La historia de mi vida.
Desde luego, es genial poder hacer este tipo de cosas. Saltarse las convenciones sociales que me impondrían estar en alguna situación distinta, rodeado de gente que de seguro no recordará mi nombre por la mañana, mientras esbozo una accidentada sonrisa producto de mis cero ortodoncias. Claro, es fantástico no tener que cumplir con tu rol asignado dentro del maldito insufrible reloj de la sociedad.
Cabe resaltar que no es exactamente la mejor manera en la que un chico de veintitantos pasa la noche de año nuevo. Aunque supongo que eso es lo que obtengo por hacer cosas que bien podrían ser consideradas... ilegales. Dentro de los márgenes que el mismo concepto permite, por supuesto.
Aun así, estoy aquí y es año nuevo, otra vez.
La calle está más silenciosa de lo que esperaba. Jaurías endemoniadas ladran a lo lejos, producto de los pirotécnicos que enguirnaldan la noche. Los fuegos artificiales que destellan en el cielo me recuerdan que allá en casa, mi familia probablemente se esté preguntando dónde carajo estoy. A lo mejor fue un error de cálculo el venir aquí. Pensé que con todo el movimiento y locura presente en estas fechas, alguien intentaría hacer algo estúpido que necesitara de mí. Tal vez soy el último gran altruista de la ciudad y no tan solo un mocoso evadiéndose de la cotidianeidad de lo mundano y no, no es que no me guste o no valore lo que hago, es solo que...
Digamos que no soy mi mayor admirador.
Por lo general, las noches de verano en la ciudad son calurosas y están cargadas de una vida diferente. No es extraño encontrarse grupos de jóvenes andando por ahí a altas horas de la noche o incluso pandillas de niños jugando en las aceras, despreocupados y jolgoriosos. Ajenos al peligro que los rodea.
No negaré que he llegado a envidiar aquella inocencia de antaño.
Aquel no saber lo que puede llegar a ofrecerte la podredumbre de una ciudad como esta y sentir que incluso en las penumbras más frías, la victoria se impondrá a la muerte y al dolor de los vacíos, que solo acrecienta la tiranía que nos rige a todos desde las sombras.
Es eso o a lo mejor solo es el corazón de la ciudad que llevo mí, moviéndome los hilos de la nostalgia.
Para tratarse de otra noche veraniega, a ésta la envuelve una corriente de aire frío que no se va ni con las promesas del año entrante. Promesas como el hecho de dejar de usar una máscara para escapar de mi rutinaria existencia, de las vidas pasadas y las vidas que todavía me quedan por perder, de los dos hombres que luchan y de todas esas dudas que me carcomen por dentro durante las noches en las que sentarme a esperar el mal en la azotea de algún desconocido no sea una opción para despejar mi mente.
Ya sé que es bastante ilógico, sin embargo, hay cosas que encuentran su razón de ser en su propio sin sentido, ¿verdad?
Como el hecho de estar aquí, vigilando desde la azotea de una casa que no es mía, en noche de año nuevo, cuando podría estar en cualquier otro lugar celebrando o embriagándome hasta perder mi propia identidad. Disfrutando de la compañía de otros como yo, ansiosos por dejar atrás esos sueños vacíos que nos dejó otro año ausente. Puede sonar algo fatídico, pero supongo que para perder la noción de uno mismo no siempre necesitas usar una máscara, ¿verdad?
La máscara, sí, ya sé que te debes estar preguntando por ella. Durante un tiempo intenté convencerme de que su justificación radicaba en la teatralidad de mis acciones, en mis ansias no retribuidas de sentirme importante, poderoso... incluso heroico. Eran las ambiciones de un niño tonto que no sabía que lo importante se convierte en polvo de incienso frente a las poderosas cenizas que dejan los héroes caídos.
O las heroínas.
