domingo, 12 de junio de 2016

La última Sombra de la noche: Pasión y Peligro

Parte 1: http://goo.gl/yqu43h

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Su mirada seductora me encuentra desde el otro lado del pasillo. Apoyada en el marco de la puerta de su habitación, ahí está ella.

Esperando, tentadora.

Por las líneas de su cuello se deslizan unas finas gotas de agua brillantes, sin secar, que corren hacia el abismo de su pecho que amenaza inocentemente con devorarlas. Caigo en la cuenta de que que probablemente haya salido de la ducha hace tan solo un momento. La bata, mal amarrada a su cintura, deja a la vista tan solo lo justo y necesario de ese par de senos morenos. Lo suficiente como para someter a cualquier mortal.

Lo suficiente como para someterme a mí.

Me sonríe; tan solo unos cinco metros me separan de poseerla, me incita a entregarme al impulso salvaje de hacerme uno con su cuerpo. Pronuncia mi “nombre” con esa voz peligrosa que excita cada una de mis terminaciones nerviosas. Sabe que en cualquier otro momento, ni siquiera la más férrea de mis voluntades podría resistirse a su embrujo seductor, aun si tengo una máscara cubriendo mi rostro.

Pero no hoy.

Trato de seguir adelante, dejando a la morena con las ganas encrespadas. Sigo caminando, hoy no estoy aquí por ella. Tengo que concentrarme, tengo que recordar por qué estoy aquí hoy.

Tengo que recordar por qué tengo que salir con vida de aquí hoy.

-Nada de lo que estés buscando aquí va a ser mejor que yo – Una mano rodea mi pecho, me detiene, me aprisiona, se posa a la altura de mi corazón y me acaricia - ¿Lo sabes, verdad?

-Hoy no estoy buscando algo mejor, cariño – Intento no dejarme traicionar por el deseo – Estoy buscando a alguien que no debería estar aquí.

Es difícil no entregarse a la lujuria, especialmente cuando han pasado meses sin que hayas estado…bueno, ya sabes. No es que me moleste la situación, yo mismo he inventado mil excusas para justificar mi falta de…”contacto” con las mujeres en general, pero al final del día solo son eso: excusas.

Y ahora estoy aquí, con esta mujer abrazándome por detrás, pidiéndome que me quede con ella por el resto de la noche. Mintiéndome mientras yo lucho internamente por concentrarme y recordar por qué estoy aquí, por qué necesito regresar a casa por la mañana.

¿Qué rayos estoy haciendo aquí?

-Te he echado de menos por aquí – Suelta un suspiro apasionado, como quien se sabe abrazando a un amante olvidado.

Sabe que ni siquiera yo soy tan fuerte como para evitar sus artimañas. ¡Maldición! Necesito recordar…

-Puedes dejarte puesta la máscara si quieres – Me susurra.

¡Demonios! Malditos fetiches que solo me hacen débil.

-Y bien… ¿Qué dices? ¿Vamos a jugar? – la mujer empieza a bajar la mano, de mi corazón a mi abdomen, si llega más abajo todo se habrá ido al diablo.

-Detente – Coloco mi mano encima de la suya. La aparto con delicadeza y me doy la vuelta.

Sus ojos son negros, inyectados con una pasión que dudo sea legal en ningún estado. Me observa, interesada. Apuesto a que está preguntándose cuanta fuerza de voluntad me requiere el no caer en su juego. Tengo que reconocer que no es mi mejor momento.

Y ella huele tan bien…

-No voy a hacerlo, Silvana – La llamo por su nombre real, con la intención de que la realidad me golpee cual bola de demolición y me saque de este trance.

¿Por qué estoy aquí?

Tenía que ver con un niño, creo recordar. Yo estaba viviendo una vida “tranquila”, o bueno, tranquila para alguien como yo. Después de todo me lo merecía, ¿verdad? Tras todo el infierno al que me sometí, tras sacrificar vínculos importantes y personas especiales, tras haber perdido hasta mi propia existencia, merecía la paz que vino después.

O quizás no y fue por eso que el secuestro del niño tuvo que recordarme que mi vida solo es una pantomima de pretender ser alguien que no eres. De ocultar, de reprimir. De vivir con el temor  de que alguien se dé cuenta que no eres quien aparentas ser, que eres más que eso, sabes más de lo que deberías y no eres la buena persona que todos creen.

Pero hoy no estoy haciendo esto para psicoanalizar cada una de mis inseguridades reprimidas bajo una máscara. Hoy estoy aquí por algo más.

Por alguien más.

