martes, 18 de julio de 2017

A la mañana siguiente...

No fue el excruciante dolor en mis piernas el que me despertó. Mucho menos las espasmos esporádicos que sacudían mi cuerpo de rato en rato. No fueron los sueños delirantes en los que llegaba a cumplir con una cita que había prometido tan solo la noche anterior. No fueron sus ojos marrones ni las comisuras de sus labios que me debilitaban sobremanera al imaginarme besándolos.

“Arriba, ¡ya!”

Por supuesto que no fue nada de eso, ¿cómo podría haberlo sido?

“Estás perdiendo el tiempo, ¡levanta!”

Haciendo un esfuerzo, conseguí que mis extremidades respondiesen a las órdenes de mi cerebro. El dolor, maldición, era espeluznante. Y claro, yo no esperaba nada menos después de haber pasado por aquella experiencia tan…traumática.

“¿Dónde se supone que estoy?”, recuerdo haber pensado tras conseguir ponerme en pie.

“¿POR QUÉ ESTÁS AQUÍ TODAVÍA? ¡VETE!”

Por supuesto que aquella voz interior no podía ser de nadie más que tuya, Delia. ¿Qué te trae por aquí, vieja amiga? ¿Habrán sido de nuevo mis ganas de involucrarme en complejos esquemas que nada tenían que ver conmigo?

¿O será simplemente que a mi mente le gusta proyectar su dolor de maneras poco convencionales como, no sé,... reviviendo a los muertos?

A pesar de que el sol brillaba con intensidad, yo podía ver con claridad, en parte gracias a que llevaba la máscara cubriéndome el rostro por completo. No reconocía para nada el sitio en el que me encontraba. Tenía la pinta de ser un sitio bastante solitario puesto que tampoco veía a nadie cerca.

Fue ahí que caí en la cuenta de que, a excepción de unas contadas ocasiones, no había amanecido con la máscara puesta antes y después de todo, mi álter ego era una creación exclusiva de la noche. Durante el día perdía un poco de su encanto natural. Removí la máscara de mi rostro y los rayos del sol me impactaron cual abrazo no deseado.

Recobrado una vez de mi momentánea ceguera, la pregunta permanecía en el aire: ¿Dónde rayos se supone que estaba?

Intenté recordar un poco de los eventos que habían transcurrido la noche anterior. Sí, la rata muerta en la bolsa, un clásico. Infaltable premonición de que algo malo estaba por ocurrir. Los mensajes por Facebook con aquellas dos, la preocupación y el miedo. Recordé claramente el miedo, porque fue la fuerza que un primer momento me impidió levantarme del asiento frente a la computadora. También recordé haberme dado cuenta de que tenía un problema si prefería dejar a dos maravillosas personas preocupándose el mundo por mí mientras yo prefería arriesgar mi pellejo por personas que quizás nunca llegarían a conocerme.

Pero bueno, esa lección me la dejaste tú, ¿verdad, Delia?

Recordé haber llegado a la casucha y haber sido más sigiloso que de costumbre, no sabía a qué o quién me enfrentaba, recordé la emboscada y luego haber despertado atado a la silla. Aquello era nuevo. El tipo de cosas que no sucedían con Jorge.

¿Verdad, Delia?

-Sombra, ¡cuánto gusto! – la voz de aquel hombre sonaba bastante caballerosa y amable, por lo que decidí que podía intentar tener una conversación decente con él

-Ehh… ¿la soga es completamente necesaria?

-Queremos evitar dificultades, como podrás comprender – dijo eso último señalando el cinto que solía llevar amarrado a la cintura y que ahora estaba sobre una vieja mesa, en la que relucían mis 5 navajas Stainless.

Recordé el resto de nuestra conversación, nunca había sido amenazado de muerte con tan buenos modales. ¿Ves, Delia? Y tú decías que todo estaba perdido en este mundillo de mierda.

También recordé las varillas imantadas amarradas a los cables y como las incrustó en mis piernas.

Con mucha amabilidad y respeto, claro.

