sábado, 26 de diciembre de 2015

Una pausa para reflexionar

Hoy ha sido uno de esos días en los que las cosas parecen calmarse después de unos momentos difíciles, ya sabes, momentos en los que piensas “Oye, pero… ¿esto está bien?” y no sabes realmente que responderte.

En cambio hoy ha sido un día bastante tranquilo. De esos en los que no te molesta que las horas se vayan despreocupadas para no volver más. Hoy sentí después de mucho tiempo que fue uno de esos días en los que no tienes que hacerte ninguna pregunta, sino tan solo disfrutar un poco. Un detalle, una alegría simple que te arranca una sonrisa sin más. Y así está bien.

Tal vez sea porque estos días, me refiero a los comprendidos entre las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, son días pacíficos, días de recargar energías luego de una gran celebración de cara a otra gran celebración. Las calles se tranquilizan, se quedan en silencio más temprano y es en días como estos en los que cuesta más escribir un par de líneas que resuman lo que voy sintiendo. Supongo que debe ser lo último que va quedando de la “magia” de la Navidad.

No mentiré, no detesto la Navidad, pero tampoco es de mis festividades preferidas. De cara a una sociedad que ha asumido el consumismo como estilo de vida predilecto, a veces es triste ver cómo se da una importancia desmesurada a los regalos, a la comida, a buscar la perfección y mostrar una aparente felicidad al mundo que quizás no estuvo presente en ninguno de los días del año que se va. Por otra parte, rescataría el hecho que de no ser por Jesucristo, no celebraríamos estas festividades, sin embargo, hay tan poca gente a la que esto parece importarle o recordarlo siquiera. En mi corazón, sigo creyendo en lo que creo, pero ya no siento esa emoción por compartirlo y quizás eso me haga un poco menos creyente de lo que debería ser.

Pero mis tribulaciones no van por el lado religioso, ni tampoco por el lado consumista. Ya estoy acostumbrado a ambos y, de cierta forma, los dos me han decepcionado por igual. Si tengo que ser honesto, esta ha sido una de las mejores navidades que he pasado en un tiempo. Mínimo estará en el Top 3 de Navidades que he disfrutado en 22 años de vida. Sin embargo, ya con el espíritu navideño bajando revoluciones, no puedo evitar preguntarme, ¿qué se hace con todos esos saludos que no llegaron a ser? Con todas esas felicitaciones que jamás serán dichas ni escritas ni nada. ¿A dónde van a parar? Lo pregunto porque me quedé con un par de felicitaciones que me hubiera gustado dedicar, pero que por algún sentimiento encontrado, no pude enviar. Porque después de todo, ¿cuánta sinceridad habría en un “Feliz Navidad” a esas personas que ya no forman parte de tu vida, pero que en su momento, fueron más que importantes en la misma?

Sinceridad, es un concepto que manejo mucho en mis escritos, dependiendo del punto de vista del lector. Quiero decir, podría escribir sobre cómo hace 2 o 3 años ya descubrí como hacer magia en Navidad, solo para darle un regalo a una persona a quien quise muchísimo. O cómo el año anterior hubiera querido saludar de otra manera a una persona que me ayudó tanto durante el poco tiempo que coincidimos. Son ejemplos aislados, pero igualmente válidos. Ya sé que no habría forma consciente en que saludará a estas dos personas y al resto que conforman ese grupo de saludos que se quedaron a mitad de camino, a medio decir, que no pasaron de ser una buena intención, y sin embargo, algo me mueve a pensar ¿Por qué no? ¿No es, después de todo, la Navidad un tiempo de unión y esperanza?


¡Feliz Navidad! Aunque con un poco de retraso pero espero que este 2016 traiga nuevos retos, nuevas ganas de encarar el día a día y, sobre todo, la posibilidad de recordarnos con afecto que, a pesar de todo, todavía existimos en la vida de alguien más. 

martes, 22 de diciembre de 2015

El Milagro de tu Existencia (en el 2016)

¡Hola mundo y habitantes del mismo!

Soy Sandro (¡duh!) y bueno, generalmente nunca coloco mi nombre en ninguna entrada porque ya saben que soy tímido (jaja, sí claro) y evito tener que dejar mi huella. Sin embargo, hoy no haré eso ya que quiero explicar un par de cosas sobre el blog.

Bueno, en primer lugar, como algunos ya saben (si no lo saben, se los cuento), ahora me encuentro en Barcelona. Les diría que en España, pero sería crucificado, así que dejémoslo así. Me encuentro en algún punto de Europa, por lo que, para el reducido número de lectores de este blog en Perú, debe resultar un poco extraño observar que la dirección web de “El Milagro de tu Existencia” ahora añade un cucufatísimo “.es” al final (¡la hostia!). En fin, que sepan que esto no es obra mía, sino de los servicios de geolocalización (¿cómo rayos hacen para deletrear eso?) de Google. Por otro lado, también les debe resultar particularmente incómodo encontrarse con publicaciones o entradas nuevas en el blog a través de Facebook o Twitter… ¡A las 5 o 6am! Considerando que para mí ya es mediodía, este problema horario pequeñito puede ser una desventaja para quien quiera que desee leer mis entradas casi biográficas y descorazonadas en su mayoría…o quien desee ojear aunque sea los primeros párrafos.

