jueves, 2 de agosto de 2018

In tardus mortem


Había sido una pésima idea de principio a fin.

Al trepidante sonido de la lluvia cayéndome encima se le sumaba el de mi respiración entrecortada, tal vez por el hecho de tener la tráquea un poco obstruida. A lo lejos, podía oír también el agua del río dándose de golpes contra las piedras en la orilla, el agitado caudal parecía bramar, furioso, esperando ser alimentado.  Como clamando una vida. 

Mi vida. 

Quise recordar las circunstancias que me habían llevado a la situación en la que me encontraba, sin embargo, mi mente encontraba difícil el poder concentrarse en pensar con la peluda mano de aquel hombre presionando mi cuello con una fuerza abrumadora. El oxígeno dejaba de ser suficiente y mis manos se aferraban y golpeaban, desesperadas, la cara de mi verdugo en un intento inútil por liberarme. 

¿Por qué era que siempre me terminaba encontrando en esas situaciones? Supongo que tenía que ver con mis ganas e insistencia idiota en entrometerme en asuntos que poco o nada tenían que ver conmigo. Mi altruísmo mal direccionado no iba a costarme más que ninguna boda y un solo funeral. 

Y aunque resultaba irónica la contraposición entre mi desesperación ante la muerte próxima y su placer ante el sufrimiento ajeno, no pude evitar reparar en cómo dos personas podían encontrarse en posiciones tan diametralmente distintas en un momento aleatorio indeterminado. Aquello me recordó a las circunstancias en las que había coincidido en la vida con todas aquellas personas...

Todas aquellas personas que mañana por la mañana tal vez estarían lamentando mi partida.

¿Había sido todo una mentira? 

Mis palabras, mis intenciones, mis promesas. Nada era real, solo la inminencia del final. 

¿Lo peor? Solo en ese momento pude darme cuenta de que en realidad no quería morir.

Apretando mi cuello aún con más fuerza, el hombre me miró fijamente y sonrió. Las arrugadas comisuras de sus labios delataban que solo guardaba sus sonrisas para momentos de tremenda satisfacción sádica.

Dentro de mi confusión, sentí dolor. Dolor y una pena inmensa. Tantas cosas que me quedaron pendientes por hacer y por vivir, después de todo, ni siquiera tenía un cuarto de siglo y siempre me había resultado muy curiosa la frase "muy joven para morir". 

Supuse que eran nuevos límites que mi destino estaba dispuesto a cruzar.

- Hay algo que quiero saber – a pesar de la lluvia estrepitosa, su voz sonaba clara y pausada, el hombre se sabía victorioso y pretendía disfrutar cada segundo de su acto final, tan solo estaba legitimando su triunfo - ¿Qué ganaste con todo esto? 

Su poderoso brazo me arrojó con violencia al suelo. La polvareda me atosigó los pulmones, no podía inhalar y me sentía desfallecer, me retorcí en el sitio donde había caído durante unos segundos, tratando de respirar, intentando aferrarme a la vida que me abandonaba. No había terminado de recuperar el aire necesario, cuando un puntapié me encajó directo en el abdomen. 

Si eso no había sido mi diafragma, algo más había reventado en mi interior. 

Genial, ahora tenía una hemorragia interna. 

A medida que iba sintiendo la calidez de mi sangre invadir mis entrañas, intenté pensar en una respuesta coherente a su pregunta. Tenía todo el sentido del mundo, al fin y al cabo. ¿Qué había ganado con todo esto? 

Soledad, vacío, pena, culpa. Nada de esto contaba como algo digno de "ganar" pero era mucho de lo que había obtenido a lo largo de todo el tiempo que asumí lo que tenía que hacer. Perder gente importante en mi vida por el simple hecho de negarme a arriesgar sus vidas tan solo por cruzarme en las suyas. Las muchas oportunidades que tuve que dejar pasar como si nunca hubieran existido. 

