lunes, 22 de diciembre de 2014

Una historia de Navidad, sombría...pero de Navidad.

Definitivamente esta no es mi época favorita del año.

Días en los que todo parece estar cargado de una infundada alegría, de una radiante esperanza que no encuentra su razón de ser, justificada por esas promesas que son hechas estando demasiado alegres.

El momento en el que los deseos del año que se va, se convierten en las excusas del año que viene, ¿cierto?

-¡Vamos! No sea tan aguafiestas, todo el mundo adora la Navidad – me dice él, mientras me alcanza la taza de la que estamos bebiendo ambos.

-Por supuesto, dentro de todo el consumismo y el egocentrismo, ¿por qué no habría de amar la Navidad? – contesto con mi habitual tono apático y navideño.

La escena en la que estamos es completamente surrealista, como sacada de una comedia de guión pésimo. Él, sentado a mi costado, mientras que yo con el mentón apoyado sobre una mano contemplo la vista panorámica de ciudad y cerros que se impone debajo de nosotros.

Y estamos discutiendo mi espíritu navideño. ¿Puede ser esto más irónico?

Pues sí, sí puede serlo y no me siento con ganas de tentar mi suerte hoy.

-Trate de pensar en el mejor recuerdo navideño que haya vivido, eso siempre me ayuda cuando por alguna razón pierdo el espíritu – sus palabras están cargadas de una emoción que intento repeler.

-Viejo…no voy a hacer esto, es ridículo. ¿Nos has visto? Estamos sentados al filo de un techo de la casa de sabe Dios quién, mientras tomamos chocolate caliente y yo me acabo de quitar la máscara hace un momento, lo cual probablemente te ha sentenciado por los próximos 5 años de tu vida. ¿No se te hace surrealista?

-¡Ese es el problema! Quiere que todo sea completamente real y lógico, ¿Por qué no se deja guiar por sus sentimientos por una vez en su vida?

La pregunta se me hace bastante injusta, pero no puedo reclamarle nada a él puesto que no sabe lo que he tenido que pasar hasta aquí y como mi mente me ha jugado una serie de malas pasadas.

Todo por dejarme “guiar” por los sentimientos.

Pero está bien, ¿sabes? Me siento tranquilo, a pesar de que nada marcha como debería…o como me gustaría. Porque definitivamente sería bueno que por una vez, las cosas marchen como yo espero.

Recuerdo que cuando era un niño, solía pensar que en Navidad todos mis deseos se harían realidad. Durante un tiempo mis deseos consistieron básicamente en juguetes y regalos, por lo que no me llevé ninguna decepción.

Sin embargo, a medida que fui creciendo, al espíritu de la Navidad se le hizo un poco más difícil escuchar mis deseos, supongo.

-Contrario a la creencia popular, de hecho, sí soy una persona que se deja guiar mucho por sus sentimientos – una serie de rápidos destellos de recuerdos cruzan por mi mente – Demasiado, diría yo.

-¡Ya veo cuál es el problema aquí, entonces! Es una chica, ¿verdad? Una chica le rompió el corazón en Navidad y por eso ahora relaciona está época con pensamientos negativos.

Su apresurada conclusión me arranca una carcajada.

-¿Por qué se ríe? De seguro es verdad – me dice, mientras esboza una sonrisa.

-Chico, no se necesitó que fuera Navidad para que una chica me rompiera el corazón…pero sí, hubo alguna que lo hizo por estas fechas. De todas maneras, no creo que el problema vaya por ahí.

-Apuesto a que sí, ¿sabes? No quise decirlo antes, pero parece una persona que ha estado sola por mucho tiempo – Esta última frase sale de sus labios con cierta cautela.

¿Tiene que ver el desamor con el hecho de que Navidad no sea mi época favorita del año? A lo mejor. Si tuviera que remontarme a aquellos días, aún recuerdo la primera Navidad que pasé “solo” luego del incendio.

Toda mi familia había venido a pasarla con mis padres y yo, sin embargo no podía quitarme de la cabeza el hecho de que no podría saludar a mi “otra” familia y aquello me hacía un nudo en la garganta.

Las lágrimas eran otro tema, pero podía evitarlas.

-He estado solo por mucho tiempo, así que no te equivocas con eso.

-¿Lo has querido así? – empieza a tutearme, delicadamente.

-No, pero si tan solo miras a mis circunstancias…no hay mucha gente dispuesta a quedarse al lado de una persona como yo.

-Yo sí lo estaría, señor Sombra – una sonrisa franca vuelve a cruzar su rostro.

¿Cómo es que estoy aquí sentado, terminándome un termo lleno de chocolate con un chico de no más de 12 años que acabo de ayudar hace tan solo un momento?

-¿Sabes que si no te hubiera ayudado con esos tipos hace un rato, no estarías haciéndome tantas preguntas? – Bromeó

-Es que no todas las noches uno se encuentra con alguien como tú – me dice, y en su voz detecto una nota de asombro mezclado con respeto.

O quizás sea miedo, a veces infundo miedo en los que solo conocen la máscara.

Decido que no me importa.