Una mujer me salvó la vida hace un tiempo ya, pero para conseguirlo tuvo que morir. Es triste y duele. Seguramente dolerá hasta el día en el que mis ojos se cierren para siempre. No suelo hablar mucho sobre ello porque como podrás darte cuenta, no tengo mucha compañía en las alturas, solo la abstracción que me garantizan mis pensamientos y la culpa que habita en mis recuerdos. La vida que me queda la paso ahora resarciendo posibles males porque esa fue mi lección. Dañar es sencillo, sanar... esa es otra historia.
No me malinterpretes, no intento ponerme en el lugar de una víctima al contarte todo esto. En realidad, si alguien tuviese que ser la víctima en esta situación, difícilmente sería yo. Mis números todavía están en rojo y la cuenta que saldan mis pecados es aún más grande de lo que me gustaría. Es solo que... ¿cómo puedo explicarlo?
A veces extraño ser un tipo normal.
Ya sabes, una persona común y corriente con una vida apacible, con uno que otro inconveniente que se pueda solucionar de una forma "socialmente aceptable".
Aunque de alguna forma lo soy, ¿sabes? Mi familia tiene sus propias disfuncionalidades peculiares, justo como la de cualquier otra persona, tengo un trabajo más o menos estable e intento sobrevivir a él un día a la vez. Soy como cualquier otro tipo normal con tribulaciones, miedos, angustias, deseos de año nuevo que espera cumplir y todo eso. Claro que la mayor parte de tipos normales de mi ciudad no hacen este tipo de planes para celebrar la llegada del nuevo año ni tampoco cada fin de semana en el calendario. Pero vamos, cuando me enredo en estos dilemas existenciales, me doy cuenta de que hacer este tipo de cosas; algo como cubrir mi rostro, darle la espalda a lo que el mundo espera de mí y plantarme en la azotea de un desconocido a esperar que algo emocionante suceda, es lo único que mantiene unidos los pedazos de mi casi intrascendente existencia.
Y he ahí la razón por la que llevo máscara.
Suele sucederme mucho que, incluso llevándola puesta, las dudas de la identidad que guardo debajo sobresalen y consumen mi mente. ¿Eres tú el uno o eres el otro? ¿Quién controla al titiritero? ¿Quién pagará mañana las consecuencias de mis actos de esta noche?
¿Cómo puede pensar alguien en tantas cosas y no volverse loco? Y más importante aún... ¿Cómo puede hacer alguien esto con tanta frecuencia? Una y otra y luego otra vez.
Es todo un martirio, ¿no crees?
Pienso en mis amigos. Espero que al menos ellos sí lo estén pasando bien... sé que en medio de todo el júbilo por la celebración del nuevo año ni siquiera recuerdan al aguafiestas que se negó a acompañarlos y que rechazó tantas invitaciones solo para estar aquí, sentado en una azotea aleatoria. Intento recordar sus caras de enojo y decepción al recordarme, quiero aferrarme a esa culpa por siempre ser el de las excusas tontas, el de los "hoy no puedo, tengo algo que hacer", aquel que se pierde los cumpleaños y se pierde todas las despedidas. El que adelanta todos sus relojes, pero siempre llega tarde.
Y es que a veces resulta tan complicado llevar una doble vida sin que el resto de las personas sepan quién soy en realidad, ¡rayos! A veces ni siquiera yo estoy seguro de saberlo. Es como si escondiera un secreto tan oscuro que ni siquiera yo mismo soy del todo consciente de lo que podría suceder si alguna vez decidiera encararme con la verdad. ¿Van a gustarme los ojos que me devuelvan la mirada a través del espejo mañana por la mañana?
Más importante aún, ¿seré capaz de mirarlos?
Sin embargo, hoy me he prometido no pensar en nada de eso. A pesar de todo, hoy quiero mirar al futuro con un poco de esperanza. Solo un poco, pues tampoco es que me quede mucha.
"No tenemos mucho, pero igual vamos a compartirlo"
La voz de la mujer que salvó mi vida empieza a merodear entre mis pensamientos. Mi mente me muestra todos esos momentos de júbilo que pertenecen a un pasado que ya no existe. Sonrisas que se alejan, pero cuyo destello me abriga hasta la última de las malas intenciones. Miradas que solían devolverme la misma esencia que dejo ir cada noche y besos que bien podrían haber incendiado este lugar maldito si lo hubiéramos querido así.
