No fue el excruciante dolor en
mis piernas el que me despertó. Mucho menos las espasmos esporádicos que
sacudían mi cuerpo de rato en rato. No fueron los sueños delirantes en los que
llegaba a cumplir con una cita que había prometido tan solo la noche anterior.
No fueron sus ojos marrones ni las comisuras de sus labios que me debilitaban
sobremanera al imaginarme besándolos.
“Arriba, ¡ya!”
Por supuesto que no fue nada de eso,
¿cómo podría haberlo sido?
“Estás perdiendo el tiempo, ¡levanta!”
Haciendo un esfuerzo, conseguí
que mis extremidades respondiesen a las órdenes de mi cerebro. El dolor,
maldición, era espeluznante. Y claro, yo no esperaba nada menos después de
haber pasado por aquella experiencia tan…traumática.
“¿Dónde se supone que estoy?”,
recuerdo haber pensado tras conseguir ponerme en pie.
“¿POR QUÉ ESTÁS AQUÍ TODAVÍA? ¡VETE!”
Por supuesto que aquella voz
interior no podía ser de nadie más que tuya, Delia. ¿Qué te trae por aquí,
vieja amiga? ¿Habrán sido de nuevo mis ganas de involucrarme en complejos
esquemas que nada tenían que ver conmigo?
¿O será simplemente que a mi
mente le gusta proyectar su dolor de maneras poco convencionales como, no sé,... reviviendo a los muertos?
A pesar de que el sol brillaba
con intensidad, yo podía ver con claridad, en parte gracias a que llevaba la
máscara cubriéndome el rostro por completo. No reconocía para nada el sitio en
el que me encontraba. Tenía la pinta de ser un sitio bastante solitario puesto
que tampoco veía a nadie cerca.
Fue ahí que caí en la cuenta de
que, a excepción de unas contadas ocasiones, no había amanecido con la máscara
puesta antes y después de todo, mi álter ego era una creación exclusiva de la
noche. Durante el día perdía un poco de su encanto natural. Removí la máscara
de mi rostro y los rayos del sol me impactaron cual abrazo no deseado.
Recobrado una vez de mi
momentánea ceguera, la pregunta permanecía en el aire: ¿Dónde rayos se supone
que estaba?
Intenté recordar un poco de los
eventos que habían transcurrido la noche anterior. Sí, la rata muerta en la
bolsa, un clásico. Infaltable premonición de que algo malo estaba por ocurrir.
Los mensajes por Facebook con aquellas dos, la preocupación y el miedo. Recordé
claramente el miedo, porque fue la fuerza que un primer momento me impidió
levantarme del asiento frente a la computadora. También recordé haberme dado cuenta
de que tenía un problema si prefería dejar a dos maravillosas personas
preocupándose el mundo por mí mientras yo prefería arriesgar mi pellejo por personas
que quizás nunca llegarían a conocerme.
Pero bueno, esa lección me la dejaste
tú, ¿verdad, Delia?
Recordé haber llegado a la
casucha y haber sido más sigiloso que de costumbre, no sabía a qué o quién me
enfrentaba, recordé la emboscada y luego haber despertado atado a la silla.
Aquello era nuevo. El tipo de cosas que no sucedían con Jorge.
¿Verdad, Delia?
-Sombra, ¡cuánto gusto! – la voz
de aquel hombre sonaba bastante caballerosa y amable, por lo que decidí que podía
intentar tener una conversación decente con él
-Ehh… ¿la soga es completamente
necesaria?
-Queremos evitar dificultades,
como podrás comprender – dijo eso último señalando el cinto que solía llevar
amarrado a la cintura y que ahora estaba sobre una vieja mesa, en la que
relucían mis 5 navajas Stainless.
Recordé el resto de nuestra
conversación, nunca había sido amenazado de muerte con tan buenos modales.
¿Ves, Delia? Y tú decías que todo estaba perdido en este mundillo de mierda.
También recordé las varillas
imantadas amarradas a los cables y como las incrustó en mis piernas.
Con mucha amabilidad y respeto,
claro.