Ramiro Castillo. El pequeño niño prodigio de Santa María de la Redención, el ajedrecista del mañana, la prueba viviente de que no todo está perdido en este lugar del demonio, de que aún queda esperanza de encontrar buenas personas por aquí.

¿Dónde estás, niño? ¿A dónde me has hecho venir a parar?

-Sé lo que estás buscando – Su tono de voz ha cambiado, ya no es seductor. Como si se hubiera aburrido de esperarme – Deberías dejarlo.

Lo sé, debería dejarlo. Debería estar en casa, durmiendo. Soñando con cómo cambiará mi vida en un par de semanas, preparándome para lo que vendrá, después de todo, no siempre se te presenta una oportunidad como la que yo estoy a tan solo unas semanas de vivir.

Claro, si es que salgo ileso de esto.

-¿Dónde está el chico?

Me mira, impávida. No se inmuta ni una pizca frente a la proximidad de mi cuerpo. ¡Demonios! Algún día me gustaría ser así de inmune a una mujer, a sus encantos y a su cuerpo

O no, la verdad es que no me gustaría tanto como desearía fundirme con su piel en este preciso instante.

Es pequeña, apenas medirá un metro con sesenta y cinco centímetros. Sin embargo, su belleza radica en su exotismo, en sus facciones, en su tez morena, en sus cabellos negros posados a un lado de su cuello, en su piel tostada que brilla a contraluz. 

Toda ella emana un aura de indomabilidad que solo se detiene frente a la inexpresividad de mi máscara.

-No quieres saberlo – Replica, dejándome ver la blanca dentadura que ocultan sus labios.

No puedo perder más tiempo. Olvida que hace meses no has tocado a una mujer, olvida que han pasado años, literalmente, desde tu último beso, olvida lo bien que se siente que ellas te deseen y lo mucho que te haría falta que te quisieran.

Olvida todas las cosas que necesita el hombre debajo de la máscara y acaba con esto ya.

Por supuesto, es difícil olvidar cuando estás en un sitio rodeado de mujeres hermosas pretendiendo desearte y anhelando complacer tu más oscuras e íntimas pasiones.

-¡Dónde está! – Sujeto sus brazos con ambas manos, lo suficientemente fuerte como para que su valentía dude.

-¿Has dejado atrás a todas las chicas? Con lo mucho que les gusta cuando nos visitas - Esquiva mi pregunta con tal gracia que me deja desarmado en un instante – Hace mucho que no venías por aquí…ya te extrañábamos.

Si no fuera tan condenadamente estúpido con las mujeres, estoy seguro que ya habría resuelto este impasse. Estoy seguro que ya habría encontrado al mocoso.

Estoy seguro que ya estaría en casa, durmiendo plácidamente. Soñando con una vida que no me corresponde, tal vez soñando con esta mujer, imaginando que hago mío su cuerpo y cada uno de sus rincones, como antes…

¡No! ¡Rayos, concéntrate!

Necesito poner distancia entre nosotros, así que decido soltarla. Me alejo, doy un par de pasos hacia atrás. Ella sonríe, sabe que me tiene justamente donde quiere.

-Al menos yo te he extrañado mucho…Sombra – Pronuncia esta última palabra con semejante lujuria que el lugar entero podría incendiarse con su deseo – Quiero que veas cuanto…

En un instante, la bata y mi resistencia terminan en el suelo.

Está bien, esto podría complicarse un poco.  

Se acerca con un vaivén pausado y melodioso, sus brazos rodean mi cintura. Su pierna derecha sube por mi cuerpo, rozando la mía, buscando engancharse a mí. Sus senos se presionan contra mi pecho. Su respiración se hace más pesada, el olor de sus cabellos me intoxica el razonamiento. De repente todas las barreras autoimpuestas a mi lujuria empiezan a venirse abajo, una por una.

Ya sé que es imposible, pero puedo sentir su corazón repicando debajo de la piel. Mi respiración se acelera, se entrecorta. Hay cosas que una máscara no puede ocultar.

El deseo, por ejemplo.

Necesito recordar, necesito pensar en el niño, recordar que me necesita. No olvidar que soy el único que sabe cómo hacer esto, que soy el único que podría encontrarlo.

Necesito tantas cosas y solo me veo a punto de entregarme al dulce vacío de su cuerpo.

El problema parece ser que ella conoce mis debilidades y sentirse más fuerte que yo es lo que la hace apasionarse tanto para conseguir…esto. Supongo que era cierto lo que me decían, aquello de que no puedes salir de todas las situaciones a golpes, o en mi caso…a cuchillazos.

Sus manos acarician mi cuello cubierto por la bufanda, sus labios buscan donde posarse pero la máscara les cierra el paso. Una mueca en su rostro delata lo mucho que detesta que esta noche no lleve ni un centímetro de piel descubierta.

