El camino al
colegio siempre era parte de mi tortura cotidiana y, por supuesto, no esperaba
que fuera diferente solo por tratarse de mi cumpleaños. Tenía que cruzar por la
plaza principal del pueblo, por la que transitaban otros escolares apresurados
y trabajadores varios. Todos ensimismados en sus diatribas personales, tratando
de robarle minutos a un tiempo que nos iba dejando atrás cada vez más rápido.
Ensimismado en
mis pensamientos, caminaba tratando de no prestar atención a los grupos de adolescentes
que parecían divertirse entre risas y algarabío, sin embargo, aquel día me estaba
costando más esfuerzo del necesario. Era inevitable que al cumplir un año más
de vida, tomase conciencia de la incesante soledad que comenzaba a erigirse encima
de mí.
Por supuesto, no
ayudaba mucho que la neblina de la mañana se fuera tornando cada vez más
espesa, tanto que me dificultaba el poder fijarme si iba en la dirección
correcta.
- ¡Alex!
La dulce nota de
una voz femenina me tomó por sorpresa, salvándome un poco de perderme entre la
niebla y mis tribulaciones internas. Me giré a buscar el lugar de donde
provenía y mis ojos se toparon en la simpática mujercita que corría dando brincos
hacia mí. Su amplia sonrisa me incomodaba un poco… ¿qué motivos podía tener
alguien para ser feliz a tan temprana hora de la mañana? Aquello me inspiraba
un poco de desconfianza pero, después de todo, podían ser también mis propios
temores infundados.
- Hola, Andrea –
el tono monótono de mi voz no hacía más que contrastar con la incesante
vivacidad de sus ojos rebuscando algún atisbo de alegría en mi rostro.
- ¡Happy Birthday!
– dijo, con una exquisita pronunciación inglesa que se me hizo divertida
- Gracias–
respondí, tratando de infundirle alguna clase de emoción a mi voz – nada como
hacerse un año más viejo, ¿no?
Ella solo atinó
a reír, divertida. Momento que aproveché para mirarla con detenimiento por un
momento.
Era mi compañera
de pupitre, a la que había conocido a inicios de año al transferirse de una
escuela privada de la capital. El por qué su familia había decidido internarse
en un pueblo más o menos remoto, cambiando su vida apacible en la capital era
un misterio para mí.
Su rostro redondo
de pómulos marcados, la nariz pequeña, casi respingada y un par de deliciosos
labios finos que eran el sueño de muchos de los chicos en el colegio. Un par de
pestañas que muchas otras chicas mayores que nosotros envidiaban y unos ojos
marrón chocolate grandes y curiosos como muy pocos.
Era pequeña,
estaría entre el metro sesenta y pocos, sin embargo, se empezaban a adivinar
unas incipientes formas de mujer en desarrollo. La falda unos centímetros más
arriba de la rodilla hacía adivinar un poco de su carácter, indomable como ella
sola y con la pizca justa de rebeldía adolescente que no alcanzaba la rebeldía.
El cabello suelto cayéndole por encima de los hombros delataba la libertad que,
dentro de los parámetros aceptables, estaba segura de la que era dueña.
- ¿Emocionado
por el gran día? – me preguntó, con genuina curiosidad.
“¿Emoción? ¡Por
favor! ¿Cómo podría emocionarme un bodrio risible cuyo único objetivo es
satisfacer mi ego y deslindarme de la realidad que tengo que afrontar esta misma
noche? Cuando llevas una doble vida durante un tiempo, cualquier cosa
relacionada a la aparente normalidad de tu persona resulta aburrida,
estúpida y sosa”
- Solo
estoy cumpliendo doce, ni que hubiera descubierto la cura del cáncer – reí al
hacer aquel algo desatinado último comentario, guardando mis pensamientos en el
cajón de las cosas que bajo ninguna circunstancia debería decir.
Y aun así, había
algo en el hablar con ella que no lo hacía para nada desatinado. Me entendía,
tal vez como muy pocos lo hacían en aquel entonces. Su sonrisa exasperada y los
ojos en blanco que puso me lo demostraban. A pesar de no
conocerme en realidad, sin tener idea de que no era ni por asomo lo que ella y
muchas otras personas pensaba que era, hacía un genuino esfuerzo por
comprender, por ofrecerme su amistad.
En momentos como
ese, me debatía entre confesarle la verdad, pero aquello solo la habría convertido
en un objetivo y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir.
- Yo sé que
dices eso ahora y por dentro te estás muriendo de ganas de que todo el mundo te
salude – movió la cabeza de lado a lado.
- ¡Me
descubriste! – Fui yo el que puso los ojos en blanco, alzando los brazos al
cielo.
Me sonrió,
desarmándome un poco. No siempre me sucedía el renunciar a mis convicciones algo
sombrías a primera hora del día, pero esta chica bien lo habría merecido.
Le sonreí de
vuelta y me di cuenta de que era la primera vez que lo hacía en lo que llevaba
de aquel día.
Empezamos a
caminar juntos, mientras pensé que a lo mejor aquel cumpleaños no iba a ser tan
malo como creía.