domingo, 10 de enero de 2016

La última Sombra de la noche: Días Nuevos

Habían sido días bastante tranquilos.

Aun ante la inminencia de mi partida y con algunos cuantos asuntos pendientes por resolver, ninguna desesperación parecía agobiarme, es más, me sentía relajado. Lo suficiente como para saber que todo terminaría solucionándose de alguna manera misteriosa, de esas que emplea la vida para ocultarte sus más íntimos secretos.

Todo parecía marchar bien y, en un recóndito espacio de mi ser, aquello me preocupaba.

Por supuesto, no era que no me agradase la sensación de calma, paz y tranquilidad, es solo que no terminaba de acostumbrarme a la idea de que no hubiera una repentina sacudida de realidad que me devolviese a mi “mundo real”, a aquel que tan bien conocía, aquel al que estaba tan acostumbrado.

Aquel que finalmente parecía haber dejado atrás.

Y así, cada día se presentaba como una nueva oportunidad de convertirme en la mejor versión de mí mismo, aquella que podía lograr objetivos antes inalcanzables y sentirse orgulloso de ellos. Aquella versión de mí que no tenía nada que ocultar. Porque era un libro abierto, porque no tenía todas las respuestas, pero tampoco esperaba que alguien hiciera todas las preguntas.

Después de todo, ¿quién iba a ser capaz de hacerlas?

Aunque no terminase de acostumbrarme a la relativamente nueva calma imperante en mis días, aunque todavía hubiese un resquicio de actitud desafiante y encrespada, encontraba agradable la sensación de vivir en paz. De, finalmente, esperar una cuenta regresiva, pero no una que acabase con mi vida, sino una que le diese un nuevo sentido y un nuevo horizonte.

No podía terminar con el asunto de las despedidas, siempre inventándome cierto tipo de falta de tiempo y ganas. Y es que a mí se me hace difícil despedirme hasta de quien recién conozco. Sentía que el tiempo no pasaba como debería, pero no era así. En realidad, los minutos se me escurrían como agua entre los dedos.

Fue durante esos días que la noticia del secuestro del pequeño Ramiro Castillo se me presentó como la ruptura del paradigma al que ya me venía acostumbrando.

Ramiro Castillo era un muchacho de 12 años. Siempre lo había visto como la antítesis de lo que yo había sido a su edad. Un muchacho que, a pesar de las condiciones del lugar donde vivía, había sabido salir adelante con el escaso apoyo de su familia y logrado ser un deportista reconocido. Y sí, el ajedrez es un deporte, por si te pensabas lo contrario.

Las noticias de la localidad se volcaron a cubrir el secuestro del chico durante la semana siguiente. Se decía que había sido un ajuste de cuentas entre pandillas rivales. ¿No lo había mencionado? El papá de Ramiro era un avezado delincuente líder de una de las pandillas más peligrosas que operaba en Santa María de la Redención.

Sí, no me lo digas…es el nombre más irónico concebido jamás para tratarse de un asentamiento humano. 

Con todo y eso, Ramiro Castillo no había elegido seguir los pasos de su padre, sin embargo, resultaba un premio gordo en una transacción peligrosa.

“Genial”, me dirás, “¿Y todo esto que tiene que ver contigo?”

No mucho, en realidad. No tiene mucho que ver con la situación en la que se encuentra mi vida ahora. No tiene nada que ver con mi paz, con mi tranquilidad. Con la inminente llegada de mi nuevo futuro. No, no tiene nada que ver con eso.

Y al mismo tiempo, tiene que ver con aquella parte de mi vida que día tras día luchaba desesperadamente por enterrar en el frondoso bosque de mis recuerdos. Aquella vida que había consumido mi existencia como una tenue vela encendida durante la noche.

En otro momento, seguramente que habría hecho algo. ¡Cuál algo! De seguro yo habría encontrado al chico. Ya lo había hecho antes, él quizás no lo recordaba…o a lo mejor sí. Después de todo, no siempre te rescata un hombre enmascarado vestido de negro y con voz de ultratumba.

Esas son cosas que no se olvidan solo porque sí.

Pero esos eran retazos olvidados de otra persona que intentaba no ser yo. De un ser que había consumido mi vida poco a poco, de un ser que me miraba desde un oscuro rincón de mi ser, aguardando, sigiloso, al menor descuido. Las pesadillas por las noches eran la prueba de ello. Uno puede engañar a la gente, pero no puedes engañarte a ti mismo.

Su rostro, blanco, inexpresivo y con los orificios que llevaba en lugar de ojos. Una máscara que había representado tantas cosas en el pasado y que ahora solo representaba todas mis derrotas y toda aquella gente a quien le había fallado.