El chico toma mi máscara entre sus manos y la contempla con cierta devoción. Un escalofrío recorre mi columna al recordar que yo tenía la misma edad que él cuando la tomé en mis manos por primera vez. Otro destello de recuerdos, más recientes, atraviesa mis pensamientos

Han pasado tantas cosas a este punto, lo cual no es nuevo, aún sigo remando este barco y muchos decidieron bajarse, algunos dolieron más que otros. Las promesas de un futuro mejor, las negaciones de lo que pudo ser y fue, pero no para mí y es que las personas te decepcionan, te lastiman, y duele más cuando la propia persona por la que recibiste la bala era quien estaba detrás del gatillo, pero no importa. Quizás no sea tan tarde después de todo.

-¡Quién lo diría! – exclamo, pensando en todas estas cosas.

-¿El qué? – me pregunta el chico, asombrado.

-Que mi único deseo por Navidad se cumpliría

-¿Y cuál era?

-No sentirme tan solo.

Supongo que hasta un para un hombre como yo, pueden haber milagros de vez en cuando. Pues no está tan mal, después de todo.


Quizás esta Navidad no sea tan mala…tal vez. 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Final, Epílogo

Primero de noviembre del 2014

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine aquí, ¿no?

Y sí, ya sé lo que me dirías. “Sí sigues siendo así de ingrato, no vas a tener a nadie en tu funeral”. Bueno, de cualquier modo tampoco creo que sea el más asistido o, siquiera acaso, el más recordado.

Pero hoy no estoy aquí para hablar sobre mí o sobre el fatalismo en el que parece estar sumida mi vida. La razón por la que estoy aquí, es porque hoy estaríamos de fiesta, ¿verdad? Hoy celebraríamos tu cumpleaños número cuarenta.

Claro, sí es que no hubieras muerto hace ya casi seis años, Delia.

Siempre pienso en ti, ¿lo sabes, verdad? Eres como una especie de conciencia escondida dentro de mi mente que siempre está susurrándome lo que debería hacer en los momentos en los que uso esta máscara.

Han pasado cosas muy locas últimamente, pero no podía dejar de venir aquí a dejarte unas cuántas flores, robadas del nicho de al lado. Sabes que no soy de esas personas que tiene mucha gente con la que se puede desahogar, especialmente de temas como este. Por eso siempre trataba de venir con regular frecuencia, pero entre una y otra cosa, lamento no haber podido estar aquí hace un buen tiempo ya.

Lo primero es lo primero. Te fallé de nuevo y lo siento mucho.

Jorge está muerto.

Aquella noche se hicieron realidad todas mis pesadillas, en todos los niveles. Creo que no había vuelto a experimentar tanto dolor emocional o físico desde la noche del incendio. Tengo recuerdos difusos, como flashbacks que me regresan a ese momento. Aún recuerdo la bala atravesando su cabeza de lado a lado y luego, la total y completa oscuridad.

No me preguntes como es que estoy vivo, ni yo lo sé. Solo recuerdo que cuando desperté, lo primero que hice fue pensar que estaba en el cielo, luego vino el shock y después tuve que irme a casa, golpeado, cojo y con una costilla luxada, pero tenía que regresar. “Tu casa siempre será tu lugar”, me dijiste una vez y, como en muchas cosas, tenías razón.

Sé que nada de esto te importaría más que el haberte decepcionado aún en el más allá, ¿verdad? Te prometí que él estaría bien, te juré que haría hasta lo imposible para que las cosas fueran como alguna vez lo fueron en un tiempo mejor. En cambio nos sumergimos en una espiral descendente que no hizo más que consumir los mejores años de nuestra vida.

Y, por supuesto, de paso se llevó la tuya.

Te preguntarás por qué estoy aquí si es solo para contarte que fallé. Lo cierto es que me encuentro bastante desorientado en estos días. Todo se terminó y no me refiero solo a tu hijo y su desquiciado juego macabro con mi vida. Hablo de todo lo que involucraba esta etapa. La “tranquilidad” de lo incógnito, las treguas entre lados, las alianzas. Sabes que nunca fui de involucrarme demasiado en todo este asunto, pero ahora no tengo otra opción.

Después de todo, fui yo quien desencadenó este apocalipsis.

En una vida en la que podrías usar a todos los aliados posibles, te contaré que tampoco seguí tu consejo. He encontrado la forma de alejarme de cada uno de ellos. Debo ser el hombre más solitariamente estúpido de esta ciudad.

“¿Por qué siempre insistes en alejarte de la gente a la que le importas?”

En mi cabeza, tu voz suena de una forma tan jodidamente real que es como si estuvieras ahí parada conmigo. Creo que de cierta forma, se trata de mí haciéndome responsable por la gente con la que me involucro, a veces no se me ocurre mejor manera de “protegerlos” que alejándolos.

Estúpido, ¿no?

Y sino los alejo simplemente para protegerlos, pues sale el otro lado que aún con la máscara puesta, no puedo evitar.

Siempre acabo desarrollando sentimientos que, de alguna manera, nublan mi razonamiento. Lo cual me hace recordar aquella vez que estábamos sentados en la mesa de tu comedor y me preguntaste si había besado a alguien alguna vez.

“-¿Tengo cara de que alguien me haya besado alguna vez?
-Tienes cara de que necesitas un beso en este momento, niño.”

¿Fue en ese momento que me enamoré de ti? ¿O quizás fue cuando presionaste tus dulces labios rosados contra los míos? ¡Qué podría saber yo! Apenas tenía 14 años y nunca había tenido siquiera una novia, y eso que ya nos encontrábamos frente a una generación que despertaba tempranamente a todas esas cosas.

