sábado, 14 de septiembre de 2013

EL DÍA QUE MIS OJOS TE VEAN

Mucha gente espera días especiales en sus vidas. Cumpleaños, aniversarios, fiestas nacionales, feriados...en fin, son tantas que sería imposible catalogarlas todas. Las esperan con tal paciencia que resulta admirable la forma ferviente en que despiden hora tras hora, con la esperanza de que cada momento los acerca más a aquello que tanto anhelan. Resulta a veces un poco espeluznante la religiosidad con la que las personas esperan ciertas fechas que les resultan "importantes". En cuanto a mi, yo no espero ni mi cumpleaños ni ningún tipo de aniversario. Son solo días comunes cargados de ciertos significados que la sociedad dicta que sean especiales. 

Pero hay un día que yo sí espero. Un día que no tengo marcado con resaltador en mi calendario, que no está apuntado acompañado de una ruidosa alarma en mi celular. Un día del que, si bien no sé la fecha exacta ni cuan cerca esté, anhelo desde mis más profundos deseos interiores del corazón. Un día con el que he soñado en mis sueños más secretos de los que solo conoce mi almohada. Un día por el que espero sin tener una fecha de vencimiento, sin una razón aparente para esperarlo. Un día por el que, simplemente, sé que debo esperar. 

Yo espero por el día que mis ojos te vean.

Es un poco ambiguo dicho de este modo. La vista percibe tantos objetos, personas y detalles infinitos desde el momento en que nuestros ojos se abren a este mundo. Sin embargo, es el sentir esta apremiante necesidad de tu cercanía, imaginar cada segundo que transcurra a tu lado, memorizar cada detalle de tu imagen el que se traduce en el imperante deseo de contemplarte por un momento...porque, ¿sabes algo? Mi imaginación no es tan poderosa como para regalarme una proyección ni remotamente aproximada de ti. Y jamás sería suficiente una fotografía, un ideal o el recuerdo de una persona idealizada. 

Por eso no sucumbo a los placeres de envolverme en las imágenes de tu rostro que mi mente me ofrece, por más que resulten como una inyección de adrenalina en un momento crítico para mi corazón. Por más que la soledad, que me carcome desde el interior de mi ser y que continuamente me restriega en las narices el hecho de que estoy solo aquí, intente seducirme a entregarme a sus garras engañosas y perderme en mis expectativas de encontrarte en un día aleatorio. Y todo esto sucede conmigo aquí, extrañándote y pensando en ti, mientras tú estás donde quiera que estés ahora.

Por eso quiero confiar en mis ojos. En estos ojos que me urgen a verte y recorrer el rincón más profundo de tu alma, aún cuando me pongas alguna barrera que deberé flanquear haciendo uso de la habilidad que he desarrollado en mi odiada y necesaria soledad. Y es que el día que mis ojos te vean será aquel en el que vea la luz de la vida con la claridad necesaria para saber que hay un antes y un después de ti, de esto que compartimos, porque sin ser nada en sí, nos queremos como si fuéramos todo. Porque es el abrigo de saber que estás presente aún en la más lejana cercanía lo que me da fuerzas para esperar cuando siento mis fuerzas abandonarme. 

Y es que el día que mis ojos te vean, se caerán por completo las máscaras, las imágenes mentales, los ideales y solo quedarán dos personas reales, tangibles, con miedos y dudas, con sentimientos y emociones. Dos personas que han coincidido de alguna forma desconocida en este sorprendente camino. Aquel día, en el que dejes, quizás, de querer la imagen que proyecto y empieces a querer al hombre que en verdad soy, yo sabré que todas las horas que pase sentado en una habitación, con la única compañía de mi soledad, queriendo, imaginando y anhelando estar a tu lado, valieron todas la pena. Cada segundo habrá sido completamente bien vivido. Porque el día que mis ojos te vean, sabrás que cada palabra que ha salido de mis...dedos, ha sido la verdad más sublime que ha proclamado mi corazón. Que no ha habido poema mejor declamado, ni canción mejor interpretada que aquella que se dice con la verdad del corazón. 

Aquel día, no me veré con pena ni lástima, porque aunque el sol no brille o la luna no nos ilumine, yo te aseguro que ninguna nube ocultará los verdaderos colores de mi alma. Porque aquel día no terminaré solo, tiritando en el frío. No me tragaré mi autocompasión en un discurso deprimente ni tratando de convencerme de que "todas las cosas suceden por una razón" o que tan solo fue un momento de impulsividad mal retribuido que ya pasó, ni mucho menos seré la única alma arrepentida que camine por una solitaria calle en una lúgubre noche limeña.

martes, 3 de septiembre de 2013

QUERIDA AMIGA...

Querida Amiga, 

Primero, saludarte y esperar que estés bien (aunque desafortunadamente no lo estés). Aquí la vida continúa de la forma en que pasaban los días antes de conocerte: monótonos, desesperanzadores y sin nada nuevo que ofrecer. Aquí las horas siguen transcurriendo una tras otra desde que te dije adiós, despreocupadas, con prisa y sin ningún deseo de regresar atrás a esos días en los que saber de ti iluminaba incluso la más oscura y fría noche limeña. 