Por tanto, y haciendo gala de mis capacidades organizativas (las cuales son casi inexistentes) he decidido encontrar un horario que beneficie tanto a la microscópica cantidad de personas que me leen aquí en Barcelona (lo sé, yo tampoco me creía que me leyeran aquí) como a los amables compatriotas peruanos que dedican unos minutos de su tiempo en compartir un poquito de mi visión de vida.

Punto número 2. He quedado particularmente sorprendido en estos días al encontrarme con la grata y poco esperada sorpresa de que el blog está recibiendo visitas de países como Rusia, Holanda, Japón y… ¡China! (What the fuck!?). No es que me moleste, no, jamás, para nada. Por el contrario, me alegra ver que al menos tenemos un minúsculo alcance internacional (inserte carita feliz, aquí) pero como saben, lamentablemente este servidor no habla ni ruso, ni japonés aunque sí un poco de chino (Hong Kong, Beijing, ni hao, lao shi, etc). En fin, el punto es que mientras mi idioma nativo es el español, ya me gustaría poder escribirles en alguna lengua más “internacional” como el inglés. Tengan por seguro que en el preciso momento en el que me sienta seguro de poder escribir una entrada en inglés, lo haré.

¿Cómo rayos es que me leen en Rusia? ¿Entienden los chinos lo que escribo?

Luego, algunas dudas que me gustaría aclarar, al mismo estilo preguntas y respuestas, son las siguientes:

P: ¿Por qué siempre escribes sobre chicas?
R: ¿Por qué empezamos siempre con las preguntas más odiosas? ¿Acaso me ves preguntándote por qué tienes tan mal aliento?

P: … ¿Entonces?
R: Bueno, bueno…siempre he querido pensar que mis penurias amorosas son lo más de lo más, la crème de la crème, pero no. No es así…digo, una vez conocí un hombre al que lo plantaron 2 veces en el altar y ya lo ves, no está escribiendo pendejadas en un blog.

P: ¿Alguna mujer en particular en este momento?
R: ¡Ya me gustaría decir que sí! Si tengo que ser absoluta y descaradamente honesto, no existen 2 entradas continuas en el blog que traten sobre la misma chica. Sí, ya sé lo que están pensando. “Eres un cerdo, Sandro, metiéndote con tantas chicas y regalándole tu prosa a todas”. Jaja, número 1: nunca llego a la parte de “meterme” con ellas…aunque ya me gustaría. Número 2: No son tantas, solo las que me marcan algo adentro…o me dejan lo suficientemente K.O. y número 3: Cada uno tiene su forma de lidiar con el rechazo, ¿no? Algunos se van de party todos los fines de semana; yo, en cambio, me dedico a escribir pendejadas sin sentido y que arrancan suspiros ajenos. Touché.

P: También veo en tus entradas que escribes sobre un tal Sombra…
R: Sí, mucho se ha hablado sobre mi relación con este personaje. Por eso quiero dejar algo completamente claro: YO NO SOY SOMBRA. SOMBRA NO EXISTE. Es solo un personaje que se presta a muchísimas malas interpretaciones. Sé que nunca le he dado nombre a la persona debajo de la máscara de Sombra y siempre escribo sus historias en primera persona, pero ¡vamos! Eso no significa que yo voy corriendo de azotea en azotea y salvando gente solo porque me quiero rebelar contra el sistema.

P: ¿Qué viene ahora para “El Milagro de tu Existencia”?
R: Mira, una de las pocas cosas que creo que se me da bien es escribir. Tal vez sea falsa modestia, ¡qué sé yo! El punto es: en este momento, necesito aferrarme a las cosas que se me dan bien, que no son tantas. Por eso, quiero mantener vivo el blog. Quizás bajarle un poco las revoluciones al número de entradas dedicadas a desamor, rechazo, mujeres y demás. Después de todo no es que todos los días conozca una mujer diferente como para escribirle unas cuantas líneas aleatorias, ¿cierto?

P: ¿Debemos esperar más pendejadas, entonces?
R: ¡Claro! Una de las características que ha marcado el blog desde sus inicios es su continua tendencia a quejarse de la vida, los gajes del oficio y esos gags que solo parecen ocurrirle a cierto porcentaje de personas, yo incluido. La vida tiene gracia, no todo es triste, y a veces en la miseria de otro está el humor que los demás necesitan, soy un absoluto convencido de esto.

P: ¿Qué crees que pensaría tu novia si leyera tu blog?
R: ¿Estás de broma, no?

P: ¡Oh, cierto! No tienes novia…
R: Estoy absoluta (y desesperadamente) disponible

P: Ya, a nadie le importa
R: Me deja de gustar esta entrevista, ¿sabes?

P: ¿Pero de qué estás hablando? Esto no es una entrevista, tú mismo estás escribiendo esto.
R: ¡¿QUÉ?!

Bueno, como pueden ver, estas son algunas de las interrogantes que quiero dejar claras para continuar con el blog. Sí, quiero seguir escribiendo y sí, quiero cambiar un poco los temas. A ver, no digo que nunca más vaya a escribir sobre alguna descorazonada aventura en tierras extranjeras, pero por el momento no es mi tema predilecto. Pero sigan conectados que nunca se sabe que pueda pasar.

En fin, solo agradecerles a todas las personas que llegaron hasta este punto. Si este blog se mantiene (y no es solo un puto diario personal) es gracias a todos ustedes, por lo que seguiré tratando, desde donde quiera que me encuentre, de honrar el milagro de que cada uno de ustedes exista.