“Esto te ha quitado los mejores años de tu vida, pero al fin y al cabo, sigue siendo TU vida”

Siempre supiste exactamente que decirme, por eso me duele tanto haberte fallado. Solo frente a tu lápida puedo reconocer que nunca vi el amor o los sentimientos de la misma forma después de ese desgraciado incendio. Tampoco es que la perspectiva de involucrarme con la madre de mi mejor amigo me hubiera atraído demasiado, pero algo cambió en mí desde ese día.

Un mecanismo autodefensivo que me hacía alejarme de las personas por las que desarrollo sentimientos, solo para no verlas salir lastimadas por mi culpa.

Ya sé lo que me dirías, Delia. Me dirías que la llamé y que le agradezca por haber salvado mi vida. Que le pida disculpas por haber sido un tonto egoísta que solo pensó en su propio bienestar cuando, quizás, se encontraba frente a alguien que lo que más necesitaba en ese momento era un amigo.

¿Y por qué vengo a hablarte de estas cosas el día de tu cumpleaños? Vine a hablarte sobre Jorge, tu hijo. Vine a pedirte perdón por no haber cumplido mi palabra. Pero supongo que cuando habló de la gente a la que le he fallado, no puedo evitar seguir sumando nombres a la lista, ¿cierto?

“Siempre has sido demasiado terco como para reconocer que no es que la gente tenga miedo de ti, sino que temen POR ti”

Tenías razón, como en todo lo que me dijiste. ¿Te cuento algo? Esta semana ha sido difícil. Entre vagar por los techos que no son míos y recordar aquellos días en los que sentía que había encontrado una esperanza, la nostalgia amenazaba con carcomerme desde adentro. He hecho lo posible por evitarlo, pero siempre es difícil.

Más cuando veo al perro, pero eso es otro tema.

Salté por una ventana. ¿Cuántos tontos conociste en tu vida que salten por una ventana solo porque alguien les recordó la vida que quieren tener? Te reirías de mí si estuvieras aquí. “¡Es que eres un romántico, hijo!”, me dirías.

Soy un hombre con máscara que visita a una mujer muerta en un cementerio que ya está cerrado. Claro, la definición por excelencia de un romántico, ¿verdad?

Hay tantas cosas que quisiera contarte y tú solo me dirías una cosa a todas ellas.

“Si te importa tanto esta chica, ¡llámala! Ninguna historia se escribe con supuestos”

Siempre hablándome con sabiduría, aún desde el más allá. Esa eres tú.

Los dedos me tiemblan mientras busco el número en mi teléfono. “Fue buena idea traerlo conmigo”, me digo a mí mismo. Me detengo frente a su número e intento respirar. Estoy agitado, como si hubiera terminado de correr una maratón, llegando en último lugar.

Pienso en las cosas que dije, escribí e hice. Quizás estuvieron mal, quizás fui egoísta frente a alguien que me ofreció su ayuda desinteresadamente. ¿Qué debería decir? “Hola, ¿Qué tal? Oye, fui un idiota, lo siento mucho”

-¡¿Por qué siempre tiene que ser tan difícil?! – mi grito retumba entre todas las tumbas y arrojó a un lado la máscara que acabo de quitar de mi cara tan solo un momento atrás.

No importa, puedo hacer esto. Yo salté por una ventana, no hay forma en la que no pueda hacer esto. Voy a marcar el botón. ¡Rayos, Delia! ¿Por qué siempre tienes razón con estas cosas?

Suena el tono de espera.

Vuelve a sonar.

Lo escucho una vez más.

Y, al otro lado de la línea, cortan.

“¡Estúpido! ¿Para eso? ¡JA! ¡Lo sabía!”, la voz de mi yo interior se burla de mí por dentro.

Quizás no tenías tanta razón después de todo, Delia. Quizás algunas cosas son de la forma en la que deben de ser.

“¡Oh, rayos! Tampoco es que vaya a vivir tanto”, mi yo interior se pone de mi lado esta vez.

Busco su nombre entre los contactos nuevamente, ahí está. Presiono el botón de llamada. Suena el tono de espera en un segundo que a mí se me hace una eternidad.

Al otro lado de la línea escucho una voz que se me hace conocida. Tal vez de otra vida.

-Aló – Su voz se oye distante, como la de esas llamadas que ni esperas ni tampoco quieres recibir.

-Hola – Trato de infundirle seguridad a mi voz, que no se noten todas las tribulaciones interiores que tuve que vencer para llamar.

-¿Qué pasó? – La pregunta suena más a “¿Qué quieres?”

“Pasó que tuve un encuentro conmigo mismo en el cementerio desde donde te estoy llamando y me di cuenta que me importas más de lo que mi egoísmo me permite darme cuenta, que sería solo tu amigo por mantener esa esperanza con la que salía a encarar mis noches más peligrosas. Que siento haber tratado de cortar esta amistad que me ha mantenido con vida durante el último mes, que siento haber escrito tantas estupideces inmaduras y casi despechadas como si fuera un adolescente dolido. Que siento no haber estado a la altura de la situación. Que te extraño, que te pienso y que, de alguna manera loca y extraña del Universo, no me preguntes cómo o por qué, siento que te necesito”

-Nada, solo quería hablar contigo – Un ligero temblor estremeció mi garganta - ¿Estás ocupada?