Todas las personas que había perdido y todo el tiempo que había desperdiciado.

No era la vida que uno quisiera para sí mismo, ¿verdad? Y aunque suene disparatado, en cuanto supe del secuestro del pequeño Ramiro Castillo, supe que faltaba muy poco para que yo terminara involucrándome en la situación.


Era solo cuestión de tiempo. 

martes, 5 de enero de 2016

Aquello que nunca fue...


Él la quiso. ¡Dios si la quiso!

Ella lo quiso. ¡Vaya si lo quiso!

Es curioso como a veces lo único que debería bastar y ser suficiente, no lo es.

No es una de esas historias bonitas en las que hay un beso y una declaración de amor. La de ellos fue una historia bonita, de esas de verdad. Aquellas en las que quieres con el corazón en la mano, con lo mejor de uno. No hubo besos ni caricias. Mucho menos abrazos ni susurros tiernos en la oscuridad.

Nunca hubo nada de eso.

Él se dormía mirando la pantalla del teléfono. Veía su nombre y debajo aparecía un solemne “Escribiendo…”. Sus ojos le ganaban la batalla por no cerrarse, pero él parecía inmolarse en una lucha eterna por no caer en las fauces de aquel sueño tentador, aquel que le mostraba el rostro de ella. Un nirvana infinito que terminaba tal y como comenzó.

Con el sonido de la alarma anunciándole un nuevo día que comenzaba.

Ella lo recordaba a través del cristal que daba a la calle en un asiento de transporte público, mientras viajaba a un destino imaginario. Hubiera deseado que él estuviese a su lado, diciéndole todas esas cosas maravillosas que acompañaban a sus mensajes junto con algunos emoticonos y signos de exclamación. Porque a veces tanto cariño no cabe en un “<3”. Hubiera querido recostarse en su hombro y soñar con esa tranquilidad que él le prometía.

Pero era un sueño, era una fantasía que ambos habían construido en complicidad.

Era un refugio al que corrían al sentir la pesadumbre de la cotidianeidad. Un nido de amor virtual en el que jamás podrían rozar sus labios ni tocar sus rostros con las yemas de los dedos. Un pequeño espacio que no existía realmente como tal. Separados por un “Escribiendo…”, las promesas más eternas y sinceras se erigían como columnas de un templo en el que los únicos dioses eran ellos.

No había realidad, pero aquello era más real de lo que alguna vez hubieran podido imaginar.

Él la quiso y ella lo quiso, ¿Qué fue lo que sucedió, entonces?

Él la imaginaba mientras garabateaba un dibujo inexpresivo en su cuaderno de apuntes. Un maestro hablaba, pero eran palabras lejanas. Él trataba de recordar el sonido de su voz, un audio de menos de un minuto. “Te quiero”, había dicho ella y la explosión de felicidad en su pecho había sido irreprimible. Ahora trataba de aferrarse a ese recuerdo, pero se le escapaba entre las frivolidades en las que se encontraba sumergido.

La nostalgia amenazaba con carcomerlo desde el interior. Porque se puede luchar contra cualquier obstáculo, menos contra la pena.

Ella no sabía que responder cuando él lanzaba esas manifestaciones descaradas de cariño bueno. A veces se abrumaba. Sabía que lo quería, sabía lo que él valía. Pero también sabía lo que ella valía y no le parecía que lo mereciera. A veces solo hubiera querido correr y abrazarlo, sentirse segura al compás de los latidos de su corazón, ahí, repicando por ella. Saltando jubilosamente solo al contemplar su rostro. Tan solo eso pudo haber sido suficiente.

Pero su determinación no era tan fuerte como sus sentimientos por él.

A veces imaginaban una vida, juntos. Una en la que eran felices. Ella sonreía, con esa hermosa sonrisa de portada y él, cuanto no menos, hacía el esfuerzo. Porque siempre supo que ella estaba fuera de su liga, pero ella le había tendido unas exquisitas escaleras imaginarias que lo habían colocado justo donde necesitaba estar. A su lado. Por y para ella, justo donde ella quería que estuviese.

Imaginaban, soñaban y compartían. Dos almas enamoradas que no hacían más que quererse la una a la otra. Tal vez fue eso, quizás fue que debieron hacer más que solo querer.

Una canción sonaba en sus oídos y él cerraba los ojos. Se imaginaba a su lado. Bailaba suavemente. La llevaba, cual gala importantísima, lentamente por la cintura. Giraban, ella sonreía. ¡Dios! ¡Qué no hubiera hecho por esa sonrisa! El compás que marcaba la música era de esos que desearías que nunca se termine.

Como aquellos sueños de los que nunca quieres despertar.