P: ¿Ya me puedo ir?

R: ¡Qué te den!

lunes, 21 de diciembre de 2015

Carta a un pendejo

Hola, ¿qué tal? Supongo que muy bien después de tu fin de semana. ¿Qué hoy es lunes? No importa, de alguna forma siempre encuentras el antídoto perfecto para vivir la realidad, ¿verdad? Si no, ¿qué otra razón habría para "admirarte" tanto? 
Aquí la vida sigue como la dejaste, sin nada fuera de lo común, ni que merezca la pena contar. Yo aún sigo siendo el que cuida las chaquetas en los asientos de aquellos que salen a bailar. Y, por supuesto, todavía sigo siendo aquel que demora más de 2 horas para animarse a invitar a una chica a bailar, solo para que ella no quiera hacerlo (conmigo, claro). Supongo que tú no tienes esos problemas, claro que no. ¿Recién la conociste? No importa ¿Tiene novio? Mientras no la acompañe, no hay problema ¿Quiere que la escuches? Bueno, ¡Vaya!... ¿te has fijado que tarde es? Ya deberías irte. Nada serio, todo sin ataduras ¿recuerdas?
Debo reconocerlo, hubo momentos en los que eras una especie de modelo retorcido que quería seguir, de esos que cobran vida propia. ¡Cómo olvidar esas noches frente al espejo en las que practicaba tus posturas, tus palabras, la ceja alzada y la mirada conquistadora y despreocupada! No existe ningún mañana, confórmate con disfrutar lo que tienes hoy. Parece fácil, debe serlo... ¿sino cómo es que te funciona de las mil maravillas? Vivimos en un mundo tan extraño y tan irónico que el malo es aquel que se queda parado en la barra del club, sentado con las carteras de 3 chicas a cuestas, mientras cuida el asiento de la pareja que tan solo un momento atrás se estaba comiendo la vida a besos. O aquel que no consigue el número de una chica en menos de 20 minutos. Porque esta vida se ha vuelta tan jodidamente desgraciada que cada día es como una partida de Ludo en el que faltando 2 cuadros para ganar, los dados nunca te darán un 2. 
Pero ya, no estoy aquí para contarte mis penurias. ¡Hombre, vamos! No puedes ni con los lamentos y quejas de tu conquista del sábado y vas a poder con las mías. ¿Recuerdas su nombre? ¿Recuerdas algo sobre ella? Quizás el color de sus ojos, perdidos entre las luces de una discoteca o entre la piel de tu cuello, mientras se aferra a ti deseando olvidar que este mundo está lleno de gente "mala", porque los buenos ni siquiera entramos en la categoría de “Gente”, ¿verdad? Apuesto a que tampoco recuerdas sus labios desesperados mientras buscaban robarte un poco de la vida que a ti debe sobrarte, después de todo, somos jóvenes y no tenemos que preocuparnos de nada, ¿cierto? 
Ya, dejemos esas tonterías sentimentalistas a un lado y vámonos a por la acción que en esta vida todo es relativo por supuesto. Si te encariñas, pierdes. ¿Acaso estás loco? ¿No te das cuenta que todo se acaba y que cuando te falte esa persona te va a doler? Mejor es vivir "fresh" y simplemente vivir el momento. No salir lastimado, porque eso es para la gente sensible, claro.
Me encanta tu filosofía, yo quiero ser como tú cuando sea grande...pero, ¡espera un momento! Yo ya soy "grande" y ¿sabes qué? No puedo, definitivamente no puedo ser tú. No está en mi carga genética. Créeme, hay veces en las que simplemente odio mi código moral, esa voz en mi cabeza que me impide seguir tus pasos, que me prohíbe ver las cosas de forma relativa. Esa imposibilidad de tener más de 3 conversaciones por Whatsapp con 3 chicas distintas al mismo tiempo y todo mientras converso con una más frente a frente. No me pidas que lo haga, no puedo. Porque soy de ese tipo de chico al que no le interesa que demoren más de 2 horas en responder un mensaje, siempre contestaré rápido. ¿Me hace eso un idiota indigno de tus conocimientos? Porque siempre seré el que escriba párrafos esperando un “OK” por respuesta. ¿Qué puedo hacer entonces, maestro? ¿Volver a nacer? ¿O me voy a la estación y espero un bus para irme a la mierda de una vez?
En el fondo, no somos tan diferentes tú y yo, porque ambos buscamos aferrarnos a algo que le dé sentido a nuestras vidas. Solo que tú eliges dejarlo ir mientras que yo, en cambio, ni siquiera llego a tenerlo por los 5 minutos que tú lo aprovechas. Está bien, después de todo alguna vez se dijo que los últimos serán los primeros. Pues entonces esperaré, paciente, detrás de ti.
Espero que alguna vez puedas darte cuenta de lo que te pierdes, de la curiosidad (o casualidad) de conocer a alguien que de alguna forma te redefine los límites de lo correcto, de aquello que quisieras compartir por el mayor tiempo posible, más que tus 10 minutos habituales, ese momento en el que sientes que tu centro cambia porque ya no está en ti, ya no te perteneces a ti mismo. Y te encuentras ahí, en una situación totalmente distinta, una que no conocías pero que no se siente tan mal. Esa de despertar y encontrarte sonriendo sin razón aparente, sin que la alarma te moleste por las mañanas. Una situación en la que el agua fría de la bañera ya no te congela, porque es el propio calor de un recuerdo el que abriga tus mejores intenciones para el día que comienza. Yo sé, y disculpa, si es que me pongo un poco poético. No puedo evitarlo, ¿te conté que así fui criado? Tal vez no, pero tampoco estoy aquí para hablarte mucho de mí.
Y ahora, ve. Que aquella de la esquina te está sonriendo. ¿Yo? Estaré bien, no te preocupes. Sigo vigilándote las espaldas, porque quizás alguna vez sean esos ojos los que se posen en mí y no en el remedo de persona que todavía eres.

