jueves, 10 de agosto de 2017

A ti, que no estás

Sé que llego tarde, lo siento por eso.

Es solo que estos últimos días no he sido yo mismo del todo, ¿sabes? Bueno, supongo que sí lo sabes. Después de todo, ¿cuándo he sido yo mismo desde que no estás?

Tendrá que ver con el hecho de que es siempre alrededor de estas fechas, comprendidas entre tu partida y mi nacimiento (o la celebración del mismo, mejor dicho); que suelo sentirme melancólico y no es algo que realmente pueda hablar con mucha gente, puesto que nadie podría entenderlo como tú.

Pero claro, tú estás muerta y yo muchas veces no entiendo cómo es que sigo vivo.

¿Sabes que es lo irónico de toda esta situación? Que nos fuiste arrebatada tan pronto que solo ida fue que pude comprender la magnitud y el impacto de tu presencia en mi vida. Ya sé que esta es la parte en la que te suelto el rollo de la esperanza que me devolviste y la fe en poder ser lo que quisiera ser, sin embargo, esta vez no lo haré.

Puesto que eso tú, donde quiera que estés, ya lo sabes.

Te fuiste, o mejor dicho, me fuiste arrebatada antes de que cumpliera 15 años y mírame ahora, a unos días de cumplir 24 y todavía sin comprender qué hacer con tantas preguntas estancadas en mi mente, con tantas respuestas necesarias para seguir adelante y comprender el extraño mundo en el que decidimos sumergirnos.

Ahora ya es tarde, casi 9 años tarde, para ser precisos. Ya conozco de primera mano las consecuencias de mis decisiones (poco acertadas, en su mayoría) y también conozco y me codeo a plena voluntad con la soledad que me dejaste. Nunca terminé de aprender tu más valiosa lección: la de relacionarme con la gente y mostrarles aquello que viste en mí que yo no pude comprender. Si tan solo pudiese tenerte aquí un día más, creo que sería la única pregunta que te haría, entre todas las que necesitaría hacerte.

Por eso, querida amiga y mentora, te escribo estas líneas para recordar algún tiempo pasado que fue mejor. Porque ahora solo queda seguir y a pesar de que nunca leerás nada de esto, estoy seguro que de alguna manera, mis párrafos llegarán a donde sea que se encuentre tu recuerdo.

Incluso si ese lugar es lo que queda de mi corazón.

************************************************************************************

Mis manos tantean en la oscuridad, buscando el interruptor. No logro encontrarlo y estoy comenzando a desesperarme.

Es raro como para alguien que se hace llamar Sombra, la penumbra todavía pueda resultarle incómoda. Sin embargo, ahí estoy, como un niño asustado queriendo despertar de una pesadilla incomprensible.

Es más, no estoy seguro que todo lo de esta noche no lo sea.

De repente, se hace la luz y la familiaridad del lugar en el que me encuentro me devuelve la calma y el control de mis sentidos.

-¡Ay, eras tú!

Su voz soñolienta me causa gracia, la observo desperezarse un poco, mientras frota sus ojos con las manos. Un pantalón casi harapiento y una camiseta corta componen un pijama que pocas personas darían un centavo por poseer.

-Lo siento, no encontraba la luz – me excusé.

-No importa, de todas maneras ya tenía que despertarme, que si me paso de dormilona, luego no me entero de loncheras ni nada – soltó una de esas sonrisas que me hacían pensar que la vida podía ser un lugar feliz – Siéntate, te preparo algo.

-La verdad es que tendría que irme ya, Delia – No mentía, era bastante tarde…o temprano, dependiendo del punto de vista.

Y claro, yo tenía una vida a la que regresar. Una vida que no tenía nada que ver con ella, ni con su hijo.

-No me demoro nadita – Daba igual, hablaba de irme y al mismo tiempo, me sentaba a la mesa - ¿No ha venido Jorge contigo?

-No estuvimos juntos hoy – La frase me dolió un poco, me habría gustado tener noticias de su hijo, pero no y tampoco quería mentirle.

Ella se acercó a la cocina y puso a hervir una olla con agua, mientras cortaba unas rebanadas de pan y las untaba con mermelada. El olor del sitio me hacía sentir protegido, como si fuera una mezcla entre su perfume y el calor de su hogar.

De repente, se detuvo en seco y se giró a mirarme.

-¿Por qué sigues con eso puesto?

Por haberme embriagado de comodidad, me había olvidado de la única regla que ella había impuesto en su casa: nada de máscaras.

En mi caso, la regla era bastante literal.

-Lo siento…me olvidé de sacármela – Removí el pedazo de plástico de mi rostro y lo contemplé por un momento. Blanca, inexpresiva y sin emociones, ¿ese era el yo de todas las noches?

Por aquel entonces, esa máscara no representaba nada más que una póliza de seguro contra cualquiera que pudiese conocerme.

No era una identidad; aquella se forjaría a punta de fuego y dolor más adelante, solo que yo todavía no lo sabía.

-Aquí – colocó una taza de cocoa caliente frente a mí y un plato con dos rebanadas de pan con mermelada – Tómatelo rápido antes que se enfríe.

Esta mujer que no era nada mío, ¿por qué se preocupaba tanto por mí? ¿Quién era yo para ella?

