lunes, 22 de diciembre de 2014

Una historia de Navidad, sombría...pero de Navidad.

Definitivamente esta no es mi época favorita del año.

Días en los que todo parece estar cargado de una infundada alegría, de una radiante esperanza que no encuentra su razón de ser, justificada por esas promesas que son hechas estando demasiado alegres.

El momento en el que los deseos del año que se va, se convierten en las excusas del año que viene, ¿cierto?

-¡Vamos! No sea tan aguafiestas, todo el mundo adora la Navidad – me dice él, mientras me alcanza la taza de la que estamos bebiendo ambos.

-Por supuesto, dentro de todo el consumismo y el egocentrismo, ¿por qué no habría de amar la Navidad? – contesto con mi habitual tono apático y navideño.

La escena en la que estamos es completamente surrealista, como sacada de una comedia de guión pésimo. Él, sentado a mi costado, mientras que yo con el mentón apoyado sobre una mano contemplo la vista panorámica de ciudad y cerros que se impone debajo de nosotros.

Y estamos discutiendo mi espíritu navideño. ¿Puede ser esto más irónico?

Pues sí, sí puede serlo y no me siento con ganas de tentar mi suerte hoy.

-Trate de pensar en el mejor recuerdo navideño que haya vivido, eso siempre me ayuda cuando por alguna razón pierdo el espíritu – sus palabras están cargadas de una emoción que intento repeler.

-Viejo…no voy a hacer esto, es ridículo. ¿Nos has visto? Estamos sentados al filo de un techo de la casa de sabe Dios quién, mientras tomamos chocolate caliente y yo me acabo de quitar la máscara hace un momento, lo cual probablemente te ha sentenciado por los próximos 5 años de tu vida. ¿No se te hace surrealista?

-¡Ese es el problema! Quiere que todo sea completamente real y lógico, ¿Por qué no se deja guiar por sus sentimientos por una vez en su vida?

La pregunta se me hace bastante injusta, pero no puedo reclamarle nada a él puesto que no sabe lo que he tenido que pasar hasta aquí y como mi mente me ha jugado una serie de malas pasadas.

Todo por dejarme “guiar” por los sentimientos.

Pero está bien, ¿sabes? Me siento tranquilo, a pesar de que nada marcha como debería…o como me gustaría. Porque definitivamente sería bueno que por una vez, las cosas marchen como yo espero.

Recuerdo que cuando era un niño, solía pensar que en Navidad todos mis deseos se harían realidad. Durante un tiempo mis deseos consistieron básicamente en juguetes y regalos, por lo que no me llevé ninguna decepción.

Sin embargo, a medida que fui creciendo, al espíritu de la Navidad se le hizo un poco más difícil escuchar mis deseos, supongo.

-Contrario a la creencia popular, de hecho, sí soy una persona que se deja guiar mucho por sus sentimientos – una serie de rápidos destellos de recuerdos cruzan por mi mente – Demasiado, diría yo.

-¡Ya veo cuál es el problema aquí, entonces! Es una chica, ¿verdad? Una chica le rompió el corazón en Navidad y por eso ahora relaciona está época con pensamientos negativos.

Su apresurada conclusión me arranca una carcajada.

-¿Por qué se ríe? De seguro es verdad – me dice, mientras esboza una sonrisa.

-Chico, no se necesitó que fuera Navidad para que una chica me rompiera el corazón…pero sí, hubo alguna que lo hizo por estas fechas. De todas maneras, no creo que el problema vaya por ahí.

-Apuesto a que sí, ¿sabes? No quise decirlo antes, pero parece una persona que ha estado sola por mucho tiempo – Esta última frase sale de sus labios con cierta cautela.

¿Tiene que ver el desamor con el hecho de que Navidad no sea mi época favorita del año? A lo mejor. Si tuviera que remontarme a aquellos días, aún recuerdo la primera Navidad que pasé “solo” luego del incendio.

Toda mi familia había venido a pasarla con mis padres y yo, sin embargo no podía quitarme de la cabeza el hecho de que no podría saludar a mi “otra” familia y aquello me hacía un nudo en la garganta.

Las lágrimas eran otro tema, pero podía evitarlas.

-He estado solo por mucho tiempo, así que no te equivocas con eso.

-¿Lo has querido así? – empieza a tutearme, delicadamente.

-No, pero si tan solo miras a mis circunstancias…no hay mucha gente dispuesta a quedarse al lado de una persona como yo.

-Yo sí lo estaría, señor Sombra – una sonrisa franca vuelve a cruzar su rostro.

¿Cómo es que estoy aquí sentado, terminándome un termo lleno de chocolate con un chico de no más de 12 años que acabo de ayudar hace tan solo un momento?

-¿Sabes que si no te hubiera ayudado con esos tipos hace un rato, no estarías haciéndome tantas preguntas? – Bromeó

-Es que no todas las noches uno se encuentra con alguien como tú – me dice, y en su voz detecto una nota de asombro mezclado con respeto.

O quizás sea miedo, a veces infundo miedo en los que solo conocen la máscara.

Decido que no me importa.

El chico toma mi máscara entre sus manos y la contempla con cierta devoción. Un escalofrío recorre mi columna al recordar que yo tenía la misma edad que él cuando la tomé en mis manos por primera vez. Otro destello de recuerdos, más recientes, atraviesa mis pensamientos

Han pasado tantas cosas a este punto, lo cual no es nuevo, aún sigo remando este barco y muchos decidieron bajarse, algunos dolieron más que otros. Las promesas de un futuro mejor, las negaciones de lo que pudo ser y fue, pero no para mí y es que las personas te decepcionan, te lastiman, y duele más cuando la propia persona por la que recibiste la bala era quien estaba detrás del gatillo, pero no importa. Quizás no sea tan tarde después de todo.

-¡Quién lo diría! – exclamo, pensando en todas estas cosas.

-¿El qué? – me pregunta el chico, asombrado.

-Que mi único deseo por Navidad se cumpliría

-¿Y cuál era?

-No sentirme tan solo.

Supongo que hasta un para un hombre como yo, pueden haber milagros de vez en cuando. Pues no está tan mal, después de todo.


Quizás esta Navidad no sea tan mala…tal vez.