No había vuelto a besar a alguien en más de dos años y medio, maldita sea.  

Ese era yo, muriéndome inundando por mi propia sangre y pensando en quien podría haber sido mi último beso. Un clásico.

-¡¿Por qué?!  – en su grito pude sentir un odio visceral del que probablemente era absoluto merecedor.

-Yo… tengo… - me costaba encontrar las palabras adecuadas, era como si hubiese olvidado cómo articular – Tengo que volver…

Volvió a sonreír, sorprendido ante la ingenuidad de mi afirmación. Alcancé a ponerme de rodillas, apoyando las manos contra la tierra que mi cara había restregado hacía tan solo un momento, levanté la mirada hacia él, aquel sujeto que había logrado romper no solo mi cuerpo sino mi espíritu, aquel que había conseguido evaporar los delicados límites dibujados entre mis dos vidas hasta convertirme en una aberración que desconocía donde comenzaba una y terminaba la otra. 

No recordaba la última vez que había sentido un miedo genuino haciendo lo que hacía, pero en ese momento, un frío terrorífico me recorrió la columna vertebral, paralizándome el cuerpo.

-Por favor…

Quise gritar, llorar, decirle que solo había sido un chico asustado que se tomó aquel juego demasiado en serio. Un peón del destino que había soñado con ser alfil, con ser más de lo que debía. Un tonto que había prometido cosas imposibles de cumplir, un joven equivocado que olvidó cuál era su lugar en el mundo

Un niño descuidado que no cayó en la cuenta de las consecuencias que iban a tener sus acciones.

-Te advertí lo que iba a pasar – sabiéndose vencedor, ni siquiera me miró – Aun así, aquí estamos. 

Conseguí recordar algunos fragmentos de lo que había sucedido antes de llegar hasta aquel lugar, las promesas que hice y las personas que dejé atrás. Pensé en la esperanza que se iba apagando a medida que me iba acercando a mi destino. Pensé también en la ciudad, mi ciudad, y no pude evitar preguntarme si después de la catástrofe quedaría alguien dispuesto a sacrificar su propia vida de la manera en que yo lo hacía ahora. 

Como si de un pensamiento automático se tratara, no pude evitar pensar en Delia. Después de todo, si esto había llegado tan lejos, era por ella. Aun desde la ausencia de su muerte, había encontrado la manera de nunca faltarme. Su recuerdo había acompañado cada una de las acciones que me llevaron hasta aquel instante, alentándome a ser la persona que ella supo reconocer y que yo nunca había conseguido volver a encontrar. 

¿Por qué, Delia? 

El tipo me arrancó de mis desvaríos al levantarme en vilo por el cuello otra vez, sin siquiera haber alcanzado a inhalar una sola bocanada de aire. Ya no me alcanzaban fuerzas para luchar, mis brazos no respondían, mis piernas bien podrían haber no estado ahí. Sentía mi corazón batirse en una lucha a muerte contra el tiempo que me quedaba y podía escuchar mis latidos, haciéndose cada vez más lejanos.

-Serás un buen ejemplo – proclamó el tipo.

Me miró una vez más, una última vez. En sus satisfechos ojos negros pude ver reflejado el despojo de vida que alguna vez había sido yo. 

- Este es tu legado… Nada. 

Habiendo dicho esto, me arrojó cuesta abajo por el montículo. 

Alcancé a pensar que podía aferrarme a alguna rama o piedra que tuviera cerca, pero descarté esta opción cuando ninguna de mis funciones motoras quiso cooperar. 

Como si de una experiencia extracorporal se tratase, me vi rodando monte abajo. La tierra ensuciaba la ropa que alguna vez había sido mi única armadura contra la intemperie y el frío de la ciudad. La noche, que siempre consideré mi aliada, esta vez era testigo de mi caída. 