Recordé la electricidad y como pensé que mi cerebro iba a implosionar dentro de mi cráneo. Me pregunté a mí mismo si me reconocería alguien debajo de la máscara si mi rostro quedaba lo suficientemente desfigurado.

Y sí, ya sé lo que puedes estar pensando, Delia. Ahora viene la parte en la que me libero magistralmente y acabo con todos y salvo la noche. Porque yo soy el “héroe”, ¿verdad? Porque soy el bueno de la historia o algo parecido o porque le prometí a ella que estaría en su debut en la conducción, apoyándola como el amigo que no deseaba pero que sabía que estaba condenado a ser.

Condena impuesta, quiero aclarar, no por ella, sino por mi estilo de vida nocturno y “desenfrenado”.

Pues no, Delia. No hubo movimientos sigilosos ni premeditados ni una demostración de mis fuerzas mucho menos. Lo único que hubo fue mis pensamientos fatalistas debatiendo si me incinerarían o si me enterrarían en un cajón de algún color desagradable.

Y claro, cantidades industriales de electricidad recorriéndome la columna vertebral, además del dolor.

En algún momento de la noche terminé por desmayarme, Delia y ¿sabes? Volví a soñar con Jorge. Me suele pasar mucho desde que murió, de hecho. Es extraño, se siente como si estuviera atrapado en un bucle del que no puedo escapar, corriendo a través de un callejón que nunca se acaba por más rápido que intente alejarme y después, la absoluta nada.

Para luego terminar con él y yo sentados frente a frente en una especie de interrogatorio en donde tengo que escuchar toda la repetitiva historia de cómo soy yo el culpable de que tú ya no estés con nosotros.

Claro, porque mi subconsciente parece no querer recordar el hecho de que fue Jorge quien nos traicionó, ni que fue él quien les “cantó” el lugar donde estábamos, ni que fue él quien me hizo la vida jodidamente imposible por casi 5 años.

Te maldigo, memoria selectiva.

En fin, todo aquello nos lleva a este momento, Delia y, por cierto, ¿dónde carajo se supone que estoy? Vaya buen momento para vestir de negro mientras me putrefacto bajo el sol.

“¿Quién crees que va a hacer todo lo que hay que hacer?”

Creo que la pregunta es por qué siempre tengo que ser yo, Delia.

Es decir, mírame, estoy aquí en medio de la absoluta nada, cuando debería y quisiera estar en otro lado. No lo sé, a lo mejor con ella, cumpliendo mi promesa, siendo fiel a mi palabra.

¿Cuántos momentos, cuánta cercanía, cuántos recuerdos me he perdido por estar haciendo esto en lugar de estar a su lado? Tal vez incluso podría haber movido un poco más la balanza en favor mío si hubiera estado lo necesario y no aquí, jugando a ser el bueno.

Estoy cansado, Delia. Cansado de tener que sacrificar la vida del hombre que soy debajo de la máscara, cansado de perderme los mejores momentos de mis días e intercambiarlos por el dolor y el vacío que me supone esta soledad. ¿Es esta la vida que querías para mí? Me dijiste alguna vez que llegaría a ser un gran hombre alguna vez, lo único que veo ahora mismo es un despojo de existencia que no termina de ser suficiente.

¿Por qué no me siento como el bueno de la historia, Delia?

A lo lejos, el sonido de un motor me devuelve a la realidad. Con dificultad, intento agitar las manos y gritar al conductor para que me vea. Una vez detenido el vehículo, uso las últimas fuerzas que me quedan para atravesar aquel descampado que se me hace más largo que el mismo Sahara.

-¿Qué te ha pasado, chiquillo?

-Perdón, maestro pero creo…creo que me han “pepeado” – perfecto, cada vez mis excusas se superan una a otra.

El hombre me lanza una mirada compasiva, aunque no estoy seguro si crédula. Me abre la puerta del copiloto y me sonríe.

-Sube, te llevo al hospital.

A lo mejor no me siento como el bueno porque no soy el bueno, Delia.


Tan solo soy Sombra. 

sábado, 1 de julio de 2017

Las ganas que nunca me faltan

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve por aquí.