-Sí – Fue una respuesta automática.

-Bueno, entonces ¿te puedo llamar en un momento en el que estés desocupada?

-Sí, yo te aviso

-Está bien, pero… ¿de verdad? – En el último momento la duda me traicionó.

Pero al otro lado de la línea, ya no había nadie.

Ya sé, Delia. Sé lo que debes estar pensando.

“Todo pasa por una razón”

Y quizás está bien así, ¿sabes? Quizás no fue que lo que dije, escribí o hice estuvo mal. Tal vez solo fue de esas veces en las que la vida pone a alguien en tu camino, tal y como hizo contigo, por una razón.

Para infundirte esperanza, para creer en ti. Aún en ese momento en el que todas tus circunstancias son adversas. Tú fuiste esa persona para mí en su momento, me cambiaste la forma de ver las cosas, y a pesar de que mi adolescencia se fue de techo en techo, no me arrepiento de nada.

Y ahora ella fue lo que tuvo que ser en su momento, quizás Dios se acordó de que necesito un ángel de la guarda. O quizás solo fuimos dos extraños que coinciden en determinado momento, por una razón, y luego siguen su camino, guardando recuerdos.

“Uno nunca olvida, simplemente deja de recordar”

Me enseñaste que lo principal no es atormentarte por los recuerdos, sino simplemente saber evitar que te vendan la promesa falsa de un pasado mejor. Ahora lo sé, ahora lo entiendo.

Esto es lo que yo soy, es lo que me toca. Te agradezco a ti, le agradezco a ella. Porque creyeron en mí, porque infundieron en mi corazón una esperanza que me salvó la vida.

Ahora me toca creer a mí.

Me toca ser mi propia esperanza.

Me acerco al sitio donde cayó la máscara que arrojé hace tan solo un momento, la recojo y la contemplo con cierta nostalgia.

¿No ha sido tan malo, verdad?

No, pero puede ser mejor.

Este soy yo, la historia de mi vida. No es ni tan emocionante con la máscara puesta, ni tan aburrida sin ella encima.

Es tiempo de pensar en grande.


Es tiempo de ser Sombra. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

El Final, Parte III

El Final, Parte I: http://milagrodetuexistencia.blogspot.com/2014/10/el-final-parte-i_31.html
El Final, Parte II: http://milagrodetuexistencia.blogspot.com/2014/11/el-final-parte-ii.html

***************************************************************************************************

Un golpe sordo y luego silencio.

En un primer instante, habría jurado que estaba teniendo una experiencia extracorporal, como cuando estás muerto y ves todo sucediendo igual que si fueras un espectador.

Pero no, ese era yo, de alguna manera, vivo y consciente.

Junto con aquellos primeros destellos de conciencia, llegaron los de dolor. Al principio eran débiles, pero luego se hicieron más punzantes. Estaba completamente seguro de que tenía rotas por los menos 2 costillas. Además, sentía una quemazón en el gemelo de mi pierna derecha, lo que me hacía pensar que tenía una bala ahí o, por lo menos, una me había pasado muy de cerca.

Por otra parte, sentía un líquido caliente descender por mis brazos, que no pude identificar más que como sangre, por lo que supuse que el haber atravesado la ventana cerrada me habría costado varios cortes y raspones, sin mencionar que sentía uno que otro vidrio incrustado en mi piel.

Claro, ahí estaba yo con mi estúpida manía de contabilizar mis heridas solo para asegurarme de que todo estuviese “en orden”.

Por un momento pensé que había quedado ciego por los golpes, pero luego me di cuenta que habían cubierto mi cabeza con una capucha, como si de por sí no fuera difícil ver a través de una máscara.

Comencé a escuchar voces en el momento en que mi cuerpo seguía siendo arrastrado hacia quien sabe dónde. Las reconocí como las voces de los mismos hombres que habían estado persiguiéndome tan solo un momento atrás.

¿En realidad había sido “un momento”? Sentía como si hubiera transcurrido muchísimo tiempo desde que perdí el conocimiento. Sin embargo, elegí confiar en mi intuición.

Traté de extraer un poco de lógica dentro de todo lo que había sucedido hasta ese punto, pero nada parecía tener sentido. ¿Tipos disparando? ¿Yo saltando por una ventana? ¿Yo? ¿Hablábamos del mismo hombre que se sentaba a planificar hasta el más pequeño detalle con tal de reducir el número de bajas al mínimo?

Ni siquiera entendía cómo es que seguía con vida. La altura de la que había caído era de unos quince o veinte metros. Si a eso le sumábamos la paliza que había recibido por parte de los sujetos que me llevaban a Dios sabe dónde, pues mis resultados no eran muy alentadores.

Aun así, ahí estaba. Vivo y buscando lógica, como si eso fuera a salvarme de la situación.

De repente, recordé un detalle que trajo toda mi lógica abajo.

“-No sé cómo explicarlo – su voz sonaba un tanto confusa, como quien quiere decir algo y no encuentra las palabras correctas – Es como si cuando prometes algo, tuvieses que cumplirlo. Como si las fuerzas salieran de esa misma promesa. Que el hecho de haberlo prometido, te da la fortaleza necesaria para cumplirlo

La miré, incrédulo. Entendía lo que me decía, pero no entendía como alguien de nuestra edad todavía creyera en ese tipo de cosas.

