Definitivamente esta no es mi
época favorita del año.
Días en los que todo parece estar
cargado de una infundada alegría, de una radiante esperanza que no encuentra su
razón de ser, justificada por esas promesas que son hechas estando demasiado
alegres.
El momento en el que los deseos
del año que se va, se convierten en las excusas del año que viene, ¿cierto?
-¡Vamos! No sea tan aguafiestas,
todo el mundo adora la Navidad – me dice él, mientras me alcanza la taza de la
que estamos bebiendo ambos.
-Por supuesto, dentro de todo el
consumismo y el egocentrismo, ¿por qué no habría de amar la Navidad? – contesto
con mi habitual tono apático y navideño.
La escena en la que estamos es
completamente surrealista, como sacada de una comedia de guión pésimo. Él,
sentado a mi costado, mientras que yo con el mentón apoyado sobre una mano
contemplo la vista panorámica de ciudad y cerros que se impone debajo de
nosotros.
Y estamos discutiendo mi espíritu
navideño. ¿Puede ser esto más irónico?
Pues sí, sí puede serlo y no me
siento con ganas de tentar mi suerte hoy.
-Trate de pensar en el mejor
recuerdo navideño que haya vivido, eso siempre me ayuda cuando por alguna razón
pierdo el espíritu – sus palabras están cargadas de una emoción que intento repeler.
-Viejo…no voy a hacer esto, es
ridículo. ¿Nos has visto? Estamos sentados al filo de un techo de la casa de
sabe Dios quién, mientras tomamos chocolate caliente y yo me acabo de quitar la
máscara hace un momento, lo cual probablemente te ha sentenciado por los
próximos 5 años de tu vida. ¿No se te hace surrealista?
-¡Ese es el problema! Quiere que
todo sea completamente real y lógico, ¿Por qué no se deja guiar por sus
sentimientos por una vez en su vida?
La pregunta se me hace bastante
injusta, pero no puedo reclamarle nada a él puesto que no sabe lo que he tenido
que pasar hasta aquí y como mi mente me ha jugado una serie de malas pasadas.
Todo por dejarme “guiar” por los
sentimientos.
Pero está bien, ¿sabes? Me siento
tranquilo, a pesar de que nada marcha como debería…o como me gustaría. Porque
definitivamente sería bueno que por una vez, las cosas marchen como yo espero.
Recuerdo que cuando era un niño,
solía pensar que en Navidad todos mis deseos se harían realidad. Durante un
tiempo mis deseos consistieron básicamente en juguetes y regalos, por lo que no
me llevé ninguna decepción.
Sin embargo, a medida que fui
creciendo, al espíritu de la Navidad se le hizo un poco más difícil escuchar mis
deseos, supongo.
-Contrario a la creencia popular,
de hecho, sí soy una persona que se deja guiar mucho por sus sentimientos – una
serie de rápidos destellos de recuerdos cruzan por mi mente – Demasiado, diría
yo.
-¡Ya veo cuál es el problema aquí,
entonces! Es una chica, ¿verdad? Una chica le rompió el corazón en Navidad y
por eso ahora relaciona está época con pensamientos negativos.
Su apresurada conclusión me
arranca una carcajada.
-¿Por qué se ríe? De seguro es
verdad – me dice, mientras esboza una sonrisa.
-Chico, no se necesitó que fuera
Navidad para que una chica me rompiera el corazón…pero sí, hubo alguna que lo
hizo por estas fechas. De todas maneras, no creo que el problema vaya por ahí.
-Apuesto a que sí, ¿sabes? No quise
decirlo antes, pero parece una persona que ha estado sola por mucho tiempo –
Esta última frase sale de sus labios con cierta cautela.
¿Tiene que ver el desamor con el
hecho de que Navidad no sea mi época favorita del año? A lo mejor. Si tuviera
que remontarme a aquellos días, aún recuerdo la primera Navidad que pasé “solo”
luego del incendio.
Toda mi familia había venido a
pasarla con mis padres y yo, sin embargo no podía quitarme de la cabeza el
hecho de que no podría saludar a mi “otra” familia y aquello me hacía un nudo
en la garganta.
Las lágrimas eran otro tema, pero
podía evitarlas.
-He estado solo por mucho tiempo,
así que no te equivocas con eso.
-¿Lo has querido así? – empieza a
tutearme, delicadamente.
-No, pero si tan solo miras a mis
circunstancias…no hay mucha gente dispuesta a quedarse al lado de una persona
como yo.
-Yo sí lo estaría, señor Sombra –
una sonrisa franca vuelve a cruzar su rostro.
¿Cómo es que estoy aquí sentado,
terminándome un termo lleno de chocolate con un chico de no más de 12 años que
acabo de ayudar hace tan solo un momento?
-¿Sabes que si no te hubiera
ayudado con esos tipos hace un rato, no estarías haciéndome tantas preguntas? –
Bromeó
-Es que no todas las noches uno
se encuentra con alguien como tú – me dice, y en su voz detecto una nota de asombro
mezclado con respeto.
O quizás sea miedo, a veces
infundo miedo en los que solo conocen la máscara.
Decido que no me importa.
El chico toma mi máscara entre
sus manos y la contempla con cierta devoción. Un escalofrío recorre mi columna
al recordar que yo tenía la misma edad que él cuando la tomé en mis manos por
primera vez. Otro destello de recuerdos, más recientes, atraviesa mis
pensamientos
Han pasado tantas cosas a este
punto, lo cual no es nuevo, aún sigo remando este barco y muchos decidieron
bajarse, algunos dolieron más que otros. Las promesas de un futuro mejor, las
negaciones de lo que pudo ser y fue, pero no para mí y es que las personas te
decepcionan, te lastiman, y duele más cuando la propia persona por la que
recibiste la bala era quien estaba detrás del gatillo, pero no importa. Quizás
no sea tan tarde después de todo.
-¡Quién lo diría! – exclamo,
pensando en todas estas cosas.
-¿El qué? – me pregunta el chico,
asombrado.
-Que mi único deseo por Navidad
se cumpliría
-¿Y cuál era?
-No sentirme tan solo.
Supongo que hasta un para un
hombre como yo, pueden haber milagros de vez en cuando. Pues no está tan mal,
después de todo.
Quizás esta Navidad no sea tan
mala…tal vez.