A veces, tenga puesta la máscara o no, me invade su recuerdo, pero claro, ya nada de eso importa porque ella está muerta.
La historia de mi vida... no es tan genial como parece, ¿verdad?
No es ni tan emocionante bajo la máscara, ni tan sorprendente con ella puesta. Es simplemente la repetitiva historia que algunos nos cansamos de contar y que otros terminan aburridos de escuchar.
Y así, hasta que algo repentino suceda.
Algo como... un hombre saliendo de una fiesta de año nuevo con su ¿novia, esposa, pareja? Lo que sea. Sé que no soy nadie para juzgar, pero no puedo evitar considerar innecesaria y estúpida la exposición al peligro a la que está sometiendo ese tipo a ambos, tanto a él como a su acompañante. Debe tener apenas 18 años, como máximo podrá tener 20. La muchacha apenas puede sostener todo el peso de su cuerpo sobre sus hombros. Se detienen un momento y él corre a vomitar en un lado de la acera por la que caminan. Ella rebusca con desesperación entre las cosas que tiene en el bolso. Ninguno de los dos ha visto a la banda de maleantes que empieza a rodearlos. He ahí las ventajas de tener una vista panorámica desde esta azotea.
¿Ves? Ninguno de mis movimientos es aleatorio, solo las azoteas que elijo.
No tengo que hacerlo. Nada me compele a hacerlo. No hay absolutamente ninguna necesidad de interrumpir la apacibilidad de la noche e impedir una inminente injusticia o, por lo menos, intentarlo. ¡Deja de mirarme con esos ojos! Tú estás muerta y hasta donde sé, los muertos no pueden forzarte a hacer nada que no debas. No tienes que recordarme lo fácil que es infligir sufrimiento a otros. Yo estoy aquí porque no pude evitar ni tu dolor ni tu sufrimiento, por favor... ¿qué más tengo que hacer para merecer mi lugar a tu lado?
"¿Quién va a vivir la vida en tu lugar?"
El chico cae sobre sus rodillas, la muchacha corre apresurada a ayudarlo a que se ponga en pie. Forcejean un poco. Él la aparta de un manotazo mientras yo no me puedo terminar de creer que tenga que hacer algo por un tipo como ese. Intento convencerme de que lo que voy a hacer, será porque tengo cuentas pendientes, números rojos, malas... perdón, buenas intenciones. Pero nada de eso importará por la mañana.
La historia de mi vida.
Una vida "con tribulaciones, miedos, angustias, deseos de año nuevo que espero cumplir y todas esas cosas". ¿Fue eso lo que dije, cierto? No mentía.
Pero esa es la vida de otra persona y este es el momento en el que volvemos a ser dos entidades unidas y divididas por un vínculo letal.
Me pongo de pie mientras contemplo como cada actor empieza a interpretar adecuadamente su papel dentro de la injusta escena que se arma a mis pies. Los ojos de la mujer, inyectados con terror, la bravuconería insípida del borracho que unos cuantos puñetazos desdibujan de inmediato, las risas socarronas de la pandilla de maleantes, ajenos a todo y saboreando desde ya cada uno de los rincones de la muchacha. Todos los elementos en conjunción y en una armonía abominable, a la espera de un último acorde que eleve al máximo el horror.
Inhalo profundamente y me permito abrazar su recuerdo por última vez.
"Dalia, esto es para ti. Si de alguna manera astral o del más allá puedes escucharme, que sepas que te quiero. Sé que es ahora cuando ya no estás aquí que siempre lo repito, pero nunca es tarde... tal vez algún día pueda volverte a encontrar"
Un grito ahogado de terror rasga la tranquilidad de la primera noche del año. Un grito que derrumba todo menos la soledad de mi alma.
No, yo no soy la víctima. Yo soy el victimario.
Yo soy Sombra.