En unos segundos que me parecieron años, finalmente fui a parar al agua. El sonido estruendoso que hacía el río al chocar contra las piedras parecía clamar por mi cuerpo. Como un gladiador caído que era alimentado a los leones. 

Ese era yo, el hombre que cae por ser más digno, por ser un poco merecedor de algo mejor. La corriente me arrastraba de un lado a otro, mientras mis brazos daban manotazos en un desesperado intento por sobrevivir. Las piedras golpeaban mi cuerpo en varios puntos distintos, adormeciendo mis ya inútiles piernas. 

En un último momento de conciencia, alcancé a pensar en cómo le había fallado a todos los que creyeron en mí, recordé a cada una de las personas que me habían acompañado hasta aquel momento, incluso las que ya no estaban ahí. No pude evitar la desolación al darme cuenta de que había fracasado en mi último intento por alcanzar la libertad. 

Y fue ahí que lo comprendí. 

La única libertad para mí era la muerte.

domingo, 29 de julio de 2018

Hagamos de nuevo el truco aquel en el que me golpeas y no me duele


Yo soy Sombra, pero eso no siempre es bueno. 

No solo para mí, sino también para la gente que me importa. 

Es aquí donde hago la diferencia entre mí y el hombre debajo de la máscara, sin embargo, creo que esta vez es más adecuado evitarla. Y no, no es que haya resuelto mágicamente los enrevesados entresijos de identidad que me invaden cada vez que decido ocultar mi rostro ni tampoco que haya superado en tiempo récord las mil y una inseguridades que amenazan con carcomer mi mente desde el interior. Nada de eso.

Es solo que ahora mismo no es el mejor momento para ponerme introspectivo. 

Un golpe encaja directo en el centro de la máscara, donde se supone que debería estar mi cara, me hace trastabillar y recordar la situación que tengo ante mis narices. 

- ¡Te jodiste, cagón! – el hombre que acaba de atacarme celebra su victoria, o al menos, su pequeño avance. – ¡Ya sé que andas buscando acá!

Retrocedo dos pasos, intentando poner distancia entre nosotros. ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? 

Otro golpe amenaza con encajar en mi cara de nuevo, pero esta vez consigo reaccionar a tiempo y cubrirme con el brazo izquierdo, que recibe todo el impacto. 

Qué suerte que soy diestro.

Sí, definitivamente no hay tiempo para la introspección. Aún así, voy a intentar hacer una excepción, después de todo, ¿Qué sería de Sombra sin su típica rutina introspectiva de medianoche? 

- ¿De verdad tenemos que hacer esto, Poma? – hay genuina curiosidad en mi pregunta, después de todo, ya es una danza que este personaje y yo hemos repetido varias veces en el pasado – No es que no me guste vernos, pero no sé, podríamos hacerlo tomándonos una chela o algo.

- ¡Calla, mierda! – recibo por respuesta, junto con otra andanada de golpes sin sentido que intento evitar. 

¿Qué se supone que estoy haciendo aquí? 

Sería un buen momento para que la voz en mi cabeza de mi guía espiritual muerta se hiciera presente, aunque no sé si esta noche vaya a tenerla de mi lado. 

En realidad, por la introspección y eso, podría parecer que tengo todo bajo control, ¿verdad? Pues no, nada más alejado de la realidad. En este tipo de cosas, difícilmente alguna vez tengo todo bajo control. Incluso cuando se supone que yo estoy al mando. 

Lo cual es bastante molesto. 

Esta es la parte en la que me pongo a recordar las circunstancias que me han traído hasta este punto y hago acto de contrición por cada una de ellas, pero esta vez encuentro poquísimas ganas de arrepentirme. ¿Será que estoy madurando al fin? 

- ¿Qué chucha crees? – el golpetazo de una silla rompiéndose en mi espalda me devuelve a la puta realidad de mi noche “tranquila” y de paso me deja tendido en el piso - ¿Qué porque enfriaron al otro cojudo ya eres tú el que manda acá? 