Ella solo reía así con él. Le faltaba su presencia, pero no estaba segura de desearla. ¿Qué lo hacía diferente? Algo raro le pasaba, algo que a ella no le había sucedido en mucho tiempo. Nunca había visto su rostro y, ciertamente, había visto otros mejores. Pero era él. Con sus tonterías, con sus comentarios inoportunos, con su forma de quererla, con su forma de inmolarse, con su virtud y su gracia que le estaban ganando una guerra que se rehusaba a perder.

Era un juego peligroso, y él había comenzado a llevarle la delantera.

Nunca hubo nada, pero igual y lo tuvieron todo. El mundo pudo haber sido de ambos. Eran jóvenes, eran ellos y no importaba nada más. Él solo hubiera querido pedirle que lo recuerde como lo que fue en su vida. Aquel que nunca estuvo pero que nunca le faltó. Ella solo hubiera querido decirle que no sea tan “él”, que la vida no era un idilio, que el amor no es como en las películas.

Pero luego venía él y le prometía el mundo, y por alguna razón extraña, no parecía una mentira. No podía serlo, incluso aunque ella no se lo hubiera imaginado. Desde la soledad de su habitación, él se dedicó a construir un castillo imaginario para ella, solo para ella. Un castillo que solo podía ser habitado por ambos. Nunca entró, nunca hubiera podido hacerlo solo. Todo estaba listo, solo faltaba ella.

Siempre faltaba ella.

Ella besaba otros labios, pero imaginaba a qué le habrían sabido los de él. Tomaba otras manos entre sus manos y tocaba otros rostros con las yemas de sus dedos. Y prometía futuros infinitos y sentimientos malditos a otros.

Pero en un rincón de su alma, se imaginaba prometiéndoselos a él.

Él no besaba otros labios hacía un buen tiempo ya. Había olvidado lo que era sentir la calidez de un cuerpo femenino tendido junto al suyo. La cama se le hacía un océano inmenso en el que hasta su soledad lo abandonaba. A veces pensaba en ella y en todo lo que le había prometido. Hubiera querido escribirle, pero ya no era lo mismo.

Él no era el mismo y ahora tenía que dedicarse a destruir ese castillo de sueños que había erigido a una musa a la que había abandonado.

Porque la vida toma rumbos extraños, pero válidos. Y te golpea.

Y te enseña.

Pero te duele.

Alguien te dice que el tiempo cura todas las heridas. Pero ¿qué haces si es que no fuera así?

Aprendes a cargar con él todos los días de tu vida. Aprendes que a veces no tienes que ganar, solo tienes que sobrevivir.

Ella lo aprendió, ella fue fuerte.

Él también lo aprendió. Él no era fuerte, pero era un luchador.

A veces se recordaban el uno al otro y la nostalgia rondaba por sus mentes. “Uno nunca olvida, simplemente deja de recordar”, le había dicho él. Mientras ella prefería no pensar en sus palabras aferrándose a otros brazos que le prometían curar todas sus heridas.

Y es que el amor es una de esas heridas que nunca cicatrizan.

Él la quiso. ¡Dios si la quiso!

Ella lo quiso. ¡Vaya si lo quiso!

Debió ser suficiente. Hubieran querido que lo sea.


Pero no lo fue.


lunes, 4 de enero de 2016

Explicaciones que no me pediste

En los últimos días, fui víctima del contagioso optimismo generalizado por los días festivos. Navidad, Año Nuevo y todo eso. Y sí, también engordé como el 85% de la población e ingerí más alcohol del que puedo recordar, sin embargo, no escribo esta entrada para contarles sobre cómo transcurrieron las fiestas de fin de año porque, seamos sinceros, pasados el jolgorio y la algarabía de los festivos, cuando alguien publica la “genial” forma en la que los disfrutó, lo único que nos queda a los demás es ese sentimiento de “Ya, ¿y a mí que chu?”.

Por eso es que esta publicación no tiene ningún afán de compartir con ustedes, queridos lectores, sobre cómo pasé o no pasé mis festivos (o qué pasó y no pasó, en todo caso). Ya sé que nadie varios se deben estar preguntando “Oye, ¿no habías cambiado Blogger por una plataforma más hipster y pinky friendly?”.

Pues la respuesta es sí y no. Como mencioné líneas arriba, es cierto que uno se contagia con esa infecciosa euforia diabólica y se propone metas inalcanzables optimistas para el nuevo año. Yo, por ejemplo, pretendiendo usar Wix como una manera menos emo y escala de grises más amigable y colorida para los lectores.