O que todavía somos.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Carta desde un dulce exilio autoimpuesto

A ver, vamos a hacer esto de la forma más sencilla posible, ya sabes, será como arrancar una de esas tiritas cubriendo una cicatriz. Suave e indoloro.

 

No sentirás más que un pequeño tirón y luego nada.


Solo que es una mentira, ¿verdad? Todo el mundo sabe que esas condenadas banditas duelen como los mil demonios al removerlas. Se adhieren cual mutación simbiótica a tu piel y se rehúsan a desprenderse. Exactamente cómo te ves tú cuando le ruegas que no se vaya, que no te deje y que no puedes vivir sin él.

 

¿Triste? A lo mejor un poco. Y eso que yo pensaba que tenías el suficiente sentido común como para darte cuenta en lo que te estabas metiendo. Pero parece que me equivoqué, tal como me equivoqué al pedirte el número, al llamarte sin haber dejado pasar siquiera 24 horas o al haberte invitado ese café que nos llevaría a la perdición.

 

Pero ya no importa. Nuestros caminos se desdibujaron hace un tiempo ya y creo que no podríamos estar más satisfechos, ¿no te lo parece? Tú por un lado, con tus cruces a cuestas, pero poniendo esa sonrisa de revista a cualquiera que se asome a preguntar “Oye, ¿cómo van las cosas entre ustedes?”. No te olvides del “Todo muy bien, quizás el próximo año sorprendamos con los planes de boda”, porque claro, esa sería la cereza de nuestra tarta.

 

Aquella que se nos quemó en la puerta del horno...

 

¿Yo? Yo muy bien, gracias por preguntar. ¿Qué? ¿No habías preguntado? No importa, ya sabes que soy un experto en hablar de temas que a nadie le interesan en momentos completamente inoportunos. Supongo que hay cosas que nunca cambian., por mucho que te alejes más de diez mil kilómetros de casa y atravieses más de 5 zonas horarias.

 

Está bien, no me quejo. Nunca lo he hecho y no voy a empezar ahora.

 

Aquí la vida es bastante tranquila. Todos parecen tener una fijación con el “¡Hola!”. Estoy seguro que la gente te caería bien. La mayoría me recuerda a ti con ese tono de amabilidad desinteresada y sonrisa franca. Ya sabes que a mí eso de sonreír nunca se me ha dado muy bien (culpa del dentista) y lo de ser amable me resulta muy difícil (culpa mía), por lo que me fue un poco chocante al principio, pero es algo a lo que terminas acostumbrándote. Lo quiera o no, me tengo que quedar aquí por un buen tiempo, así que más me vale acostumbrarme pronto.

 

¿Sabes que las cosas por aquí me recuerdan mucho a ti? Es curioso porque la gente parece tener un sentido del humor extraño. No entienden mucho las ironías ni el sarcasmo y como bien sabes, esas son mis dos únicas armas para defenderme de mi absoluta falta de gracia y carisma. No importa, aunque cuando tienes que explicar “la broma” más de 2 veces, esta pierde un poco el humor que se supone que tenía. Las caras que pone la gente me recuerdan mucho a tu expresión de desconcierto seguida del respectivo “No entiendo” que me soltabas, alzando una curiosa ceja desafiante.

 

A lo mejor nunca entendiste, pero te quedaste igual y eso es lo que importa, ¿cierto?

 

Debes pensar que te escribo para contarte todas las cosas que me recuerdan a ti aquí o para quejarme del rumbo que tomaron nuestras vidas pero no, la verdad es que solo lo hago como un desfogue pseudoliterario, cual Coelho desesperanzado que mata una y mil veces a Verónika. ¿Qué te puedo decir? Servía allá, sirve aquí también.

 

Vamos bien.

 

Incluso las relaciones sentimentales me recuerdan a ti. No las mías, eso desde luego. Pero las que veo por las calles. Se respira amor en todas partes, es por eso que a veces cargo la mascarilla en la mochila en la que llevo mis cosas. No vaya a ser que me termine intoxicando.

 

Mal chiste, ya lo sé, no tienes que levantar esa ceja, de veras que no.

 

En fin, aquí la gente parece ser tan joven y enamorarse con tal fuerza que los años pasan y no entiendo como personas de nuestra edad pueden estar inmersas en relaciones tan duraderas. ¿Aburrimiento? ¿Costumbre? Me cuesta pensar que se trate de amor pero eso es solo por mi propio desencanto con aquella fuerza. ¿Recuerdas esos chistes que hacíamos sobre gritarle a las parejas que terminarían odiándose mutuamente? Me dan ganas de hacer eso aquí, no lo negaré, pero hacerlo implicaría recordar que al final terminamos así tú y yo. “Been there, done that”, le llaman.

