jueves, 30 de noviembre de 2017

La vecina del quinto

La vecina del quinto sospecha de lo que hago.

Sé que me escucha, atenta, durante las noches. No sé si atenta a que no me mate por accidente o atenta por la curiosidad morbosa de quien no tiene nada más que hacer con su vida. Quisiera creer que aquella mujer, que nunca me ha visto ni me verá, se preocupa por mí. Claro, me encantaría poder convencerme de eso pues significaría que hay otra persona en mi vida dispuesta a atravesar por aquello que algunas otras no pudieron comprender.

Sé que ella me escucha, detrás de la ventana y entre sus accesos de tos crónica, a lo mejor se pregunta qué hago cuando todos duermen. Tal vez se cuestiona por los motivos que me llevan a usar el tragaluz y no las escaleras, como la gente común y corriente. Quizás no esté segura de que sea un vecino del edificio, a lo mejor piensa que soy un ladrón, un hombre malo que llega por las noches a hacer daño.

La vecina del quinto, quizás, no se equivoca.

Por las mañanas, el violento sonido de su tos convulsa me despierta, me avisa. Por las noches, son sus quejidos los que me sacan del trance de mi cotidianeidad, los que me recuerdan que ni siquiera viajando miles de kilómetros puedes escapar de quien eres en realidad.

O de quien quieres ser.

De cuando en cuando la veo acercarse a la ventana, con la esperanza de verme. A veces me pregunto si tiene algo que decirme, si intentará disuadirme o si se identificará con todas las tribulaciones internas y acopios de fuerza que hago para adentrarme en los rincones olvidados de las noches frías en la ciudad.

Tal vez no, pero ya daría yo la poca vida que me queda porque fuese así. Es porque tal vez la vecina del quinto me representa a toda esa gente que alguna vez ha estado ahí, esperando con el corazón en las manos, detrás de una ventana, preguntándose a sí misma si será aquella noche la última.

Quizás por eso la vecina del quinto y yo tenemos una relación que ninguno de los dos conoce pero sin la que ninguno de los dos podría hacer bien lo que mejor sabe hacer, aunque ella solo espere la muerte y yo solo muera en la espera.

En ocasiones, cuando la debilidad es más fuerte que mi instinto, quisiera huir, clamar por ayuda, regresar a otro momento en la vida pero cada vez hay menos personas en quienes pueda confiar. Tal vez sea mi paranoia o a lo mejor es que todavía vivo con la esperanza de que mis muertos vuelvan a habitar mi mente.

Y es en momentos como ese, en el que me gustaría conocer a la vecina del quinto, confesarle como el miedo me consume por dentro mientras la soledad mira complacida desde un rincón, contarle de cómo el valor ya no es suficiente y pedirle que me haga un lugar en su vida puesto que la mía ya no alcanza para seguir adelante.

Pero eso no va a suceder, yo voy a seguir usando el tragaluz por las noches, buscando una equivocada razón para seguir adelante y ella, seguirá esperando, curiosa, a ver si será esa la noche en la que un mal cálculo deshará mis planes.

Sin que ninguno de los dos sea consciente de lo sintonizados que están nuestros corazones con la frecuencia del dolor, volveremos a interpretar nuestros papeles una vez más. 

A lo mejor por la mañana, cuando evite ver mi rostro en el espejo, recordaré a la vecina del quinto, pensaré en todo lo que representa para mí y así, tal vez sea un poco más fácil regresar a la realidad.


Aunque después vuelva a dejarla atrás.

martes, 14 de noviembre de 2017

Espacio-Tiempo

Despierto por la mañana, me estiro un poco sobre la cama, me revuelvo e intento arrancar de mi cuerpo la sábana única con la que intento abrigarme incluso las malas intenciones. A veces tengo un brazo dormido que demora en despertar, el pánico se apodera de mí durante los 2 minutos en los que pienso que no recuperaré la movilidad de mi extremidad, pero no, ya está operativo al 100% de nuevo. 

Tanteo sobre la cama todavía medio dormido, ahí está mi teléfono. Lo acerco a mi cara y el brillo de la pantalla me termina de completar el mal humor de haber despertado en la mejor parte del sueño, ¿por qué siempre olvido bajar el brillo a 0 si siempre me prometo hacerlo la noche anterior?

No importa, ya estoy leyendo todas las notificaciones en mi pantalla. Veo la hora de mis mensajes: las 3am, las 4am, las 5am en Barcelona. Como mi mente todavía no está al 100% de su capacidad (lo cual hace que me pregunte si alguna vez lo habrá estado), reviso la aplicación de reloj internacional para asegurarme de la hora en Lima, Perú.

Madrugada, todos duermen al otro lado del charco. Escribo mis respuestas en formas variadas: mensajes de texto con letras cambiadas, audios de Whatsapp con voz de ultratumba, videos cubriendo mi rostro, ya sabes, lo típico de apenas estar despertando.

Mediodía en Barcelona así que tengo que estar listo. En menos de una hora todos comenzarán a despertar en Lima. Apresuro el paso con lo que sea que esté haciendo, tengo que terminar antes de que la avalancha de amigos empiece a reportarse otra vez. A partir de la 1pm comienzan a llegar los mensajes, yo ya llevo la mitad del día a cuestas y ellos apenas están comenzando a pasar por el mismo tedioso ritual matutino que yo hace 6 horas. 7 en verano… ¿O era al revés?

A veces mientras viajo en tren y leo aquellos mensajes con horas de diferencia me da la impresión de que mi estación destino me llevará a casa de nuevo, que no me bajaré frente al mar, que no veré las olas retumbando las caminatas tranquilas de la gente abrigada ante el frío devastador y que en cambio, estaré en casa, cruzaré aquel parque que tantos momentos me ha guardado y divisaré mi puerta, desde antes de cruzar la calle.

Pequeñas felicidades en la vida.

Pero hoy no es ese día. Bajo del tren, ahí está la gente de nuevo, y las olas. Una valla me separa de la arena y el mar. Camino a casa, la nueva casa, una de las casas. En la calle la mayoría de gente habla otro idioma, muchos sonríen, las personas aquí son un poco más amables y menos ensimismadas. Tal vez por eso es que me siento extraño, porque en mi mente estoy cruzando mi parque de siempre.

Cae la noche y no hay despedidas, simplemente me quedo dormido en el momento menos pensado. Es un acuerdo tácito entre amigos, ustedes duermen y yo espero hasta el día siguiente manteniendo nuestros recuerdos intactos en mi mente. 

Porque cuando hacemos el truco aquel de traspasar las barreras del espacio-tiempo con nuestras conversaciones en diferentes husos horarios y en territorios a kilómetros de distancia, me siento menos solo.


Y así está bien, créeme. No podría ser mejor.