No me malinterpreten. Wix resultó ser una plataforma genial, es solo que requiere dedicarle mayor tiempo del que le dedicó a Blogger. Además, estuve reflexionando un poco en estos días y llegué a la conclusión de que, si eres bueno en algo y a la gente parece gustarle, ¿por qué tienes que cambiarlo? ¡Apunta eso, Burger King!

Así que por una parte era eso, estamos de vuelta en Blogger, luego de la mudanza más corta e innecesaria de toda la historia de la World Wide Web. No digo que vaya a descartar la idea de Wix para siempre, es solo que por el momento, me parecería demasiado apurado y poco planificado el hecho de “irnos a otra plataforma” solo porque sí. Además, por el lado de los “beneficios” dinero y chucherías, Blogger me permite interconectar la cuenta con Analytics y así saber cuántas personas han visitado la página, desde dónde, con qué navegador, con qué sistema operativo, con qué modelo de móvil celular, (¡Por amor de Dios, que eres peruano, hombre!), desde qué parte de la casa, si estaban en sus cuartos o en el baño, si había papel higiénico o sí se acabó el agua, etc.

Entonces, ¿por qué sacrificar todas estas ventajas en un impulso de optimismo descartable? No tiene ninguna razón de ser. Dicho esto, procedo a darle las gracias a Wix como la canilla al aire que fue (Lo nuestro es serio, Blogger, cariño). Por otra parte, luego de toda esta explicación que se pudo haber resumido en un “We are back, bitches! Haters gonna hate!”, nos quedamos sin nada más.

“¿Qué?”

Pues sí, la verdad es que no tengo nada más, amigos. Eso era todo.

“¿No puedes improvisar o algo así?”

Acabo de prometer que no iba a contar lo de los festivos y eso, no quiero perder todo el poco respeto de mis lectores, ¿sabes?

¡Bah! ¡Ya qué!

Después de este pequeño paréntesis explicativo-descriptivo, me pongo a pensar: ¿Es acaso el optimismo una enfermedad contagiosa? Digo, se ve a tantísima gente publicando en redes sociales varias y demás sus buenos deseos, sus nuevas metas, sus próximos pasos a seguir. Todo. Nos dan un insight general a sus vidas y yo no puedo evitar preguntarme: Si tuviéramos que hacer un balance general de todo lo que prometieron, desearon, esperaron conseguir y demás, ¿qué resultados obtendríamos? ¿Los publicarían tan igual como en vísperas de nuevo año?

¿Pues sabes una cosa? Yo no lo creo.

Y antes de que por ahí alguien me llame fatalista o deprimente, u hombre de poca fe. Pues miren, es muy sencillo. El año nuevo, las festividades, se repiten año tras año, diciembre tras diciembre y así, recibimos todos los dos mil habidos y por haber, sin embargo, el hecho de que el año sea “nuevo”, no implica que lo seamos nosotros por igual.

Esto a pesar de todas las imágenes publicadas en las que las personas se trazan objetivos surrealistas que no harán más que recordarles sus propias limitaciones a finales de año, sus propios “sí, lo intenté…pero no pude” y es un círculo vicioso de nunca acabar.

Entonces, para los que estaban esperando un estado en el que hablase de una chica, de alguna historia de ficción o demás tipo de cosas a las que los tengo acostumbrados en este blog, pues lo siento. ¡Wao! Sí, lo sé. ¿Qué esperaban? Ya para variar un poco, cambiemos de tema. Ya habrán más de 350 días para poder escribir sobre las cosas de siempre, como dije, tampoco es que conozca una mujer a diario para escribirle algunas líneas en este espacio.

Por lo que esto solo pretende ser una reflexión. Lo sé, no soy un escritor renombrado ni reconocido de esos que puedes publicar una foto junto con alguna frase puñetera que probablemente él o ella no dijo, pero desde donde sea que leas estas líneas, quizás te sirvan, tal vez no. Nadie lo sabe.

Por eso mi consejo es el siguiente: Desconéctate un poco de lo habitual, si quieres publicar todos tus objetivos del 2016, ¡hazlo! Pero hazlo en tu mente o publícalos en tu habitación, para variar. Recuérdatelos todos los días 24/7. Nadie vendrá y los conseguirá por ti, ¿sabes? Porque nadie te enseña a vivir la vida, TU vida. Es como la escuela. Nunca te enseñan a pagar cuentas o a postular a un trabajo, pero sí que te enseñan funciones polinomiales y esas boludeces que probablemente nunca vuelvas a utilizar en la vida.


Este fue un comunicado no oficial, no necesario y no requerido de parte de la administración de “El Milagro de tu Existencia”, contrario a lo que puede parecer, la vida no es tan mierda, mis amigos. Y está únicamente en nuestras manos el hacerla un mejor lugar para, ya saben, vivir.