viernes, 30 de agosto de 2019

Feliz Cumpleaños, parte II

Feliz Cumpleaños, parte I


El camino al colegio siempre era parte de mi tortura cotidiana y, por supuesto, no esperaba que fuera diferente solo por tratarse de mi cumpleaños. Tenía que cruzar por la plaza principal del pueblo, por la que transitaban otros escolares apresurados y trabajadores varios. Todos ensimismados en sus diatribas personales, tratando de robarle minutos a un tiempo que nos iba dejando atrás cada vez más rápido.


Ensimismado en mis pensamientos, caminaba tratando de no prestar atención a los grupos de adolescentes que parecían divertirse entre risas y algarabío, sin embargo, aquel día me estaba costando más esfuerzo del necesario. Era inevitable que al cumplir un año más de vida, tomase conciencia de la incesante soledad que comenzaba a erigirse encima de mí.

Por supuesto, no ayudaba mucho que la neblina de la mañana se fuera tornando cada vez más espesa, tanto que me dificultaba el poder fijarme si iba en la dirección correcta.  


- ¡Alex! 


La dulce nota de una voz femenina me tomó por sorpresa, salvándome un poco de perderme entre la niebla y mis tribulaciones internas. Me giré a buscar el lugar de donde provenía y mis ojos se toparon en la simpática mujercita que corría dando brincos hacia mí. Su amplia sonrisa me incomodaba un poco… ¿qué motivos podía tener alguien para ser feliz a tan temprana hora de la mañana? Aquello me inspiraba un poco de desconfianza pero, después de todo, podían ser también mis propios temores infundados.


- Hola, Andrea – el tono monótono de mi voz no hacía más que contrastar con la incesante vivacidad de sus ojos rebuscando algún atisbo de alegría en mi rostro. 


- ¡Happy Birthday! – dijo, con una exquisita pronunciación inglesa que se me hizo divertida


- Gracias– respondí, tratando de infundirle alguna clase de emoción a mi voz – nada como hacerse un año más viejo, ¿no? 


Ella solo atinó a reír, divertida. Momento que aproveché para mirarla con detenimiento por un momento. 


Era mi compañera de pupitre, a la que había conocido a inicios de año al transferirse de una escuela privada de la capital. El por qué su familia había decidido internarse en un pueblo más o menos remoto, cambiando su vida apacible en la capital era un misterio para mí.
 

Su rostro redondo de pómulos marcados, la nariz pequeña, casi respingada y un par de deliciosos labios finos que eran el sueño de muchos de los chicos en el colegio. Un par de pestañas que muchas otras chicas mayores que nosotros envidiaban y unos ojos marrón chocolate grandes y curiosos como muy pocos. 


Era pequeña, estaría entre el metro sesenta y pocos, sin embargo, se empezaban a adivinar unas incipientes formas de mujer en desarrollo. La falda unos centímetros más arriba de la rodilla hacía adivinar un poco de su carácter, indomable como ella sola y con la pizca justa de rebeldía adolescente que no alcanzaba la rebeldía. El cabello suelto cayéndole por encima de los hombros delataba la libertad que, dentro de los parámetros aceptables, estaba segura de la que era dueña.  


- ¿Emocionado por el gran día? – me preguntó, con genuina curiosidad. 


“¿Emoción? ¡Por favor! ¿Cómo podría emocionarme un bodrio risible cuyo único objetivo es satisfacer mi ego y deslindarme de la realidad que tengo que afrontar esta misma noche? Cuando llevas una doble vida durante un tiempo, cualquier cosa relacionada a la aparente normalidad de tu persona resulta aburrida, estúpida y sosa” 


- Solo estoy cumpliendo doce, ni que hubiera descubierto la cura del cáncer – reí al hacer aquel algo desatinado último comentario, guardando mis pensamientos en el cajón de las cosas que bajo ninguna circunstancia debería decir.
 


Y aun así, había algo en el hablar con ella que no lo hacía para nada desatinado. Me entendía, tal vez como muy pocos lo hacían en aquel entonces. Su sonrisa exasperada y los ojos en blanco que puso me lo demostraban. A pesar de no conocerme en realidad, sin tener idea de que no era ni por asomo lo que ella y muchas otras personas pensaba que era, hacía un genuino esfuerzo por comprender, por ofrecerme su amistad.


En momentos como ese, me debatía entre confesarle la verdad, pero aquello solo la habría convertido en un objetivo y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir.


- Yo sé que dices eso ahora y por dentro te estás muriendo de ganas de que todo el mundo te salude – movió la cabeza de lado a lado.


- ¡Me descubriste! – Fui yo el que puso los ojos en blanco, alzando los brazos al cielo. 


Me sonrió, desarmándome un poco. No siempre me sucedía el renunciar a mis convicciones algo sombrías a primera hora del día, pero esta chica bien lo habría merecido. 


Le sonreí de vuelta y me di cuenta de que era la primera vez que lo hacía en lo que llevaba de aquel día. 


Empezamos a caminar juntos, mientras pensé que a lo mejor aquel cumpleaños no iba a ser tan malo como creía.

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