Sí, ya sé que eso tú no lo sabes. ¡Vamos! De hecho, no sabes nada de mí. O probablemente sabes de mí tanto como yo sé de ti, lo cual es reducible a nada más uno.

Álgebra elemental.

Así que permíteme presentarte un poco de lo que no soy, de lo que creo que soy y de lo que estoy seguro que me gustaría ser. Para hacerlo, tendré que comenzar como toda buena historia: con un planteamiento que podría pasar por interesante, seguido de un nudo estúpido y un desenlace de mierda. Sí, lo sé, se me sale el guionista interno, a veces no lo puedo evitar.

Volviendo al punto, comencemos, como siempre, por el principio.

No, no soy el amo de la experiencia ni del conocimiento en temas en los que todo el mundo que tenga nuestra edad parece estar interesado. Soy solo la suma de unas casualidades bastante desagradables (en su mayoría) que al menos dejaron la imborrable huella de ser una historia que contar en el futuro.

Graciosa, emocional, vulnerable.

El adjetivo lo eliges tú, lo anecdótico lo pongo yo.

Me han llamado honesto, me han llamado puro y auténtico. Yo me rio, poco, pero lo hago y en silencio, claro. ¿Quién soy yo para negar la opinión de la gente? Claro, una opinión basada en una perspectiva sesgada y positiva. Lo cual no significa que me pondré a narrarte la cadena de hechos que me llevan a afirmar que no encajo del todo en dicho grupo de adjetivos calificativos. Podría hacerlo, podría contártela, pero ya no tendría sentido. ¿Para qué desenterrar los viejos cadáveres que hay en mi sótano?

Mírate, tan linda tú en toda tu inocencia, pensando que esa frase está escrita en sentido figurado.

En fin, no hablemos de mis límites ambiguos y difuminados respecto a lo que es o no, correcto. Ese probablemente será tema de otra conversación… ¿o debería llamarlo monólogo? Después de todo, las posibilidades de que alguna vez llegues a parar a este texto son infinitesimales y, aun así, me encuentro en una noche cualquiera, a una hora poco prudente, escribiendo y regresando a mis orígenes, porque yo soy ese tipo de persona. Hago cosas inexplicables en momentos inadecuados y por personas que apenas conozco, pero con las que siento un vínculo que por más que quisiera describir, no podría.

¿Y entonces qué? ¿Esa es toda la historia? Pues no, no realmente. Ahora retomo la parte en la que escribo sobre lo que creo ser. A estas alturas de la vida, ya debes haber visto el tipo de chico que soy. Si tengo que ser muy sincero conmigo y contigo, la verdad es que no tengo ni la más remota idea de en qué paradigma recae mi forma de ser. Estoy cansado de encontrar un modelo en el que forzarme a existir así que tan solo dejaré que mi existencia se amolde tal y como lo desee. ¿Qué por qué nunca hablo con nadie? ¿Qué por qué siempre parezco tan ensimismado y retraído y tímido para luego dejar salir una libertad inesperada en mi forma de ser? Probablemente tenga que ver con la sensación de sentirme en casa, ese sentimiento de pertenecer a un grupo.

Además, créeme, sé un par de cosas sobre pertenecer a grupos “complicados”

Y junto con todo esto viene aquella parte que no termina de agradarme pero que, sin embargo, tengo que reconocer. No suelo integrarme de una manera funcional a los grupos en los que tengo la suerte de estar, ¿por qué? Bueno, tiene que ver con mi inseguridad y desconfianza. Sí, ya sé lo que puedes estar pensando, “¡Hey! ¿Por qué escribes estas cosas en un lugar donde el mundo podrá leerlas?” Pues número uno, no será lo más loco ni extraño que la gente leerá por aquí y número dos, he decidido que al menos por ahora, me importa muy poco lo que la gente opine.

La inseguridad y el pensar en cada decisión que he tomado hasta ahora son una constante en mi vida, alimentándose mutuamente la una de la otra en una relación casi parasitaria que resulta en un bucle que algún día tendré que detener. ¿Por qué? Bueno, tiene que ver con los errores del pasado y lo mucho que “disfruto” martirizándome con ellos, negándome la posibilidad de ser feliz o de pensar en que merezco algo mejor en la vida. ¿Eso es lo suficientemente honesto o te muestro las heridas abiertas que arrastro hasta ahora?