-Eso no tiene sentido. Esas cosas solo pasan en las películas. Estamos en la vida real, y aquí, la gente sale lastimada. Las cosas malas suceden – con cada frase el tono de mi voz se hacía más duro, como si quisiera obligarla a despertar de un sueño profundo – Eso no es más que un cuento.

Eso último sonó como una puñalada certera. Luego solo hubo un apabullante silencio. Ella me miró con semblante triste, luego se volteó y escondió la cara entre sus manos.

No fue hasta varios segundos después que caí en la cuenta que estaba llorando.

En ese momento, me sentí como el peor monstruo existente en el planeta

-¿Estás llorando? – La pregunta fue más obvia de lo que parecía pero ni así conseguí respuesta – Oye,…lo siento, ¿sí? No fue mi intención. De veras, perdón…”

Fue ahí cuando comprendí como es que seguía con vida. No era porque mi cuerpo fuera una masa resistente a cuanto dolor pudiera existir, ni porque tuviera un ángel guardián que recién esa noche se hubiera acordado de mí. Todo tenía que ver con una promesa.

Una promesa que me había mantenido con vida.

En ese instante, el sonido de una voz oscuramente familiar me sacó de todos mis pensamientos.

-¡Bueno, bueno! Ya iba siendo hora, ¿no? – Dijo con un tono burlón que reconocí al instante – Pensé que nunca llegarían con mi invitado, señores.

-Este huevón se ha corrido hasta por donde no hay salida, compadre – se quejó uno de los tipos que me había llevado hasta ahí – Si no era porque se tiró por una ventana, no lo chapábamos.

-¿Qué? – El tono de voz de Jorge dejaba entrever un asombro completamente verídico.

-Se tiró el huevón – el otro tipo trataba de darle mayor magnitud a sus palabras, como para resaltar lo que yo había hecho – Saltó y se fue de cabeza al piso, ¡bien loco, ah!

De repente y de un tirón, removieron la capucha que tenía en la cabeza. La luz no me incomodó tanto como imaginaba que lo haría. Era una bombilla de luz tenue que amenazaba con extinguirse a la menor señal de pánico.

A través de mi máscara, sentí sus ojos clavados en los míos. Negros, imperturbables. Entonces, soltó una risotada histérica, de esas que me hacían dar cuenta, cada vez más, de que del amigo a quien tanto había querido en otros tiempos, solo quedaba el loco psicópata que tenía frente a mí.

Un halo de sabiduría pareció iluminarlo, como si hubiese terminado de unir todas las piezas del rompecabezas.

-Entonces, te dejaron solo, ¿verdad? – Soltó una risita y prosiguió – El gran golpe del año y solo un tipo para hacerlo realidad, ¡que patético! Creí que tú, en todo tu esplendor de planificador, habrías supuesto un mayor reto, “hermano”

Puso especial énfasis en esta última palabra, conocedor de la ira que se desataba en mí cuando me llamaba de esa forma. Lo habíamos sido, es verdad. Habíamos sido hermanos hace mucho tiempo. No de sangre, pero sí unidos por un vínculo mucho más fuerte.

Un vínculo letal, que terminó de la única manera en que ese tipo de vínculos terminan…con una muerte.

Observó, interesado, que había causado en mí lo que esperaba y, ante mi silencio, continuó con su discurso.

-Ahora, esto que me cuentan. ¿En verdad estabas tan desesperado para saltar por una ventana? ¡Vamos! Sabes que este tipo de pendejadas solo las haces cuando tienes algo nublándote la cabeza – Otro atisbo de sabiduría cruzó su mirada - ¿No has hecho esto por Valeria, cierto?

Mientras hablaba, yo había aprovechado en examinar el lugar donde me encontraba. Nada que pudiera reconocer. Parecía un viejo depósito, había cajas apiladas en una esquina, pero tan llenas de polvo como si nadie las hubiera movido en un buen tiempo. La pintura en las paredes se encontraba desgastada y el olor a humedad era tan fuerte que me atosigaba los pulmones.

Una carcajada ensordecedora me hizo volver a la realidad.

-¡Han visto que tonto puedo ser! – Dijo, dirigiéndose a los tipos que me agarraban por ambos brazos y a los que estaban a un lado – Ya me lo temía, pero no había podido confirmarlo – volvió a reír, con esa risa que a ratos se me hacía demasiado tenebrosa – Nuestro amigo nos ha tenido todo este tiempo engañados, pensando que aún vive y se desvive por su amor adolescente, cuando está claro que ya hay alguien que ocupa sus pensamientos, ¿no?

Este último cuestionamiento lo dirigió directamente hacia mí. Consideré romper mi silencio pero la perspectiva de poner en peligro a alguien que poco o nada tenía que ver con todo esto, me atemorizó.

Sin embargo, mi mutismo empezaba a desesperarlo.

-Bueno, veo que no quieres contarnos nada, ¡Qué falta de confianza! Pensé que estábamos entre amigos, ¿no? – Sonrió – No pasa nada, supongo que ya tendré tiempo para conocerme con la nueva cuñada – su sonrisa se tornó maliciosa – Los amigos de mi amigo también son amigos míos

En ese momento, no me resistí más.