 

¿Qué si he conocido alguna mujer en este tiempo? Pues no voy a mentirte, ¿Cuándo lo he hecho, después de todo? La verdad he conocido alguna, pero o bien se subió en un vagón de tren distinto o entró a un salón de clases distinto. Es de esos amores fugaces que terminan apenas comienzan y que se extinguen con la misma fuerza que tus ganas de hablarme. “Crushes”, los llamarías, y no, no es que esté buscando en alguna persona lo que encontré en ti, que creo ya me olvidé que fue eso después de todo este tiempo. Solo me quedó la nostalgia de no haberte dicho que fuiste una de las mejores personas que se cruzó en mi vida y eso que por ahí no cruza nadie ni siquiera con paso peatonal, ese no poder contarte mis ganas y el querer ser barco para navegar entre la marea indómita que es el vaivén de tus caderas.

 

Pero aterrizando un poco más, pues sí. Conocí a alguien. No estoy seguro que ella me haya conocido porque ya sabes que me cuesta interactuar, intimar y conversar con la gente en general pero ya hablamos de otro tema y otro nivel de dificultad con las mujeres. Parece una buena persona, cosa que yo dejé de considerarme hace un buen tiempo. Aunque, ¿sabes? No creo que vaya a suceder nada. Ya sé lo que debes estar pensando, que siempre me doy por vencido antes de tiempo, que nunca me digno en arriesgar todas mis cartas, que debería “jugármela” sin miedo y cuánta frase motivacional pueda haberse inventado.

 

Dijo un gran hombre llamado Alfonso Ugarte alguna vez: “¡Me cago en todo!” y se arrojó al mar inmolándose con la bandera del Perú. ¿Qué? ¿No fue eso lo que dijo? ¿Ni siquiera se tiró al mar? ¡Maldición! Bueno, tú me entiendes. ¿De qué me sirve arriesgarlo todo si al final siempre voy a acabar con menos de lo que empecé? Además, ella tiene novio o “enamorado”, como lo llamarías allá en nuestro país. ¿Cruel? No lo creo. Hablamos de mí, así que ya nada me sorprende. He perdido esa capacidad para sorprenderme de forma auténtica por las cosas que suceden en mi cotidianeidad y, si bien eso me ahorra el tener que detenerme a contemplar la belleza de la vida, también me presupone andar por ahí en modo automático sin saber ni que decir ni que hacer. Y es por eso que me queda la escritura como una manera auténtica de no reprimirme y recordar sucesos que, de manera natural, me forzaría a olvidar.

 

Pero basta de mí, hablemos de ti. ¿Cómo has estado? Me contaron que vas a casarte el próximo año. Me alegro por ti y espero que seas feliz. ¿Irónico? No lo creo. A mi parecer te estás equivocando, te estás precipitando un poco. Digo, aquí hay mujeres que han tenido relaciones por más de 5 años y no las ves andando con un anillo en el dedo así que no me jodas, Beyoncé y anda a cantar a otro lado. Preguntarte si estás segura de lo que haces sería tonto pues no creo conocer persona más testaruda y empecinada en algo que tú. Aun así, esa es mi opinión y creo que dejó de importarte hace un buen tiempo ya, así que lo único que puedo hacer es alegrarme y desear que seas feliz. ¿Qué si todavía pienso en ti a pesar de todo? Bueno, estoy escribiendo esto, ¿verdad? Se me hace un poco injusto desentenderme de tu vida, habiéndote mirado tantas tardes a los ojos y dicho que te amaba, sería injusto darle la espalda a tu existencia solo porque ya no estés a mi lado. No te reprocho nada, no tendría motivos. Cada quien sabe lo que dio y no pudo dar.

 

Yo solo quería contarte un poco cómo va la vida por aquí. Es muy diferente a la vida de allá y, al mismo tiempo, tan parecida en las pequeñas cosas. ¿Recuerdas que una vez me dijiste que te gustaría conocer el Arco del Triunfo de París? Pues adivina, cual macabra jugarreta del destino, es ese mismo arco el que tengo que atravesar para ir a cumplir mi función como habitante de esta sociedad. Lo sé, no es el de Francia, pero al menos es un arco y es del triunfo, ¿verdad? No me preguntes cuál triunfo porque yo todavía no siento que haya triunfado ni en las carreras que corro solo. No me quejo, aunque si lo hiciera, este sería un buen momento para empezar. En fin, algún día te mandaré una foto. Será un desastre porque ya sabes que no soy para nada fotogénico (soy feo jaja equisdé) pero lo que cuenta es la intención, ¿no?

 

En fin, no quiero aburrirte, ya van a ser casi dos meses aquí y aún me siento como pez fuera del agua, pero está bien. Démosle un poco más de tiempo, total, no es que se me vaya a acabar, ¿cierto? Espero que pases una Navidad agradable y un Año nuevo decente (malditas fiestas materialistas) en compañía de tus seres queridos. Salúdame a tu madre, que siempre me acuerdo de ella con cariño. También a tu novio, que me enteré que siempre pregunta por mí.

 

Y lee, si es que tienes ganas de viajar en el tiempo o de dejar todo atrás y venir hasta aquí, las más de cien cartas que te escribí. Que sepas que mi caligrafía se arruinó y que la inspiración me abandonó desde entonces. ¿Por qué? ¡Yo que sé! A lo mejor tuvo que ver con el hecho de que te di tanto que al final me olvidé de guardar algo para mí o tal vez me esforcé demasiado en hacerte todo lo feliz que tú no me hiciste...¿Qué si tengo planes por estas fiestas? No, pero estoy esperando con mucha fe que salga algo y no tenga que ser el jodido hombre envuelto en su manta bebiendo una taza de chocolate caliente mientras ve la maratón de películas de “Home Alone” en Blu-Ray.