Perdona por el atrevimiento de escribirte y por la cobardía que es el hecho de que este escrito no esté en tus manos. Ayer, mientras viajaba en el auto de regreso a casa, sentí una necesidad urgente de escribirte, de convertirte en letras tangibles, en frases que pudiera creer. Y es que resulta tan acertada la frase aquella de Henry Miller, "si quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura". Sin embargo, no es mi intención dejarte en el baúl sin fondo del olvido y vivir con la pena de quien recuerda. 

Yo quiero que trasciendas, aún si es lo último que puedo hacer por ti.

¿Estoy yo loco por la forma en que ha sucedido todo esto? ¿O son los azares del ir y venir que llamamos destino lo que nos ha hecho cruzar caminos para separarnos de tal forma cruel? Ya no importa ahora. Te dejé atrás y al mismo tiempo me quedé contigo. Me alejé y a la vez, me quedé impreso en tu corazón. Porque de cierta manera, como ya te lo había dicho, en cada detalle tuyo, conservabas una parte de mi. Ahora solo me queda un retazo de existencia que, debo suponer, será suficiente para enfrentar el dolor de haberte perdido sin perderte. Porque para perder algo, debió haber sido tuyo. Y tú siempre fuiste mía, aún sin serlo. 

Duele, es verdad. Incluso cuando no debería, el dolor de lo que pudo ser y no fue (¡Oh, ironía!) lastima a mi corazón maltrecho hasta el punto de burlarse de él. Ahora puede la lógica reírse de mi, ahora y en ningún otro momento, me dirá: "Te lo dije".

Y es que ya lo sabía yo. Ya sabía que tu presencia no estaría aquí conmigo, que jamás podría ver esos hermosos ojos marrones por los que, sabe Dios, cuantas veces he suspirado. Aquel mar de profundidad infinita que llevas debajo de la frente. Tendría que haber renunciado desde el primer momento a acariciar tu cabello, a luchar contra su aroma en una batalla que estaba destinado a perder. 

Las preguntas ya no importan ahora, la literatura tampoco. La lírica, el drama y la urgencia de pensar cada palabra de forma que te sientas abrumada por mis sentimientos han pasado ya a un segundo plano. Hoy solo quiero ser un chico que le escribe a una chica que quizás nunca será suya, pero que lo ha sido en su más hermosos sueños de felicidad. 

Hoy solo quiero que sepas que te extraño. Que miro mi teléfono unas cinco veces por segundo con la esperanza de que hayas derribado las barreras de mi adiós y, al mismo tiempo, con el temor de que hayas hecho esto, pues significaría enfrascarnos nuevamente en el círculo del que no hemos podido salir. Y es que hoy, querida amiga, no puedo irme del modo en que debería, no puedo dejar atrás los momentos, cada palabra, cada detalle. Debería dejarte atrás como me pediste, pues es ilógico querer tanto lo que no se ve, lo que no se percibe con los sentidos. Pero a ti, mujer de carne y hueso, te ha percibido el más importante de todos mis sentidos. A ti te ha percibido mi alma. 

¿Qué hace un joven de veinte años siendo cursi a las seis de la tarde de un día cualquiera? Algún día tendré la respuesta, pero hoy solo escribo y lo hago porque te siento, porque te pierdo y porque te quiero. Te quiero de esa forma en que quise quererte. Porque de cualquier modo, no me importa que hayas hecho antes, no me importa quien fue parte de tu pasado, sino el hecho de que me hicieras parte de tu presente. Me importa porque me fui ganando todo de ti, para renunciar al final. 

Debieron haber sido otras las circunstancias, me lo he repetido hasta el cansancio. O quizás debimos haber arriesgado y salir de nuestra zona cómoda, porque no hay peor adiós que aquel de quien no quiere despedirse. No hay nada más doloroso que dejar atrás a alguien que es importante para ti. Porque lo eres, eres importante para mi aunque poca compresión tenga de como sucedió. Así me enumeres todas las razones por las que no debo fijarme en ti, así me hables de todos los rumores, habladurías, chismes y demás que te convierten en alguien que no me conviene. Nada de eso importa ahora, yo te quiero de la forma en la que sé querer...con todo de mi.

Por eso, querida amiga, hoy que te digo adiós y te dejo atrás, solo hay una cosa que debes entender: No hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Y quizás algún día caminando por un parque, te cruces con aquel chico que te arrancó una sonrisa a medianoche, que consoló tus lágrimas aunque su hombro no estuviera ahí para que pudieras apoyarte. En ese momento, girarás a verme. Ten por seguro que yo también lo haré. La belleza de tu alma me dolerá por un momento, porque pudo ser mía, pero me fue negada. Te contemplaré y en ese momento tu belleza llenará el lugar que no permitiste que llene ahora. Y luego seguiré mi camino, sabiendo que te querré más que nunca. Y como escribió el poeta, "Sin ser tu marido, ni tu novio, ni tu amante; soy el que más te ha querido y con eso tengo bastante".