-¡Cállate! – El poco oxígeno que me quedaba se fue con mi exclamación, por lo que tuve que inhalar una gran bocanada de aire para proseguir – Nadie más va a pagar el precio de que tú estés loco, ¿me entiendes? ¡Nadie!

-Suenas bastante convencido, hermano. Solo que me pregunto ¿tú y cuántos más piensan pararme? Te recuerdo que eres tú el que está aquí ahora, casi a punto de encontrarse con mi madre.

Agregó esto último solo porque sabía que me dolería más que cualquier otra cosa. Delia había muerto ya hacía casi siete años antes, pero no había una sola noche que no me responsabilizase a mí mismo por eso.

Y él también lo hacía, por supuesto. A su retorcida y sádica manera, me culpaba por la muerte de su madre y se había propuesto hacer del resto de mi vida, un infierno en la tierra.

“Esto solo va a terminarse de una forma: O me matas tú, o te mato yo. Pero a mí se me hace tan divertido nuestro juego que sé que no lo haré. Y conozco tu estúpida moral, por lo que sé que esto se ha convertido en un baile de nunca acabar”

Y sin embargo, aquí estábamos, a unos minutos del final.

-Ella siempre pensó que eras diferente, que eras mejor que yo, ¿sabes? – una nota de sombría tristeza cruzó por su voz cuando se refirió a Delia – Siempre me decía que tú y yo íbamos a salir de este agujero juntos y seríamos unos buenos hombres en el futuro…y míranos ahora.

-Tú eres quien ha tomado su decisión, Jorge. Nadie la tomó por ti – no reconocí mi propia voz, sonaba apagada, cansada – Yo no he vivido la mejor de las vidas, pero así, he tratado de compensarlo. He hecho todo lo posible.

 -¿Aún piensas que tus sentimientos nobles te van a salvar el pellejo? – me preguntó burlonamente para luego soltar una estrepitosa risotada

Solo atiné a levantar la cabeza para no atorarme en mi propia sangre, que sentía que estaba empezando a llenarme los pulmones, y clavé en él la mirada más profunda de la que fui capaz dentro del conocimiento que empezaba a perder.

Me devolvió una mirada serena, de quien se sabe victorioso. De quien sabe que ha terminado con un pendiente de diez años atrás.

En ese momento, no sentí miedo. Me inundó una paz que fue más fuerte que el dolor de mis extremidades lastimadas, más fuerte que la desesperanza con la que había encarado aquella noche. Más potente que la fuerza con la que mi cuerpo había atravesado una ventana cerrada y caído al vacío tan solo un momento atrás. Por un instante, pensé que había recuperado toda la fortaleza física, sin embargo me di cuenta que solo era un estado espiritual cuando intenté liberarme de los brazos que me aprisionaban y ni siquiera pude mover un músculo.

Alcé la mirada nuevamente y vi sus ojos curiosos posados sobre el despojo que me quedaba por cuerpo. Me examinaba atentamente, como queriendo averiguar las razones de porque no había podido romper mi espíritu tal y como había hecho con mi vida.

Se dio la vuelta lentamente, y de espaldas a mí, pronunció una sola frase

-Mátenlo…maten a Sombra.

Un escalofrío me recorrió toda la columna.

-¿Así es cómo quieres que termine? – le pregunté

-Así es como debe terminar, hermano – ahora era su voz la que sonaba cansada, volteó de nuevo y se acercó a mí – Tú y yo nunca fuimos tan diferentes y lo sabes. Ni siquiera ahora lo somos. Pero hay algo que siempre trataste de negar y es que nosotros no somos buenas personas. ¿No estás cansado de vivir pretendiendo ser alguien quien no eres? ¿Ocultándote tras una máscara?

En ese instante, arrancó la máscara de mi rostro y la lanzó hacia la pila de cajas.

-Mírate, mira dónde has terminado. Si los buenos sentimientos, si las buenas personas ganasen algo, serías tú el que esté en mi posición ahora y yo en la tuya – Parecía haber recobrado la cordura de antaño cuando los techos de las casas de desconocidos eran nuestro lugar ideal para conversar sobre nuestras tribulaciones adolescentes - ¿En verdad crees que porque una mujer te dijo cosas bonitas sobre ti ya tienes esperanza? Tú y yo no tenemos esperanza, nunca la tuvimos.

-¿Aún si esa mujer era tu madre? – pregunté.

Pareció dudarlo por unos segundos.

-Sí y yo… - Quiso continuar, pero un solo sonido rompió en mil pedazos aquel momento de sinceridad.

Una bala atravesó su frente de lado a lado. Los tipos que permanecían expectantes a mis costados ni siquiera atinaron a correr cuando una lluvia de balas cayó sobre el pequeño cuarto en el que nos encontrábamos.

-Si él se va, tú te vas con él – me dijo el más vulgar y me dio un golpe en la sien.

Lo último que recuerdo haber pensado fue: “Rayos, creo que dejé una luz prendida”

Luego todo se volvió oscuridad.


jueves, 6 de noviembre de 2014

El Final, Parte II

¿Qué teníamos en común yo y la rata escurridiza que entra en tu cuarto sin que te des cuenta?

Exacto, ambos habíamos cometido el error de adentrarnos en un lugar del cual solo había una posible forma de salir. Muertos, en una bolsa y probablemente sin nadie que te llore ni reconozca.