No, claro que no. Jamás habría pensado eso. Tonto de mí de pensar que el bajo mundo criminal de mi ciudad actuaría de una forma tan deshonrosa y arribista. Debí tener en cuenta la línea de sucesión natural que siempre hubo entre jefes criminales. 

Además, yo no soy el que manda ni acá ni en ningún lugar remotamente lejano. Solo soy un chivo expiatorio, pero claro, eso no venía explícito en la descripción del puesto. 

Puesto que, por cierto, fui casi obligado a aceptar. 

Apuesto a que están pensando, ¿de qué rayos hablas, Sombra? ¿Por qué estás peleándote a altas horas de la noche con un hombre que bien tiene toda la edad para ser tu padre y por un “puesto de trabajo” que pareces ni siquiera querer? 

Pues bien, permítanme responder su pregunta con otra pregunta. 

- ¡A ver, pe! – brama el sujeto - ¡Préndete ahora, conchatumadre! 

- Respeto, viejo – espeto, mientras intento cubrirme con ambos brazos. 

Estoy agachado, debería levantarme y contraatacar, aunque claro…el cuerpo a cuerpo nunca ha sido mi punto fuerte. No me he olvidado de la pregunta, es solo que estoy un poco ocupado por aquí. 

Veo un trozo de silla a unos 2 metros de mi posición y no lo dudo un segundo. 

Segundo en el que, por cierto, mi cuerpo recibe varios golpes furiosos. 

Decido que no importa, cojo el trozo de silla y reacciono de la primera manera de la que soy capaz (y de la que no me sentiré orgulloso por la mañana). 

- ¡Hijo de puta!

El sonido del golpe de la madera contra su entrepierna me causa dolor hasta a mí. El hombre cae sobre sus rodillas, agarrándose los testículos (creo) con una expresión de dolor infinito. Aprovecho el momento para conectar otro golpe, esta vez directo a su nuca. 

El siguiente sonido es el de su pesado cuerpo impactando contra el suelo. 

Genial, gané. Y solo me tomó casi 20 minutos de golpes y dolor que mañana me pasará factura. 

Ahora sí, estoy de vuelta. ¿En qué estábamos? 

¡Ah, sí! La respuesta a la pregunta con otra pregunta. 

¿Qué haces cuando el que fue tu mejor amigo convertido en sociópata compulsivo amenaza con hacerle daño a la gente que quieres, se alía con gente muy mala y peligrosa, forzándote a ti a aliarte también con gente muy mala y peligrosa, para que al final resulte que los dos grupos de gente mala y peligrosa solo buscaban una oportunidad para borrarlos a tu amigo y a ti de la ecuación, consiguiendo (lastimosamente) solo desaparecerlo a él y quedar tú con vida, teniendo que asumir un papel de “conciliador” (jaja) entre el bajo mundillo criminal de un punto perdido en una ciudad de mierda? 

Exacto, eso pensé. 

Me acerco a la repisa que hay en una esquina de la habitación en la que estamos, cuidando de no pisar al pobre hombre que está tirado a mis pies. Abro uno de los cajones y veo lo que muy posiblemente sean todos los celulares robados en mi ciudad alguna vez. 
Ahora solo tengo que encontrar el mío. ¿No es genial cuando todo sale como uno quiere? 

En fin, volviendo a la pregunta, sé lo que deben estar pensando… ¿De qué rayos está hablando, señor Sombra? 

Resulta que yo tampoco lo sé. A veces en esta vida, solo pongo el piloto automático y termino arrepintiéndome luego. Lo único de lo que estoy seguro es de que hay alguien muerto y no soy yo, lo cual, es bastante sorprendente. 

Aunque claro, si contamos la muerte emocional, es otra la historia. 

