martes, 21 de abril de 2015

Presente imperfecto, futuro desafortunado

Se había jurado a sí mismo no cometer aquel error de nuevo.

Y sin embargo, ahí estaba. A unos cuantos minutos de repetir exactamente los pasos que lo llevarían al fracaso definitivo.

O a la gloria eterna, lo que sucediera primero.

No era para menos, había pasado mucho tiempo ya.

Dos años, siete meses, nueve días y las últimas veinticuatro horas que fueron un suplicio entre decidir qué era lo que debía hacer.

Pero nadie sabía eso, ni nada en realidad. Nadie sabía de las noches en vela que pasaba contabilizando las horas que transcurrían despreocupadas, libres y frenéticas, una atropellando a la otra. Nadie sabía de las numerosas cartas que había escrito, de cómo había cuidado detalladamente su caligrafía, de cómo cada “i” tenía un punto que le adornaba la cabeza cual sombrero setentero de caballero refinado.

Y ahí estaba él, debatiéndose entre el bien y el mal, la determinación y la cobardía, la seguridad y el miedo que amenazaba con petrificarlo.

De repente, algo en el flujo temporal se detuvo. Como si a los minutos les hubiera dejado de importar lo venidero.

La vio pasar, era ella, no había duda. Este era el momento que había esperado todo este tiempo.

Quiso moverse, pero sus piernas pasaron a piloto automático. Sus extremidades dejaron de responder. El pánico empezó a apoderarse de él, podía sentir las gotas de sudor resbalando apresuradas por su pecho. Su corazón amenazaba con reventar su caja torácica.

Y no podía moverse.

Empezaba a asustarse, comenzaba a creer que su cuerpo estaba experimentando un sueño lúcido, pero aquello no tenía sentido. Recordaba perfectamente cómo había llegado a parar a ese lugar. Había salido de casa, luego se dirigió al paradero porque sabía que ella vendría, porque ella tendría que irse a casa también.

¿O había salido de otro lugar?

Las dudas comenzaron a invadirlo, ¿estaba soñando realmente? ¿Eso era posible? Pero ahí estaba ella, a menos de cinco metros de donde él se encontraba, con toda su belleza y esa radiante sonrisa.

Dicen que siempre serás perfecto para algunas personas tal como eres y para él era verdad. Ella era perfecta. Con las comisuras de sus labios entreabriéndose para dar paso a una sonrisa franca y generosa, aquellos dientes blancos que le recordaban que debía programar su cita mensual con el dentista, la nariz que sin ser respingada, bien podía hacer esos movimientos graciosos cuando resoplaba el aire que a él parecía faltarle cada vez que ella se le acercaba.

Y esos ojos. ¡Dios! Hubiera muerto y revivido cuantas veces fueran necesarias por esos ojos. Castaños, gloriosos, de aquellos que no solo servían para ver, sino para dejar ver.

Para dejar ver la luz de un alma.

Concluyó que aquello no era un sueño puesto que ni siquiera su grado de imaginación podía replicar de manera tan sofisticada todos los detalles que la constituían y la hacían maravillosamente real.

Entonces, no. No estaba soñando. Sin embargo, seguía sin poder mover ni un solo músculo. ¿Qué rayos estaba pasando?

No era tan difícil, después de todo. Solo tenía que acercarse, la saludaría, le diría algo como “¡Vaya, que coincidencia encontrarte por aquí”, sí claro…como si fuera una coincidencia en lo absoluto, luego le preguntaría a dónde iba, lo que también ya sabía, y finalmente se ofrecería a acompañarla.

Era sencillo, solo tenía que moverse. ¡Rayos! Se preguntó por qué le sucedían estas cosas a él por encima de todo. Se cuestionó en ese momento si…

-… ¿La vida se ha obsesionado en meterse contigo? – Aquella voz le pareció extrañamente familiar.

Ni siquiera podía girar la cabeza a ver quién le había completado la voz del pensamiento. Todo esto se estaba tornando muy extraño…incluso para un tipo con su suerte.