Pensaba en esto mientras corría y una ligera sonrisa cruzó por mi rostro. “Siempre negativo este huevón” me hubiera dicho mi madre. Sin embargo, esa noche, y a pesar de que la negatividad disfrazada de realismo siempre me había caracterizado, lo que menos deseaba era que mis vaticinios se cumplieran.

Lo único que anhelaba era salir de ese lugar vivo y con una razón para seguir viviendo una vez recuperada la normalidad de mi vida.

Lo malo era que en aquel momento, la única normalidad a mi alrededor era el sonido perdido de las balas mal disparadas y el de mis pasos desesperados luchando por escapar del inminente final. Detrás de mí sonaban los gritos e improperios que lanzaban los hombres que me perseguían. Yo solo atinaba a empujar cuanto obstáculo se me cruzaba en el camino. Ni siquiera había caído en la cuenta de que estaba dentro de una casa, hasta que los gritos asustados de una mujer se unieron al coro mortífero que acompañaba el compás de la noche. Atiné a esconderme detrás de una puerta entreabierta, mientras los hombres que me perseguían buscaban dentro de la casa.

-¡Auxilio! – los gritos de la mujer eran como alaridos de un animal en cautiverio - ¡Me están robando la casa! ¡Rateros!

Uno de los tipos que tenía atrás la mandó callar y lanzó un disparo al aire, la mujer quedó muda e inmóvil como si se hubiera petrificado. Otro de los tipos se le acercó y le susurró algo al oído.

- ¡Oye, chico! No seas idiota. Mejor sálte y nos evitamos vainas. Yo no quiero meterte plomo, compadre – trataba de sonar amable, pero el sonido que hacían sus armas lo traicionaba – A la firme, pues.

Dudé de mí mismo. Si bien era cierto que nunca había sido el mayor admirador de lo que hacía, conocía mis capacidades. Sabía lo que podía hacer bajo determinadas circunstancias y, ciertamente, había actuado bajo peores. En ese momento,  el miedo me causaba un temblor en las manos que no solo cogían las cuchillas que llevaba, sino que se aferraban a ellas con desesperación. Con un movimiento rápido, examiné la habitación en la que me encontraba. Era una sala grande que parecía un salón de reuniones. Las sillas y sillones estaban bien distribuidos como para albergar una junta importante. Las ventanas se encontraban al otro extremo de la habitación, lo suficientemente alejadas como para que una vez abiertas, la corriente de aire entrante no perturbe a nadie. 

Pero yo no quería que entre nada sino todo lo contrario. Necesitaba salir.

-¡Oe, varón! A la firme, pues. Ya déjate de cojudeces y sal. Me vas a rayar, causa y luego no respondo – el tono de voz de aquel sujeto era menos amable y ciertamente mucho más vulgar que el anterior. Supe que, a pesar de que sus órdenes eran claras, no dudarían en matarme ellos mismos si lo consideraban necesario.

Volví a repasar la habitación con la mirada, no había nada que pudiera usar para defenderme más que los muebles, pero incluso así, mis cuchillas eran más amenazantes. Inhalé aire muy despacio, intentando calmar mis nervios, que luchaban por no traicionarme.

Mi mente regresó a un momento en el pasado. Me vi sentado en la mesa de un comedor con aquella bendita mujer que siempre había estado dispuesta a escucharme, aún en mis momentos de mayor oscuridad.

“-¡Estoy harto de todo esto!  – Vociferaba mientras caminaba impaciente por el comedor - ¡Vida de mierda!

Ella me contemplaba tranquila desde su asiento, examinándome con interés, pero sin interrumpir aquellos desvaríos. Sabía que cada vez que comenzaba a gritar y a desesperarme por las circunstancias bajo las que desarrollaban mis acciones, solo tenía que pegar un buen grito al cielo para que el estrés abandonase mi temple.

-¡No puedo seguir haciendo esto! ¡No quiero hacerlo más! – grité, mientras arrancaba la máscara de mi rostro y la arrojaba contra la pared con violencia.

En ese momento, se puso de pie y, muy despacio, se acercó hacia donde estaba yo sin decir nada. Yo solo atiné a verla, sorprendido y asustado ante la posibilidad de haber terminado con su paciencia. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me di cuenta de que ya no era el niño que había entrado a su hogar por primera vez en una lejana noche de invierno.

La diferencia entre nuestras alturas era minúscula, apenas me sacaba unos dos o tres dedos de ventaja, y aun así, ahí estaba, frente a mí. Ninguno decía nada, pero la profundidad de su mirada me incomodaba en sobremanera.

De repente, me abrazó.

Fue un abrazo inesperado, que me hizo temblar de pies a cabeza. No recordaba otra circunstancia bajo la que alguna mujer, que no fuera miembro de mi familia, me hubiera abrazado antes.

-Yo creo en ti y Jorge también. – su voz era tranquilizadora y dulce. Lo sabes, ¿verdad?

-Sí, pero aun así… tan solo somos dos chiquillos.

-No – En ese momento fue tajante, sin dejar de lado la tranquilidad – Son dos muchachos que están convirtiéndose en los buenos hombres que serán mañana, créeme. Te conozco y sé que en momentos como este quisieras mandar todo al diablo y ya, pero si mientras haya algo que puedas hacer, no lo haces, ¿quién crees que lo hará por ti?”