-No era necesario…bueno, gracias – Balbuceé.

-¿Estás bien? ¿No estás muy cansado?

-Puedo llegar a mi casa, no te preocupes – La verdad era que me iba a costar un poco puesto que la noche comenzaba a abrirle el paso a un nuevo día.

-¿Qué has estado haciendo hoy? – Sabía que no era curiosidad, ella era parte de esto y, aunque no comprendía por qué, nos ayudaba.

Me ayudaba y aquello ya era bastante.

-Nada importante, solo unas entregas. Los pinos, Sauce Alto…lo de siempre – Añadí un extra de aburrimiento a mi respuesta.

-No, tonto. Te pregunto qué has estado haciendo hoy…por la mañana, en el cole, en tu casa – Parecía ofendida, como si mi respuesta la hubiese lastimado.

-¡Ahh! – Fácil, aquello me resultaba más aburrido todavía, así que no tenía ni que fingirlo – El colegio sigue siendo raro y en casa la situación sigue igual.

-¿Has hablado con tu mamá?

-¿Para qué iba yo a querer hacer eso? – Aun con todo lo que tenía que pasar por las noches, seguía siendo tan solo un adolescente rebelde.

Delia solo movió la cabeza, con desaprobación. Como siempre, solo aquello bastó para hacerme sentir avergonzado, ¿cómo lo hacía? ¿Cómo es que tenía esa influencia sobre mí?

-Lo tengo pendiente… - Repliqué.

-Es importante que no desquites las cosas que te pasan haciendo lo que haces con nadie de tu vida cotidiana – Presentía un discurso suyo aproximándose – Eres un buen chico, solo tienes que darte una oportunidad. No te cierres a la gente que te quiere, tu familia, tus amigos…

-Yo no tengo amigos – No era una afirmación rebelde. Lamentablemente, era cierto.

-¿Y Jorge?

-Es distinto, nosotros…

-¿Y yo?

Silencio.

Era increíble como un par de palabras me devolvían a la realidad. A lo mejor no estaba tan solo como quería y clamaba estar, tal vez solo debía abrir bien los ojos y ver más allá de lo que tenía frente a mí para darme cuenta que sí podía ser feliz.

Ella soltó una carcajada y fui devuelto a la realidad otra vez.

-No porque quieras parecer misterioso y complicado, significa que lo seas, niño.

-No quiero parecer nada, es simplemente que no sé cómo interactuar con la gente – Empezaba a ser un niño dándole las quejas a mamá

-Esto – Tomó entre sus manos la máscara que estaba encima de la mesa – Te da una seguridad que no es tuya. Tienes que aprender a usarla sin necesidad de ponerte esto en la cara.

-Ya…es fácil de decir.

-¿Y la chica de la que me hablaste?

-Eso no va a llegar a ninguna parte

-¿Tú como sabes?

-No lo sé, ¿supongo que porque soy un chico con una doble vida medio delincuencial? – Me estaba exasperando un tanto.

-La vida no es tan complicada como quieres que sea.

Me levanté de la mesa, ni en la taza ni en el plato quedaba nada. Extendí un brazo sin decir una palabra. Ella miró una vez más la máscara entre sus manos y me la devolvió.

-Gracias, Delia – Quería añadir algo más pero temí su reacción – me tengo que ir.

Me disponía a colocarme la máscara en el rostro nuevamente cuando la vi levantarse también.

Se acercó a mí. Muy cerca, muy despacio.

-Nadie va a vivir tu vida por ti, ¿entiendes? Si tú no estás dispuesto a hacer lo que haga falta, ¿entonces quién? ¡Ve! Habla con tu madre, háblales a los chicos de tu colegio, háblale a la chica que te gusta porque si tú no lo haces, escúchame bien, nadie lo va a hacer. ¿Qué quieres luego? ¿Quejarte porque las cosas que querías que sucedan, no sucedieron? Pues si no sucedieron, será porque no hiciste nada.

Yo estaba temblando un poco, he de reconocer.

-Yo…bueno…ya, tienes razón.

-¿Alguna vez has besado a alguien?

La pregunta me pilló desprevenido y con la guardia baja. Recordaba mi último beso porque daba la casualidad que había sido el primero, pero de aquello hacía años y aunque la gente se reía cuando contaba la historia y aseguraba que era imposible que los niños se besen con esa edad, yo estaba bastante seguro de que aquello contaba como un beso.

O besos y aunque de niños de 6 años se tratara.

Aun así, decidí mentir.

-¿Tengo cara de que alguien me haya besado alguna vez?

-Tienes cara de que necesitas un beso en este momento, niño.

Lo que pasó después es de esas cosas para las que nunca estás preparado pero tuve la certeza de que fue uno de los pocos momentos en los que pude ser libre sin llevar una máscara puesta. Yo no lo supe en ese momento pero poco iba a importar si me enamoraba o no de ti puesto que nuestros destinos ya estaban marcados por las decisiones que habíamos tomado.

Lo único que entendí años después fue que aquel beso fue el primer regalo que me diste, la llave a una libertad que creía inaccesible y negada para mí pero que me demostraste que estaba tan a mi alcance como el poder sentir con intensidad.

Fue tu primer regalo pero no el último.


Solo que el siguiente te costaría la vida.