 

Desde aquí, y viajando a través del espacio-tiempo en esta carta, te confieso que me gustaría ser el tipo aquel que estampa un beso de medianoche en los labios de una dama y sonríe mientras la abraza y posa para todas las fotos. Feliz, condenadamente feliz, como si el mundo se pudiera terminar ahí mismo y no importara. Ese que mira al cielo sentado sobre un balcón, con esa persona especial apoyada sobre su hombro mientras le dice: “Oye, me gustaría pasar este y todos los años nuevos aquí, contigo a mi lado".

 

No me esperes despierta, cariño, que no voy a llegar.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Lo que no se puede imaginar

Habíase cumplido todo lo que ellas dijeron que pasaría.

No podía ser de otra forma. Aquello tenía que acabar para bien o para mal. Y, ciertamente, ya había terminado para mal en un primer momento.

Ahora era mi turno.

Aquella noche tenía un sabor distinto. No podía precisar qué era con exactitud. Tal vez el hecho de que se habían acabado las bromas, o de repente las pocas posibilidades de éxito con las que la afrontaba, y eso que mis posibilidades siempre habían sido reducidas. Solo que esta vez sí era mucho peor.

Era una misión suicida. Un suicidio posterior a una muerte.

Como si no hubiera sido suficiente con morir y ver todos mis miedos convertidos en realidad, ahí estaba yo, solo, sin ninguna voz en mi cabeza, solo con mi intención fija en lo que sabía que tenía que hacer.

Tenía que cruzar mis propios límites y encontrarme con el hombre que sería después de esa noche.

Pero aun así, era difícil.

Después de ver a personas importantes para mí atravesando de primera mano las consecuencias directas de lo que había empezado hace casi diez años, después de ver el sufrimiento intencional al que las había sometido, la desesperación, el dolor, la pena.

Uno no se repone a eso solo porque sí. Ni mucho menos se enfrenta a su fin con todo ese equipaje emocional.

Pues bien, ahí me encontraba yo, a punto de hacerlo.

O de intentarlo, al menos.

No había sido sencillo sobreponerme a todo lo que había experimentado en los últimos días, no estaba seguro de haberme repuesto de los golpes, ni físicos ni emocionales, lo suficiente como para embarcarme en otra misión de este tipo.

Pensaba en esto mientras saltaba de un techo a otro. Corría y sentía el viento colarse por entre los agujeros de la máscara; susurrándome, advirtiéndome.

Te quiero mucho”, había dicho aquella que se convirtió en mi impulso. Mientras nos separábamos entre el grupo de amigos, atiné a pensar que nada sería lo mismo si regresaba con vida. 

¿Cómo podría serlo? ¿Cómo podía mirar a la cara a todas esas personas que habían sufrido por mí? ¿Sufrirían por mí o por el hombre en el que estaba a punto de convertirme? Mi alma estaba condenada desde el primer momento que puse una máscara sobre mi rostro y yo había aceptado esa condena aún a sabiendas del precio que tenía que pagar.

¿Me quería? ¿Era eso posible? Tal vez lo era. Delia pudo hacerlo en algún momento de su vida y aquella que criaba a los perros pequeños también lo había hecho desinteresadamente. Sin embargo, esto iba más allá de mí, de ella, de cualquiera de nosotros. Todos me habían dejado ir con la esperanza de volver a verme, ¿quién era yo para decirles que quizás y no regrese más? ¿Quién me creía para hacerlos pasar, no una, sino dos veces por aquella tortura del adiós anticipado?

Yo no podía querer y al correr, dejando atrás mis temores; al saltar, evitando mirar al vacío monstruoso que se abría ante mí; al pensar en todas estas cosas, terminaba por darme cuenta que mi vida era una ecuación imposible, puesto que aquellas personas me habían querido como la persona que era debajo de la máscara, pero también por quien era con ella puesta y, sin embargo, no podían estar conmigo porque era ambas personas al mismo tiempo. Ya me lo habías advertido, Delia y no quise escucharte, que la mujer que estuviese dispuesta a quedarse a mi lado tendría que ser ejemplo de fortaleza y templanza. Que mientras la mayoría de féminas en la ciudad esperaban una rosa, un detalle o un “te quiero” vacío y carente de emoción, aquella que me eligiese tendría que vivir con la angustia de saber si iba a regresar, y si regresaba, ¿cómo iba a hacerlo? ¿En una bolsa para cadáveres? ¿Mutilado? ¿Ensangrentado? ¿Mentalmente inestable?

Yo lo sabía, pero no quise aceptarlo. Quise cubrir mis debilidades disfrazándolas de amor, quise llenar mis vacíos, forzándome a mí mismo a sentir cosas que me eran ajenas pero no imposibles. No solo me bastó con colocar una máscara sobre mi rostro, sino que también disfracé a mi corazón, llenándolo con esperanzas vacías y superfluas. Con promesas que de antemano sabía que iba a romper.