En ese momento, nadie iba a hacer por mí lo que tenía que hacerse.

-¡Ándate a la mierda, huevón! ¡Te vamos a agarrar! – gritó el más vulgar, mientras empujaba puertas y el sonido que estas hacían parecía asemejarse a una cuenta regresiva.

Dos minutos.

Mi mente acababa de calcular dos minutos entre el tiempo que me tomaría esperarlos detrás de la puerta y abrirla antes de que la empujen. Apuñalaría al primero y usaría su cuerpo para bloquear los disparos de los otros. Luego podría reducirlos con posibilidades mínimas de salir herido. Mínimas, realmente. Casi inexistentes.

Claro, todo se hacía más sencillo si, tan solo, los mataba.

Pero aquel era un límite que nunca había cruzado y no estaba dispuesto a hacerlo esa noche. Desesperado, recorrí la habitación con la mirada por última vez. Podía usar las sillas para despistarlos cuando entrasen, pero eso también me dejaría expuesto. Sea como sea, mis posibilidades no eran las mejores.

Un golpe estrepitoso me sacó de aquellas reflexiones y me encontré cara a cara con cinco hombres armados quienes no tenían ni un atisbo de dudas en sus miradas. Sabían que hacer, tenían sus órdenes y solo debían cumplirlas.

¿Lo peor? Podía ver en sus ojos que querían hacerlo.

Los recuerdos son por completo difusos a partir de ese momento. Lo último que recuerdo fue que comencé a correr mientras rogaba a cuanta fuerza superior existiera allá arriba que ninguna de las balas que llovían sobre mí, me diese en las piernas o en algún punto vital.

Otro pensamiento empezó a invadirme mientras corría. Lo sentía lejano, a pesar de haber ocurrido hacía un par de horas. Aún así, conseguí aferrarme a él.

“-Cuídate mucho – había dicho la muchacha, mientras poco faltaba para que se desmaye del susto y la impresión.

El taxi esperaba, el semáforo todavía no marcaba la luz verde y yo solo atiné a mover la cabeza, afirmando. Dentro de mí, un pensamiento me provocó un retorcijón que me cambió de lugar el cerebro y el corazón.

‘Debería besarla, ¿Qué más da? Podría morir esta misma noche y me moriría sin haber besado a alguien hace casi dos años… y esa sería realmente una muerte triste’

Me contuve, mientras nos abrazábamos con tristeza, entremezclada con angustia. Cuando nos soltamos, clavó en mis ojos una mirada que me transmitió valor.

‘Ella cree en mí…no debería, pero lo hace. No entiendo cómo o por qué, pero no voy a defraudarla. No voy a dejar que esto me cueste otra de las personas a quien quiero’

La contemplé mientras se subía en el taxi y me hacía adiós con la mano.

No, no adiós. Solo era un hasta luego”

En aquel momento, clavé mi mirada en la ventana. Y corrí, corrí con todas las fuerzas que comenzaban a faltarme, tomando el impulso que parecía querer alejarse de mí y salté hacia ella.

El sonido de los cristales rompiéndose, junto con el de las balas, disimularon un poco el del impacto de mi cuerpo contra el marco de aquella ventana.

Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa frente a ti. Yo solo recuerdo haber pensado en ella y en lo enojada que estaría por no haber cumplido mi promesa. Aunque también me preguntaba que habría pensado de contarle que me arrojé por una ventana... por ella.

“Eso lo hace cualquiera”, quizás habría dicho. Pensé en esto y no pude evitar encontrar gracioso aquel pensamiento.

El peso de mi cuerpo impactó pesadamente contra el pavimento. Había sido un mal cálculo. Por completo. Intenté ponerme en pie y sentí una de mis costillas incrustarse en alguno de mis órganos internos. A lo mejor uno de mis pulmones.

“No pierdas el conocimiento, hagas lo que hagas, no pierdas el conocimiento”, me repetí a mí mismo. O quizás era la voz de Dios, solo sabía que en ese momento debía correr.

Traté de levantarme otra vez y el dolor casi me arranca un grito desgarrador, que tuve que contener solo para no desperdiciar mi oxígeno. No podía ni siquiera caminar, pero tenía que intentarlo.

Empecé a escuchar las voces de los que me perseguían. Sonaban cada vez más cerca y yo me movía cada vez más lento.

Algo impactó contra mi espalda en ese momento. Podría jurar que fue un palo, una trozo de madera o una de esas tuberías de metal que se usan en los desagües. Sea lo que fuere, terminó de tumbarme al piso.

-¡A ver si ahora eres tan machito pues, imbécil! – me gritó uno mientras sentía sus patadas en mi cuerpo

La consciencia amenazaba con abandonarme, pero aún en mi estado, pude escuchar claramente cuando uno de ellos dijo:

-No lo enfríes. Esa chamba no es nuestra, huevón

Me había comparado con una rata apenas hace un momento, y ahora estaba a punto de concretar mi comparación.

Sabía que para entrar en el reino de Dios tenía que arrepentirme de muchísimas cosas, nunca podría terminar si tuviera que enumerarlas. Tantos pecados del pasado, tantas malas decisiones, tanta gente lastimada.

Y la única cosa de la que me arrepentí... fue de no haberla besado.

Debajo de la máscara, cerré los ojos lentamente y me dispuse a morir en paz.