Soy el jefe, se supone que ahora la gente hace lo que yo digo, aunque nada más alejado de la realidad. Si le hubiera dicho a alguien: “necesito recuperar el teléfono de un chico (no me preguntes quién porque resulta que soy yo, solo que debajo de la máscara) porque contiene información sensible (y vergonzosa) sobre su casi relación con la que muy probablemente haya sido la chica-de-sus-sueños-que-no-lo-eligió-a-él-sino-a-un-tipo-más-normal”, a lo mejor muchos se hubieran terminado riendo de mí. 

Digo, hasta yo me reiría de lo tonto que suena aquello. 

Sin embargo, aquí estoy, peleándome a muerte con el Cuatrotetas, solo para recuperar un teléfono que, en circunstancias muy distintas, habría estado muy contento de perder. 

Y esa es la ironía de mi vida, supongo. Mientras la chica duerme plácidamente en su habitación (o en la habitación de él, maldición), yo me dejo la vida solo para que nadie en estos lares se entere de que siquiera existe. Se supone que soy el jefe y ella es feliz. Todos conseguimos lo que “queríamos”, ¿por qué me sigo encontrando en estas situaciones entonces? 

Continúo buscando entre la pila de teléfonos, sin éxito. De cuando en cuando me invaden unas ganas muy malas de quedarme con alguno, pero decido que soy mejor que eso. 

Soy mejor que eso, ¿verdad?

Probablemente no, después de todo, soy yo el que está usando la noche para robar un teléfono robado y no para dormir o estar al lado de la persona que quiero.

¿Siquiera merecía acaso la oportunidad de demostrarle algo? 

Lo único que pude hacer fue prometerme a mi mismo que iba a dejar en paz su recuerdo, porque ya nada tenía que ver conmigo, que tenía que desaparecer de su vida y tan solo esperar que pueda ser feliz.

Maldita sea, sabía que la introspección me iba a terminar haciendo sentir culpable de alguna forma. 

¡Hey, ahí esta mi teléfono! 

Enciende, por fortuna aún tiene un poco de batería. Todo está intacto. Ajustes y reviso la última copia de seguridad, ¡genial! Es la que yo había hecho. Entro a Whatsapp y veo la conversación, nuestra conversación. Por un momento pienso en escribirle, “Ya recuperé mi celular, no tienes de qué preocuparte” pero luego reparo en que a lo mejor ni siquiera está preocupada por eso, tal vez ni siquiera desea recibir un mensaje mío, menos a horas poco prudentes de la noche. Eso sería extraño… ¿Qué hace un tipo X enviándote mensajes crípticos pasada la medianoche? 

Veo que tiene una foto nueva. 

Tengo la fuerza suficiente para dejar inconsciente a un tipo el doble de grande que yo, pero no para detenerme antes de ver la foto de aquella chica. 

Esa misma chica que aun en las noches que no he estado dedicándole a mis actividades “extracurriculares”, ha encontrado una manera de mantenerme despierto. 

Pensando, recordando, lamentándome a veces y, sobre todo, resignándome.

Debajo de la foto, veo el estado. Son dos emoticonos. Dos pollos. 

Lo que más duele es que sé lo que significa.

Puedo aguantar muchas cosas, puedo tirarme por ventanas y casi sobrevivir inhalando cantidades industriales de humo. Puedo resistir muchísimos golpes cayendo sobre mi cuerpo. Pero ya ves, me presentas un estado de Whatsapp con amor implícito y destruyes mi núcleo emocional. Supongo que no soy tan fuerte para las cosas que realmente importan. 

Sin embargo, no es ni el momento ni el lugar para apenarme por lo que implica la decisión libre de una persona que no te elige a ti por las circunstancias ambiguas y peligrosas bajo las que conduces tu vida. Digo, no tiene sentido alguno quejarme por algo que no va a cambiar. 

Es solo que a veces no puedo evitar la sensación de que pudo ser muchísimo más. 

Yo soy Sombra, pero eso no siempre es bueno. 

A veces, solo a veces, es peor.