Recordé la electricidad y como
pensé que mi cerebro iba a implosionar dentro de mi cráneo. Me pregunté a mí
mismo si me reconocería alguien debajo de la máscara si mi rostro quedaba lo
suficientemente desfigurado.
Y sí, ya sé lo que puedes estar
pensando, Delia. Ahora viene la parte en la que me libero magistralmente y
acabo con todos y salvo la noche. Porque yo soy el “héroe”, ¿verdad? Porque soy
el bueno de la historia o algo parecido o porque le prometí a ella que estaría
en su debut en la conducción, apoyándola como el amigo que no deseaba pero que sabía
que estaba condenado a ser.
Condena impuesta, quiero aclarar,
no por ella, sino por mi estilo de vida nocturno y “desenfrenado”.
Pues no, Delia. No hubo
movimientos sigilosos ni premeditados ni una demostración de mis fuerzas mucho
menos. Lo único que hubo fue mis pensamientos fatalistas debatiendo si me
incinerarían o si me enterrarían en un cajón de algún color desagradable.
Y claro, cantidades industriales
de electricidad recorriéndome la columna vertebral, además del dolor.
En algún momento de la noche
terminé por desmayarme, Delia y ¿sabes? Volví a soñar con Jorge. Me suele pasar
mucho desde que murió, de hecho. Es extraño, se siente como si estuviera
atrapado en un bucle del que no puedo escapar, corriendo a través de un callejón
que nunca se acaba por más rápido que intente alejarme y después, la absoluta
nada.
Para luego terminar con él y yo
sentados frente a frente en una especie de interrogatorio en donde tengo que
escuchar toda la repetitiva historia de cómo soy yo el culpable de que tú ya no
estés con nosotros.
Claro, porque mi subconsciente
parece no querer recordar el hecho de que fue Jorge quien nos traicionó, ni que
fue él quien les “cantó” el lugar donde estábamos, ni que fue él quien me hizo
la vida jodidamente imposible por casi 5 años.
Te maldigo, memoria selectiva.
En fin, todo aquello nos lleva a
este momento, Delia y, por cierto, ¿dónde carajo se supone que estoy? Vaya buen
momento para vestir de negro mientras me putrefacto bajo el sol.
“¿Quién crees que va a hacer todo lo que hay que hacer?”
Creo que la pregunta es por qué
siempre tengo que ser yo, Delia.
Es decir, mírame, estoy aquí en
medio de la absoluta nada, cuando debería y quisiera estar en otro lado. No lo
sé, a lo mejor con ella, cumpliendo mi promesa, siendo fiel a mi palabra.
¿Cuántos momentos, cuánta
cercanía, cuántos recuerdos me he perdido por estar haciendo esto en lugar de
estar a su lado? Tal vez incluso podría haber movido un poco más la balanza en
favor mío si hubiera estado lo necesario y no aquí, jugando a ser el bueno.
Estoy cansado, Delia. Cansado de
tener que sacrificar la vida del hombre que soy debajo de la máscara, cansado
de perderme los mejores momentos de mis días e intercambiarlos por el dolor y
el vacío que me supone esta soledad. ¿Es esta la vida que querías para mí? Me
dijiste alguna vez que llegaría a ser un gran hombre alguna vez, lo único que
veo ahora mismo es un despojo de existencia que no termina de ser suficiente.
¿Por qué no me siento como el
bueno de la historia, Delia?
A lo lejos, el sonido de un motor
me devuelve a la realidad. Con dificultad, intento agitar las manos y gritar al
conductor para que me vea. Una vez detenido el vehículo, uso las últimas
fuerzas que me quedan para atravesar aquel descampado que se me hace más largo
que el mismo Sahara.
-¿Qué te ha pasado, chiquillo?
-Perdón, maestro pero creo…creo
que me han “pepeado” – perfecto, cada vez mis excusas se superan una a otra.
El hombre me lanza una mirada
compasiva, aunque no estoy seguro si crédula. Me abre la puerta del copiloto y
me sonríe.
-Sube, te llevo al hospital.
A lo mejor no me siento como el
bueno porque no soy el bueno, Delia.
Tan solo soy Sombra.