Mejor no, mantengamos esto con una calificación PG-13.

Tengo sueños, ¿sabes? Sueño con el día en qué pueda despertar y no desear esconderme tras una máscara, sueño con el momento en el que no tenga que minimizar mi capacidad ni esconder mis aspiraciones y deseos solo para que la gente no pregunte de más. Imagino y saboreo el día en que pueda ser completamente sincero con una persona que me acepte tal y como soy. ¡Oye! No creo que sea nada que nadie nunca haya deseado, pero sí, me gustaría alcanzar ese estado en el que la única opinión importante es la que tengas tú sobre los demás.

Recuerdo haberte escuchado decir que las personas se conforman con muy poco. Lo cual me hizo pensar en las decisiones que he tomado en la vida, ¿ya te dije que yo pienso casi todo, ¿verdad? ¡Porque de veras que lo hago! Una amiga mía que ya no camina entre nosotros diría que es porque soy Virgo, pero bueno, eso no es lo importante. Yo también creo que las personas tienden al conformismo, digo, me he visto a mí mismo cayendo en sus garras así que no podría discutírtelo, aunque quisiera. Me hablaste de un chico, porque sí, la historia siempre se repite. Chico conoce chica, chico pierde a chica, chico hace una proeza por chica… ¡Ah, no! Espera, esta es la vida real, ¿cierto? Carajo, a veces tiendo a confundirme con lo que funciona cuando escribo un guion. No, claro que no, en la vida real por lo general no es así como son las cosas. Probablemente hayas terminado lastimada y pensando que él tiene todo el derecho a ser feliz y a enamorarse de alguien más mientras que tú estás destinada a morir pensando únicamente en él. ¿Te cuento algo interesante? He estado a ambos lados del ring y no, como dice una vieja canción, “de amor ya no se muere”. Nunca se murió, en realidad. Pero aquello tú no lo sabes, ¿cómo podrías saberlo? Cuando el amor llama a nuestra puerta, somos tan inocentes en dejarlo entrar, pero tan egoístas para permitirle salir. Y más aún cuando se trata de abrirnos a una nueva persona.

No, no me refiero a entregar algo que no recuperarás por la mañana, junto con toneladas de dignidad.

Podría extenderme más con esto, pero no lo haré, después de todo, nunca en la más remota de las existencias paralelas que vienen con toda la teoría de los universos leerás tú esto. Aunque sería gracioso si lo hicieses, porque aquello me haría sentir como un libro abierto en todo el sentido de la palabra. Mírame… No, mírame realmente. Mira más allá de mi apariencia, mira más allá de mi físico, de mis cicatrices, de mi inseguridad y de mi temor a lo que vaya a pensar la gente de mí. Mírame y acércate, no tengas miedo, porque ningún miedo podrá ser mayor del que yo mismo siento a veces de mí. Lo único de lo que puedo estar seguro es que no volveré a permitir jamás que mi miedo vuelva a lastimar a las personas que me importan. Acércate, porque debajo de esta apariencia no tan “llamativa”, debajo de esta máscara de seriedad y experiencia y debajo del nerviosismo que me genera tener a una mujer agradable y llena de vida, hay un corazón que se muere de ganas de volver a latir con la intensidad que me robaron mis antiguas noches de verano, soledad y sombras.

Hoy, esta noche, me doy cuenta de que después de muchísimo tiempo, tengo ganas de volver a querer y tengo ganas de empezar por mí y terminar en ti. Así que sí, soy solo un chico que tiene un blog X en una dirección de internet X y que lo único que puede ofrecer en este momento es su trabajo desinteresado, su honestidad en gran parte y sus palabras hechas texto y emoción.


Porque, Dios, que la emoción sea lo último que nos falte y la seguridad lo que más nos sobre. Y así no tengamos que vivir toda la vida arrepintiéndonos de no haberle dado la oportunidad a esa pieza que nos quedó pendiente por bailar.