-No lo intentes, no podrás moverte hasta que ella se vaya…

¿Entonces esto era obra del hombre de la voz familiar que estaba detrás de él? ¿Qué estaba pasando? Se consideraba lo suficientemente interesado en ella como para saber que no tenía más de dos pretendientes conocidos, él era el tercero solo que…ella aún no lo sabía.

Y aquellos tipos eran idiotas…o bueno, él podía haber sido el idiota. En realidad, dependía bastante del punto de vista.

¿Quién era el hombre de la voz familiar? ¿Algún compañero de clases desconocido? Sabía que estaba en el límite entre ser considerado un poco acosador mezclado con un poco de investigador privado y aun así, se le había escapado este detalle… ¿Cómo era posible?

-Sé lo que estás haciendo – Su voz realmente sonaba demasiado familiar…era como una variación de una voz que él ya había escuchado antes, solo que más… ¿Cansada? ¿Grave? -  Deja de hacerlo, deja de pensar. Créeme, te estoy haciendo un favor.

Quiso hablar, preguntarle quién era y qué quería, pero ni siquiera pudo mover los labios un poco.

Se preguntaba cómo era que la gente alrededor no notaba lo que estaba sucediendo. ¿Cómo no podían notar que estaba casi petrificado con un extraño atrás de él?

Su mirada se posó en la chica, nuevamente. Ella no se había percatado de su presencia, llevaba puestos los audífonos y su cabeza se movía relajadamente al ritmo de una canción. El bolso parecía pesado. “Debe ser por todas esas cosas que traen las mujeres”, pensó.

Hubiera querido gritarle auxilio, pero aquello habría sido bastante penoso. Todo era culpa del hombre atrás de él. Llevaba días planeando esto, que iba a decir, cómo iba a hacer que pareciera un encuentro de lo más casual y fortuito, incluso sabía la broma que tenía que contar para que ella riera y cómo bloquear el efecto que aquella sonrisa tenía en él.

Y ahora todo estaba arruinado.

-¿En serio crees que todo iba a salir de acuerdo al plan? ¿No hubiera sido más sencillo si solo la llamabas, la invitabas a salir y ya? Créeme, muchacho…realmente estoy haciéndote un favor aquí.

¿De qué estaba hablando? ¿Acaso el hombre estaba loco? ¿Cómo podía ser un favor el hecho de dejar que ella solo se…

… Fuera?

La vio subir al autobús y algo dentro de él se quebró. Increíble, aún quedaban sentimientos en su interior que podían romperse.

Ella nunca supo que él estaba ahí esperándola, ¿cómo podría haberlo sabido?

¿Qué iba a decirle luego? “Hey, hoy te vi en el paradero…estaba a punto de acercarme cuando de repente un extraño se me acercó por detrás y me petrificó. No me preguntes cómo o por qué, ni yo lo sé.”

-Bueno, ya pasó el peligro…voy a soltarte ahora. Hagas lo que hagas, quiero que evites entrar en pánico, ¿entendido?

De repente, sintió un pequeño impulso eléctrico recorrer su espina dorsal de arriba abajo.

Sus hombros se relajaron, sus rodillas se doblaron un poco y el peso de su espalda volvió a hacerse un poco más ligero.

Luego, se dio la vuelta.

Bueno, sí era bastante posible que aquello hubiera sido un sueño.

Ahí estaba él… ¿Junto a…él? ¿Eso era posible?

No había duda, era él. Unos quince años más viejo, pero era él. Era como mirarse en un espejo del tiempo. Su cara seguía teniendo la misma expresión de “¿Qué estoy haciendo aquí?” que reconocía en su reflejo de todos los días al alistarse para las clases.

Esto era un sueño, un mal sueño. Tenía que serlo.

-No lo es, realmente soy tú. O bueno…soy yo…nosotros. Bueno, tú entiendes – La voz sonaba más grave y pausada, pero definitivamente era SU voz. ¡Por eso le había parecido familiar! – No me lo agradezcas, muchacho. Acabo de salvar quince años de mi vida.

¿Salvar? ¿Tan solo por evitar que hable con Marta?


Este iba a ser, en definitiva, un día de lo más interesante. 

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