Y aquella otra también lo sabía, esa que se había convertido en mi conciencia, en mi confidente nocturna y en mi conforte. Lo sabía a través de esas miradas furtivas y condenatorias que me lanzaba mientras celebrábamos mi resurrección. Lo sabía en los abrazos inseguros que me había dado, “como quien se sabe abrazando a un cadáver andante”, porque algo en su corazón le decía que yo ya había tomado la decisión que acabaría con absolutamente todo y no había marcha atrás. Que sería como una “espiral descendente que se llevaría lo mejor de nuestra vida y de paso se llevaría la mía”. Y que solo tendría un asiento en primera fila para contemplar el final.

Pienso en todo esto, cuando por fin, me encuentro ante la última “casa” en la recta de perdición y muerte que me había tocado cruzar.

Desciendo sigilosamente por el poste de luz más cercano. Ya en el suelo, me arrodillo y rebusco entre las cosas que había traído en aquella mochila vieja. Todo en orden. Extraigo una botella de cerveza de la media docena que he traído conmigo y una tira de papel periódico.

Tras destaparla, remuevo la máscara de mi rostro y bebo un sorbo.

“Todo en orden, sigo odiando la cerveza”, recuerdo haber pensado.

Coloqué mi rostro sobre la pantomima de careta que había usado toda la tarde y enrollé cuidadosamente el periódico para luego introducirlo en la botella.

“No vayas, huevón… ¡Quédate!”

La voz de aquella que alguna vez fue mi segunda conciencia me dolió en el fondo del corazón. Aunque no lo supiese, esto era por ella también, aunque no le fuera a entender nunca. Tenía que terminarse. Por completo.

“Pero hay algo que siempre trataste de negar y es que nosotros no somos buenas personas. ¿No estás cansado de vivir pretendiendo ser alguien quien no eres? ¿Ocultándote tras una máscara?”

Me lo había dicho Jorge instantes antes de morir. ¿Tenía razón? ¿Era acaso solo un pretendiente que ocultaba quien era en realidad?

Pues era momento de averiguarlo.

Saqué de la mochila una capucha negra, aquella que me había acompañado en tantas batallas. Lista una vez más, para el que prometía ser, quizás, el inminente final. La puse con cuidado de no forzar mis casi destruidas costillas. Evitándome un poco el dolor.

Finalmente, saqué aquel cinturón que amarraba cada noche a mí cintura. Con las cinco hermanas que noche tras noche se aseguraban de que regrese con vida a mi hogar. Porque uno siempre regresa a su hogar, me lo dijiste tú, Delia, y no pasa una sola noche sin que lo recuerde.

Amarré el cinturón a mi figura y colgué la mochila en mi hombro. Botella de cerveza en mano, con la otra, extraje del bolsillo de mi pantalón un pequeño encendedor, herencia de quien en vida había sido mi mejor amigo. Con mucho cuidado, prendí la improvisada mecha que había fabricado tan solo un minuto antes.

La hora había llegado.

“Eres el pretendiente adecuado, pero no ahora…”, había dicho aquella que había derramado tantas lágrimas por mí.

Mi mente intentaba distraerme, disuadirme mostrándome recuerdos selectos de momentos en los que había podido ser, de alguna manera extraña, feliz.

“Es como si cuando prometes algo, tuvieses que cumplirlo. Como si las fuerzas salieran de esa misma promesa. Que el hecho de haberlo prometido, te da la fortaleza necesaria para cumplirlo”, me dijo aquella otra que me juntó los pedazos en un abrazo.

Basta.

No más distracciones. En este momento solo una sola cosa importa.

“Es como si quisieras llenar un vacío que básicamente creo que es falta de cariño”

No puedo tirarme para atrás

“Algún día vas a dejar todo esto en el pasado, porque ahí es donde pertenece, porque eres fuerte y porque pase lo que pase, vas a seguir luchando”

Perdóname, Delia. Voy a romper la única promesa que había mantenido aun después de que te fuiste.

Agarrando con firmeza la botella que tenía en la mano, la lanzo con toda la fuerza de la que dispuse en ese instante. Impactó contra una luna de la casa vieja, rompiéndola.

Lo siguiente fue el fuego.

Nunca tuvimos una buena relación, especialmente después de que aquel mismo fuego destruyo los últimos vestigios de inocencia que me quedaban.

Curioso. En un primer incendio te perdí, Delia. Una de las personas más importantes en mi vida. Ahora, con un segundo incendio, me perdía a mí mismo.

Los gritos y los improperios estallaron tan solo un instante después de que el fuego comenzó a extenderse. Me acerqué a la puerta de la casa y, reuniendo toda la fuerza que me quedaba, la empuje con una patada. No puso resistencia y me encontré en aquel lugar, donde tan solo días antes había sido torturado.

El panorama era casi el mismo. El humo empezaba a invadir los cuartos. No divisaba a nadie alrededor.

De repente, un impacto, seguido del sonido de una madera rompiéndose, me tumbó al suelo. Inteligente, había roto una silla en mi hombro. Caí de bruces, mientras anticipándome a su siguiente movimiento, me tiré hacia uno de mis costados.

Me puse en pie rápidamente, y saqué una de las cuchillas atadas a mi cintura. Esa noche no había trucos, no había chistes. Se acabó. Se equivocaron de sujeto. Nadie se metía con la gente que me importaba y se salía con la suya.

El hombre que tenía frente a mí era bajo, se acercó de un brinco a mí y conectó un gancho en mi costado derecho. El dolor se extendió por todo mi pecho, pero pude contenerlo. Tenía que.

