. En realidad, dependía bastante del punto
de vista.
¿Quién era el hombre de la voz
familiar? ¿Algún compañero de clases desconocido? Sabía que estaba en el límite
entre ser considerado un poco acosador mezclado con un poco de investigador
privado y aun así, se le había escapado este detalle… ¿Cómo era posible?
-Sé lo que estás haciendo – Su voz
realmente sonaba demasiado familiar…era como una variación de una voz que él ya
había escuchado antes, solo que más… ¿Cansada? ¿Grave? - Deja de hacerlo, deja de pensar. Créeme, te
estoy haciendo un favor.
Quiso hablar, preguntarle quién
era y qué quería, pero ni siquiera pudo mover los labios un poco.
Se preguntaba cómo era que la
gente alrededor no notaba lo que estaba sucediendo. ¿Cómo no podían notar que
estaba casi petrificado con un extraño atrás de él?
Su mirada se posó en la chica,
nuevamente. Ella no se había percatado de su presencia, llevaba puestos los
audífonos y su cabeza se movía relajadamente al ritmo de una canción. El bolso
parecía pesado. “Debe ser por todas esas cosas que traen las mujeres”, pensó.
Hubiera querido gritarle auxilio,
pero aquello habría sido bastante penoso. Todo era culpa del hombre atrás de
él. Llevaba días planeando esto, que iba a decir, cómo iba a hacer que
pareciera un encuentro de lo más casual y fortuito, incluso sabía la broma que
tenía que contar para que ella riera y cómo bloquear el efecto que aquella
sonrisa tenía en él.
Y ahora todo estaba arruinado.
-¿En serio crees que todo iba a
salir de acuerdo al plan? ¿No hubiera sido más sencillo si solo la llamabas, la
invitabas a salir y ya? Créeme, muchacho…realmente estoy haciéndote un favor
aquí.
¿De qué estaba hablando? ¿Acaso
el hombre estaba loco? ¿Cómo podía ser un favor el hecho de dejar que ella solo
se…
… Fuera?
La vio subir al autobús y algo
dentro de él se quebró. Increíble, aún quedaban sentimientos en su interior que
podían romperse.
Ella nunca supo que él estaba ahí
esperándola, ¿cómo podría haberlo sabido?
¿Qué iba a decirle luego? “Hey,
hoy te vi en el paradero…estaba a punto de acercarme cuando de repente un
extraño se me acercó por detrás y me petrificó. No me preguntes cómo o por qué,
ni yo lo sé.”
-Bueno, ya pasó el peligro…voy a
soltarte ahora. Hagas lo que hagas, quiero que evites entrar en pánico,
¿entendido?
De repente, sintió un pequeño
impulso eléctrico recorrer su espina dorsal de arriba abajo.
Sus hombros se relajaron, sus
rodillas se doblaron un poco y el peso de su espalda volvió a hacerse un poco
más ligero.
Luego, se dio la vuelta.
Bueno, sí era bastante posible
que aquello hubiera sido un sueño.
Ahí estaba él… ¿Junto a…él? ¿Eso
era posible?
No había duda, era él. Unos
quince años más viejo, pero era él. Era como mirarse en un espejo del tiempo.
Su cara seguía teniendo la misma expresión de “¿Qué estoy haciendo aquí?” que
reconocía en su reflejo de todos los días al alistarse para las clases.
Esto era un sueño, un mal sueño.
Tenía que serlo.
-No lo es, realmente soy tú. O
bueno…soy yo…nosotros. Bueno, tú entiendes – La voz sonaba más grave y pausada,
pero definitivamente era SU voz. ¡Por eso le había parecido familiar! – No me lo
agradezcas, muchacho. Acabo de salvar quince años de mi vida.
¿Salvar? ¿Tan solo por evitar que
hable con Marta?
Este iba a ser, en definitiva, un
día de lo más interesante.
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