¡Alabado sea Dios por ello!

-Quiero que me lo hagas aquí mismo - susurra, y su voz de gata en celo me dispara el fenómeno fisiológico.

La sangre me hierve, amenazando con quemarme las venas. El corazón me salta como un pez fuera del agua y no puedo regular mi respiración. Debajo de la máscara, siento mis labios resecos, cual árido desierto queriendo saciar su sed en el precioso cuerpo desnudo que tengo a centímetros de mí

De repente, un fuerte ruido irrumpe la intimidad de la pasión. Le siguen gritos, mujeres asustadas y una voz masculina que sobresale por encima de todas ellas. 

¿Eso ha sido…un disparo?  

Regreso a la realidad. Cuando me doy cuenta, mis manos se encuentran posadas en sus caderas a tan solo unos centímetros de aquellas nalgas firmes y redondas que se me exhiben en toda su majestuosidad.

Necesito concentrarme, ¿qué rayos ha sido eso?

Aparto las manos de un tirón y las coloco sobre sus hombros

-Seno es cateto opuesto sobre hipotenusa, coseno es cateto adyacente sobre hipotenusa, tangente… - Intento que mi voz sea un susurro, que nadie se dé cuenta del estúpido método matemático que utilizo para tranquilizar mi excitación, pero veo en su rostro con expresión extrañada, que las palabras me están saliendo más fuertes de lo que deberían.

Necesito moverme, maldición…si tan solo la erección cediera un poco.

La puerta al otro lado del pasillo se abre de par en par, dejando ver una grotesca figura. El brillo de la luz no me deja reconocerlo, pero por las dimensiones del cuerpo deforme, puedo intuir de quien se trata. Coloco a la mujer desnuda a un lado mío, no sé porque siento un ligero pudor enrojeciéndome las mejillas debajo de la máscara. 

Quizás si ella se volviera a vestir la bata...

-Bien, bien…pero mira nada más – Esta vez, es la voz de un hombre la que interrumpe el momento – Veo que te la pasas en grande, maldito – Unos ojos inyectados de rabia me observan desde el otro lado del pasillo. Son negros como los de Silvana pero estos albergan un odio mortal.

Hacia mí, claro. Un odio mortal hacia mí, no podría ser de otra forma.

Quisiera no tener que reconocer ni los ojos, ni la voz, ni el rostro de este tipo, un hombre al que ya quisiera nunca más haber tenido que volver a ver en mi vida.

Claro, quizás si es que mi vida siguiera siendo mi vida y no la versión en la que mando al diablo todo, mi futuro inmediato, la tranquilidad de vivir como un tipo normal, mi inexistente contacto con las mujeres, entre muchas otras cosas más, solo para involucrarme en cosas que ya no me conciernen, en objetivos estúpidos que amenazan con lastimarme, en el mejor de los casos. Como encontrar al pequeño ajedrecista, como ponerme una máscara de nuevo, como rechazar el cuerpo exuberante de la mujer que ahora tiembla, desnuda, junto a mí.

La historia de mi vida.

No es que no me guste encontrarme en esta situación, quiero decir, si hablásemos del tipo debajo de la máscara, estas cosas nunca le suceden a él. Ni prostíbulos clandestinos, ni mujeres deseándolo, ni hombres gigantes amenazando con matarlo, ni niñatos secuestrados que una policía inepta no puede encontrar.

Y todo eso está bien, ¿sabes? Solo que al mismo tiempo no lo está.

Supongo que es por la falta que me hace el hecho de llevar máscara. La necesidad que tengo de liberar toda esta personalidad que tengo que reprimir día tras día, pretendiendo ser el modelo de persona normal que no soy, que nunca seré. 

-Cuatrotetas, ¡qué gusto verte de nuevo, viejo! – Perfecto, empezamos con la ironía.

El hombre aprieta los puños como si fuera a destruirse los nudillos. Sé cuánto detesta ese sobrenombre, por eso lo  uso en la primera oración. Sí, ya sé que debes estar pensando, no debería provocar a la bestia, no debería arriesgar mi pellejo tontamente, no debería usar máscara y pretender ser el bueno en esta situación.

El tipo me mira una vez más, furioso, y embiste hacia mí.

De verdad espero que esto valga la pena. 

Espero que algún día, cuando ganes un desgraciado mundial de ajedrez o algo por el estilo, te acuerdes del extraño enmascarado que se jugó su pellejo y el billete a una mejor vida por ti, Ramiro Castillo.


Porque si no, estaré muy molesto.