Lo tomé por el cuello y girando la mano que sostenía la cuchilla, la clavé en su pierna izquierda. Un grito de dolor. Inmediatamente después, la clavé en la otra pierna. El hombre cayó al piso, retorciéndose de dolor.

El calor se incrementaba y el aire se agotaba. Tenía que acabar con eso pronto.

Una ráfaga de disparos me sacó de mis pensamientos. Con las justas, pude agacharme y ponerme a buen recaudo detrás de una improvisada y vieja mesa casi al costado del tipo que se quejaba de dolor en el suelo.

-¿Dónde estás, maldito? – La voz ahogada de uno de los sujetos, producto del humo. Era perceptible su desesperación.

-Tú búscalo por el otro lado – El otro estaba igual de ansioso que su compañero.

No tengo tiempo para esto.

Saliendo de mi escondite, los sorprendí por delante. Tan solo un momento antes de que el primero pueda dispararme, le arrojé mi cuchilla, que terminó por incrustarse en su abdomen.

El herido soltó la pistola que cayó al piso en un segundo que se me hizo eterno.

El otro solo atinaba a mirar atónito lo que ocurría a unos centímetros de él. No tuvo tiempo de reaccionar cuando ya estaba frente a él. Agachándome, levanté en vilo el peso de su cuerpo, haciendo caso omiso al dolor que sentía el mío. Lo tuve en el aire unos segundos y después, lo tiré contra el piso.

Los músculos los tenía en llamas, sentía uno que otro hueso astillado y hasta roto, tal vez. Mis piernas estaban débiles y mis brazos amenazaban con desprenderse de mi cuerpo. Con todo y esto, tuve fuerzas para arrodillarme y tomar la pistola que se encontraba al costado del que había apuñalado en el abdomen.

Me acerqué al hombre tendido en el piso y, apuntando a sus piernas, le disparé.

Contemplé el escenario a mí alrededor por un momento. Aquello era más de lo que alguna vez había imaginado.

Me dirigí hacia las escaleras, sabiendo que arriba estaría esperándome aquel al que había venido a ver.

-No vas…no vas a…salir vivo de esta, maldito – Musitó el que había incapacitado primero.

Le dirigí una mirada fría, aun para un tipo con máscara.

-Ese es el punto – Le respondí.

Podría narrar como terminé con los otros nueve o diez sujetos que se interpusieron en mi camino. Todos enviados por ese único que me interesaba enfrentar. Podría detallar los pormenores del sufrimiento de esos pobres diablos, después de todo, hasta ahora lo recuerdo. Sus gritos me persiguen durante el día y me torturan por la noche cuando duermo. Ahora ya no tendría sentido. Esto no lo relato para alimentar el gore acerca de lo que soy, era o seré. Sino para liberarme de estas cadenas que he llevado durante tanto tiempo. Para dejarlas atrás.

Por eso me concentraré en aquel que importa.

Aquel que fue capaz de matarme. A mí, junto con todo lo que había construido hasta ese momento.

Cuando terminé con el último desgraciado compinche. El fuego ya se había extendido a toda la vieja casa. Las lenguas de fuego ardían y se abrían paso a través de las cortinas, ventanas y todo el rústico mobiliario. Por un momento temí que el hombre que tenía que ver hubiera escapado. Eso habría hecho que todo aquello hubiera sido un acto inútil. Sin embargo, luego deseché aquel pensamiento. Él era demasiado confiado y estaba demasiado seguro de que acabaría conmigo como para simplemente echarse para atrás.

Tumbé la última puerta que no había sido consumida por el fuego y ahí estaba él, sentando, esperando paciente. Me vio y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja, seguida de una carcajada.

-¿Sabes que no terminaba de creerme que fueras tú? – Dijo, inhalando aire y tosiendo, debido a que ya no quedaba casi nada – Eres realmente muy persistente, ¿no?

Silencio. Solo se escuchaba un quejido ininteligible entremezclado con el ruido que provocaban las llamas.

Él prosiguió.

-Entonces… ¿Supongo que has venido a matarme, verdad?

Aquel cuarto parecía el más descuidado de todos los que había rebuscado, una vieja mesa de centro que se incendiaba de a pocos y unas pocas sillas distribuidas disparejamente a su alrededor. Las paredes empezaban a calcinarse y a emanar una nube de humo que pretendía ocultar lo que estaba a punto de suceder.

-No – Al resonar en mi pecho, el sonido de mi voz me provocó una oleada de dolor – He venido aquí a terminar esto.

Lanzó una risotada burlona de nuevo. Yo estaba seguro de que él se sentía superior a mí en todos los sentidos posibles y la verdad era que lo había sido, pero ahora las cosas tenían que ser distintas.

-¿Acaso no es lo mismo? – Preguntó, alzando una ceja.

-No lo es. Te equivocaste conmigo, Velarde – Mi voz se estaba convirtiendo en apenas un murmullo – A pesar de todo, no puedo irme sin acabar con todo.

Se puso de pie, sin ninguna prisa. Las llamas consumen las cortinas enganchadas a la ventana del claustro en el que nos encontramos. Hambrientas, ajenas al drama.

-Pues entonces, acabemos con esto. No tengo intención de morir calcinado hoy.

El fuego consumiéndolo todo, mis manos temblorosas, su sonrisa de suficiencia.

Algo malo está a punto de pasar.


Y no sé si estoy listo.